Los días que vivimos en peligro
Por LaRetaguardia en CABA, sipreba - publicado el 17 junio 2025
Este artículo de Carlos Rodríguez, actual integrante de La Retaguardia, es parte del libro 10 años de SiPreBA – 50 años de lucha, la historia de un sindicato contada por sus trabajadoras y trabajadores. La publicación se entregó de manera gratuita en el acto que nuestro sindicato realizó el sábado pasado en el Teatro Picadero. En sus páginas se recorren algunos hitos de la lucha contra las empresas periodísticas y la construcción colectiva que encarna el SiPreBA.
Rodríguez cuenta cómo vivió el gremio la previa del Golpe de Estado: la violencia y la persecución ideológica. La resistencia a la dictadura desde las redacciones. Las empresas cómplices.

Los tres años anteriores al golpe del 24 de marzo de 1976 estuvieron signados por la violencia y la persecución ideológica. Finalizados los 49 días de gobierno de Héctor J. Cámpora, con liberación de presos políticos y festejos populares por el fin de la dictadura de Onganía-Levingston-Lanusse, el clima se enrareció en forma dramática. En ese marco se fue consolidando el poder hegemónico de los grandes medios de comunicación, bendecidos por una dictadura militar a la que apoyaron desde el primer día.
El camino hacia el golpe de Estado
El discurso de Juan Domingo Perón cuando echó a los Montoneros de Plaza de Mayo y la muerte del líder el 1 de julio de 1974, llevaron al poder real a José López Rega y a la Triple A, responsables de al menos 700 asesinatos y desapariciones.
Uno de los gremios de prensa, la Asociación de Periodistas de Buenos Aires (APBA), que agrupaba a la izquierda, al peronismo revolucionario, al PRT-ERP, y a sectores progresistas, fue intervenido hacia fines de 1974 por el gobierno de María Estela Martínez de Perón. Esa intervención se extendió hasta el final de la dictadura instaurada en sus inicios por Jorge Rafael Videla y José Alfredo Martínez de Hoz.
En ese contexto, a comienzos de 1974 fui elegido delegado gremial por los trabajadores de Editorial Atlántida, junto con otros ocho compañeros.
En forma casi simultánea con la elección de la primera Comisión Interna Gremial en la empresa de la familia Vigil, en abril de 1974 se produjo el cierre de la revista Canal TV, en la que trabajábamos con otro de los delegados, Osvaldo Mario Gazzola.
En Atlántida, los Vigil habían establecido las normas más duras del gremio contra sus trabajadores y siempre se opusieron a la actividad sindical interna. Antes de la elección, teníamos como representantes a dos correctores veteranos designados a dedo por la empresa como “nexo” entre la patronal y los trabajadores. Ellos actuaban como voceros de la empresa.
El “no” como respuesta
En representación de la Interna elegida en forma democrática, con Osvaldo Gazzola tuvimos una breve y única reunión con Carlos Aller Atucha, gerente general de la empresa. Luego de que le confirmamos los nombres de los integrantes de la C.I., Atucha nos sacó de la cancha: “Los llamamos para conocerlos y para decirles que nunca los vamos a recibir, nunca los vamos a reconocer como delegados”.
Nacido en 1928, Aller Atucha inició su labor en el medio editorial en 1958. En Atlántida fue Gerente Administrativo, Director Económico Financiero, Administrador General y Asesor del Directorio. Desde esas funciones, llegó a ser presidente de la Asociación Argentina de Editores de Revistas, desde 1981 hasta 1994.
A pesar de su historial como verdugo de los trabajadores y trabajadoras, tras el regreso de la democracia, fue invitado para integrar el Gran Jurado de los Premios Konex 1987. Atucha tuvo también una cátedra en la carrera de periodismo de la Universidad Católica Argentina. Falleció en julio de 1994.
Atlántida, junto con Clarín y la Nación, fueron soldados de la dictadura. En ese marco, los dos grandes diarios recibieron el regalo de Papel Prensa, la empresa arrebatada a la familia Graiver por la dictadura.
“Es menester que quien informa goce de entera libertad (…) Lo esencial es formar opinión con valor y coraje para decir todo lo que haya que decir, sin callar nada y sin faltar a la verdad. Pero a veces es indispensable callar y mantener un prudente silencio, cuando está en juego el bienestar común”. La frase, un epitafio para la libertad de prensa, fue dicha por Jorge Rafael Videla al dejar inaugurada en San Pedro la planta de Papel Prensa. Eso ocurrió el 26 de septiembre de 1978. Ese día acompañaron y aplaudieron a Videla la señora Ernestina Herrera de Noble, Héctor Horacio Magnetto, Bartolomé Luis Mitre y Patricio Peralta Ramos, es decir Clarín, La Nación y La Razón.
Los pasillos de Atlántida
En 1974, durante largas semanas, con Osvaldo Gazzola y otros compañeros afectados por el cierre de Canal TV, entre ellos Jorge Halperín y Carlos Sciacaluga, deambulábamos por los pasillos del edificio de Azopardo y México, porque no teníamos una oficina, un lugar de trabajo.
Uno de los pocos que fue reasignado a otras revistas, en su caso a Para Ti, fue Agustín Juan Botinelli. De “pinche” alcahuete en Canal TV pasó a ser jefe de redacción de Para Ti. Años después fue procesado como responsable de la publicación, en ese medio, de una entrevista fraguada en perjuicio de Thelma Jara de Cabezas, a quien presentaron como “una subversiva arrepentida”, cuando ella estaba secuestrada bajo tortura en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Botinelli tenía el perfil justo de los que, en esos años, hacían carrera en Atlántida y en los grandes medios periodísticos.
Antes de sacarse la careta, Botinelli presumía recitando a Miguel Hernández, el poeta español víctima de la dictadura de Francisco Franco.
Con Osvaldo Gazzola sufrimos chicanas, como la de querer incorporarnos al plantel de la revista Gente, dirigida entonces por Samuel “Chiche” Gelblung, con quien habíamos tenido fuertes enfrentamientos antes y después de ser elegidos delegados.
En mayo de 1974, con Halperín nos sumamos a lo que parecía ser un proyecto aceptable: una revista llamada “Somos”, con la que los Vigil querían amigarse con el peronismo. Trabajamos en los números cero. En mi caso, le hice una entrevista a Rodolfo Ortega Peña, 50 días antes de que fuera asesinado por la Triple A, el 31 de julio de 1974. Los principales editores del proyecto eran José María Pasquini Durán, a cargo de la sección Política, y en Cultura estaba el dramaturgo Carlos Somigliana, el mismo que, en 1985, redactó el alegato final del fiscal Julio César Strassera en el juicio contra las Juntas Militares.
Con Halperín cubrimos para el proyecto “Somos” el acto del 1 de mayo de 1974 en el que Perón echó a los Montoneros. Halperín siguió a los Montoneros, mientras que a mí me tocó la tarea de hacer una crónica sobre las huestes de la burocracia sindical y la Jotaperra, aliados del lopezreguismo.
La muerte de Perón echó por tierra —por decisión de los Vigil— ese primer intento de revista “Somos”. Después del golpe de 1976, salió la “Somos” que fue vocera de la dictadura militar, de la mano de periodistas como Rolando Hanglin.
Los Vigil, en pocos meses, cambiaron de rumbo y de “acompañar” un difícil proceso democrático, terminaron adhiriendo con fervor a los postulados del Terrorismo de Estado. El mismo curso siguieron Clarín, La Nación y La Razón, luego de recibir Papel Prensa.
Últimos días de la APBA
Aunque Atlántida nunca nos reconoció como delegados, con Gazzola participamos en los últimos plenarios realizados en la sede de nuestro gremio, la APBA, en Avenida de Mayo 1209. Fueron plenarios tensos, con fuertes debates, ya que se iban a realizar elecciones a fines de 1974. La conducción de la APBA era encabezada por su secretario general, Enrique Tortosa, del Partido Comunista, acompañado por Sergio Peralta. Era muy fuerte la discusión entre oficialismo y oposición. Figuras como Héctor “El Negro” Demarchi, uno de los delegados detenidos-desaparecidos de El Cronista Comercial, cuestionaban a la conducción del gremio y se postulaban como candidatos a tomar las riendas de la APBA. Lamentablemente, la elección nunca se concretó porque en noviembre de 1974 el gremio fue intervenido. Ese fin de año, nos quedamos sin gremio, nos echaron a los pocos que quedábamos en pie en Atlántida y, en lo personal, sufrí la muerte de mi viejo. Yo tenía 24 años.
Empezar de nuevo
A comienzos de 1975 empecé a trabajar en Saporiti, una agencia de noticias que estaba en franca decadencia, pero daba cobijo a los desempleados del gremio. En ese tiempo tuve como compañeros, entre otros, a Oscar Raúl Cardozo y a Norma Morandini. Fueron unos pocos meses, porque a mediados de 1975 ingresé a la agencia Télam, en el horario de 19 a 1. En la agencia, las asambleas eran cotidianas en razón de las fuertes controversias políticas que estaban en pleno auge en esos tiempos. En la redacción de Télam, grupos importantes respondían a ideas de izquierda, pero otros compañeros, algunos acreditados en el Ministerio de Bienestar Social, seguían a López Rega. En esos años previos al golpe sufrimos el secuestro y el asesinato de muchos compañeros del gremio. Los casos se multiplicaron después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
De las asambleas calientes, de la discusión política en Télam, después del golpe, se pasó al silencio, a la prohibición de las actividades políticas y gremiales. Para salir a tomar un café con una fuente, un familiar o un amigo, había que llenar un formulario explicando cuál era el motivo de la salida.
Una de nuestras compañeras, Mona Moncalvillo, sufrió persecución porque tenía un hermano detenido-desaparecido.
Domingo Héctor Moncalvillo, militante de Montoneros, había sido secuestrado el 18 de diciembre de 1976. Estuvo en la Brigada de Investigaciones de La Plata, entre otros centros clandestinos de tortura y exterminio. Fue asesinado a finales de 1977.
También sufrimos el asesinato de nuestro compañero Héctor Jesús Ferreiros, a quien llamábamos “El Cura”, porque había sido sacerdote militante por los derechos de los sectores populares.
A Ferreiros, redactor en Télam, lo secuestraron el 31 de marzo de 1977 en su domicilio del barrio porteño de Palermo. Su cuerpo fue encontrado el 6 de abril de ese año en el Camino General Belgrano, en la localidad de Monte Grande.
De Guatemala a Guatepeor
Harto de la persecución en Télam, tuve la temeraria decisión de renunciar y volver a Saporiti. La vieja agencia se había mudado del sucucho que tenía en Diagonal Norte y Florida, al sexto piso del Palacio Barolo, en Avenida de Mayo 1370. Todo parecía funcionar con la precariedad de siempre, hasta que se produjo otra mudanza, a la planta baja del Barolo. La redacción pasó a contar con tecnología de primer nivel. Rodeada de vidrio, era una “pecera” que podía ser observada desde la vereda, a través de una “vidriera irrespetuosa”, como diría Discepolín. Saporiti había sido cooptada por la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE). La estructura del Barolo, inspirada en La Divina Comedia, está dividida en tres sectores: Infierno, Purgatorio, Cielo. Nosotros nunca llegamos a eso que llaman “Cielo”.
Con otros dos compañeros, Mauricio Crea y Hernando Albornoz, fuimos delegados virtuales de la agencia Saporiti. Los primeros en irse fueron Mauricio y Hernando, yo me quedé un tiempo más. Mi inconsciencia me llevaba a discutir a los gritos con algunos de los jefes de turno. Por eso me suspendieron varias veces.
Mis encontronazos verbales eran con un jefe de turno de apellido Chañaha, quien en 1988 fue jefe de prensa del entonces intendente de Morón Juan Carlos Roussellot, quien en 1989 fue destituido acusado de corrupción.
Sin medias tintas
Una anécdota que sirve para pintar el clima de época, tuvo como protagonista a Juan Carlos, un compañero de trabajo que militaba en la ultraderecha ligada a la revista “El Caudillo”.
Luego de una de las discusiones con mis jefes, Juan Carlos me llamó aparte y me dijo: “No te regales, boludo. Mientras vos estabas a los gritos, te escuchaba ese tipo”, y me señaló a alguien que escribía en una oficina cercana. “Ese trabaja para el Batallón 601 (de Inteligencia del Ejército). Si yo tengo que matarte, te voy a matar de frente. Ese te va a pegar un tiro por la espalda”, me advirtió Juan Carlos.
El que iba a pegarme el tiro del final era Martín Gregorio Allica, agente civil de inteligencia del 601. Allica fue pluma importante en Clarín y en La Nueva Provincia.
Juan Carlos, en Saporiti, le hizo un reportaje telefónico a Anastasio Somoza antes de su caída en Nicaragua: “Aguante, general, los rojos no pasarán”, fue su arenga de despedida. Juan Carlos tenía diferencias con la dictadura, porque él quería que los asesinatos y las torturas fueran admitidas por el régimen como una “acción patriótica” contra “el flagelo del comunismo”. Por eso estaba dispuesto a matarme cara a cara.
La COPREPREN
En esos años, junto con Mauricio Crea y Hernando Albornoz, éramos representantes de los trabajadores de Saporiti en la Comisión Pro-Recuperación del Gremio de Prensa (COPREPREN). No fue mucho lo que pudimos recuperar tras la intervención de la APBA, pero organizábamos reuniones para intercambiar información sobre lo que pasaba en los medios, sobre compañeros presos o desaparecidos. De esos encuentros participamos representantes de los mismos sectores que habían estado enfrentados en los últimos plenarios de la APBA.
También nos reuníamos para saludarnos en el Día del Periodista, organizando encuentros en los que venían a acompañarnos artistas solidarios como Víctor Heredia, Jorge Marziali, Suna Rocha y Raúl Carnota, entre otros.
Yo militaba en la Lista Naranja de Prensa y distribuíamos entre los compañeros del gremio, escondido en ejemplares de Clarín o La Prensa, un boletín que se llamaba “El Prensado”. El logo era un periodista, cuya cabeza era aplastada por una prensa.
Los que vivimos fueron años de persecución, de pérdida de compañeros. En medio de un ambiente hostil, el compañerismo y el amparo que nos dieron las organizaciones de derechos humanos nos dio la fuerza necesaria para seguir.
A fines de 1979, empecé a trabajar en la agencia Noticias Argentinas (N.A.), dirigida primero por Horacio Tato y luego por Raúl García. N.A. fue un refugio donde podíamos hablar y escribir sobre todos los temas. Con mi amigo Osvaldo Gazzola cubríamos las denuncias que comenzaron a tener más difusión a través de los organismos de derechos humanos.
Tuve la suerte de publicar colaboraciones en la revista Paz y Justicia, dirigida por el Premio Nobel de la Paz 1980 Adolfo Pérez Esquivel. En ese año, mi casa en San Justo fue allanada en mi ausencia. Destrozaron papeles y libros. Sobre la mesa del comedor me dejaron intacta una Nikon FM de mi propiedad. Era un mensaje claro: “No te vinimos a robar”.
Ya en democracia, durante 15 años escribí la Galería de Represores en el periódico de las Madres de Plaza de Mayo. Eso lo logré gracias al espacio que nos abrió la agencia Noticias Argentinas, para la que cubrí el juicio a las Juntas Militares, en 1985. En 1987 dejé N.A. para sumarme a Página 12. Fui delegado gremial tanto en N.A. como en Página 12 y tuve la inmensa fortuna de colaborar en la creación del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA). El compromiso que asumimos es el de reivindicar y continuar la lucha que comenzaron nuestros compañeros detenidos-desaparecidos.


