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Escrito por el julio 6, 2020


En un repaso por últimos hechos durante la pandemia de COVID-19, puede verse como los sectores más reaccionarios de la población se van encontrando en la búsqueda de un enemigo en común, que puede ir desde el comunismo al peronismo sin escalas, o incluso juntándolos en una realidad paralela. (Por Paulo Giacobbe para La Retaguardia)

✏ Redacción: Paulo Giacobbe  
💻 Edición: Pedro Ramírez Otero

📷 Foto de portada: Gustavo Molfino

La advertencia está hecha: esta historia continuará. Y para colmo no comienza desde acá tampoco. Esto es como las revistas de historietas de antes, que venían seis o siete en un solo número y entonces ligabas algún principio, algún final y muchas partes del medio. Era una estrategia para engancharte y que compres el número siguiente. Si te gustaba una historia, salía publicada en varios números y entonces comprabas varias revistas. Pero seguro te gustaba otra de esos nuevos números, que saldría publicada completa en varios números y… el Moebius comercial se había activado sobre tu ansiedad. Este escrito no trata de eso, para nada. Solo habla de cacerolazos y otros ruidos, pero continuará…
Lo innombrable. El terror que no se puede describir. Los escritos de H.P. Lovecraft nos afiebran en sueños y no distinguimos con certeza lo real de lo imposible. El terror nos aborda de distinta manera. Distintas personas al leer el mismo texto son visitadas por distintas monstruosidades. Lo mismo pasa con la propaganda de los medios de comunicación. El mensaje de muerte y terror nos llega de diferentes maneras.
La liberación masiva de presos, especialmente violadores y asesinos, nunca fue real. Pero eso  no importa. Un cacerolazo sacudió la rutina de este chicle de aislamiento y pandemia, contra lo que, sin dudas, parecía ser un plan maestro ideado por algún villano de comics. Liberar a todos los presos de todas las cárceles al mismo tiempo. El gobierno estaba atrás de tal acto y merecía ser aleccionado ruidosa y furiosamente desde los balcones. Imposible medirlo, acreditarlo o hasta afirmarlo, pero me pareció percibir un odio pantanoso en el ritmo que marcaban.

Un hilo

El 29 de abril por la tarde, el presidente Alberto Fernández escribía en su cuenta de Twitter: “Es conocida mi oposición a ejercer la facultad del indulto. Digo esto en momentos en que una campaña mediática se desata acusando al Gobierno que presido de querer favorecer la libertad de quienes han sido condenados”. Él se refirió a las recomendaciones de organismos internacionales y el riesgo de contagio en lugares de hacinamiento, como las cárceles argentinas. Aclaró que otorgar libertades es una decisión que toman los jueces, para luego subrayar: “Formulo estas aclaraciones tan solo ante la malintencionada campaña que se ha desatado en redes y medios de comunicación induciendo a hacer creer a la ciudadanía que el Gobierno prepara una salida masiva de gente detenida en virtud de procesos penales”.
El cacerolazo o ruidazo contra la libertad masiva de presos —especialmente asesinos, violadores y, en menor medida, narcos— era para el día siguiente. Los medios tradicionales de siempre y las redes sociales, cada cual a su estilo, eran convocantes. El 28 de abril, Clarín nos decía que “Alberto Fernández avaló la prisión domiciliaria para presos comunes”.  Un título de un medio, no el único, que por esos días informó similar.
Cárceles y comisarías están pobladas por acusados sin condena, se violan los derechos humanos con frecuencia y los asesinos, violadores y narcos son la minoría. Eso no importa. El tema mueve una fibra insensible de la sociedad y esa fue la primera manifestación de esta serie a favor de la propiedad privada.
Algunos de los genocidas que cometieron toda clase de crímenes fueron beneficiados con prisiones domiciliarias aunque sus condiciones no son de hacinamiento y gozan de todas las garantías que de manera sistemática negaron a sus víctimas. Para los editoriales del diario La Nación siempre fueron presos políticos. Eso no preocupa.
Paralelamente, desde los medios habían comenzado su campaña anticuarentena. El 21 de abril, Eduardo Feinmann declaró que Alberto Fernández “está enamorado de la cuarentena obligatoria porque sabe que tiene todo el poder en sus manos”. De este modo, entraba en juego la libertad que perdíamos por estar encerrados. Además, la continuidad de la cuarentena dependía de los consejos médicos.
Atrás, muy atrás en el tiempo, quedó ese histórico día donde todos los diarios apoyaron al gobierno y salieron con la misma tapa de fondo celestón: “Al virus lo frenamos entre todos. Viralicemos la responsabilidad”. Esa amistad, sellada con solemnidad al comienzo de la cuarentena, se quebró sin demasiado trámite y no parece ser por una masiva libertad de presos que nunca estuvo en mente, sino más bien por motivos económicos. Terminar con la cuarentena por la pérdida que supone para algunas empresas pujantes, no despachar un impuesto a las grandes fortunas y la negociación por la reestructuración de la deuda, eran la danza en ese momento. Ahora se le suma una red de espías ilegales y el anuncio de intervención a la empresa agroexportadora Vicentín, con la correspondiente Comisión Bicameral para investigar la última deuda con el Banco Nación.
Entonces llegó la tercera convocatoria a un cacerolazo desde el comienzo de la cuarentena, con consignas varias, aunque la predominante era manifestarse contra el comunismo. Una autoproclamada ‘revolución de los barbijos’ proponía salir a la calle el 7 de mayo manteniendo la distancia y, superlógico, con barbijos.

La peste comunista

“Se está librando un batalla colosal entre las fuerzas que intentamos modificar el rumbo de la Argentina hacia una sociedad más libre, igualitaria, con más derechos y con la vieja derecha que, desplazada del gobierno a finales del año pasado, se permite una y otra vez lanzar ofensivas” dijo a La Retaguardia José Schulman, integrante de la Liga Argentina por Los Derechos Humanos, acerca de la convocatoria contra el comunismo.
Cuando desde algunos medios analizaban la llegada de médicos cubanos y decían que se trataba de espías disfrazados, uno no podía suponer que alguien se lo tomara en serio. No hay forma de entender esa lógica. El gobierno los trae, pero no les entrega la información o lo que sea que necesiten espiar, los disfraza de médicos y los suelta en la Provincia Comunista de Buenos Aires. ¿Se podría decir que no les da el pescado y que les enseña a pescar? Tranquilamente podría haberles mandando la información por Wetransfer, pero no. Los hace laburar. Por la dudas, no es esta la red de espías ilegales que está investigando la justicia.
El jueves 7 de mayo por la noche, cuando ya se veía que la cosa venía medio pinchada, TN desde el zócalo intentaba sumar diciendo que el cacerolazo era contra la libertad de los presos. Mostraba pantalla partida de dos balcones de Caballito donde, a furia intacta, se metía ruido inoxidable por la libertad y la democracia.
Schulman explicó que el anticomunismo tiene su raíz histórica desde la mal llamada campaña del desierto hasta nuestros días. “El anticomunismo ha sido el discurso principal de la derecha. Para la derecha argentina, los comunistas nunca fueron solo los integrantes de uno u otro partido, se denominaran partido comunista o no. Los militares decían que había comunistas en el partido justicialista, en el radical, en el comunista, en la iglesia y aun que había comunistas que no sabían que eran comunistas. Ahora al lanzar de nuevo la ofensiva anticomunista, la derecha no solo procura descalificar cualquier intento de igualdad de lucha por la justicia social, sino que sabe que el prejuicio anticomunista es tan poderoso en la Argentina que paraliza a amplios sectores progresistas que temen ser acusados de comunistas. Por lo tanto, no hay nada más inteligente para el movimiento popular que entender que las campañas anticomunistas no son contra un grupo, un partido o una corriente, sino que el anticomunismo ha sido siempre el discurso de justificación contra el movimiento popular”, analizó el integrante de la Liga Argentina.
Ese mismo jueves anticomunista, en Almagro,  ocurrió un hecho fachistoide. Aparecieron tachados dos murales y arruinaron baldosas por la memoria que recuerdan a las compañeras y compañeros detenidos desaparecidos de ese barrio. Alguien que no firmó sus vivas a Videla se sintió identificado y envalentonado con la convocatoria propuesta por la revolución de los barbijos.

La dictadura

El 18 de mayo, Marcelo Longobardi en su programa en Radio Mitre nos advertía que estábamos viviendo una “infectocracia” que nos iba a “volver locos”. En la misma radio, a los pocos días, Pablo Rossi tomaba el término y culpaba a políticos y expertos de establecer “un régimen sanitario”. Para fines de mayo, la infectocracia se agravó y se convirtió en infectadura. “La democracia está en peligro. Posiblemente como no lo estuvo desde 1983”, escribió en una carta un grupo minoritario de personalidades famosas y de la política, intelectuales, periodistas, científicos, científicas, ciudadanos y ciudadanas. Con ingenio, acuñaron el término “infectadura” para definir a la cuarentena. La carta fue presentada desde los titulares de los diarios como una “dura crítica” a la extensión del aislamiento.
Franco Rinaldi, consultor aeronáutico, dice ser el autor de las palabras infectadura e infectocracia. Lo reveló el 3 de junio en una entrevista al Diario Perfil, donde consideró que “la cuarentena es una forma de organización social que destruye la sociedad tal cual la conocemos”. Sandra Pitta, investigadora del Conicet y firmante de la carta, que en 2019 afirmó que la etapa de mayor inversión pública en ciencia fue “durante el proceso”, le dijo a Alfredo Leuco que “la palabra infectadura apareció en las redes varias veces” y que cuando elaboraron la carta la usaron. En otra entrevista a TN, la investigadora dijo que hay un relato en torno a una pandemia cierta que está llevando a pérdidas de libertades.
Luis Brandoni, otro de los firmantes, ya nos había advertido que la democracia estaba en peligro, antes de que su partido perdiera las elecciones de 2019: “Si no hay fraude ganamos en primera vuelta”. Miguel Ángel Pichetto, candidato a vicepresidente, aseguraba que las escuelas de la provincia de Buenos Aires donde se realizaban los comicios estaban tomadas por La Cámpora y que Axel Kicillof era comunista. Desde el terraplanismo a esta parte, toda teoría es válida.
El negacionista de la última dictadura —también firmante de la carta—, Darío Lopérfido escribió el 7 de junio en Infobae: “El oficialismo cree que tiene el patrimonio de lo que se puede decir y lo que no. Una concepción autoritaria (…) El problema es que muchos ciudadanos adoramos la libertad y creemos que se puede opinar de lo que se nos dé la gana. Un grupo cree que se puede hablar sólo de lo que ellos disponen y otros creemos en la libertad de expresión. Es una consecuencia más de ‘la grieta’, que me parece cada vez mejor que exista. Los honestos de un lado y los corruptos del otro. Los violentos de un lado y los no violentos del otro. Los que odian la libertad de un lado y que los defendemos la libertad del otro”.
Así queda al descubierto la apuesta a la grieta. En esta oportunidad, en nombre de una serie de valores que el Capitán América dice representar.
El 23 de mayo ocurrió lo inevitable,  Susana Giménez abandonó el país. “Ya había hecho más de sesenta días y me pareció que estaba bien”, consideró en referencia a la cuarentena. “La gente no puede estar encerrada ochenta días, es una cosa ridícula”, le dijo la diva desde Uruguay a Luis Novaresio para A24. Luego consideró exagerada la mortalidad del virus y buena la actuación del presidente al principio, pero que en ese momento estaba “pasado y muy presionado por La Cámpora”. Así nomás. Esa idea de que el presidente Alberto Fernández no toma decisiones será instalada con total normalidad, con variantes en cuanto a quien ejerce el poder, desde múltiples espacios.
Joaquín Morales Solá, quien fue fotografiado en 1975 junto al represor Acdel Vilas a las puertas de un centro clandestino de detención en Tucumán, y desde junio es presidente de la Academia Nacional de Periodismo, coincide con Susana: “El presidente de los últimos días es distinto del que una mayoría social votó en octubre pasado. Un presidente más influenciado ahora, en efecto, de lo que estaba antes por la ideología y las prácticas del cristinismo”, escribió el periodista el 20 de junio.
Jorge Lanata se suma a la cruzada desde el Trece, el 31 de mayo. En su monólogo inicial se quejó: “Estoy harto que me digan quédate en casa”. Y, rápido para los números, se burló de la extensión de la cuarentena porque a su criterio se trata de la más larga del mundo. Para mediados de junio realizará en el programa de Alfredo Leuco una fuerte denuncia. Los trolls K apoyan un programa de pastelería que pasan por Telefé a la misma hora que su programa. La conclusión es obvia: “Volvieron peores. Volvió la sensación del ‘es ahora o nunca’”.

Contagiarse en el Obelisco

En mayo comenzó a circular por las redes una serie de convocatorias anónimas al Obelisco con consignas amplias. El 25 de mayo advertían que “la república está en peligro” y por eso la ciudadanía dice “basta”. En una larga demanda de cosas pedían desde sesiones del congreso de manera presencial hasta el genérico ‘basta de impunidad’. Para el 30 de mayo, la propuesta era por una “cuarentena inteligente, libertad para trabajar y movilizarse, no al Estado totalitario, vení a marchar por la libertad” y convocaban a “pymes y comerciantes afectados”. Para el 6 de junio, Infobae nos cuenta que ahora se trata de un Argentinazo y se reclama el fin de la cuarentena: “No queremos ser Venezuela”, sentencian.
En dos de esas marchas, una persona exigía ver autopsias en televisión. La consigna es válida y debería ser atendida. La oferta que ofrecen los canales de aire no contempla programas de medicina. Puede resultar un estímulo para transformar a los televidentes en futuros médicos, a riesgo de convertirnos en Cuba.
Distinto es el caso de otro manifestante que pide que se consulte sobre el COVID-19 a la médica Chinda Brandolino. Según el sitio Chequeado, la simpática Chinda llamó a votar al Frente Patriótico, el partido nazi liderado por Alejandro Biondini, y en 2015 que “en el Congreso Internacional Identitario se la ve llamando a Adolf Hitler como ‘Führer’”. También es frecuente entrevistada del canal Toda La Verdad Primero, que dirige Juan Manuel Soaje Pinto y que se asocia con posturas de ultraderecha. Brandolini es antivacunas y se opone a la Ley de interrupción Legal del Embarazo. “Para 2019, intentó sin éxito ser precandidata a Presidente por Unite, el mismo frente por el que Amalia Granata se convirtió en diputada provincial en Santa Fe con una agenda centrada en el rechazo al aborto”, señala Chequeado.
Detenerse en la batería de locuras planteadas en el Obelisco demandaría una energía interplanetaria. Sería como ponerse a discutir con Mirtha Legrand si el cuerpo de Néstor Kirchner estaba o no estaba en el cajón el día de su velatorio en la Casa Rosada. Algo que la señora de los almuerzos planteó en su momento en televisión, sin ningún escrúpulo, frente a su plato de comida.
El odio parecería sumar. Los discursos de los manifestantes fueron mutando. Al principio desconocían el virus pero después existía, el problema era el modo de administrar la cuarentena. Es importante resaltar que las distintas convocatorias mantuvieron la consigna anticomunista enarbolada desde el principio, que se amplió al antivenezualismo. Poco a poco las consignas relativas a la crisis económica y la pandemia se van dejando de lado y ganan espacio las consignas más reaccionarias, como se verá en la marcha del Día de la Bandera.

Todos somos Vicentín

El zócalo de TN dice que es una marcha en defensa de Vicentín. El de C5N dice que es una marcha anticuarentena. Lo cierto es que por las redes se difundió como un “Banderazo por La República”. En algunos casos era abrazo o caravana, en otros incluían “por las instituciones” y “por la división de poderes”. Todas las convocatorias tenían la leyenda “No a la expropiación”.  Algunas sumaban la defensa a la propiedad privada. El diario La Nación se ocupó de difundir la lista de lugares en todo el país y los  horarios de lo que definió como un “Banderazo Nacional”.

La ex ministra de seguridad y actual presidenta del PRO, Patricia Bullrich, el 20 de junio subió a Twitter un video donde decía: “Estamos viviendo momentos difíciles. Donde nuestra patria, lo que hemos construido, nuestra propiedad, nuestra cultura, está en una situación de… algún riesgo”. Hablaba mientras colgaba una bandera argentina en un balcón en memoria de Manuel Belgrano. “Por eso quiero unirme con esta bandera en este momento, para que todos los argentinos sientan que la tenemos que defender, tenemos que defender nuestra libertad, nuestra constitución”. Incluso pasados 200 años podemos imaginar qué hubiese comentado nuestro prócer.
En las entrevistas de la marcha hubo de todo: quienes estaban por Vicentín y a quienes no les interesaba. Quienes no son anticuarentena pero quieren que termine el aislamiento, y quienes dicen que el virus no es tan poderoso. Quienes sugieren curas inexistentes, y al menos un mensajero que habló del anticristo y escribió en el piso que “la quimio mata”. Parte de la propaganda que los medios escupen se vieron reproducidas en carteles caseros. Las lógicas que desde esas tribunas proponen tienen destinatario desde el otro lado, nada nuevo. Volvió el “Nos gobiernan los Montoneros”, el “Sí se puede” y “La Rebelión de los mansos”. Pedían democracia y no comunismo. Menos impuestos y más libertad. Por la vida y contra la corrupción. La lista, nuevamente, es infinita. En la tierra de la empresa agroexportadora, una bandera enorme y celeste tenía escrito “Propiedad Privada” en letras blancas.
En la Plaza de Mayo los pañuelos de las Madres fueron tachados y pintados con esvásticas y simbología nazi. Sería injusto decir que todas las personas nombradas en esta nota o los habitué a banderazos avalan esa acción. Hubo quienes no mostraron abierta simpatía por la última dictadura genocida.

Precuela

El 19 de marzo de 2020, Alberto Fernández decretaba que al terminar el día comenzaría la cuarentena por quince días. Que luego, como podíamos imaginar en ese mismo momento y ahora sabemos, serían más. Hacía poco había finalizado lo que desde algunos medios definían como “paro del campo”. La disputa con el gobierno era por un asunto menor de retenciones. La movida campestre quedó medio aguada, pero se pudo ver el comienzo de una guerra que será prolongada y tendrá a un sector del periodismo ejerciendo su pantalla en consonancia.
Con la llegada de la pandemia y las medidas de aislamiento, esos primeros arranques quedaron lejanos en el tiempo. Para fines de marzo, y cuando todos los medios coincidían en que la imagen del presidente era muy positiva, ocurrió un cacerolazo, el primero contra el gobierno. La consigna era para que todos los políticos se bajen los sueldos. También ocurrieron otros cacerolazos como ecos lejanos, varias juntadas medio peladitas al Obelisco y la última, un poco más nutrida y con alcance nacional. La cantidad de asistentes a la próxima movida, que se descuenta existirá, va a depender del grado de circulación del virus. El recrudecimiento de las convocatorias se da cuando los contagios van en aumento y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es la zona del país con mayor número de casos.
Las escenas y consignas vistas en las manifestaciones no distan mucho de otras escenas y consignas vistas antes del 2015. El acto de despedida de Mauricio Macri en la Plaza de Mayo permitía vislumbrar que la derecha continuaría movilizándose. “Esto recién empieza”, dijo el ex presidente ese día que fue llevado en andas.
Si de las últimas marchas quitamos todas las declaraciones relacionadas al virus y los tapabocas de las fotos, el resultado nos resultará familiar. Como si ya hubiéramos visto esa historieta.

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