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Miguel Villarreal


Con la presencia en la sala de uno de los imputados, Eduardo Eleuterio Ascheri, se realizó la cuarta jornada del alegato del Ministerio Público Fiscal a cargo de Gabriela Sosti. En más de cuatro horas, repasó entre otros casos, los secuestros del grupo de prensa, tres parejas de militantes que tenían que editar libros y fueron secuestradas; solo sobrevivieron Daniel Cabezas, Nora Hilb y Aixa Bona. Fueron asesinadas las otras tres: Alfredo Lires, Gervasio Guadix y Graciela Álvarez. Sosti también repasó el calvario de Silvia Tolchinsky, el secuestro del cura Jorge Adur y Lorenzo Viñas, entre otros. Ascheri derramó una lágrima cuando escuchó una de las historias. (Por El Diario del Juicio*)  ☝ Foto de Portada   Mientras Sosti desarrolla la historia de Selva Varela Istueta, una lágrima recorre la mejilla de Ascheri. Quienes asistieron a la audiencia y detectaron la situación, coincidieron en señalar que es extraño que alguien que en su ampliación indagatoria no se lamentó por lo que les ocurrió a las víctimas, se sensibilice con la historia de una de ellas. Y dijeron casi a coro: “si le genera alguna sensibilidad, que diga lo que sabe”. Ascheri fue sorprendido durante el juicio, en dos ocasiones, violando la prisión domiciliaria. 📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio📷 Selección de fotos 👉 Martina Noailles/Fernando Tebele ✍️ Textos 👉 Fernando Tebele/Martina Noailles ☝ En la previa de la audiencia, Daniel Cabezas, sobreviviente del genocidio, coloca las pancartas con las fotos de quienes fueron desaparecidas/os en cada silla. Salvo en una, la que sorprendentemente ocupó Eduardo Ascheri, uno de los imputados. Ascheri quedó rodeado de las fotos interpeladoras. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ Ascheri quedó rodeado de rostros. Sus ausencias dicen más que cualquier palabra. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ Selva Varela Istueta tenía apenas un año cuando en 1977 secuestraron y desaparecieron a su padre Mario Aníbal Bardi y a su mamá Claudia Istueta, médicos, militantes montoneros de zona sur. Su madre había pedido que, si algo les pasaba, Selva fuera criada por compañeros, no por la familia. Esos compañeros fueron Carlos Karis y Nora Larrubia. El 13 de septiembre de 1980 dormían la siesta cuando entró la patota. Selva tenía 3 años y su hermanito Juan Carlos (hijo de Karis y Larrubia) era bebé. Se llevaron a Carlos y a Nora. A los chicos los dejaron con unos vecinos. Terminaron adoptados por aquella tía que Claudia Istueta había querido evitar. Selva, o Pajarito como la llamaban en la guardería de Cuba, es una de las tantas víctimas de la última dictadura que asesinó a sus madres y a sus padres, a los biológicos y a los del corazón. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ Desde la pantalla, el “Negro” Juan Carlos Silva parece clavar su mirada en Eduardo Eleuterio Ascheri, quien fuera jefe de la División Planes del Departamento de Inteligencia del Comando de Instituto Militares y ahora espera sentencia en este juicio. De barbijo negro y prisión domiciliaria, Ascheri asistió a la última audiencia y escuchó en vivo el alegato de la fiscal Sosti. Tiene 86 años. Silva tenía 30 cuando lo secuestraron el 26 de junio de 1980, el mismo día que al padre Adur y a Viñas en Paso de los Libres. Por el caso de Silva, entre otros, se escucharon los testimonios de su compañera, Ana Testa y la hija de ambos, Paula Silva Testa. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ Francisco Goya fue secuestrado y desaparecido. Uno de sus hijos, Carlos Goya Martínez Aranda fue apropiado. Recuperó su identidad por el incansable trabajo de Abuelas de Plaza de Mayo. También declararon Emilio y Juan Manuel, otros de sus hijos, quién relató la cercanía de su padre a las Ligas Agrarias y la relación que lo unía a Quique Lovey, principal referente de esa organización campesina. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ La revista Para Ti tituló “Habla la madre de un subversivo muerto”. Era en realidad una entrevista fraguada que le forzaron hacer a Thelma Jara de Cabezas mientras la tenían cautiva bajo tormentos desde abril de 1979 en la ESMA. Daniel Cabezas, integrante del grupo Prensa de la Contraofensiva, supo así que su madre estaba viva. “Esta es una muestra más de la ‘acción psicológica’ de la dictadura tendiente a construir conceptualmente y adjetivar a ese enemigo a destruir. La función de ese discurso estigmatizante, embustero y artero era paralizar, domesticar a la sociedad, pretendiendo convencerla de la necesidad de ese exterminio. Y de paso instalar el escenario del más ominoso terror”, sostuvo Sosti en su alegato. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ “Lo más determinante es la constancia del interrogatorio bajo tormentos que le hicieron los especialistas de inteligencia que se desplazaron para secuestrarlo”, dijo Sosti cuando tomó el caso de Antonio Tovo, quién tuvo a su cargo la articulación sindical entre Rosario y otros cordones industriales. “El interrogatorio inmediato fue en Rosario. No hace falta aclarar que no había ninguna autoridad judicial ni prevención alguna para evitar las torturas”. Grafica de ese modo, por un lado la tortura como metodología para conseguir información aplicada en todos los casos, sin excepción; por otra parte, la fiscal, al abordar la cuestión de la información obtenida bajo tortura de personas que luego serían desaparecidas, desmitifica en torno de la entrega o no de datos era una de las cuestiones que definía la vida y la muerte de las personas durante el genocidio. La perversión genocida no funcionaba de ese modo.  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ Desde la foto, Gervasio Martín Guadix, parte del grupo de prensa, junto a Verónica Cabilla, la joven secuestrada al reingresar al país. Sosti repasó las declaraciones de los gendarmes y médicos que participaron del informe oficial que avaló el supuesto suicidio de Guadix en la frontera, sobre todo el de quien lo llevó adelante, Juan Carlos Olari, de quien dijo que esperaba que pronto estuviera imputado por lo que, como se ha visto durante el juicio, fue un secuestro y asesinato.  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ Aixa Bona era una de las seis personas que

Era, seguramente, la testigo más esperada de este juicio: por su calidad de sobreviviente, por su memoria prodigiosa, su predisposición al aporte permanente ante la justicia y por haber visto con vida, mientras estaban secuestradas, a varias personas desaparecidas por las que se realiza este juicio. En la última audiencia del año, declaró por videoconferencia desde Barcelona durante tres horas y media. “Navegando los setenta”, definió acerca de su edad, pero también a modo de metáfora perfecta de lo que significa su testimonio: de la militancia a la tortura, del genocidio a la justicia tardía y con privilegios para los culpables. (Por El Diario del Juicio*)  📝 Texto 👉 Fernando Tebele 💻 Edición 👉 Diana Zermoglio👆 Ilustración de portada 👉 Antonella di Vruno 📷 Fotos 👉 Guillermo Amarilla Molfino La complejidad de este juicio hace que no haya un/una testigo clave; eso ocurre en otras causas, por ejemplo en la ESMA en la que Víctor Basterra aportó, con su testimonio, datos insustituibles. Aquí, por tratarse de un juicio atípico, lo que las víctimas tienen en común no sólo es el centro clandestino al que fueron llevadas (salvo puntuales excepciones, todas pasaron por Campo de Mayo), sino su participación en la Contraofensiva, que determinó que las fuerzas genocidas ejecutaran una represión feroz y específica. La causa judicial se apoya en varios ejes y, por lo tanto, hay testimonios fundamentales para cada una de las partes que conforman el todo. Sin embargo, en varias de las treinta y una audiencias anteriores, un nombre se escuchó repetido hasta el cansancio como consecuencia de un relato siempre esclarecedor: “Me lo dijo Silvia Tolchinsky”, “Eso lo pude reconstruir después de reunirme con Tolchinsky”. Varios de los testimonios de familiares de víctimas, e incluso de algunos sobrevivientes, dieron cuenta de cómo pudieron armar el rompecabezas de sus propias historias a partir de algún dato que Silvia pudo tallar en su memoria durante el cautiverio. Su testimonio estaba programado para la semana anterior, como única exponente, pero una indisposición de la jueza Morguese Martín obligó a suspenderlo a último momento. Silvia Tolchinsky recibió esa noticia cuando ya estaba lista para declarar en el Consulado argentino en Barcelona, ciudad en la que vive tras haber huído de Argentina casi al final de la dictadura y, luego de un periplo que la llevó por varias ciudades. “Volví a Argentina una o dos veces nada más”, dirá en algún momento de su declaración. Habrá pensado, quizás, mientras se iba sin declarar, que no le costaba nada esperar una semana más para volver a hacerlo, acostumbrada a explicar una y otra vez lo que vivió y lo que observó. Exactamente una semana después, está sentada en la misma silla que aquella vez, pero ahora sí comienza a declarar. El mediodía pasa inadvertido por San Martín y se convierte en media tarde apenas a una cuadra de la Plaza de Catalunya y de Casa Batlló. La imagen a través de un televisor no puede acortar esas distancias. Silvia se acomoda en la silla y dice qué la mueve a estar allí  “que se haga la justicia correspondiente”. Pide permiso para usar un papel a modo de guía, al que casi no recurrirá. Va directamente al punto. Aunque después seguirá con un enfoque más cronológico, podría decirse que empieza por el centro. “Yo participé en la Contraofensiva. Fui designada para participar de la Segunda Contraofensiva en 1980. Militaba en Montoneros desde hacía muchos años. Por eso digo que fui designada, porque estaba en una función y me designan en otra”, explica. “La función que se me asigna fue insertarme en un territorio y mantener contactos políticos”. Enseguida da unos pasos hacia atrás para seguir una cronología. “Mi compromiso político, como el de toda nuestra generación, comenzó muy joven. Vengo de la izquierda. Comencé militando en un pequeño grupo. Luego empecé a militar en el movimiento de liberación nacional, en los años ‘66/’67, y después formé parte de una corriente de pensamiento de reflexión y práctica que implicaba el peronismo y la lucha armada”. Allí se topó con su compañero Miguel Francisco Chufo Villarreal, “él fue mi marido y el padre de mis tres hijos. Juntos participamos en actividad política y social”, narra.Silvia cuenta que en ese recorrido inicial, llevaba a su hermano Daniel Tolchinsky a reuniones políticas, “yo como hermana mayor. Pero después él se convirtió en mi hermano mayor y me fue marcando el camino dentro del peronismo. Fue Daniel quien entró primero  a las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y luego entramos nosotros”. El nosotros de Silvia ya contiene a su, a esa altura, inseparable Chufo. “Era muy creativo -define a su esposo-. Tenía un gran arraigo con la gente. Era un hombre de mucha sensibilidad social. Siempre listo para el trabajo social, para todo. Así como él se vincula con la JTP, yo me vinculo a la JP, a la Juventud Peronista”, aclara, como si hiciera falta. La zona de acción era Hurllingham. “Uno cuenta la cantidad de años en la que pasó todo, que fueron pocos, pero era tan intenso y creativo todo lo que vivíamos… Éramos tantos amigos, tantos compañeros y hermanos que estábamos enlazados con esa solidaridad, que parece que hubiera sido todo en mucho más tiempo”, aclara con cierta nostalgia. Silvia y el Chufo fueron conformando una familia. Julieta nació en 1972, Juan Manuel en 1974 y en agosto de 1976 llegó Laura. La militancia los cruzó también con Mónica Pinus, prima de Silvia, y con Edgardo Binstock, el marido de Mónica. El golpe En el fondo de la imagen que llega desde Barcelona, se ve el escudo nacional en la pared. La cabeza de Silvia lo tapa en parte. Se ve más al escudo que a ella. Por fortuna el encuadre de su relato es mejor que el de la webcam que nos trae su imagen y sobre todo la del escudo, cuyo gorro frigio parece apoyado sobre su pelo. Tiene una frondosa y prolija cabellera blanca, que no alcanza a tocar sus hombros. Parece tener calor. Se apantalla con los papeles que trajo para apuntarse. Unos anteojos

Edgardo Binstock, su hija Ana Victoria y su hijo Miguel Francisco, fueron los tres testigos de una jornada que contó con la particularidad de que se escuchara, por primera vez, la voz de una de las víctimas, Mónica Pinus de Binstock. El Diario del Juicio comparte, como parte de esta crónica, también ese audio que conmovió a todas la partes del juicio. Mónica Pinus fue secuestrada en Brasil junto a Horacio Campiglía. Edy Binstock, sobreviviente de la Contraofensiva, contó cómo fue el largo camino para saber cómo fue el secuestro, que va desde el relato de un testigo ocular en el Aeropuerto de Río de Janeiro a los documentos desclasificados por Estados Unidos, pasando por el relato de la sobreviviente Silvia Tolchinsky. 📝 Texto: Fernando Tebele📷 Fotos: Gustavo Molfino/Fernando Tebele💻 Edición: Diana Zermoglio👆  Foto de portada: Eduardo Binstock junto a Ana Victoria y Miguel Francisco, luego de una jornada familiar muy intensa (Fernando Tebele/Diario del Juicio) Ana Victoria Binstock no puede más de angustia. Tiene que hacer prolongadas pausas entre palabras para poder respirar. Es todo un esfuerzo para ella estar allí. No quiere ni tiene por qué disimularlo. La angustia es tal, que uno de los jueces, Matías Mancini, le consulta si quiere que algún familiar la acompañe en su testimonial. No la interrumpe, se cuela con cuidado por la hendija de sus silencios. El juez Esteban Rodríguez Eggers lo respalda: “no es muy ortodoxo, pero si las partes no tienen objeciones”. No hace falta, ella quiere seguir. Sentado exactamente en la silla de atrás, su padre, Eduardo Binstock, que acaba de declarar durante dos horas y media, inclina su cuerpo hacia adelante para darle impulso. Estamos a punto de vivir seguramente uno de los hitos de este juicio. Hasta aquí se ha escuchado a hijas e hijos leer cartas de sus padres. Se han visto fotos en colores y en blanco y negro, más o menos desgastadas por el paso de los años. Nos han compartido sus dibujos infantiles. También contaron acerca de la ausencia irreparable, de la reconstrucción cotidiana e interminable de esas historias que debieron conocer directamente y que el genocidio impidió. Pero lo que está por suceder supera todo lo anterior, sin quitarle relevancia a nada de lo vivido en las veintitrés jornadas precedentes. Ana Victoria pide permiso para que escuchemos un audio que está en su teléfono celular. Alguna dificultad para hacerlo funcionar prolonga la ansiedad. Está por aparecer la voz de su madre, Mónica Pinus de Binstock, desaparecida desde el 12 de marzo de 1980. “Esto es para los tíos. Solamente quiero saludarlos… esperar que todo vaya bien. Y… que tengamos confianza, que todo nos va a ir muy bien (largo silencio). Y desde ya, les deseo la mejor de las suertes en la tarea que sé que es difícil (otra pausa), pero es muy muy linda (pausa). Un abrazo montonero para todos”. Ana Victoria tiene un buzo Adidas azul. Sus pies se aprietan enteros contra el piso, bien firmes. “Estábamos en la Guardería de La Habana al cuidado de ‘los tíos’. Así como nos mandaban las fotos y las cartas, nos mandaban casetes”. Apenas 34 segundos de la voz de Mónica alcanzan para generar un impacto que ni el público ni ninguna de las partes puede disimular. Lo más sorprendente de todo quizá sea que las pausas angustiadas de Ana Victoria y su manera de decir, suenan muy parecidas a la de su madre, que está poniendo, por primera vez en este juicio, el sonido de la voz de quienes ya no están, porque no pueden. Los que no están, porque pueden Al comienzo de su testimonio, Ana Victoria había señalado que quería plantear una cuestión. “Antes de empezar a hablar de mi mamá, quería compartir algo que pasó. Cuando tomamos la decisión de venir a testimoniar, participé del primer día, yo estaba del otro lado del pasillo (señala la división invisible, pero notoria, entre familiares de militantes y los imputados), y veía que los familiares de los imputados estaban constantemente con los celulares, chateando, en las redes sociales. La verdad es que los tenía muy cerca y eso me generó en ese momento mucho malestar. Es algo que tenía constantemente en mi cabeza. Estaban como en una charla de café y estábamos hablando de la desaparición, tortura y muerte de nuestros familiares. Cuando me comentaron que no iban a estar presentes los imputados, dije: bueno, no voy a tener que cruzármelos y estar testimoniando con esa sensación de malestar que se me había generado; por unos segundos sentí alivio. Y después, con el pasar de los días, sentía que algo me molestaba. Y pensé: no, yo creo que tendrían que estar acá escuchándonos, a los testigos, a los sobrevivientes, a los hijos de los compañeros, porque es parte de la justicia que todos buscamos, que ellos estén al tanto de las consecuencias de sus actos”. Ana Victoria Binstock muestra fotos de su madre, antes de la última vez que la vio, en la Guardería de La Habana.📷Fernando Tebele/El Diario del Juicio Luego de ese preámbulo, comenzó a hablar de Mónica. Arrancó por sus abuelos, que conformaron la familia Pinus-Tolchinsky, y a quienes no conoció. “Había mucha vinculación de mi familia con los Tolchinsky, que todas las semanas se juntaban los domingos en lo de los abuelos. Allí conocí a Silvia Tolchinsky. Me contó, las veces que pude hablar con ella, que cuando eran chicas el Zeide (abuelo en idish) las llevaba a Agronomía y ellas (las primas Mónica Pinus y Silvia Tolchinsky) jugaban a proteger a alguien y siempre se llevaban a algún gatito y lo protegían y le daban de comer. Sentían que eso era una primera muestra de lo que significaba la militancia”. Silvia Tolchinsky es una presencia permanente en este juicio, a través de los datos que pudo ir acercando, como sobreviviente de Campo de Mayo, a muchas de las familias que perdieron a sus seres queridos, de quienes ella pudo aportar alguna información como una de las