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La Retaguardia

La historia que inició la investigación sobre el Regimiento de Patricios como centro clandestino

Por LR oficial en Derechos Humanos, Lesa Humanidad

El juez Daniel Rafecas detuvo en las últimas semanas a 8 militares por secuestros y torturas ocurridas durante el último genocidio en el Regimiento del Ejército en pleno Buenos Aires. Aquí la historia de la mujer cuyo testimonio dio pie a la apertura de la causa.

Redacción: Ailín Bullentini
Edición: Fernando Tebele

Un buen día, ocho años atrás, decidió que ya era tiempo de ponerle fin al silencio, que “por más pequeño que fuera” aportaría un “granito de arena al Nunca Más”. Lo que nunca imaginó esta sobreviviente de la última dictadura cívico militar eclesiástica fue que su testimonio, que en un principio fueron un puñado de “recuerdos muy fragmentados”, sería el primer ladrillo de la estructura que permitió convertir el funcionamiento de un centro clandestino en el Regimiento de Infantería N°1 de Patricios en causa judicial. Ocho años después de su testimonio, el primero en el expediente, el juez federal Daniel Rafecas indagó a ocho militares retirados que en aquellos años de terror fueron jefes del Regimiento, la institución militar con asiento en pleno barrio porteño de Palermo que supo ser sede del Comando del Primer Cuerpo del Ejército, por el secuestro y las torturas de la denunciante y de por lo menos otras 90 personas, muchas de ellas permanecen desaparecidas. Casi todos los indagados quedaron detenidos en sus casas y se espera que sean procesados antes de fin de año.

Esta mujer, que prefiere conservar su anonimato, fue secuestrada cuando tenía 16 años, n abril de 1976. Fueron quince días, tan solo, que cambiaron su vida “para siempre”: dejó el secundario, amigos, barrio, militancia. Por miedo, no aportó su vivencia a la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. ”Recién regresaba la democracia, pero ¿quién nos aseguraba que no vendría una dictadura de nuevo? ¿Una dictadura con toda esa información en sus manos? No”, recordó ante La Retaguardia Por “desconfianza en el aparato del Estado” mantuvo aquellos recuerdos “fragmentados y escondidos” dentro suyo hasta 2014, cuando decidió que ya era hora.

“Primero, porque después de mucho esfuerzo pude correrme del lugar de víctima para posicionarme en el de sobreviviente. Pero, además, el menor de mis hijos ya era más grande de lo que yo cuando pasó todo aquello, y también sentí que era hora de intentar que la Justicia repare, de aportar lo mío, de comenzar a sacar afuera lo que me había pasado para aportar a que las nuevas generaciones puedan vivir en un lugar mejor”, contó a La Retaguardia en relación al cautiverio que transitó durante cuatro días en el sótano de uno de los edificios emplazados en el gran predio que el Ejército aún ocupa entre las avenidas Bullrich, Dorrego, Campos y Santa Fe, en Palermo. Los resultados comenzaron a aparecer unos años después.

La cúpula del “Patricios”

Entre octubre y los primeros días de noviembre, Rafecas detuvo y concretó la indagatoria de ocho militares retirados que ocuparon cargos jerárquicos en diferentes áreas del Regimiento de Infantería 1 de Patricios entre 1976 y 1980, en plena dictadura. Jorge Farinella fue oficial de Personal; Ramón Vega integró el área de Inteligencia de la Plana Mayor; Carlos Urqueta fue jefe de inteligencia durante 1977 y Héctor Mónaco lo sucedió hasta 1980; Héctor Ranfagni fue oficial de Operaciones; Miguel Ángel Ciruzzi, de Logística al igual que Alfonso Reuther; Hugo López, por último, fue jefe del Sector Finanzas.

Hasta entonces, ninguno había sido vinculado a los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura. Rafecas los indagó y ordenó su arresto domiciliario preventivo –a excepción de Ciruzzi, a quien mandó a analizar previamente– hasta definir sus procesamientos por considerarlos partícipes necesarios de privaciones ilegales de la libertad llevadas a cabo en lo que fuera el Área II de Capital Federal –sobre el que el Regimiento “Patricios” tenía injerencia– así como de los cautiverios que tuvieron lugar en el predio, que podría ser considerado como un centro clandestino.

De los elementos que figuran en el expediente –testimonios y datos de víctimas que integran la extensísima investigación judicial sobre los crímenes del Primer Cuerpo del Ejército durante el último genocidio– se puede inferir que el “Patricios” no fue un lugar de permanencia larga para las víctimas que los genocidas hicieron pasar por allí; así como también que no fue un solo lugar utilizado para los cautiverios, que cambió con los años.

Por allí pasaron, según calculan en el Juzgado de Rafecas, unas 96 personas. entre ellas, Carmen Lapacó y su hija Alejandra, que luego fue llevada al Club Atlético; Cristina Navajas y Alicia D’ambra, embarazadas que luego fueron llevadas a Pozo de Banfield. Integrantes del grupo empresario Chavanne. Daniel Cabezas y Nora Hilb, parte de la Contraofensiva de Montoneros.

Javier Bedne y su familia saben que su hermano desapareció en el Regimiento. Darío Bedne tenía 20 años, militaba en la Juventud Peronista y estaba haciendo la colimba en el Patricios. El 20 de julio de 1976, Javier lo despertó, Darío se cambió y se fue al regimiento. De allí, a mitad de aquella mañana, llamaron a su madre para avisarle que el joven no había llegado. A la tarde, su padre se acercó al predio para averiguar. “Lo recibió en la puerta un soldado que mi viejo reconoció de ser compañero de club de Darío, en el Hebraica, y que le dijo que Darío había entrado al Regimiento”, reconstruyó Bedne. Su papá sigue averiguando y entonces un teniente, de apellido Ferrero, “a quien Darío siempre mencionaba como un tipo que lo hostigaba por ser judío”, se lo negó.

La familia Bedne denunció la desaparición de Darío ante la Conadep. Desde el juzgado de Rafecas, muchos años después, intentaron revisar el libro de ingresos al Regimiento de aquel 20 de julio. “Le respondieron que se había incinerado”, contó Javier.

“Yo estuve ahí”

Durante muchos años, la primera denunciante del Regimiento “Patricios” no supo adónde había sido torturada. Tenía retazos de aquellos días que pasó “congelada” y no por una cuestión de baja temperatura, en medio del cautiverio clandestino al que fue sometida en abril de 1976: los pies húmedos, un par de escalones hacia arriba, un piso “clarito, color arena, como de mármol”, una escalera “hacia la derecha, angosta, como de caracol, de piso de cemento”, veintitrés pasos desde el lugar en donde la dejaron parada en aquel sótano hasta el lugar en donde la mojaron toda antes de pasar por la picana.

Todas esas piezas sueltas encastraron “a la perfección” con el subsuelo del edificio que hoy es sede de la Inspectoría General del Ejército y que en la época genocida fue el Hospital Maldonado, durante la inspección ocular de la que participó la sobreviviente a fines de septiembre pasado. De esa inspección participaron otros y otras sobrevivientes, que permanecieron secuestrados en otros lugares del predio.

Aquella adolescente “vital, entusiasmada con buscar la felicidad del pueblo”, que militaba en La Fede (Federación JuvenilfComunista-FJC), fue detenida en la puerta de la fábrica “Wash & Wear” el 30 de abril de 1976, adónde había ido, con compañeros de militancia, a repartir “unos volantitos que felicitaban a los trabajadores por todas las conquistas obtenidas y sugerían que no se rindan nunca, eso era todo”. Entonces, aparecieron un “montón de patrulleros, policías que salieron de la fábrica”. Los subieron a un patrullero y los llevaron a la comisaría 9ª.

“Yo tenía en la billetera una foto carnet de quien entonces era mi novio. Para preservarlo, en el momento de entregar todo lo que teníamos, me la comí”, contó la sobreviviente sobre el episodio que, cree, cambió su suerte. Los policías pensaron que se había tragado una pastilla de cianuro, la golpearon, la “acusaron de montonera”. La encerraron en una celda de aislamiento. Un día, la hicieron ir a la oficina del comisario. “Ahí apareció un militar vestido de traje color beige oscurito que me tiró un montón de libretitas verdes de DNI y me ordenó que dijera cuál de todos era mi jefe. Yo no conocía a nadie. ‘No soy montonera y no conozco a estas personas’”, recuerda que le respondió.

–Vamos a ver si hablás ahora– le respondió el milico.

La encapucharon, la subieron a un auto con dos tipos, uno a cada lado suyo en el asiento de atrás, y otro que manejaba. Ella preguntó adónde la llevaban; uno de ellos le contestó: “A cantar y a bailar”. “Yo había escuchado relatos de personas a las que habían secuestrado y que les decían que corran y les disparaban. Yo estaba convencida de que me iban a matar”, relató.

No puede determinar cuánto tiempo duró el recorrido. A partir de que la bajaron, registró imágenes y sensaciones: los pies húmedos de pisar pasto, el piso clarito, la escalera del ancho de sus brazos estirados, los escalones grises, el chorro de agua de una especie de ducha sin flor, el frío metálico de la “camilla o mesa” donde la acostaron, el dolor de la corriente eléctrica pasando por su cuerpo. Y algunos dichos de sus captores, de quienes recuerda tres voces pero no podría reconocerlos por foto: “Si no querés cantar, vas a bailar”, cuando la torturaron, o el “Llevate a esta pendeja de mierda que no sirve para nada”, antes de que la liberaran.

La sobreviviente tampoco tiene registro de haber compartido cautiverio con alguien más, pero sí recuerda que, en algún momento de los cuatro días que pasó allí, alguien le acercó un vaso con agua. “Una mano temblorosa agarró la mía y me puso en ella un vaso con agua. Yo no atiné ni siquiera a preguntarle nada. Quedé congelada desde la tortura, solo sentía dolor”, contó.

Sin embargo, siempre supuso que “no podía ser la única” que hubiera pasado por ahí. “Si yo no era nadie, no podía ser”, concluyó. No supo dónde había estado hasta que logró acomodar las marcas en su memoria y de su cuerpo con la ayuda del abogado que la representa en su querella, Pablo Llonto. En 2014 radicó su primera denuncia en el Juzgado Federal N°3. Luego sumó su testimonio al registro de la Secretaría de Derechos Humanos. Si bien los militares indagados hace algunas semanas no tienen vínculo directo con los crímenes que sufrió, cree que hay una grieta por donde se cuela la Justicia allí para ella y el resto. “Ahora a esperar el juicio. Todavía espero que alguien haya visto algo vinculado con mis días allí, que alguien pueda identificar a quien me encerró y torturó”, completó.