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Las consecuencias de los agrotóxicos en primera persona

Escrito por el octubre 14, 2012



 Fabián Tomasi tiene 46 años, vive en la localidad entrerriana de Basavilbaso y sufre de polineuropatía tóxica, producto de haber trabajado durante años como peón rural para la empresa Molina y Compañía manipulando agroquímicos. Hoy ya no puede trabajar y tiene una jubilación por incapacidad. “Soy un envenenado del modelo productivo que salvó económicamente al país”, dice con total crudeza. Hablamos con él y nos contó su historia. (Por La Retaguardia)



“No hay manera de esparcir 300 millones de litros de veneno por año y creer que eso no va a afectar a la salud humana. Día a día se van incrementando los casos de malformaciones y de muertes a escasa edad. Lamentablemente en muchos casos uno no tiene la autorización para dar nombre y apellido como se debiera, puedo decir que esto es moneda corriente en el interior. Yo no soy ambientalista, periodista, ni médico, sólo soy un envenenado por un sistema productivo”, señala Fabián en diálogo con La Retaguardia.

Lo entrevistamos para confirmar la triste noticia de una nueva muerte por agrotóxicos de un nene de apenas dos años y para que nos cuente su historia. Al padre del niño le preguntaron si su hijo había tenido contacto con alguna central atómica o productos químicos, a lo que respondió que él trabaja en una estancia como encargado y que recordaba que al lado de la casa tenía un depósito con muchos litros de veneno. Lamentablemente uno siempre tiene que caer en lo mismo – agrega Fabián –, este es un problema que lo soluciona una sola persona y desde allí en escala hacia abajo. Esto sucede por el desborde del campo, todos son culpables, todo aquel que aplica veneno es culpable porque no aplica el derecho precautorio ante la salud, ante la menor duda. Hay estudios que corroboran lo que estoy diciendo”.

Fabián trabajó durante años como peón rural en una empresa de fumigaciones aéreas de Entre Ríos, a sesenta kilómetros de Concepción del Uruguay: “yo no marco mucho el lugar porque es así en toda la pampa húmeda. Trabajaba como peón rural, preparábamos los productos que traían los agricultores al lugar de la pista improvisada donde aterrizaban los aviones, en cuero y short vertíamos los venenos dentro de un bidón gigante y ahí lo subíamos al avión, nunca hubo un ingeniero agrónomo allí, nunca hubo una receta agronómica, si había cuarenta envases de veneno se echaban los cuarenta envases de veneno y todos sabemos que un ingeniero agrónomo habla de fracciones por hectárea efectivas, que aquí nunca existieron. El tipo del campo venía y decía, ´esto me salió demasiado caro, que no sobre, echalo todo´, creyendo que así era más efectivo, y fue efectivo, yo en este momento no tengo casi ningún músculo del cuerpo sano y millones de problemas de salud, porque como las sustancias están elaboradas para matar, todo lo que sea malezas, vegetales o animales,. Todo lo contrario al cultivo que se quiere defender es considerado un problema, entonces se trata de eliminar”, relata Fabián.
Fabián tiene polineuropatía tóxica, producto de la intoxicación por largo contacto con agroquímicos. Esta enfermedad le produce problemas en el sistema nervioso periférico, ya no puede trabajar, por lo que cobra una jubilación por incapacidad. Cuando se le pregunta cómo fue que se enfermó, explica: “yo era el que destapaba las latas y tirábamos el veneno adentro de un tarro para que de ahí al través del motor vaya al avión, lavábamos la panza de los aviones con veneno, desagotábamos los tanques de los aviones con veneno, comíamos con veneno. Nunca la empresa me mandó a un curso de capacitación por un trabajo riesgoso como se considera, nunca me pagaron un adicional porque esto no es cuestión de plata, yo quisiera que me devuelvan la vida gratis, sin ningún tipo de plata porque siempre tuve la posibilidad de ganar poco pero nunca me quejé. Si ellos me devuelven la vida, y esto parece un poema, yo no hablo más del tema. Como sé que una cosa no va a poder ser, la otra tampoco”.
Además, los agroquímicos borraron sus huellas digitales, lo que le imposibilitó tener documento por cuatro años. Recién cuando se contactó con la doctora Graciela Gómez, una referente en la lucha contra los agrotóxicos, ella le envío una carta al ministro del Interior de la Nación, Florencio Randazzo, quien llamó en persona a Fabián, como así también el ministro de Gobierno y Justicia provincial Adán Bahl. Al respecto, Tomasi detalla: “Randazzo me dice que no estaba enterado de mi problema y que iba a intentar solucionármelo. Hay miles de personas que por un motivo u otro, nacen sin huellas digitales… pero yo no voy a jugar al gato y al ratón, acá todos saben qué está pasando. Yo a los políticos los creo demasiado inteligentes, esto es algo que se está escondiendo y quién le va a hacer caso a un pobre piojo… ante una inversión anunciada por la presidenta de 1500 millones de dólares de la instalación de Monsanto en Córdoba, a que yo diga que esto hace mal. Es casi como David y Goliat”.

Fabián pide perdón por la crudeza de su relato, pero dice que ya no tiene tiempo para discutir de una manera más tranquila: “ya estoy en la etapa de largar el veneno que me hicieron tragar”, asegura. Pero hay una diferencia fundamental: su veneno no va a matar a nadie. Sólo persigue el objetivo de mostrar el lado más oscuro de la soja que, si bien genera riquezas, también arruina vidas. Algunos de quienes la sufren gritan para denunciarlo, pero todavía encuentran pocos oídos dispuestos a escucharlos.

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