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Mataderos


Después de más de diez años de lucha, el histórico Cine El Plata del barrio porteño de Mataderos reabrió sus puertas definitivamente en octubre pasado, como parte del Complejo Teatral Buenos Aires. En esta crónica repasamos la historia del cine, desde el cierre hasta la reapertura, en las voces de los vecinos y vecinas, protagonistas de este logro. (Por La Retaguardia) ✍️ Redacción: Pedro Ramírez Otero/Catalina Goldszmidt 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Fotos: Julián Bouvier/Bárbara Barros/La Retaguardia Con el calor de octubre empiezan a intensificarse los olores. En Mataderos, por si fuera poco con los frigoríficos, el olor a cuero quemado de las curtiembres produce náuseas. Roberto tiene 19 años y cuando no trabaja se interesa por el teatro independiente. Es 1945 y lo nuevo en el barrio es el Cine El Plata, “El Gran Rex de Mataderos”. Sobre la Avenida Alberdi, la cartelera anuncia “Los Miserables” y el joven saca cuatro entradas. Horas más tarde, caminará quince cuadras para buscar a la novia, a la suegra y a la hermanita. Roberto no podrá elegir los asientos del fondo, donde “podría robarle un beso”. Pero se las rebuscará para besar a la novia, con su suegra en el asiento contiguo, mientras Jean Valjean escapa de la policía en la pantalla grande.  En 2008 el cine ya es casi escombros. A partir de un amparo judicial presentado por el Centro de comerciantes del barrio, logran que el lugar no sea demolido. Es de noche. La avenida más transitada de Mataderos está en completo silencio y un grupo de vecinos y vecinas corta la cadena que el Gobierno de la Ciudad había puesto en las puertas del edificio. El escenario principal ya no está. La platea no existe. Todo parece un enorme baldío y la luz de la luna que pasa por donde antes había un techo es lo único que permite que quienes entraron se vean las caras. El Gobierno porteño quería derribar todo para instalar un Consejo de Gestión Participativa (CGP). Pero sería ilícito: el edificio del cine está bajo una ley de protección estructural arquitectónica. Además está destinado para ser utilizado como espacio cultural. Eso dicen los papeles de compra del Gobierno de la Ciudad. Roberto Gutiérrez tiene 78 años y sigue viviendo en el barrio. Ese cine al que iba de joven ahora es sólo una anécdota. Zulema Luján, de 78, recuerda el Cine El Plata como lugar de encuentro de su juventud, en los años 50. “Cuando tenía 13 fui a ver Drácula. Al lado teníamos la ‘La Santa María’ donde íbamos a comer pizza todos los chicos del barrio”, dice. La arquitectura era muy similar a la del cine Gaumont: escalinatas con mármoles en la parte de las escaleras y las barandas. A partir de la venta e intento de demolición, Luján se sumó a la organización vecinal que en 2007 se constituyó como Coordinadora en Defensa del Cine El Plata. “Viví toda mi vida en Mataderos, vivo a seis cuadras del cine. Toda mi juventud estuvo trazada por ese lugar, hasta que lo perdimos”, cuenta.   Aunque digan “lo perdimos”, no se resignan. El edificio está abandonado. Ni rastros de lo que fue. Pero con una carga histórica que no permite que el barrio se olvide de qué es ese lugar. Con las cadenas rotas, las cuatro personas que están dentro de lo que alguna vez fue “el Gran Rex de Mataderos” no saben por dónde empezar. No se puede caminar entre la mierda de palomas. Ponen cadenas nuevas, con candado propio y se van. Salió el sol y se escucha el abrir de las tres puertas de un colectivo. Un auto patina en el asfalto ardiente en un semáforo en rojo. La gente pasa. Murmullos. Los “quince o veinte locos” que pelean por el cine, abren con su llave y empiezan las jornadas de limpieza. Uno es plomero y hace unos arreglos. Instala un baño. El hormigón antiguo resiste y el pullman y el superpullman todavía aguantan. Esperan a que el público pueda volver a habitar el lugar.  Del proyector “de alguien” al apoyo del INCAA Corre el año 2009. Llega gente al histórico edificio. Ya no están las butacas de siempre. Desde afuera, el brillo de la pantalla proyectada invita a entrar. Volvieron las películas. Pero esta vez de la mano del barrio y de algún vecino que tenía un proyector. Cintas que ya no estaban en cartelera. El audio latoso y la imagen a veces sobreexpuesta. Pero una buena alianza con el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) sube el nivel de lo que empezó como una proyección armada con lo que había para convertirse en un ciclo de películas —ya no tan viejas— con sonido y luces de calidad. “Nos empezaron a traer de todo. Todo lo que necesitábamos. No teníamos las de estreno, que estaban en el Gaumont, pero nos traían la tecnología para poder pasar algunas”, cuenta María Denti, una de las referentes de la Coordinadora en Defensa del Cine El Plata. Y recuerda cuando los vecinos y vecinas pudieron sentarse a ver El secreto de sus ojos, la misma noche que del otro lado del continente ganaba el premio Oscar a mejor película internacional. Promesas de campaña El interlocutor entre el Gobierno de la Ciudad y la Coordinadora es Hernán Lombardi, ministro de Cultura. El PRO es oficialismo desde 2007. Lombardi: el nombre más repetido por los vecinos que pelean por el cine. En la Legislatura, con acompañamiento de diputadas y diputados, la gente de Mataderos intenta avanzar con la reapertura. Aparece otro nombre sumamente repetido: Cristian Ritondo. Legislador. Nacido en el barrio del Cine El Plata. La “gente de Ritondo”, recuerda Denti, los amenazaba en las sesiones: “Se ponían uno de cada lado cuando tenías que hablar y te decían bajito ‘si hablás vas a aparecer una zanja. Si hablás, vamos a reventar a tu hija’”.  2011. Mauricio Macri busca la reelección como jefe de Gobierno. Habían empezado a planificar obras en el cine e hicieron una inauguración parcial.

En una de las jornadas más emotivas que se recuerden en los últimos años en el barrio porteño de Mataderos, con una gran fiesta en las calles se reabrieron las puertas del mítico cine. La presencia del grupo artístico Choque Urbano impactó desde lo visual y lo sonoro. Compartimos las fotos de una jornada tan esperada como memorable. (Por La Retaguardia) 📷 Fotoinforme: Nicolás Rosales/La Retaguardia 

El viernes pasado acompañamos la primera olla popular del club Sol de Mayo para ayudar a los vecinos y vecinas más necesitadas del barrio de Mataderos. Daniel Calabrese, fotógrafo, fue parte de la movida y se presentó desde temprano para registrar esta tarea colectiva en medio del aislamiento social preventivo que solo considera a un sector de la sociedad y relega a los sectores más empobrecidos. (Por La Retaguardia) ✏ Redacción: Matías Bregante 💻 Edición: Rodrigo Ferreiro 📷 Fotos: Daniel Calabrese Desde el lunes 20 el barrio de Mataderos se ve atravesado por una acción solidaria y colectiva. Clubes sociales, organizaciones, unidades básicas, ONGs, todos con la premisa de recolectar alimentos no perecederos, artículos de limpieza, elementos de aseo personal, leche y pañales. Desde “Hora Libre” pudimos hablar con Flavio Prieto, miembro de la Comisión Directiva del club.  “El problema que está acarreando el COVID 19 no solo es sanitario, sino que se está complicando mucho la cuestión social y económica para mucha gente, para muchas familias”. El Estado nacional propone un aislamiento diseñado para la clase media alta y los sectores de mayor poder adquisitivo, lo que produce que para muchos trabajadores informales, monotributistas, comerciantes, se haya paralizado la entrada de dinero. En un contexto económico que viene en baja desde hace más de 5 años la pandemia profundizó las carencias de muchos hogares. “Por eso decidimos desde el club la semana que paso pedir donaciones para poder asistir a las familias del barrio que más lo estén necesitando. La semana que hemos salido a hacer recorrida por las viviendas llevando la mercadería a los domicilios, con todas las condiciones de salubridad y de cuidado necesario no solo para nosotros sino también para el vecino y la vecina a la cual le arrimamos la mercadería y se asistió alrededor de 35, 40 familias en la semana” relata Prieto sobre el trabajo que viene realizando. El viernes, para cerrar la primera semana de esta acción solidaria, se preparó una olla popular que desde las siete de la tarde comenzó a repartir comida a quienes se acercaban. Decidieron comenzar con una olla semanal en virtud de la colaboración de les vecines, que rápidamente superó las expectativas. Flavio cuenta con orgullo: “Estimamos hoy entregar 50 porciones de guiso, es la manera que tenemos desde el club para ayudar a nuestro barrio. Es un club que no solo se encarga de lo deportivo y lo cultural, sino que está muy insertado en lo que es el barrio, con la identidad del barrio y con la cuestión social”. Esta gesta solidaria que tuvo como motor al Sol de Mayo se vio acompañada en el barrio por el Club Cárdenas, la Unidad Básica Sebastián Borro y por la ONG El Toldo. Estos espacios también están recolectando productos de primera necesidad para ayudar a las vecinas más necesitadas. Mientras dure el aislamiento el club Sol de Mayo estará recibiendo donaciones de lunes a viernes de 10 a 17 y se realizará la olla popular los días viernes a las 19. El club queda en la calle Oliden 1935, a 20 metros de Avenida Directorio.