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Paula Silva Testa


Ana Testa es sobreviviente de la ESMA y no participó de la Contraofensiva de Montoneros. Sin embargo, es querellante en la causa por el secuestro y desaparición de su compañero, Juan Carlos Silva. Su testimonio del martes pasado fue emotivo y muy político. (Por Fabiana Montenegro y Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de tapa: Ana Testa y la foto de Juan Carlos Silva sobre la mesa (Foto: Fabiana Montenegro/DDJ)Colaboración: Diego Adur y Rosaura Barletta.“Disculpen —dice Ana Testa apenas ocupa el asiento destinado a los testigos— pero siempre que tengo que hablar y recordar a Juan… —se interrumpe, y coloca sobre el escritorio que tiene enfrente un portarretrato con la imagen de su compañero, padre de su hija—.  Traje este Juan, porque hoy vine a hablar por él”. Juan Carlos Silva nació en una familia de cuna peronista. “Increíblemente peronista”, precisa Ana. Su papá, Analicio Silva, trabajó en las aceiteras algodoneras desde los 12 años. Llegó a conformar el primer sindicato de aceiteros algodoneros, donde ocupó el cargo de secretario general. En los años ’70 fue secretario general de la CGT en Chaco. “La vida política peronista en esa casa estuvo desde el primer día”, dice Ana. “Para Juan, el juego, la escuela, la familia y la política eran casi una cosa cotidiana. Tenía 5 años cuando a su papá lo secuestraron veinte o treinta días en 1955 en un regimiento del Ejército en la capital chaqueña, el Regimiento La Liguria”.Fue entonces —a partir de que lo conoció en 1972, cuando se fue a estudiar Arquitectura a Resistencia y empezó a frecuentar a la familia, cuando Ana aprendió sobre el peronismo gracias a  las charlas que su suegro fogoneaba en los almuerzos. “Era muy placentero pasar los domingos en su casa por los grandes debates que tenía el padre con sus dos hijos, Antonio (con 18 años, que fue secuestrado en Santa Fe), y Juan”, recuerda.Luego Ana se adentra en los inicios de la militancia: “empecé a militar con un cura, Rubén Dri, y Juan ya estaba en el partido y en el barrio hasta que a principios de 1973 se constituyeron las regionales. Eran los espacios de superficie de la organización Montoneros: JP (Juventud Peronista), de la JUP (Juventud Universitaria Peronista), de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), de la JTP (Juventud Trabajadora Peronista)”, describe.“Juan era una persona que andaba mucho y estaba todo el día haciendo cosas. Trabajaba, estudiaba, militaba, no sé de dónde sacábamos tanto tiempo”, dice, y no puede ocultar su admiración por él y  su generación.Ana conserva tan intactos los recuerdos de aquella época como su pelo largo que, recogido por la mitad, le cae sobre los hombros. La foto de Juan está ubicada de modo que pareciera mirarla mientras ella lee un fragmento de Gabriela Selser: “Éramos tan jóvenes, con esa juventud que no necesitaba apellido, sobraba futuro, porque estábamos llenos de vida (…) Había tanto para hacer y el mundo cabía en una mano”. “Esto –dirá al terminar la lectura— define cómo fuimos en todo sentido y cómo fueron nuestros compañeros. No sé si todos por igual pero, particularmente, yo leo esa frase y mi primera imagen es Juan: Juan y sus decisiones. Juan y su convencimiento. Juan y su manera de entender la realidad, de decir ‘el camino es este’, ‘hay que hacer así’. Me identifica porque lo asocio mucho a su forma de ser y de muchos compañeros, de casi todos los compañeros de esa generación”, grafica sensible y emocionada. Fervor y represión Ana va a estar secuestrada en la Escuela de Mecánica de la Armada desde noviembre de 1979 y parte de 1980. Pero ahora, mientras habla del fervor con que vivieron esos años (de 1972 a 1975) los ojos le brillan. Ni siquiera la oscuridad que se avecina en su relato conseguirá apagarlos.“Resistencia era una ciudad pequeñita, nos conocíamos todos, sabíamos quiénes eran los peronistas, quiénes eran los no peronistas, quiénes eran los de vanguardia. En la cola donde yo me fui a inscribir en 1971 para la carrera de Arquitectura, estaba Marcela Hedman y es con quien decidimos alquilar un departamento enorme que se llamó La Casa de Arquitectura. Éramos todos estudiantes de Arquitectura y militantes. Después nos fuimos a vivir con Juan ahí y era el único que no era de Arquitectura, él había empezado a estudiar ingeniería. Con el tiempo, Marcela se va de esa casa cuando está embarazada de su primer hijito. Marcela se enamoró de Rubén Amarilla, hermano de Guillermo, responsable de la regional 4, la que a nosotros nos correspondía”.Entre el ‘72 y ‘73, Juan se incorporaría a la organización Montoneros, intuye Ana. “De su boca jamás salió”, afirma.Durante ese período –“la mejor etapa de nuestras vidas hasta que llegó 1975”— conoció a Oli Goya.“En el año ’75, cuenta, yo era secretaria de mi centro de estudiantes de Arquitectura. Rápidamente, se viene para julio del ’75 una razzia infernal aplicando la 20.840, la ley antisubversiva. Quedamos en el tendal. Nos tuvimos que ir porque si no nos metían presos. Algunos compañeros estuvieron presos desde ese día hasta el ’83. A otros compañeros los masacraron en Margarita Belén (de los primeros juicios de lesa humanidad que se realizaron al caer las leyes de impunidad) y algunos otros pudimos escaparnos. Algunos fueron detenidos y masacrados en otros lugares. Así empezó la recorrida nuestra con Juan. En ese interín, en Resistencia, yo estuve encerrada en una casa en situación de clandestinidad y me enteré de que estaba embarazada”.Los meses siguientes, militaron –Juan en el área militar y ella en prensa— en Misiones y luego en la ciudad de Santa Fe, donde nació su hija, María Paula.“El ’76 fue un año muy cruento –recuerda—. Nosotros logramos escaparnos por los tapiales de una casa que fue rodeada por fuerzas conjuntas. No los conozco ni nunca les vi la cara, pero en un juicio que yo declaré en Santa Fe había uno de los acusados que le decía a otro y hacía gestos como diciéndole que nosotros