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Aldo Morán


Con algunas rutinas alteradas, esta jornada del juicio sirvió para agregar tramos a varias historias ya abiertas en otros testimonios. Los cinco testigos del día agregaron datos acerca del operativo del Batallón de Inteligencia 601 en Perú, los secuestros en una casa de San Antonio de Padua y el contexto sindical en el que intentó operar Montoneros durante la Contraofensiva. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Fotos: Gustavo Molfino/DDJFoto de portada: Juan Carlos Villalba, después de su testimonio, junto a Gustavo Molfino (Paula Silva Testa)Colaboración: Diana Zermoglio  Esta mañana es diferente a las otras. Entre las rutinas de este juicio, la primera que ocurre cada martes es cuando los cinco imputados que están en Buenos Aires entran a la sala. Eduardo Ascheri, Jorge Bano, Jorge Apa, Raúl Muñoz, Roberto Dambrosi y Cinto Courtaux (escoltado por agentes del Servicio Penitenciario porque es el único que está preso), traspasan la puerta. Las pancartas con los rostros de los y las militantes que no están, se levantan bien alto. Los imputados miran al piso, indefectiblemente. Se entablan las comunicaciones por videoconferencia con Mar del Plata y Tucumán, donde están los otros dos imputados, Luis Firpo y Alberto Sotomayor, respectivamente. Los esfuerzos del sonidista nunca son suficientes para que los enlaces funcionen correctamente; el equipamiento de la sala es más precario de lo que el esfuerzo de todas las partes del juicio se merecen. En ocasiones parecen más eficientes las comunicaciones clandestinas que recuerdan los y las testigos -una carta guardada en un frasco en el hueco de un árbol del monte, por ejemplo- que una simple videoconferencia en la era digital. Antes de comenzar con los testimonios, el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, les dice: “los imputados están dispensados”. Los integrantes del Batallón de Inteligencia 601, acusados por los secuestros, desapariciones, asesinatos y todo tipo de vejaciones contra 94 personas, se levantan y comienzan a arrastrar sus pies hacia la puerta de salida. Otra vez se levantan las pancartas. Con cada mirada de los acusados que se clava en el piso, más se agigantan los rostros jóvenes que nunca envejecieron.Pero esta mañana es diferente a las demás. Los imputados todavía no salieron. Llega el permiso del tribunal y comienzan a andar. La escena transcurre como siempre, pero hay algo que altera la rutina. Gonzalo Cháves está sentado en la silla para dar su testimonio. Entonces se cruzan por primera vez los imputados con un testigo listo para declarar. Tienen casi la misma edad. Cháves está por decir que tiene 80 años. Le pasan por al lado. El testigo los mira. Las otras miradas nunca sueltan el suelo. Hay una fuerte victoria simbólica en esa imagen. *** Gonzalo Cháves parece más joven que lo que cuenta. El cuello de una camisa a cuadros se monta sobre el pulover azul. Es un testigo de la querella mayoritaria, razón que altera otra vez la rutina. No es la fiscal la que comienza con las preguntas, sino el abogado querellante, Pablo Llonto. —Gracias por venir a dar tu testimonio. Quería que le cuentes al tribunal, brevemente, si tuviste alguna actividad sindical en los años ’60 y ’70 y en los años de la Contraofensiva —da pie Llonto.—Voy a pedir permiso para usar un ayuda memoria porque tengo muchas fechas y nombres que no recuerdo —arranca Cháves y hace un punteo rápido de varias décadas de historia—. Nací el 14 de agosto de 1939. Tengo 80. En 1963 ingresé a la Juventud Peronista de La Plata y fui miembro de la conducción. En 1964, ingresé a la empresa nacional de teléfonos. Ahí comenzó mi actividad gremial: fui delegado y también miembro de la mesa de conducción de esa actividad. A fines de 1972, la JP de La Plata resolvió por unanimidad sumarse a la organización Montoneros. El 8 de agosto, en 1974, en un raid de muerte, la organización paramilitar Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) mató a 4 compañeros en La Plata. Gringo (Carlos) Pierini, dirigente petrolero; Luis Marcor, estudiante recién recibido de periodista; a mi padre Horacio Irineo Cháves, suboficial mayor del ejército (RE) y secretario general del PJ de La Plata, y a mi hermano Rolando Horacio (Cháves), que era técnico mecánico. Con esa crudeza inicia su relato Gonzálo Cháves. “La Triple A también me fue a buscar a mi casa en Los Hornos. Me había mudado hacía unos meses así que zafé en esa oportunidad”, dice. Recuerda que su padre participó de un intento de levantamiento militar contra la autodenominada Revolución Libertadora, por lo que fue condenado a fusilamiento aunque, a última hora, “la fusiladora”, como se la conoce popularmente, lo perdonó. “Después de la muerte de mi hermano y mi padre, viví 10 años en la clandestinidad, hasta que llegó la democracia en el ’83. En marzo de 1977 nos fuimos del país con mi familia. Estuvimos en Roma y en Madrid. Participamos del lanzamiento del Movimiento Peronista Montonero, el 22 de abril de 1977 en Roma. En Madrid se formó el Bloque Sindical del Peronismo Montonero. Ahí me volví a encontrar con Armando Croatto, que lo conocía de la militancia sindical y conocí a José Dalmaso López y Aldo Morán (sobreviviente de la redada del 601 en Perú durante la Contraofensiva)“. Cháves relató la gira que emprendieron para denunciar, donde se los escuchara, las atrocidades del genocidio en Argentina. Pasaron por España, Argelia, Cuba, Ecuador y México con sus disertaciones. También estuvieron ante la OIT (Organización Internacional del Trabajo) “donde entregamos por primera vez una lista de dirigentes sindicales, delegados y activistas presos, muertos y desaparecidos. Además de una lista de todos los sindicatos intervenidos. Pedíamos en ese dossier el levantamiento de la intervención a los gremios y la CGT. Traje una fotocopia de ese documento”, busca entre sus papeles y lo levanta. Intentos de asesinato en Europa Sin prisa y con precisión, Cháves habla de sí mismo en tercera persona para contar la persecución de la Triple A en Europa. “El 12 de octubre de 1979, se presentaron ante la