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Sensaciones de un domingo en cana – La historia de Diego Chávez

Escrito por el abril 6, 2018


En la fría madrugada del domingo 10 de marzo esperábamos a eso de las 4 de la mañana, en Moreno, el 57 ramal Mercedes. Estábamos con Fabiola, la madre de Diego Chávez, un pibe del lugar que está preso víctima de una causa armada. El colectivo demoró más de una hora, y en ese tiempo charlamos con ella, que nos empapó en el tema: ¿Quién es Diego Chávez? ¿Por qué está preso? ¿Qué es una causa armada? ¿Quiénes las arman y con qué fin? Son preguntas que, con un rato de charla con Fabiola, se responden. Esas respuestas, sin embargo, inundan de bronca, al comprender que muchos pibes y muchas pibas están presos injustamente, lejos de sus familias, por ser pobres y estar indefensos en un sistema que se encarga de sostener la desigualdad. (Por Julian Bouvier y Lorenzo Dibiase para La Retaguardia)

*Diego Chávez y su mamá Fabiola, en la foto sacada por su novia Ornella.

“¿Sabéis qué me gustaría conseguir como poeta?
Poder contar y oír lo que nadie oye”.    
Goethe

                   

“La sensación cuando termina la visita se puede comparar a la de tirarse en un volcán de amargura en erupción. Es cuando quisiera congelar el tiempo tan solo para degollar con un pedazo de vidrio todas las yugulares de cada uno de los guardias ¿Cuál es la felicidad de transformar en un cubito de hielo de la vida, qué mejoría trae a sus penurias el sentirse autoridad? Es la idea en la que continuamente se cae”*

Eran cerca de las cinco cuando llegó el colectivo y rápidamente se llenó de los y las familiares que se acercaban a Mercedes a visitar a sus hijos, esposos, padres, amigos, etc. En ese tramo de más de una hora, Fabiola nos siguió contando sobre Diego, las familias que conoció a partir de la lucha y la organización, de los medios que se acercaron (y sobre todo de los que no se acercaron). Empezaba a amanecer cuando bajamos del colectivo y caminamos las diez cuadras que hay, aproximadamente, hasta el penal. Hicimos una larga cola que duró más de dos horas, calvario al que se acostumbran las familias cada domingo cuando van a visitar a sus pibes que están adentro. Mientras iban requisando, uno por uno y una por una, en diferenciadas colas de varones y mujeres, visitamos el plagado almacén donde todas las familias compran sus últimas cositas para llevarle a los pibes. Cigarros, fuego, pan y algún fiambre, una gaseosa, aguas.
Mientras esperamos, charlamos un buen rato con el padre de un pibe que está adentro y que hace varios días había sufrido una golpiza y tiroteo por parte de la policía (luego de una discusión en la que el pibe se negaba a darles su celular para que luego lo vendieran, los carceleros le metieron seis tiros en la pierna y en el pie). A las nueve y monedas nos hicieron pasar por un pasillo, nos requisaron, nos hicieron sacar remera y pantalones (aclararon que era una rutina al darse cuenta de que era la primera vez que íbamos) y nos hicieron pasar acompañados de un carcelero. Toda la sensación hasta ahí era bastante dura, por las condiciones del penal y el clima de tristeza y frialdad que se siente en un lugar así. El trato diferenciado y “amable” de la policía hacia nosotros, y todo lo transcurrido hasta el momento, nos hizo sacar la rápida conclusión de que por nuestra condición de clase, jamás iríamos a parar a ese lugar. Que este lugar es exclusivo para los pobres.

“No hay buenos, ni malos. Todos son hormigas de la fábrica del machete, nunca vi un espejo tan grande (casi del tamaño de nuestro continente) por el que miran la extraña mutación de su futuro muerto. Díganle a mi espalda violeta y verde y a mis tibias fragmentadas que ellos son simplemente mercenarios de un sistema”*

Entramos a un gran galpón, con mesas familiares no muy grandes (contamos unas 80 o 90 mesas), cada una con un mantel de diferentes colores, con un banco de cada lado y un infaltable ventilador de pie. Arriba, colgado en la pared, otro ventilador; atrás, la ventana abierta; luego las rejas y por último, el cielo. Grandes murales en las paredes hechos por los mismos presos: imágenes gauchescas, paraísos hawaianos con parejas besándose en el atardecer. Enfrente, las ventanas de los cuartos del “encuentro”, como le dicen a las visitas íntimas. Muchos pibes esperaban ansiosos a que fueran entrando sus familiares y amistades para reencontrarse. “FELI DÍA DEL NINO”, decían las letras en cartulina mientras dejaban caer sus partes. Niños y niñas corriendo por los pasillos, y el reiterado grito de quienes repartían la comida: “58, ¡¡PIZZA!!”, “63, ¡ASADO!”; los números son personas. Las palomas pasean sobrevolando nuestras nucas. El Reggaeton. Abrazos, besos, sonrisas, encuentros.
Buscamos a Diego, al que sólo conocíamos por fotos, mientras un carcelero nos preguntaba una y otra vez de qué piso era él, dato que no teníamos, hasta que lo reconocimos a lo lejos, a pesar de su cambio de look (nuevos reflejos rubios).

“Nunca imaginé que llegaría a odiar tanto al escuchar apellidos y mucho menos que me tatuarían un 653 en la nuca”*

Nos saludamos, a él lo notamos un poco frío, pero cordial y amable. Nos recibió con unos mates y nos prestó unos buzos mientras esperábamos a Fabiola; la mañana estaba fresca. Fuimos haciéndole algunas preguntas como para romper el hielo y en principio Diego nos respondía bien al pie, y miraba hacia la entrada, esperando a la vieja. Preguntas que apuntaban a conocer cuál es la realidad que se vive en un penal. Cómo (sobre)vive él allí, siendo tranquilo, pacífico. Una vez que entró Fabiola, unos 15 o 20 minutos después que nosotros, la charla se puso dinámica. Consultamos si podíamos tomar nota, ya que por supuesto no se pueden ingresar teléfonos, ni grabadoras. Ante la positiva, empezamos la entrevista, que vale aclarar, el diálogo fue reescrito entre apuntes y recuerdos.

“Pero igual, no dejo que me autopcien los discursos. El resentimiento es simplemente el alcohol que bebe esta soledad obligatoria”*

Sobre su causa

“Ojalá te suelten rápido”, le dijo el policía que lo trasladaba a la primera comisaría, después de preguntarle a Diego por qué era que lo llevaban. Él respondió: “Me tienen engarronado, dicen que maté a un policía”.
Ni la propia policía se creía el relato. Diego es inocente de acá a la China. Lo decimos nosotros que lo conocimos solo un rato, y también lo dice la esposa del oficial asesinado, única testigo del episodio, al hacer el identikit: “1,78, barba candado, morocho”. Ese no es Diego.
Cuando le preguntamos qué esperaba para su futuro, nos dijo: “Mientras Gamarra diga la verdad, va a estar todo bien”. Gamarra es uno de los cuatro implicados en la causa, y uno de los que entró a la casa del oficial (los otros dos se quedaron esperando en la puerta). Tanto sus huellas como las del otro pibe están esparcidas no sólo en la ropa del oficial sino también en la heladera de su casa. De manera que puede saberse que Diego no estuvo ahí. (De más está decir, que si consideran que hay que investigar, la ley dice que “se es inocente hasta que se pruebe lo contrario”, pero esa salvedad no se cumple con Diego, que espera su juicio adentro, injustamente). Diego está preso hace dos años y cinco meses y su juicio, por el momento, sería en junio de 2019.
Por último, y teniendo en claro el accionar de los penitenciarios, dijo: “para mí que saben que no hice nada, porque si hubiera matado a un policía me molerían a palos”.
Antes de seguir la nota, le preguntamos si se sentía cómodo. Como Diego es de pocas palabras, podríamos estar molestándolo. Dijo que no lo molestábamos.

“Quizás el mejor momento de las dos horas semanales que paso con mi familia sea cuando veo a las rejas convertirse en plantas enredaderas. Pero bueno, lamentablemente, uno termina acostumbrándose a que absorba las venas una aspiradora capitalista… de todos modos, tiene su instant gratificant hacerle trampa al patrón eterno y ponerse veneno zapatista en la sangre ¡Hello, Mister!”*

El día a día adentro

Le preguntamos cómo se vive la política. Su primera respuesta es “nada, no pasa nada”. De a poco se larga y nos agrega algunos datos: “A Macri no lo quiere nadie”. Sigue pensando y suma: “Ahora que Vidal dice que va a entregar pulseras… vamos a ver, algunos se pusieron contentos”. Las pulseras electrònicas, que en realidad ahora son tobilleras, se utilizan para controlar a personas que deban cumplir prisión domiciliaria, restricción de acercamiento al hogar, libertad condicional, libertad asistida o salidas.
Nos cuenta que de los 21 mil pesos que, se supone, baja el Estado por preso, no se ve nada. “La comida de acá no se puede comer. Nos tendrían que dar sábanas, frazadas, cepillos de dientes, no te dan nada”, asegura. Y agrega que “la subsistencia va dependiendo de lo que te entran de afuera tus familiares y amigos, y que entre los pibes nos vamos repartiendo. Nos cocinamos también. Hay mucha solidaridad con los pibes que no tienen a nadie”.
Respecto al trato de los penitenciarios con los presos, “siempre están los que se hacen los pillos, que te quieren verduguear”. Quisimos saber si suele haber conflictos adentro y nos dijo que muy de vez en cuando, y que desde que entraron los celulares, están todos en Facebook. “Eso calmó un poco las aguas”.
Él no tiene partes (de mala conducta) y nunca fue a buzones (calabozos de aislamiento a modo de castigo).
Nos cuenta que hace un mes mataron a un pibe de 21 años para sacarle sus pertenencias, sus zapatillas, sus ropas.

-Le clavaron una faca en el pecho.

-¿No tenés miedo?

-Y, a veces sí… no sabés con qué te van a salir. Igual yo soy tranqui y me hice querer.

Nos contó que hay celdas diferenciadas para “los evangelistas”. Los violadores se refugian atrás de una biblia, se van a pabellones de la Iglesia. Se hacen pastores.

-¿Cómo se vive el machismo acá?

-Normal, están los que controlan mucho a las pibas por teléfono. También hay pibes que no tienen maldad, algunos que lloran una banda.

También aparecen casos como el de un viejo recluso que está adentro hace 37 años, que mató a toda su familia y que hoy prefiere quedarse adentro. Tiene su celda, su perro, y le dan las llaves para salir a comprar puchos. Para descontracturar, nos compartió algunas cotidianeidades que tienen más que ver con cómo sobrellevar el día a día allí:

-Los pibes de Paso del Rey siempre estamos unidos, somos unos pares.

-¿Y qué música escuchan?

-De todo, rock country, cumbia, reggaeton, de todo.

-¿Qué más hacen?

-A veces usamos una aplicación de celular que se llama “el azar” que sirve para hacer videollamadas con gente de todo el mundo. Vos tocás el mapita y te lleva a un país, y hablás con el que está conectado. Una vez nos peleamos con un chileno -cuenta con una leve sonrisa, que es lo máximo que llegó a esbozar en este domingo. En libertad debe de ser bien alegre, pero encerrado, lógicamente, no tiene demasiados motivos para sonreír.
Juegan al futbol cada día, varias horas: “Los partidos acá son picantes, te cagan a patadas” ¿Y vos pegas?, retrucamos. “Y… si te pegan, tenés que pegar. Yo juego de defensor, además”.

-¿Cómo se viven las fiestas tipo navidad y año nuevo?

-La pasamos bien, hicimos una mesa larga, comimos unos choris, los policías nos vendieron un fernet y tres cocas a 600 pesos (tienen sus kiosquitos adentro). Algunos se ponen a bailar. Se termina temprano. Yo a las 11 ya estaba durmiendo.

La mugre carcelaria

“Nadie conoce la belleza (sólo comparable al amanecer de los incas) de morirse de una sobredosis de abstinencia sexual y reencarnar al otro día en un asesino invisible”*

“Un asco”, arranca Diego. “No hay baño en las celdas. A las 7.30 de la mañana te abren las puertas del baño hasta las 11.00. Después, a las 14 una hora y a las 17 y de vuelta a las 21, otra hora. Y si necesitas ir más tarde, tenés que hacer en botella o en una bolsa. Para bañarte, baldes de agua fría”.

-¿Qué tamaño tienen las celdas?

-Dos metros por uno y medio, y ahí tienen que dormir cuatro personas. Nosotros estamos un poco mejor porque somos dos, que estamos en limpieza y mantenimiento.

Educación

-Contanos cómo funciona la escuela acá adentro.

-Tenemos cuatro salones con pizarrones y un aula de computación.

-¿Cuántos pibes cursan?

-El año pasado, por ejemplo, éramos como 30 y habrán terminado la mitad. Tenemos inglés, lengua, matemática, biología, psicología, química, geografía.

-¿Historia y plástica?

-No. Hay talleres de artesanías, herrería, mecánica y panadería.

-¿Cómo son los profesores?

-La mayoria son profesoras. Son piolas, nos hablan mucho para que los pibes cambien, para que no vuelvan a bardear.

-¿Cómo los evalúan?

-Te hacen hacer trabajos prácticos, evaluaciones.

-¿Les hablaron sobre Santiago Maldonado y sobre Rafael Nahuel? 

-Sí, hablamos mucho, ellos estaban peleando por sus tierras y los mataron.

Diego tiene la mirada perdida. Se toma su tiempo para responder cada pregunta, aunque ninguna parece entusiasmarle. A esta altura de la charla va por el tercer cigarrillo Philip Morris mentolado. El mate dulce gira y gira, mientras vamos preparando los sanguchitos. Alrededor las caricias nunca faltan. A la derecha, un niño que duerme recostado en el banco. A la izquierda, la visita que no llega… hasta que llega.

Para conocer más a Diego

-¿Qué pensás de los pibes del barrio que se hacen policías?

-Conozco pibes que se hicieron policías, pero no tengo nada contra ellos. Algunos están ahí por la plata. Que sé yo, tienen sus curros. Estudian seis meses y les dan un arma -piensa unos segundos y agrega-. La bronca sí es con los policías que me mataron a dos amigos: A Luca y a Eber.
Observamos dos de sus tatuajes, uno que dice: “Vivir solo cuesta vida”, otro es del Gauchito Gil.

-El de Los Redondos es un tatuaje que comparto con Orne (su novia).

-¿Y qué otro grupo de rock te gusta?

-Los ángeles del rock, un grupo de Moreno.

-¿Y del Guachito?

-A los 13, 14 años, cuando vivíamos ahí en una Unidad Básica de la JP, estaba él. Y a veces me pasaban algunas cosas que me pareció que me defendía. Entonces le empecé a llevar vino y cigarros.

– ¡Me sacaba los puchos!-, interrumpió Fabiola entre risas.

-Y en esta no te ayudó… -comentamos.

-Yo no estoy enojado con él, le pido tranquilidad. Tengo un santuario en mi celda. Acá hay muchos devotos de él, también de San La Muerte. Al Gauchito lo fui a ver a Corrientes y todo.

Nos cuenta algunos datos del Gauchito. Fabiola agrega que ella no cree en nada, pero que le cuida el santuario de Diego, y le prende cigarros.

“Nosotros le estamos armando el santuario a Gilda, ahí donde ranchamos”, le contamos a Diego, que sonríe. “Ahh, Cada loco con su tema”, nos delira Fabiola.

-Tu novia te banca, ¿no?

-Sí, siempre discutimos. Me reprocha por las malas yuntas que tuve, pero sí, me re banca.

-¿Y tus suegros?

-Mi suegro me quiere como a un hijo… Jimena siempre me manda a ver qué necesito, hasta las vitaminas me compró.

-¡Y la Nivea Q10!-, agrega Fabiola, a quien no se le escapa una, riéndose de lo coqueto que es Diego.

Al llegar, es notable lo lookeados que se los ve a los pibes: cejas depiladas, pelo recién cortado, afeitados, bien empilchados, recién bañaditos.

¿Y quién más te banca?

-La mayoría me dejaron re tirado.

-Lo conociste a tu sobrino, Benjamín.

-Sí, está re grande-. Diego es de pocas palabras, pero por primera y única vez, al recordar a su sobrino ,se emocionó al punto de que se le nublaron los ojos.

-¿Qué extrañás?

-Una banda de cosas. Ir a lo de mi vieja a tomar mate, estar con mi novia.

Fabiola recuerda: “Antes, mucho mate no tomaba”, y él le replica: “Sólo tomaba cuando iba a tu casa. Empecé a tomar más acá”. El mate no paró de girar en toda la jornada. Y qué ricos mates, dulces y ricos mates que cebaba Diego. Especiales

“¿Por qué será que todos mis héroes se enamoran del suicidio?”*Mi mamá ya debe haber llegado a mi casa, qué lastima, ella nunca se va a dar cuenta que hoy, luego de tres años, se recibió de astronauta carcelaria”  

-¿Qué opinás de la lucha de tu vieja y de otros compas?

-Eso ayuda bocha. Que hagan ruido.

-¿Qué nos contás de Fabiola?

-Una luchadora.

“Lucha falta, hay mucho miedo”, dice Fabiola. “Si te acostumbrás, te entregás”. Y agrega, en tono de denuncia: “No solo a Diego le cagaron la vida, a todos nosotros también. Yo quiero la cabeza del que armó todo esto, no quiero ninguna indemnización. La sociedad lo puede reemplazar, yo como madre no. Fijate con el aborto lo que pasó, ‘no lo mates, no lo mates’ y después se encargan de matarlo en vida”.
Una vez más, y por última vez, volvemos a preguntarle si se siente cómodo con las preguntas, si no lo estamos jodiendo. Nos dice que está cómodo, y Fabiola asegura: “si no estuviese cómodo, se darían cuenta”.

-¿Qué es la libertad para vos?

-Es todo, andar por donde vos querés, tu familia, andar en moto…

-¿Qué les dirías a los pibes que están afuera?

-Que disfruten la libertad, que no tiene precio… Acá se aprende a valorar las cosas.

Sensaciones de vivir en cana

El lunes 2 de abril, mientras escribíamos esta nota, Ornella, la novia de Diego, se enteró por uno de los pibes del pabellón 1-5, donde estaba Diego, que había habido una pelea y que “tuvo que entrar la policía a reprimir” con balas de goma. Cuando Fabiola intentó comunicarse con el penal, le dejaron, una y otra vez el teléfono en espera. Viajó a Mercedes y uno de los jefes del penal le confirmó que sí hubo pelea, pero le dijo que se quedara tranquila, que Diego estaba bien. Hasta que no lo viera, Fabiola no le iba a creer. Se negaron a permitirle pasar debido a que por ser feriado había poco personal, pero ante la insistencia de información, le confirmaron que Diego estaba herido, que “había recibido un perdigón de bala de goma, pero de rebote”, que él no estaba en el conflicto. Entre el cambio de versiones que recibió Fabiola en esos diez minutos de charla, terminaron por decirle que lo habían trasladado durante la madrugada, al penal de Junín. Aún no lo pudo ver. Solo recibió un mensaje suyo del teléfono de algún pibe (a él, en el trajín del traslado, le robaron todas sus pertenencias), diciendo que se quedara tranquila. ¡No nos quedamos tranquilos! Queremos a Diego libre y, al menos, mientras tanto, que lo vuelvan a trasladar a Mercedes. Su abogado, Alejandro Bois, ya hizo el reclamo correspondiente: si Diego no fue parte del conflicto, no hubo razón para trasladarlo. Es otro amedrentamiento del sistema judicial y penitenciario con estos pibes y estas familias que luchan por la libertad.

*Camilo Blajaquis – Senaciones de un domingo en cana del libro La venganza del cordero atado, pág. 51, 2010.

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