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“Vos te crees que la Gaby (Norma Arrostito) está muerta, ahora te la traigo, está viva”

Escrito por el septiembre 3, 2023


En una inspección ocular realizada en la ESMA, Ana María Soffiantini y Ricardo Coquet, sobrevivientes del genocidio, guiaron a las partes del séptimo tramo del juicio por los laberintos de ese centro clandestino. Soffiantini y su encuentro con Arrostito. Ambos señalaron que, a pesar del horror, muchas parejas entre personas secuestradas se iniciaron en la ESMA, porque “el amor no se puede parar”.

Redacción: Carlos Rodríguez
Fotos y Videos: Natalia Bernades
Edición: Fernando Tebele / Natalia Bernades

Ana María Soffiantini y Ricardo Héctor Coquet, dos sobrevivientes de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), volvieron una vez más al escenario donde ellos, y miles de compañeros, fueron víctimas de crímenes de lesa humanidad. Cuando los llevaron allí, secuestrados, supieron que “la Gaby”, Norma Arrostito, emblema de Montoneros, todavía estaba viva, retenida como “botín de guerra” por sus verdugos.  

“Vos te crees que la Gaby está muerta, ahora te la traemos”, recordó Coquet las palabras de los genocidas, durante la inspección ocular realizada en el marco de la causa ESMA 7, donde el único imputado es Jorge Luis Guarrochena, integrante del Servicio de Inteligencia Naval (SIN).   

“Era un impacto para nosotros que (Jorge) El Tigre Acosta (uno de los jefes de la ESMA), nos dijera que la Gaby estaba viva, igual que otros compañeros a los que creíamos que ya habían sido asesinados”. El mensaje perverso era que en la ESMA, el mayor centro de tortura y exterminio de la Ciudad de Buenos Aires, “íbamos a estar seguros hasta que ‘esto pase’”, en referencia a la dictadura militar, mientras que “tus compañeros van a ser asesinados en la calle”.

“Vos queres saber dónde caíste, estás en la ESMA, acá no cortamos los dedos (porque decían que le habían cortado los dedos a Jorge Lisazo), pero te lo podemos llegar a cortar”, agregó Ana María Soffiantini, para ilustrar sobre el horror vivido. Lo dijo en presencia del presidente del Tribunal Oral N°5, Fernando Canero, y el Fiscal genral Félix Crous, quienes encabezaron la inspección ocular.

A Soffiantini le tiraron la amenaza si no aceptaba colaborar: “Te vas para arriba, con ‘Jesucito’, como le pasó a tu compañero”. Hugo Onofri, el esposo de Ana María, había sido asesinado. Ella y sus dos hijos, María Lucía de 1 año y medio, y Luis Guillermo, de 11 meses, fueron secuestrados en agosto de 1977. El que mencionaba siempre a “Jesucito”, en ese antro de perversión, era el Tigre Acosta.

Uno de los primeros lugares del recorrido fue el “Sótano”, donde estaba la sala de torturas y de interrogatorio.

En el sector denominado “Capucha”, uno de los sitios de confinamiento de las personas secuestradas, Coquet recordó los “traslados”, eufemismo de la ejecución de las víctimas por medio de los “Vuelos de la muerte”. “Una vez me llamaron por mi número, porque nos ponían números, y cuando me llevaron al Sótano, pensé que me mataban, pero no, uno de los guaridas me dijo que un compañero se quería ‘despedir’”, antes de ser ejecutado. “Nos dimos un abrazo con el compañero, ese era el nivel de cinismo, de locura” con el que pretendían “quebrar” a los secuestrados para que colaboraran con el proyecto político del entonces jefe de la Armada, almirante Emilio Eduardo Massera. En una ocasión, Massera fue a la ESMA para arengar a los secuestrados. Coquet todavía detesta el momento en el que, obligado por las circunstancias, tuvo que darle la mano al dictador.

El hambre, la precaria alimentación a las personas torturadas, arrojadas en Capucha, era otro de los métodos para intentar quebrarlos. Les daban por la mañana y por la tarde un mate cocido, un miñon y un miserable pedacito de carne. Era un lugar “muy sucio”, en el que había ratas. Coquet señaló, como anécdota, que una vez tuvo que “pelear a cachetadas” con una rata para poder comer un miserable pedazo de pan que había guardado.

Ana María se refirió a los últimos recuerdos que tiene de Norma Arrostito, finalmente asesinada por decisión del Tigre Acosta. “Cuando nos sacaban de Capucha para ir a trabajar, nos bajaban en un ascensor que ya no está”, relató la sobreviviente. Estaban esperando el ascensor “el día que la traen a Gaby Arrostito, envenenada, el día que la ‘trasladan, junto con Jorgelina Ramos”. Coquet precisó que Arrostito “tenía una insuficiencia pulmonar y el Tigre Acosta, que la odiaba, siempre esperaba poder matarla”. Acosta “aprovechó que (Rubén Jacinto) Chamorro (director de la ESMA) viajó a Sudáfrica para hacer una transa con una empresa naviera, con todo lo que se robaban acá” para terminar con la vida de la dirigente montonera.

“Acosta llamó a un enfermero para que le diera una inyección para abrir las vías respiratorias y ahí fue cuando le inyectaron cianuro y la mataron”. Lo que suponen es que el cuerpo de Norma Arrostito fue quemado en el Campo de Deportes de la ESMA. Ese espacio, está hoy en trámites de ser concedido al Club River Plate. Los sobrevivientes y los organismos de DDHH se oponen a la iniciativa porque en ese lugar puede haber restos de personas desaparecidas que fueron cremadas allí.

El recorrido se hizo sobre una ESMA hoy renovada como Museo de la Memoria, lejos de los sórdidos rincones como “La Cucha”, donde los secuestrados hacían sus “necesidades en un balde”.

Coquet relató la primera vez que vio a Ana María en Capucha, desobedeciendo la orden de permanecer acostada. “Ella estaba arrodillada, pidiendo por sus hijos (que habían sido secuestrados juntos con ella) y los guardias, que te molían a palos si te levantabas, a ella no le hicieron nada”. Coquet, hasta recordó que ella tenía puesta una pollera de color marrón. “Qué genia”, elogió Coquet cuando ella le dijo que todavía conserva esa misma pollera. “De esa forma, sin callarse, ella logró reencontrarse con sus hijos”, subrayó Coquet.

En “Capuchita”, un lugar de cautiverio más pequeño que “Capucha”, estaban secuestradas personas consideradas “relevantes” por los genocidas. Mauricio Delpir, quien trabaja en el museo de la ESMA y acompañó a sobrevivientes y funcionarios en la recorrida, señaló un lugar en la pared que conserva todavía el número de teléfono de la monja francesa Leonie Duquet, secuestrada y asesinada en la ESMA, junto con familiares de desaparecidos como resultado de la infiltración del genocida  Alfredo Astiz en la Asociación Madres de Plaza de Mayo.

En relación directa con el oficial Jorge Luis Gorraechena, imputado en la causa que lleva el Tribunal Oral 5, se señaló que el Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA y el SIN, al que pertenecía el único acusado esta causa, “actuaban en forma coordinada” en los operativos de secuestros, torturas y asesinatos. En su declaración indagatoria, Guarrochena llegó a decir que “no sabía de la existencia de la ESMA” hasta que le tocó ir una vez para realizar un trámite.  

Coquet y Soffiantini ante la mirada del presidente del TOF N°5, Fernando Canero.

La inspección ocular incluyó el paso por el sector denominado “Pecera”, donde estaban los jefes de la ESMA; y por el “Pañol”, donde se acumulaban los electrodomésticos, los muebles, la ropa y otros valores que las patotas robaban durante los operativos de secuestros en las viviendas de las víctimas. Coquet recordó que los secuestrados que pasaban por el Pañol decían “mi mesita de luz, mi televisor, mi heladera, mi bicicleta”.

Real o no, los represores les decían a los secuestrados que había micrófonos para escuchar todo lo que ellos decían a espaldas de los guardias. Por esa razón, los sobrevivientes dijeron que habían creado “un lunfardo de secuestrados” y hablaban “con la boca tapada con las manos como hacen los jugadores de fútbol cuando putean al árbitro”.

Uno de los momentos más conmovedores fue la llegada al lugar donde funcionó la sala donde se producían los partos de las secuestradas en la ESMA. “Les hacían escribir una cartita, porque les decían que iban a entregar los niños a sus familiares, pero nunca lo hacían”, precisó Ana María. El único caso de entrega de la recién nacida a su familia fue el de Silvia Labayrú, que era “muy jovencita y la hicieron parir sobre una mesa”. Ana María asistió los partos junto Sara Solarz de Osatinsky. El cinismo del Tigre Acosta lo llevó a decir que ese sitio de horror era “La maternidad Sardá de la ESMA”. Hay constancia de 37 partos. Del total, 10 de los nacidos en cautiverio recuperaron su verdadera identidad y el contacto con su familia, gracias a la labor de las Abuelas de Plaza de Mayo.

En la recorrida, hubo mención al sector denominado “Los Jorges”, donde estaban, entre otros, Jorge El Tigre Acosta y Jorge Radice, el único genocida del Grupo de Tareas 3.3.2 que declaró, como testigo, en el juicio a las Juntas Militares que se hizo en 1985. En ese proceso, Radice dijo desafiante ante los jueces que su rol en la ESMA era el de “accionar las armas”. Para Radice, asesinar era una función digna de destacar.

El último lugar visitado, en la planta baja, fue El Salón Dorado. Sobre las paredes, en los años de la dictadura, había gabinetes donde se guardaban las armas. Como estaba cerca de la calle, desde allí partían los operativos de secuestros y asesinatos. Coquet ratificó la importancia de recuperar El Campo de Deportes de la ESMA como sitio de memoria, porque en ese lugar están los gabinetes de El Dorado y algunos camastros metálicos que serían los que había en las salas de tortura. El Dorado era la oficina de Inteligencia, donde tenía representantes el SIN de Guarrochena, Se  presume que hay un registro sobre todas las personas privadas de su libertad que pasaron por en la ESMA. Se supo que ese registro fue microfilmado, pero hasta hoy no pudo ser encontrado. Se mostró también el trabajo realizado por el sobreviviente Víctor Basterra, cuyas fotografías permitieron identificar a Guarrochena y a decenas de genocidas que pudieron ser enjuiciados.

Sobre el final, Ana María y Ricardo, los dos sobrevivientes, hablaron sobre la relación de pareja que comenzaron en la ESMA y que fue cuestionada por el Tigre Acosta, quien les dijo que “las mujeres eran sólo para los marinos de los grados superiores”. “Como éramos muchos los que nos enamoramos en la ESMA, tuvieron que aceptar que el amor no se puede parar” ni con la tortura, ni con la amenaza de muerte.

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