Crónicas del juicio -día 1- 9 y 40
Por contraofensiva en Crónicas del juicio
—Bien arriba, bien arriba —, dice Gustavo Molfino, sobreviviente y querellante, antes de tirar varios clik desde su cámara inquieta.
—Dale sí, bien arriba, bien arriba, jaja, más arriba che —dice por lo bajo, no tan bajo, uno de los familiares de los 9 imputados en esta causa. Otro a su lado sonríe. Ambos invirtieron largo rato de sus vidas en algún gimnasio.
Será casi la única provocación del día, más allá de algunas miradas que quedarán entre quienes las cruzaron. En el salón de los tribunales de San Martín -que este viernes volverá a rebalsar ante el veredicto por los desaparecidos de La Tablada-, no cabe nadie más. No alcanzó con la colocación de cintitas verdes en las muñecas para evitar el desborde. Hay asientos ocupados por dos personas. Si bien se dispone de una sala contigua donde pueden verse las imágenes proyectadas, todos y todas quieren estar allí. “Son 40 años de espera como para terminar en la sala de al lado”, se escucha. Suena lógico. Aún compartiendo asientos, todavía queda un montón de gente parada.
La cita era las 9, pero como la justicia siempre llega tarde, la mayoría imaginó que arrancaría a las 10. Sin embargo, los integrantes del tribunal dieron comienzo a la audiencia a las 9:40. 9 imputados, 40 años, dirá luego un asistente antes de ingresar al local de la quiniela para apostar a las tres cifras. Es seguro que, si de apuestas se trata, pocos pensaron que la jornada terminaría tan redondita para quienes querellan.
Hubo un primer intento de ingreso de los imputados que resultó fallido. Desde el fondo de la sala, una voz de mujer comenzó a gritar: “Asesinos. Genocidas. Hijos de puta”. Era una voz solitaria, que seguramente decía por el resto. Los policías que hacían de custodia volvieron rápidamente sobre sus pasos. Después de un rato, ingresan. Están tan naturalizadas las domiciliarias o directamente las libertades de los genocidas, que sorprende ver a uno con esposas. Es Marcelo Cinto Courtaux. Está alojado en la Unidad Penal 31 de Ezeiza. Fue detenido en mayo de 2017 después de haber permanecido prófugo varios años. Por eso está en cárcel común. Del resto de los imputados, uno se excusó por razones de salud, Eduardo Ascheri; otro está internado en grave estado, Carlos Blas Casuccio; desde Mar del Plata está en videoconferencia Luis Ángel Firpo; desde Tucumán se lo ve en el monitor a Alberto Daniel Sotomayor. El resto está en la sala: Roberto Dambrosi y Jorge Bano, más Raúl Muñoz y Jorge Apa, los únicos dos con condena previa por el asesinato de Ana María Martínez.
Sobre el estrado está el mismo tribunal que quizá condene el viernes al General Arrillaga, pero con una composición diferente. En el centro, el presidente, Esteban Carlos Rodríguez Eggers, se encarga de remarcar que “es el primer juicio de lesa que llevamos adelante”. A su derecha está Alejandro De Korvez. En la otra punta, quien preside el juicio de La Tablada, Matías Mancini; con apenas 35 años, es más joven que la justicia que está por llegar.
Los imputados de gran charla en un cuarto intermedio. |
La lectura de las imputaciones
La secretaria del juzgado lee la elevación a juicio de la fiscalía. Allí nombrará a cada uno de los 94 casos por los que llegan a juicio los imputados. Cada caso es una historia, una vida, muchos sueños ganados y perdidos. Por eso antes cada nombre de quienes ya no están se levantan pancartas con sus rostros, con sus nombres. Puede ser algún familiar o algún compañero o compañera dispuesta a la tarea. En la previa se levantaron todas las pancartas juntas, lo que causó emoción y alto impacto. Lo mismo ocurrirá cuando el juez requiera que cada uno de los imputados se siente en el lugar que ocuparán de aquí en más quienes vengan a dar testimonio. En esos momentos se volverán a imponer las pancartas, todas al mismo tiempo, en una imagen abrumadora.
2 a 0
Luego de la lectura, Rodríguez Eggers les pide a los y las querellantes/testigos que se retiren. En la mayoría de los juicios, quienes van a aportar luego sus testimonios no pueden presenciar otros relatos. El peligro es que los testimonios “se contaminen” al escuchar a otras personas. Pablo Llonto, abogado de la querella privada mayoritaria, toma la palabra para realizar un planteo. Le pide al tribunal que, en tanto querellantes, quienes serán testigos puedan permanecer en la sala: “Atento a los años que han pasado, a que los testimonios ya fueron realizados en instrucción, y a que necesitamos tenerlos cerca por cualquier consulta que podamos hacerles, le solicitamos al tribunal que puedan permanecer en la sala”. Acompañan todas las querellas (son cinco en total, si sumamos otra privada, la de las Secretarías de Derechos Humanos de Nación y Provincia de Buenos Aires, y la de Abuelas de Plaza de Mayo). Se desata un debate técnico que, por supuesto, también es político. Respalda el pedido la fiscal Gabriela Sosti, que demuestra su experiencia en causas de lesa humanidad en cada uno de sus argumentos. Las defensas se oponen. El tribunal abandona la sala para definir su posición, y a su retorno, no más de 10 minutos después, ratifica que podrán quedarse. Algunos ya habían tomado sus bolsos y están cerca de la puerta para retirarse, pero vuelven a tomar asiento.
Tras esa primera victoria de las partes querellantes, el defensor oficial, que atiende a la mayor parte de los imputados, salvo a dos que tienen abogados privados, pide que sus asistidos no tengan que estar presentes en las audiencias “por la avanzada edad y los problemas de salud”. También actúan en bloque. Para enfrentar argumentos, Sosti se endurece: “Es una agresión al proceso de justicia. Sería convalidar un privilegio con respecto a los juicios comunes. Es cierto que asistimos habitualmente a juicios donde los imputados no están. Pero no debemos naturalizar eso”. El tribunal vuelve a salir y retorna con otra mala noticia para la defensa. Los imputados deberán presentarse a las audiencias y, en todo caso, si hubiera alguna razón de salud que se los impidiera, con la justificación pertinente, la ausencia será aceptada. Suena a sentido común, pero el derecho no siempre tiene ese sonido.
Cerca de las 14:30 termina la audiencia. En la salida, se escucha un canto recurrente: “Oleolé, oleolá, oleolé, oleolá, como a los nazis, les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”. Vuelven los abrazos. Los llantos contenidos. El juicio por la represión a la Contraofensiva de Montoneros está en marcha. Será más de un año de debate seguramente. Parece lejano el final, pero en la larga línea de tiempo en la búsqueda de Memoria Verdad y Justicia, está ahí, al alcance de la mano.