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Lo que Etchecolatz no pudo matar

Por LR oficial en Uncategorized

La Casa Abierta Bichicui en La Plata
(Foto Carla Cafasso)

(Por La Retaguardia) Los violentos operativos, la muerte y la destrucción que los represores llevaron adelante durante el Terrorismo de Estado, no sólo afectaron a las víctimas, a sus familiares, a los involucrados directamente, sino a toda la sociedad. Sus efectos aún pueden encontrarse incluso en situaciones cotidianas, como caminar por las calles del barrio de la infancia y volver a encontrarse con aquella casa, en cuyas paredes aún pueden verse las marcas de los disparos, y preguntarse qué habrá pasado con el bebé que sobrevivió aquel ataque. Eso fue lo que le ocurrió a Julieta Añazco con la casa Bichicuí de La Plata. 38 años después de aquel hecho, conoció y abrazó a Nicolás Berardi, quien gracias a que su papá lo envolvió y arrojó a la casa de un vecino pudo sobrevivir al operativo que comandaba Miguel Etchecolatz, en el que murieron su papá y su mamá embarazada de nueve meses. Radio La Retaguardia volvió a juntarlos durante una emisión de Oral Y Público.

“Tenía 4 años cuando escuché unos disparos, yo estaba sentadita en la puerta de la pensión donde vivía con mis padres, en la calle 63 entre 14 y 15. Jamás pude olvidar ni sacar de mi memoria esos ruidos. Se ve que pregunté y me dijeron que habían matado a toda la familia y que solamente quedó vivo un bebé. Siempre pasé por la puerta de esa casa y me detenía a observar los disparos que todavía se notaban en ese portón viejo. Siempre pensé en ese bebé y siempre quise saber qué pasó con él. Hoy 37 años después me entero de Nicolás. Me encantaría poder abrazarte… sos un sobreviviente! y te admiro”

Este es el mensaje que Julieta Añazco dejó a principios de noviembre en una nota publicada en este sitio de noticias, donde se relataba la historia de Nicolás Berardi.
Nicolás era el bebé de Adolfo Berardi y María Isabel Gau, una familia que habitaba una de las tres casas operativas de Montoneros en La Plata. El 22 de noviembre de 1976 integrantes del Ejército y la Policía Bonaerense realizaron un operativo allí. Adolfo llegó a envolver a su hijo de un año y ocho meses en un colchón para arrojarlo a la vivienda de un vecino. Tanto Adolfo, como María Isabel y el bebé que llevaba en su panza fueron asesinados en el ataque. A pesar de haber pasado por las manos del represor Miguel Etchecolatz, quien en un principio lo entregó a un suboficial, el bebé pudo volver a las pocas semanas con sus abuelos biológicos y recuperar rápidamente su historia, tras un juego perverso del «asesino serial», como lo denominó Jorge Julio López.
Sin embargo, la casa atacada permaneció durante años como botín de guerra. En 1983 fue incluso usurpada por el familiar de un policía. Tras juicios y apelaciones, Nicolás Berardi la pudo recuperar recién en 2004 a través de una ocupación. Desde entonces, todos los 22 de noviembre la casa ubicada en calle 63, entre 15 y 16, abre sus puertas para quien quiera acercarse a recorrerla y conocer su historia.
La vivienda también es conocida como “Casa Bichicuí”, nombre que remite a cómo fue que Nicolás pudo volver rápidamente con su familia biológica tras el operativo. Cuando sus abuelos se enteraron de lo sucedido durante el ataque fueron a ver a Miguel Etchecolatz, a cargo de las acciones de aquel 22 de noviembre junto a Ramón Camps. La respuesta del represor fue poner al bebé de un año y ocho meses entre él y su abuela, para que Nicolás decidiera con quien debía quedarse. Su abuela, que no había tenido contacto con su familiar que estaba viviendo clandestinamente, entre varias cosas que le dijo, lo llamó como le decían sus padres, Adolfo y María Isabel: Bichicuí, y así fue como Nicolás comenzó a recuperar su identidad.

El primer abrazo

Julieta Añazco sabía sólo parte de la historia: “yo tenía cuatro años cuando pasó lo de la casa de él y vivía en la otra cuadra –contó en diálogo con el programa Oral y Público–, recuerdo patente muchos ruidos de disparos, que algo estaba pasando. Se ve que les habré preguntado a mis padres y ellos me contaron que habían matado a una familia pero que había quedado vivo el bebé, y toda mi vida pasé por esa casa, siempre con esa cosa de pensar qué habría sido de la vida de ese bebé. Después de la inundación que hubo en La Plata, pasé y vi gente en la puerta de esa casa. Pero yo era muy introvertida, muy tímida, y realmente me dio mucha vergüenza preguntarles. Lo hablé con mi terapeuta, le comenté que había pasado por esa casa, que había visto gente, y ella me animó a que vaya y pregunte, y que les cuente esta partecita que sin querer yo viví. Así que me animé y fui en mayo o a principios de este año, me atendieron unos chicos que viven en la casa, divinos, y me contaron la historia. Ahí yo me enteré que se llama Nicolás Berardi, y el chico que me atendió me contó la historia como si le hubiese pasado a él, me recibieron tan bien y nos emocionamos todos. Ellos me contaron que el 22 de noviembre era la fecha en que mataron a los padres y que todos los 22 de noviembre hacen una casa abierta, para todas las personas que quieran ir”.
Cuando Julieta volvió a su casa lo primero que hizo fue buscar en internet información sobre Nicolás Berardi: “quería verle la cara, saber algo más, y lo busqué y lo primero que encontré fue la nota de ustedes. Ahí me enteré un poco más”, dijo en referencia a la publicación de nuestra web.
El siguiente paso fue ir a la casa el 22 de noviembre pasado: “fui pero sin pensar que él iba a estar, porque como él vive en Catamarca, yo ni me imaginé que él podía llegar a venir. Así que fui por un impulso que tuve y la sorpresa fue que por supuesto estaba, cómo no iba a estar. Viene todos los años para esa fecha”. En ese marco se produjo el encuentro y el abrazo que Julieta tanto ansiaba.

Habitar la memoria

De pronto, del otro lado de la línea también, estaba en comunicación con Oral y Público, Nicolás Berardi, desde Andalgalá, Catarmarca, donde vive desde hace poco más de diez años. “Fue un abrazo tan inesperado como la sensación, por lo menos, de ir completando ella misma parte de su historia. Para mí también fue algo inesperado porque sinceramente a uno le pasa que entre la biografía y la construcción histórica en realidad son los puntos de intersección allí que uno en realidad es para eso que uno está”, expresó Berardi recordando el último 22 de noviembre.
Para Nicolás este tipo de encuentros se pueden producir gracias también a la construcción que se viene realizando desde la casa: “siempre se reconstruye la historia de los sobrevivientes, y nosotros en ese sentido no sé si por ahí con una voz con menos volumen por decirlo de alguna forma, lo que nosotros intentamos siempre en la casa es ir reconstruyendo parte de los momentos de los vecinos. Ese día fue primero con ella y después fue algo impresionante también que una compañera de mi vieja estaba en esa semana como preceptora en una visita guiada con los chicos por la casa de Chicha Mariani, y cuando pronunciaron el nombre y apellido de mi madre a la que habían matado en mi casa, ella recién ahí se enteró de que su compañera de universidad había muerto, y entonces vino el 22 a contarme un montón de cosas de mamá, y también a cerrar determinadas cuestiones que tenían que ver con el hecho de que ella me había visto un día en la facultad”.
Para Berardi es difícil explicar con palabras las situaciones que se van dando alrededor de su historia y de la casa en la que vivió poco más de un año con sus padres: “es complicado, tiene que ver con lo sentimental, a veces uno se limita en las palabras. Pero es esa sensación de que vale la pena estar abierto, por eso hacemos la casa abierta, porque estamos abiertos a lo que nos pase, nos ha pasado también que hemos tenido gente que estuvo en esa casa y tanto tiempo pasó y hubo un hombre que nos puso la policía y ha metido gente a cobrar deudas, o sea que también vienen personajes que vaya a saber si no han sido represores o gente vinculada a los grupos de tareas. Y de repente te encontrás con una persona y es una emoción totalmente distinta, y sin embargo tiene que ver con la experiencia justamente de no circunscribir a una sola forma de encuentro”.
En este sentido, Berardi afirmó que todo está relacionado con habitar la memoria, algo que se viene haciendo en la casa desde hace diez años: “por eso no la dejamos, porque sabemos que hay muchas cosas inconclusas y como Julieta y como yo hay muchos. Justamente recuperar nuestras identidades no implica solamente saber quiénes somos con un número de documento, sino también implica por qué vinimos al mundo y para qué nos trajeron nuestros padres. Ese impulso de vida es superador. En el caso de Julieta, los chicos me contaron que alguien se había sentado afuera de la casa, y que estaba sentada al lado de un árbol, porque nosotros tenemos una vereda poco convencional, tiene un banquito, unas plantas, y se sentaba y no se animaba a tocar el timbre y los chicos abrieron la puerta y se pusieron a charlar; entonces, inevitablemente, si esa casa hubiera estado deshabitada y nuestra memoria no estuviera habitada, el discurso sería único, y me parece que ahí es donde tenemos que encontrarnos porque somos muchos los que tenemos cosas inconclusas, desde lo afectivo, desde lo político. Yo estoy más agradecido a cada uno de los que se acerca que de lo que yo puedo aportar, porque sinceramente más que la presencia, las historias de cada uno son las que a mí me hacen reconstruir los momentos que no pude tener”.
Para Julieta lo sucedido en las últimas semanas fue un ejercicio de recuperación de la memoria: “es como que siempre estuvo ahí pero como escondidito hasta que salió hablando en terapia. Para mí es algo muy importante. Es importante no perder la memoria, así que le agradezco a Nicolás que es un sol, la verdad que fue muy emocionante para mí y es como también ir cerrando capítulitos de nuestra historia, tan triste por otra parte”.

Hasta el próximo abrazo

De la conversación entre Nicolás y Julieta también participó Víctor Basterra, sobreviviente de la ESMA e integrante de Oral y Público, quien calificó esta historia como muy emocionante, ya que reafirma que lo sucedido durante la última dictadura cívico militar ha atravesado a toda la sociedad argentina: “aún lo sigue haciendo y la seguirá atravesando esta historia terrible de los años ’70, esta acción espantosa que tuvieron los sectores del poder de todo tipo, económico, eclesiástico, militar, oligárquico para frenar toda una idea de emancipación y solidaridad que existía y que se estaba armando, entonces hicieron lo que hicieron, y esto sigue atravesando y hay que tomarlo de esa forma, con naturalidad y firmeza, por eso no se pueden cerrar ni marchas de resistencia, ni se puede decir que ya cumplimos, no, nadie cumplió, todavía faltan siglos para limpiar toda esta historia”.

En el cierre de la nota, Nicolás despidió a Julieta hasta el próximo 22 de noviembre, día en el que seguramente se volverán a encontrar en la casa que los unió, para darse un nuevo abrazo. Ya ningún asesino serial podrá decidir sobre ellos.
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