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Mónica Pinus


Edgardo Binstock, su hija Ana Victoria y su hijo Miguel Francisco, fueron los tres testigos de una jornada que contó con la particularidad de que se escuchara, por primera vez, la voz de una de las víctimas, Mónica Pinus de Binstock. El Diario del Juicio comparte, como parte de esta crónica, también ese audio que conmovió a todas la partes del juicio. Mónica Pinus fue secuestrada en Brasil junto a Horacio Campiglía. Edy Binstock, sobreviviente de la Contraofensiva, contó cómo fue el largo camino para saber cómo fue el secuestro, que va desde el relato de un testigo ocular en el Aeropuerto de Río de Janeiro a los documentos desclasificados por Estados Unidos, pasando por el relato de la sobreviviente Silvia Tolchinsky. 📝 Texto: Fernando Tebele📷 Fotos: Gustavo Molfino/Fernando Tebele💻 Edición: Diana Zermoglio👆  Foto de portada: Eduardo Binstock junto a Ana Victoria y Miguel Francisco, luego de una jornada familiar muy intensa (Fernando Tebele/Diario del Juicio) Ana Victoria Binstock no puede más de angustia. Tiene que hacer prolongadas pausas entre palabras para poder respirar. Es todo un esfuerzo para ella estar allí. No quiere ni tiene por qué disimularlo. La angustia es tal, que uno de los jueces, Matías Mancini, le consulta si quiere que algún familiar la acompañe en su testimonial. No la interrumpe, se cuela con cuidado por la hendija de sus silencios. El juez Esteban Rodríguez Eggers lo respalda: “no es muy ortodoxo, pero si las partes no tienen objeciones”. No hace falta, ella quiere seguir. Sentado exactamente en la silla de atrás, su padre, Eduardo Binstock, que acaba de declarar durante dos horas y media, inclina su cuerpo hacia adelante para darle impulso. Estamos a punto de vivir seguramente uno de los hitos de este juicio. Hasta aquí se ha escuchado a hijas e hijos leer cartas de sus padres. Se han visto fotos en colores y en blanco y negro, más o menos desgastadas por el paso de los años. Nos han compartido sus dibujos infantiles. También contaron acerca de la ausencia irreparable, de la reconstrucción cotidiana e interminable de esas historias que debieron conocer directamente y que el genocidio impidió. Pero lo que está por suceder supera todo lo anterior, sin quitarle relevancia a nada de lo vivido en las veintitrés jornadas precedentes. Ana Victoria pide permiso para que escuchemos un audio que está en su teléfono celular. Alguna dificultad para hacerlo funcionar prolonga la ansiedad. Está por aparecer la voz de su madre, Mónica Pinus de Binstock, desaparecida desde el 12 de marzo de 1980. “Esto es para los tíos. Solamente quiero saludarlos… esperar que todo vaya bien. Y… que tengamos confianza, que todo nos va a ir muy bien (largo silencio). Y desde ya, les deseo la mejor de las suertes en la tarea que sé que es difícil (otra pausa), pero es muy muy linda (pausa). Un abrazo montonero para todos”. Ana Victoria tiene un buzo Adidas azul. Sus pies se aprietan enteros contra el piso, bien firmes. “Estábamos en la Guardería de La Habana al cuidado de ‘los tíos’. Así como nos mandaban las fotos y las cartas, nos mandaban casetes”. Apenas 34 segundos de la voz de Mónica alcanzan para generar un impacto que ni el público ni ninguna de las partes puede disimular. Lo más sorprendente de todo quizá sea que las pausas angustiadas de Ana Victoria y su manera de decir, suenan muy parecidas a la de su madre, que está poniendo, por primera vez en este juicio, el sonido de la voz de quienes ya no están, porque no pueden. Los que no están, porque pueden Al comienzo de su testimonio, Ana Victoria había señalado que quería plantear una cuestión. “Antes de empezar a hablar de mi mamá, quería compartir algo que pasó. Cuando tomamos la decisión de venir a testimoniar, participé del primer día, yo estaba del otro lado del pasillo (señala la división invisible, pero notoria, entre familiares de militantes y los imputados), y veía que los familiares de los imputados estaban constantemente con los celulares, chateando, en las redes sociales. La verdad es que los tenía muy cerca y eso me generó en ese momento mucho malestar. Es algo que tenía constantemente en mi cabeza. Estaban como en una charla de café y estábamos hablando de la desaparición, tortura y muerte de nuestros familiares. Cuando me comentaron que no iban a estar presentes los imputados, dije: bueno, no voy a tener que cruzármelos y estar testimoniando con esa sensación de malestar que se me había generado; por unos segundos sentí alivio. Y después, con el pasar de los días, sentía que algo me molestaba. Y pensé: no, yo creo que tendrían que estar acá escuchándonos, a los testigos, a los sobrevivientes, a los hijos de los compañeros, porque es parte de la justicia que todos buscamos, que ellos estén al tanto de las consecuencias de sus actos”. Ana Victoria Binstock muestra fotos de su madre, antes de la última vez que la vio, en la Guardería de La Habana.📷Fernando Tebele/El Diario del Juicio Luego de ese preámbulo, comenzó a hablar de Mónica. Arrancó por sus abuelos, que conformaron la familia Pinus-Tolchinsky, y a quienes no conoció. “Había mucha vinculación de mi familia con los Tolchinsky, que todas las semanas se juntaban los domingos en lo de los abuelos. Allí conocí a Silvia Tolchinsky. Me contó, las veces que pude hablar con ella, que cuando eran chicas el Zeide (abuelo en idish) las llevaba a Agronomía y ellas (las primas Mónica Pinus y Silvia Tolchinsky) jugaban a proteger a alguien y siempre se llevaban a algún gatito y lo protegían y le daban de comer. Sentían que eso era una primera muestra de lo que significaba la militancia”. Silvia Tolchinsky es una presencia permanente en este juicio, a través de los datos que pudo ir acercando, como sobreviviente de Campo de Mayo, a muchas de las familias que perdieron a sus seres queridos, de quienes ella pudo aportar alguna información como una de las