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“Tengo grabado en mi memoria muchos de los gritos de mis compañeros”

Escrito por el enero 3, 2023


Lo dijo el sobreviviente Daniel Ricardo Mercogliano en la audiencia 14 del juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito de los ex Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”.

Redacción: Camila Cataneo (La Retaguardia)/Alejandro Volkind (Radio Presente)
Edición: Pedro Ramírez Otero (La Retaguardia)
Foto de portada: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia

Su relato fue crudo y duró aproximadamente dos horas. En ese tiempo dio información tanto de las diferentes torturas que se llevaban dentro de los centros clandestinos, como también violaciones a las mujeres que estaban en cautiverio. Contó cómo era aquel lugar donde estuvo encerrado, cuál era el trato de los represores. Recuperó escenas como el momento previo a uno de los Vuelos de la Muerte.

Daniel Ricardo Mercogliano fue secuestrado el 19 de abril de 1977 y liberado el 6 de julio de ese mismo año. Estuvo en cautiverio en el Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio Puente 12, el Club Atletico, y luego fue trasladado a la Brigada de Investigaciones de Resistencia, Chaco y al Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa.

Ese día llegó a la casa de su padres y un grupo de personas que portaban armas largas lo estaban esperando adentro. “Siento que la puerta estaba abierta, cosa que no me preocupó porque normalmente mi madre nos esperaba cuando llegábamos tarde”, relató Mercogliano. Al ingresar prendió la luz y alguien le puso algo en la cabeza. Comenzaron a golpearlo, luego lo esposaron y le empezaron a preguntar por su nombre de guerra y la organización de la que formaba parte. El sobreviviente se negó a responder. En ese momento, lo semidesnudaron y le pasaron un cuchillo por la garganta hasta los genitales. “Simularon que me iban a castrar”, comentó Daniel.

Mucho tiempo después se enteró que su abuela estaba encerrada en el baño de plata baja y sus padres y hermanos junto a su cuñada y un sobrino de tres años estaban atados y amordazados en un dormitorio. También supo que minutos antes de que llegara a la vivienda, su hermano ingresó a la casa cuando regresaba de la facultad y comenzaron a dispararle, pero logró sobrevivir. Es el día de hoy que la escalera y los muebles de esa casa tienen las perforaciones.

Luego de la golpiza que le dieron en el interior de la vivienda lo subieron a un Fiat 128. “Me sientan atrás con un tipo grandote y me hacen recostar en el asiento. Fue un viaje de aproximadamente 30 o 40 minutos”, dijo. Al llegar al Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio Puente 12, lo metieron en una celda que “era totalmente ciega, sin iluminación ni ventilación. Estaba completamente sucio y había sangre”. Esa noche se quedó en vela pero al día siguiente fue anotando los movimientos del techo.

Al otro día lo torturaron durante muchas horas con la picana eléctrica, le preguntaban qué estaba haciendo en el aeropuerto de Formosa el 5 de octubre de 1975. “Yo en ese momento no tenía militancia política (…) ahí la dictadura mostró su verdadera cara”, dijo en referencia a la tortura. Daniel manifestó que en ese momento “no podía concebir que un ser humano pudiera hacer eso”.

“Cuando llegué a la celda, una chica me dijo que no tome agua por 24 horas porque si no me iba a morir. Me pasó un trapito húmedo por las muñecas y por los tobillos para tratar de calmarme”, expresó Daniel sobre los momentos posteriores a la primera vez que lo torturaron. Y continuó: “Cada vez que escuchaba que se abría el cerrojo de las celdas temblaba porque tenía miedo de que me lleven de vuelta a la sala de tortura”.

Su relato siguió: “Éramos tantos que nos ponían de a dos. A mí me toca con un compañero que después supe que se llamaba Eduardo Pena. En un momento se quedó dormido y empezó a hablar. Él pedía que su mamá atendiera el teléfono y yo, a modo de consuelo, le digo: ‘Espera, espera, que ya te va a atender’. De repente alguien me levanta de los pelos y me tira contra una pared y me golpea, me sube como a una tarima o un escalón y me hace tomar una posición, donde tenía que apoyar la punta de los dedos sobre la pared en un ángulo de 45 grados. Ahí me comenzaron a pegar en la espalda, en el pecho y en todo el cuerpo. Se me acalambraban las piernas y me caía. Cada vez que me movía me pegaban”. Tiempo después se enteró de que era una práctica habitual de un represor llamado “Kung fu”.

El certificado que expidió el regimiento de Formosa para que pudiera regresar a Buenos Aires.

“Allí dentro, todos los privados de la libertad estábamos en total indefensión general. No había posibilidad de nada. Estaba todo el mundo maniatado y engrillado. Todos la pasábamos mal. Las mujeres y los judios la pasaban peor. Ni hablar si éramos mujer y judía”, manifestó Daniel.

El 2 de mayo sacaron a todos de la Leonera y los sentaron en un patio interno. Allí les dijeron que los iban a meter en los tubos. “Mi celda era la 22 y tenía los camastros separados”, contó. Su compañero se llamaba Alberto Tomas Aguirre era correntino y militaba en la Juventud Peronista.

“Días y noches escuchando constantemente gritos, llantos, golpes, obscenidades. Hoy tengo grabado muchos de esos gritos. Había compañeros sometidos a trabajo esclavo”, contó Daniel y mencionó a Laura Perez Rey, una compañera que lo atendía en la enfermería. Ella estaba en cautiverio y la hacían trabajar de manera esclava. En ese entonces la conoció como “Soledad”, que era su nombre de guerra. Recuerda a Ofelia Alicia Cassano y a Elizabeth Kasselman, entre las secuestradas que lo cuidaron luego de la tortura.

Tercerizar la violencia

El sobreviviente recuerda que una noche lo llevaron a las celdas y en ese momento se encontraba hablando con una compañera que se llamaba Maria Ines Lopez Gomez y le decían “la Negrita”. Su celda daba a un pasillo y ella siempre estaba en penumbras para que no la vieran. Daniel relató: “Comencé a escuchar ruidos de un zapato de mala calidad y me resguarde para que no me vieran dentro de la celda. Entró un hombre mas o menos de mi estatura, con el pelo canoso, zapatos negros, pantalon gris, con un pulover sin mangas. Él se acercó a la ventana de la Negrita, ahí escucho que ella le gritó: ‘Ya le dije al Teco, me dijo que si me volvías a violar se lo dijera’”. Mercogliano manifestó que siempre el lugar de las celdas estaba completamente en silencio y que la Negrita buscó que todos se enteraran de la situación. En ese momento escuchó al hombre decir: “Levantale el vestido. Levantale la bombacha, metele la lengua más adentro”. Daniel se quebró mientras contaba lo que él escuchaba de su celda cuando violaron a su compañera. La orden del genocida fue para otra prisionera: Rita Lamaison, “La Gorda Vicky”. Tiempo después logró reconocer a partir de una foto quién era ese represor que sometió a ambas a abuso sexual. Se llamaba Samuel Miara y fue el apropiador de los mellizos Reggiardo/Tolosa.

Daniel habló sobre la noche que lo llevaron al baño y, con el tabique medio movido, vio la celda contigua a la suya. Había un hombre mayor, de unos 50 años, pelo algo canoso, con tintes colorados, la piel muy ajada y algo de barba. “La Negrita me había dicho un tiempo antes que en esa celda había un paraguayo viejo que hacía más de seis meses que estaba detenido. Muchos años después lo identifiqué como Federico Jorge Tatter Morinigo, un oficial de la Marina paraguaya que se tuvo que exiliar por pertenecer al Partido Comunista bajo la dictadura de (Alfredo) Stroessner y emigró a la Argentina. Siempre los datos de este compañero lo situaban secuestrado en El Vesubio. Yo lo ví en ese mes de mayo en El Atlético”, relató el sobreviviente.

Habían pasado algunos días y Daniel contó que “no siempre había comida y cuando había, la bajaban por un ascensor. Y después un carro que a medida que iba circulando hacia el fondo, yo estaba en la última celda, se iba liberando. A veces la comida directamente no llegaba”.

El himno

El 24 de mayo por la noche, las Fuerzas Armadas tienen por costumbre celebrar el día de la Patria. “Esa medianoche nos sacaron a un patio interno, a todos, éramos muchísimos”, relató Daniel y continuó: “En medio que se canta el himno, escuchó que le pegan a alguien muchísimo. ‘¿Por qué no cantas hijo de puta?’, le decían. Después, a través del testimonio de otro compañero me enteré que ese compañero era un uruguayo que se llamaba Insaurralde”. Recuerda cómo le pegaron por no saber el himno. Cada vez que lo escucha regresa a esa escena.

“Nos dan una hogaza de pan. Un compañero nos va poniendo pan duro en los bolsillos y nos llevan a las islas nuevamente. El 25 de mayo fue un día muy calmo, inusitadamente calmo. El 26 transcurre normalmente, pasan con la comida, llegan a servirnos el alimento a nosotros y el compañero que nos que nos atendía, ese pelado, desesperado nos dice a Tomás Aguirre y a mi ‘no llegué con la comida, la comida es siempre la misma y hoy somos mas de 200 y no llegué con la comida’, nos pedía disculpas a él. Él estaba dolido por no poder darnos ese simulacro de alimento”, comentó el sobreviviente.

La muerte y el engaño

Mercogliano continuó con su testimonio e hizo hincapié en qué sucedió con su compañero de celda y el resto de las personas secuestradas: “A la noche nos sacan otra vez. Un grupo grande de gente. Y nos llevan hacia el pasillo central muchos represores y nos dan una paliza descomunal. 30 o 40 minutos golpeando con cadenas, con caños, con cachiporra, con patadas. Y se escuchaban las mismas preguntas que hacían en la mesa de tortura. ‘¿No tenés nada más que decir?’ Ensangrentados, como estábamos, nos llevaron a las celdas. A media mañana, abren nuestra celda y le preguntan a mi compañero: ‘¿Cuál es tu nombre?’ Él dice R16. Decime tu nombre y apellido: Tomas Aguirre. Salí. Ahí cierran la puerta y escucho que esto se va reproduciendo en otras celdas, abriendo puertas y juntando gente. Y uno de los represores en un momento grita: ‘A ustedes lo vamos a llevar a una granja de recuperación en el sur. Les vamos a pedir aplicar una inyección para evitar inconvenientes en el vuelo’. Como que decía que pasaban a la legalidad. ‘Pónganse contentos. Pónganse a bailar. ¿Quién sabe cantar?’ Trajeron una guitarra. Se la dieron a un compañero. Los fueron inyectando. Les decían que los iban a inyectar. Los hicieron cantar y bailar. Después entendí que el sentido del baile y el canto era para que entre en acción más rápidamente el sedante o la droga que les habían puesto. Los ruidos fueron aplacándose. Y no escuché más nada. Ese día al mediodía no hubo ni baño, ni comida, ni nada. A la noche viene el compañero que sirve la comida muy contento y me dice ‘Hoy vas a poder comer doble, ayer no te pude dar, éramos más de 200, pero hoy no somos 120’. Ese fue el traslado”, el eufemismo de los Vuelos de la muerte.

Casi al finalizar su relato, contó cómo fue que lo llevaron a Formosa: “Cerca de la medianoche me vienen a buscar, me preguntan mi nombre. R15. Viene un tipo del servicio penitenciario y me da una cachiporra. Lo logré ver a través de la venda. Me hacen subir una escalera, me llevan hasta una habitación en la planta baja, me hacen firmar algo sobre una mesa metálica, me sacan los grillos, me esposan y me meten dentro de baúl de un Chevrolet 400. Meten a otro compañero en el asiento trasero de este auto y le hacen preguntas en el viaje. Lo llamaban Fernando. Él pertenecía a la Ligas Agrarias. Detienen el vehículo con el motor encendido, en un lugar que hacía muchísimo frío. Después me enteré de que era el Aeroparque. Cuando me sacan del baúl, y veo dos aviones que estaban ubicados a un costado, que los he visto muchísimos años después paseando por la costanera. Eran de la Prefectura. Hay testimonios que parece que fueron usados para los traslados de los Vuelos de la muerte. Me sacan las esposas, me ponen esposas nuevas, me hacen subir la escalerilla de un avión, me sientan en un asiento individual de un avión chico que tenía asientos individuales, al otro compañero lo sientan detrás mío”.

El avión y el fin de las torturas

Y siguió detallando acerca de ese viaje: “A mí siempre me decían que me pedían de Formosa, que me buscaban de Formosa. Escucho por la radio y le dan salida desde la torre del aeroparque. Yo rogando que el avión se caiga. Sabía lo que me esperaba cuando llegara. Es común que cada lugar que uno llegaba fuera torturado nuevamente. Yo rogaba que se caiga para que se termine todo. Y después de un tiempo, el avión aterrizó, me bajaron. Me cambiaron las esposas. Me metieron en el baúl de otro auto un Dodge 1500. En este caso al compañero lo meten adelante. Me enteré de que yo iba siempre en el baúl porque tenía un olor impresionante, el olor de las heces y la adrenalina y la sangre coagulada, todo eso apesta. Hacemos un trayecto de 20 o 30 minutos, estaba empezando a amanecer así que si alguien tiene interés en saber quién manejó ese vuelo supongo que será fácil sacarlo, tanto por la torre de Aeroparque, como la de Santa Fe, como la de Resistencia. Ese avión pasó el 28 de mayo en la madrugada y llegó a Resistencia en el momento del alba. Soy bajado en un patio. Me sientan ahí y me dicen ‘avos te interroga el primer teniente’, y le dicen al compañero que bajan conmigo: ‘A vos te llevamos arriba porque tenemos una pileta con agua para vos’”.

El 28 de mayo de 1977, llo llevaron a la Brigada de Investigaciones de Resistencia, Chaco. Hasta que el 1 de junio lo conducen al Rregimiento de Infantería de Monte 29 en Formosa. Allí estuvo secuestrado hasta el 6 de julio de ese mismo año, fecha en la que recuperó su libertad. Daniel dio detalles de cómo fue ese momento: “A media mañana viene este supuesto primer teniente y empieza a aplicar picana, me vuelve a hacer las mismas preguntas que me hicieron en los interrogatorios. Después de una hora y media de testimonio, le grita otro ‘este es un perejil’. Y ahí cambiaron mis condiciones de vida. Me esposaron a una cama por primera vez y tenían un colchón. Y se acabó la violencia física. Por supuesto, no se acabó la violencia emocional, ni para mí ni para mi familia”.

Ropa, préstamo y libertad

Inesperadamente, le anunciaron su liberación: “Viene la guardia y me dice ‘te vas’, y yo le respondí: ‘Yo no me puedo ir así. Hay retenes en todo el país. ¿Cómo me voy a ir de acá? ¿Me voy haciendo dedo hasta Ramos Mejía?’. El cabo que estaba como segundo de guardia me dice ‘Yo te presto ropa’. El estaba hacía dos meses en el Ejército. Me prestó una camisa color roja ladrillo, un pantalón negro y un par de zapatos negros”. Luego de dos horas de espera, el guardia regresó: “Me trae plata para el pasaje y un certificado que lo tengo presente. También un papel con la dirección a dónde debo enviar el giro para reintegrar el dinero prestado más la ropa. Me liberan y me voy a la esquina del Regimiento donde había un colectivo. Saco el pasaje y me quedo con un poquitito de plata y veo que enfrente hay un Peugeot 504 negro o verde oscuro con un tipo adentro. No se fue hasta que yo me tomo el colectivo. No me alcanzaba para hacer una llamada telefónica. Sí, pude comprar algunas naranjas y eso fue mi alimento por los dos días siguientes. Tomé el micro de las 18:00. A medianoche se me sienta alguien al lado, y empieza a entablar diálogo conmigo. Yo estaba después de 80 días sin lavarme los dientes. Le cuento todo lo que habia pasado y el tipo me dice: ‘Son unos hijos de puta, y pensar que yo soy primo de Videla”. El tipo me invita a desayunar y me dijo que era lo único que puedo hacer. Tome un café con leche, con tres medialunas”, recordó con detalles.

En enero se llevará adelante la feria judicial. La próxima audiencia tendrá lugar el miércoles 8 de febrero y será de manera virtual, como vienen desarrollándose desde el primer día. Podés seguir la transmisión conjunta de La Retaguardia y Radio Presente en el canal de YouTube de La Retaguardia.


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