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Puente 12 -día 3- “La tortura fue terrible”

Escrito por el mayo 4, 2023


En otra jornada de testimonios de sobrevivientes, Mercedes Alvariño, Daniel Mirkin y Carlos Pellioli relataron las torturas que recibieron durante sus secuestros previos al golpe de Estado. También declaró Alicia Sanguinetti, compañera del Capi Munarriz, jefe de logística del PRT-ERP, quien fue secuestrado en 1974. El rol del Oso Ranier, infiltrado por la inteligencia del Batallón 601.

Redacción: Carlos Rodríguez
Edición: Pedro Ramírez Otero
Fotos: Transmisión de La Retaguardia

Mercedes Alvariño, sobreviviente de Puente 12, relató su secuestro a manos de una patota que actuó bajo órdenes de Aníbal Gordon, una figura emblemática del Terrorismo de Estado. Ella fue torturada en forma brutal en Puente 12 “hasta sufrir una hemorragia” vaginal por un represor vestido en forma elegante y con una voz que parecía imitar a la de un conocido actor argentino.   

También dio testimonio Alicia Sanguinetti, la compañera de Alberto José Munarriz, “Capi”, responsable nacional de logística del PRT-ERP. El dirigente cayó en una emboscada que planificó Jesús “El Oso” Ranier, el agente del Batallón 601 que se había infiltrado en la organización. 

Los otros testigos fueron Daniel Mirkin, militante de Política Obrera secuestrado en La Tablada y llevado a Puente 12, y Carlos Pellioli, sometido a torturas en mayo de 1975, cuando estaba cumpliendo con el Servicio Militar Obligatorio. 

Los testimonios

Daniel Mirkin, militante de Política Obrera (hoy Partido Obrero) fue secuestrado con tres compañeros el 1 de mayo de 1975, en San Martín y Crovara, en La Tablada. La agrupación hizo una reunión pública con vecinos de la zona. La charla duró unos 45 minutos y Mirkin se retiró caminando del lugar, acompañado por Oscar Lanfranco, Oscar Carbonelli y María Elena Hernández. 

Fueron interceptados por dos vehículos particulares de los que bajaron ocho hombres de civil, con armas largas. Les vendaron los ojos y les ataron las manos a la espalda, para luego obligarlos a tirarse al piso, boca abajo, en la calle. Los tuvieron varias horas y luego los subieron a un vehículo tipo furgón. 

Los llevaron a un lugar de detención que luego supieron era Puente 12. A poco de llegar escucharon “los gritos de dolor de Lanfranco”, el primero en ser torturado. 

Luego lo llevaron a Mirkin, lo obligaron a desnudarse, lo acostaron sobre el esqueleto metálico de una cama y lo torturaron con picana eléctrica. 

“Me dieron picana en todo el cuerpo, en los genitales, en la boca, en las encías”, contó. Como a otros secuestrados, lo colgaron del techo. Los ataban con sogas que pasaban por debajo de las axilas. “Tenías que apoyarte en el piso, en puntas de pie, para tratar de aliviar el dolor en los hombros”, dijo, pero todo era “insoportable”. 

De niño solía ir con su padre a Ezeiza, de manera que para él fue fácil identificar que el lugar de torturas estaba en Riccheri y Camino de Cintura. Como ya relató Carbonelli en el juicio, luego los llevaron a la Brigada de Investigaciones de San Justo y a la comisaría de Villa Madero. 

Muchos años después, con Carbonelli pudieron ingresar a la División Cuatrerismo de Puente 12, sin que nadie les impidiera el paso. 

“Fue en diciembre de 2015 y, cuando llegamos, la gobernadora María Eugenia Vidal, que recién había asumido, estaba promocionando un operativo por drogas, estaba lleno de periodistas y nos dejaron pasar sin problemas”, recordó. Ese día terminaron de reconocer el lugar donde habían sido torturados. 

Con posterioridad sufrió un nuevo secuestro que no tiene relación con esta causa. Mirkin pidió disculpas a las otras víctimas porque recién ahora, por primera vez, prestó declaración ante la Justicia. 

La patota de Gordon

La siguiente en declarar fue Mercedes Alvariño, una sobreviviente que al comenzar rindió homenaje a Cristina Comandé, fallecida el año pasado, por el trabajo de reconstrucción realizado para que todos puedan reclamar justicia. 

Alvariño fue secuestrada por primera vez “por la Triple A, el 12 de junio de 1974”. Eso pasó cuando vivía en una casa de la calle Albariño 3945, de Lanús. 

Cuando recuperó la libertad se mudó a una vivienda en la calle Cacique Coliqueo, en Ramos Mejía. Allí volvió a ser secuestrada el 19 de noviembre de 1975. Los que irrumpieron en la casa eran “siete personas muy sacadas, con olor a alcohol”. Tiempo después, mirando fotografías en una causa judicial, pudo reconocer al agente de la ex SIDE Aníbal Gordon como el jefe del operativo. “Él controlaba todo, mientras los otros revisaban la casa y se robaban todo lo que había”, declaró. 

La sacaron de su vivienda sin capucha y sin los ojos vendados. “Gordon me dijo: ‘Vos caminá como si estuvieras saliendo sola”. La subieron a un Ford Falcon azul francia y se la llevaron a ella sola. Su marido, Miguel Angel Alberti, era delegado en una fábrica de armas. 

La persecución había comenzado antes de su segundo secuestro, cuando una patota de civil amenazó con llevarse a su hermana María Luz, junto con su bebé. Eso había sucedido en la casa de Lanús, donde seguía viviendo su familia. Para evitar que se llevaran a su otra hija y a su nieta, el padre de Mercedes le dio a la patota la dirección de la vivienda de Ramos Mejía. 

Sus captores parecían formar parte de un grupo marginal “si hasta tenían escopetas atadas con alambre”. En el lugar de detención le presentaron a una mujer que la conocía y que había suministrado datos sobre sus actividades políticas. 

Le hicieron preguntas sobre Juan Carlos Microcini, que también estuvo secuestrado en Puente 12. “Me torturaron con picana eléctrica, pero primero me bañaron con un balde de agua, me sacaron la ropa y lo más insoportable fue cuando me pasaban la picana por la boca”, relató. 

En las sesiones de tortura también le provocaron “una hemorragia porque me introdujeron algo en la vagina”. Sostuvo que en el lugar que luego identificó como Puente 12, pudo ver “a chicos de la villa Los Ceibos, un barrio obrero de Lanús donde nosotros militábamos”. 

Los torturadores se burlaban de los secuestrados. “Uno de ellos me dijo que tenía dos noticias que darme, una buena y otra mala. La buena era que había muerto (Francisco) Franco. La mala, que me habían ‘bajado’ el PEN (detenida a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, ya no secuestrada) y que iba a seguir ‘a la sombra’”, contó Alvariño.

Esa noche la torturaron de nuevo y la interrogaron sobre su marido. “La tortura fue terrible”, a tal punto que por el dolor que sentía hizo un esfuerzo y pudo desatar una de sus manos y manipular la venda que tenía en los ojos. 

Lo que pudo ver fue la vestimenta del hombre que la había torturado: “Veo un pantalón Príncipe de Gales, el brazo y una picana, la camisa celeste y el cinturón”. Esa persona tenía “una voz muy parecida a la de Luis Brandoni, tanto cuando me torturaba y me insultaba, como cuando hablaba como si estuviera filmando una película de amor”. Esa vez, durante la tortura, la acusaban de haber asesinado al integrante de una patota barrial vinculada al exintendente de Lanús, Manuel Quindimil. Luego la llevaron a la Brigada de Lanús, con sede en Avellaneda, a la que se conocía como “El Infierno”, por el trato que se daba allí a las personas detenidas. 

Cuando la trasladaron a la cárcel de Olmos, pudo confirmar a través de su suegro, Joaquín Alberti, que era policía, que el lugar donde la habían torturado era Puente 12. “A mi suegro se lo dijo un jefe policial (no conoce su nombre) con el que se entrevistó en el Departamento Central de la Policía Federal”, explicó. Mercedes pudo salir del país el 23 de marzo de 1977. 

“Capi”

Luego prestó testimonio Alicia Sanguinetti, quien se refirió al secuestro de Alberto José Munarriz, “Capi”, su compañero y padre de su hijo. 

Alicia y Alberto estuvieron presos a comienzos de los setenta y recuperaron su libertad con la amnistía decretada, en mayo de 1973, por el expresidente Héctor J. Cámpora.  

Cuando quedaron en libertad se instalaron en el barrio San José, en el partido de Morón. “Mi compañero era el responsable de logística, a nivel nacional, del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y los dos éramos militantes del PRT”, contó. La testigo dijo que cuando secuestraron a su compañero “el 14 de noviembre de 1974  estaba embarazada de tres meses”. Precisó luego que “Alberto sabía que iba a ser padre, pero no tuvo la suerte de poder conocer a su hijo”. 

Ellos estaban viviendo en “una casa operativa”, junto con una compañera del PRT que tenía dos hijos. 

“Los dos juntos salimos a hacer nuestras tareas, nos despedimos en la estación de Morón y él, como yo estaba embarazada, me dijo que a las ocho de la noche iba a estar de regreso en casa”, declaró en referencia al 14 de noviembre del 74. 

Ese día, Alberto tenía citas a las ocho, a las 12 y a las seis de la tarde. La primera era en un bar ubicado en avenida La Plata y Directorio, en Capital Federal. Cuando Alberto no volvió, unos compañeros averiguaron que se lo habían llevado cuando entraba al bar de la primera cita. 

A Munarriz lo había entregado Jesús Ranier, “El Oso”, quien trabajaba para el Batallón 601 de Inteligencia y se había “infiltrado” en el PRT-ERP. 

Alicia Sanguinetti recordó que Ranier terminó confesando que respondía al agente de Inteligencia Carlos Antonio Españadero y que ya había “entregado” a otros cien militantes del PRT-ERP. 

Alicia supo en 1983, luego de un encuentro con militantes de Familiares de Presos y Desaparecidos por Razones Políticas, que su compañero estuvo secuestrado en Puente 12. Ella tomó conocimiento del testimonio de un secuestrado, el Nono Rey. 

En su declaración, Rey citó una frase de las personas que lo torturaron: “Confesa, no seas tan pelotudo, si no te va a pasar lo mismo que al ‘Capi’, que se nos quedó en la parrilla”, como le decían a la tortura con picana.

Un año y medio después, dos compañeras que estuvieron presas con Alicia en Rawson y Trelew, le dijeron que estuvieron en Puente 12 y que allí se enteraron “que ‘Capi’ estaba paralítico” como consecuencia de las torturas recibidas. 

Alicia recordó que su suegro, que trabajaba con el diputado Rodolfo Ortega Peña, luego asesinado por la Triple A, había realizado gestiones para tratar de encontrar a su compañero. 

La testigo dijo que “Alberto estuvo vivo mucho tiempo para ver si se quebraba y daba datos sobre la logística de la organización”. También recordó que tuvo “una entrevista sumamente desagradable” con el entonces vicario castrense monseñor Adolfo Servando Tortolo, quien “nos dijo que no había nada que hacer y que si Alberto estaba desaparecido, por algo era”. 

Su hijo, que también se llama Alberto, nació en junio de 1975. Gracias a una gestión de Alfredo Bravo, dirigente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), el joven recién pudo inscribirse en la escuela secundaria con su apellido paterno. “Estuve muchos años clandestina, con documentos falsos para que no me secuestraran”, dijo la sobreviviente. 

Sobre las secuelas que le quedaron, señaló que en la familia Munarriz “hay muchas, porque hay otros cuatro desaparecidos: mi cuñado, dos primos y una prima de mi compañero”. Sus suegros y una cuñada suya se fueron a vivir a Canadá “pero mi suegro murió a los tres meses, de tristeza”. 

“Cantás todo o sos boleta”

El último testigo de la tercera audiencia fue Carlos Pellioli, quien el 19 de mayo de 1975 fue secuestrado cuando cumplía con el Servicio Militar Obligatorio en la Fábrica de Materiales Pirotécnicos de Pilar. 

Pellioli vivía en Zárate con sus padres y fue secuestrado cuando salía de la casa familiar. 

Fue a las 4.30 de la mañana cuando se dirigía al lugar donde hacía la colimba. Unos hombres vestidos de civil lo subieron por la fuerza a un automóvil Torino de color celeste. Luego de bajarlo para hacerle un simulacro de fusilamiento, lo subieron en una camioneta y lo llevaron a Puente 12. Le advirtieron de entrada: “Mirá pibe, ahora te van a dar máquina y eso no lo aguanta nadie, vas a tener que contar todo, si no te van a hacer boleta”. 


Lo bajaron de la camioneta “a trompadas y patadas”. Un hombre al que llamaban “capitán o coronel” le dijo “ahora vas a hablar” y lo torturaron con picana eléctrica. “Me preguntaban por acciones guerrilleras o actos terroristas”, recordó. Las sesiones de tortura se extendieron por tres días. Después de picanearlo, lo ataban a una escalera de madera y lo dejaban allí tirado. En un momento dado, como lo estaba picando una nube de mosquitos, lo rociaron con insecticida. “Bueno, morite junto con los mosquitos”, le dijeron los guardias. 

En una de las sesiones de picana se desmayó y un supuesto médico le aconsejó a sus torturadores: “No le den más que se les va”. 

Lo llevaron después a la Brigada de Lanús, en Avellaneda, y le preguntaron si había asesinado a un capitán del Ejército en San Nicolás. Ante una pregunta de la Fiscalía, el sobreviviente se definió a sí mismo como “simpatizante del PRT”. Lo trasladaron a la cárcel de Sierra Chica. Reconoció a otros secuestrados de Puente 12 como Héctor Pedro Miño, Miguel Ángel Pérez, Carlos Jerónimo Rivas, Claudia y Marita Quintana, Alberto Lali y Miguel Bougnet, entre otros. Estuvo preso hasta mediados de 1982. 


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