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Un testigo ubicó a la víctima Novillo Corvalán en El Campito

Por muleta en Eduardo Cagnolo, pablo llonto, Rosa Eugenia Novillo

Eduardo Cagnolo es un excolimba pero además es sobreviviente del genocidio. Estuvo secuestrado en El Campito, el centro clandestino de detención, tortura y exterminio que funcionó en Campo de Mayo. Allí supo que estuvo detenida Rosa Eugenia Novillo Corvalán, 1 de las 4 víctimas en este juicio que investiga los Vuelos de la Muerte que partieron desde ese lugar. En su declaración, también reconoció haber presenciado un ‘traslado’ de prisioneros, entre los que se encontraba Domingo Mena, miembro de la conducción del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo). Traslado era, en realidad, el eufemismo con el que se llamaba a la metodología de la desaparición forzada. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*) 


✍️ Redacción: Diego Adur

💻 Edición: Fernando Tebele

📷 Foto de portada: Captura de pantalla Transmisión La Retaguardia

✍️ Textuales: Agustina Sandoval Lerner/ Valentina Maccarone/ Noelia Laudisi De Sa/ Mónica Mexicano

Algunos problemas de conexión dificultan el inicio de la declaración del primer testigo de la jornada. Unos minutos después se resuelven. Eduardo Cagnolo tiene mucho por decir y no se lo va a impedir ninguna computadora. Una de esas revelaciones es la que permite comprobar la presencia de Rosa Eugenia Novillo Corvalán en El Campito. Tota, como la conocían, es una de las 4 víctimas de este juicio por los Vuelos de la Muerte que partieron de Campo de Mayo. “Gracias al testimonio de Cagnolo, logramos ubicar a mi hermana en un centro clandestino”, nos contará después Rodolfo Novillo, hermano de Rosa. Como él, son varias personas las que supieron a través de Cagnolo que sus familiares desaparecidos/as pasaron por Campo de Mayo. 
Quien inicia el cuestionario durante la declaración es Pablo Llonto, abogado que representa a las familias de las víctimas. Para él también será determinante el dato que aporta Cagnolo sobre la presencia de Tota en El Campito en el año 1976. En el 75, Novillo Corvalán se había fugado junto a 25 mujeres de la cárcel del Buen Pastor, en Córdoba. Ese hecho memorable fue el que le permitió ser reconocida por Cagnolo en Campo de Mayo. Durante su cautiverio, el testigo entabló una conversación con otro prisionero, Eduardo Merbilhaa —quien permanece desaparecido—, con la intención de saber si allí había alguna otra persona cordobesa como él: “En algún momento también conversamos sobre otras cosas; si había habido algún cordobés ahí que se hubiese enterado que hubiese estado y me dijo que sí. Me nombró a una chica que era una de las fugadas del Instituto del Buen Pastor de Córdoba. Ese fue un hecho bastante conocido en Córdoba porque se fugaron como 20 presas. Y el apellido que él me dijo en ese momento yo después traté de corroborarlo con el advenimiento de la democracia, que pude acceder a algunos diarios de la época en la biblioteca mayor de la universidad, y no figuraba el apellido Pucheta. Pero alguna vez conversando con compañeros, con amigos, Rodolfo Novillo me dijo que podía ser la hermana porque ese era el apellido de casada de ella: Novillo de Pucheta, Rosa”, explica Cagnolo. Rosa Eugenia estaba en pareja con Guillermo Abel Pucheta, quien continúa desaparecido, y por eso el testigo no logró identificarla inmediatamente. Luego, agrega que “pude haberla visto, pero como estábamos todos encapuchados, no”. Cagnolo llegó a El Campito en noviembre del 76. Las fechas coinciden con las que estuvo detenida Rosa en ese lugar, posiblemente a partir de mayo de ese año. Cagnolo contó que tuvo contactos con la familia de Tota. “Hablamos varias veces. Él andaba buscando datos de su hermana y ahí me dijo que su hermana estaba casada con un Pucheta, que está desaparecido”. El cuerpo de Rosa Eugenia Novillo Corvalán fue hallado el 6 de diciembre de 1976 en las costas de Magdalena y enterrado como NN en un cementerio municipal. La identificación de sus restos fue a fines de 1999, gracias al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF).
“Yo viví uno de los traslados”
Eduardo Cagnolo realizó el Servicio Militar Obligatorio en 1976, en el Batallón 601 de “la intendencia de El Palomar”. A los pocos días de comenzada su conscripción, “me detuvieron sin explicarme por qué y me metieron en un calabozo”. Cuando lo soltaron, le explicaron que había sido un error y que le darían “unos días de franco en compensación por haberme tenido preso”. Esa compensación fue, en realidad, el escenario planificado para el secuestro de Cagnolo: “Cuando salí a la calle del Batallón, en la estación de tren, me abordaron unas personas que dijeron ser policías o algo así, me colocaron esposas y me subieron a un Ford Falcon color blanco con techo negro. Después de un viaje de unos 15/20 minutos, me bajaron en un lugar que, luego supe, era Campo de Mayo, un lugar que denominaban El Campito. Era un lugar del Ejército, me di cuenta enseguida porque cuando llegó a ese lugar, el vehículo se detuvo en la entrada e hizo sonar la sirena. Se ve que ahí hablaron con algún centinela o algo que los dejó pasar y bueno, así llegué a Campo de Mayo”, resume. El secuestro de Cagnolo ocurrió el 3 de noviembre de 1976, el día posterior a las elecciones en Estados Unidos en las que resultó presidente el demócrata Jimmy Carter —“había escuchado una conversación de un oficial en el teléfono de la Guardia que se comunicaba con otro y le hacía un comentario acerca de quién había ganado las elecciones”, señaló.. Ocho días pasó Cagnolo en “ese primer galpón”, hasta el 11 de noviembre, en el que el testigo presenció uno de los traslados de personas detenidas en El Campito hacia los aviones de la muerte: “Ese día había mucho movimiento desde la mañana temprano donde se producía el cambio de guardia y nos tomaban asistencia, nombrándonos por el número que cada uno tenía. Se escuchaban ruidos de vehículos con los motores que permanecían encendidos, no sé si eran camiones u otro tipo de vehículos. Vino un guardia y dijo: ´bueno, los que nombro se ponen de pie´. Nombró como 15 20 personas, tanto hombres como mujeres. Una vez que terminó nos hizo poner en fila. A través de un agujerito que tenía en la capucha pude ver que no había ningún guardia en el galpón. Me arrimé a una de las paredes que era de chapa y tenía una rendija. Por lo que pude ver, había una fila de gente ahí, pero nada más porque fue un instante. Apenas pude ver por ese agujerito que había. Estaban formados así en fila india, nada más, cerca de donde posiblemente era la enfermería que yo había estado unos días antes. Y ese mismo día, después que se produjo el traslado, me cambiaron de pabellón y me volvieron a llevar a la enfermería. Ahí me revisó un médico y me llevaron a otro pabellón”, declara. Luego, Merbilhaa le dijo que las personas que se llevaron eran “gente muy comprometida”. Lo que no recuerda Cagnolo es el ruido del despegue de los aviones, “porque quedamos todos muy conmocionados, no sabíamos qué iba a pasar con nosotros”. La dinámica en el centro clandestino era diferente a lo que había presenciado hasta ahí: “Eso alteraba la rutina de todos los días anteriores. A lo sumo sacaban a alguien, pero más que nada traían gente”, cuenta.
Los vuelos de la muerte fueron el principal método de exterminio de personas en Campo de Mayo. El aeródromo que funcionó allí, desde donde partían las aeronaves, estaba próximo al centro clandestino donde estuvo detenido Cagnolo: “Desde el primer día se escuchaban ruidos de motores de aviones y de helicópteros. Un día, no sé qué actividad habrán realizado los helicópteros, pero volaban muy bajito. El ruido prácticamente parecía que lo teníamos arriba de los techos y pasaban dos o tres veces, en bandada y se escuchaba que disparaban también; Disparos de armas automáticas, es como que estaban haciendo alguna práctica, algo de eso”, relata el sobreviviente. 
Sin olvidar ningún nombre
Cagnolo toma aire y sigue. La experiencia de sus testimonios anteriores no hace que sea más fácil para él recordar a los compañeros desaparecidos o asesinados. Pero lo hace, porque considera su deber y responsabilidad mencionar esos nombres. Domingo ‘El Gringo’ Mena, uno de los referentes del PRT-ERP, estuvo secuestrado en El Campito y fue desaparecido en el traslado que Cagnolo presenció aquel día. El testigo describe en qué condiciones se los tenía cautivos y el especial trato que los represores tenían con Mena: “Estábamos todos atados con cadenas en los pies, unos con otros, y con la capucha. La excepción era Domingo Mena que estaba enfrente mío en el galpón. Él no tenía solamente los pies atados sino las manos, y la cadena que tenía atada en las manos estaba amarrada a una columna del galpón. A Mena, que lo tenía enfrente, se le notaba que tenía los brazos llenos de moretones. Una vez que se levantó la capucha se le veía todos los pómulos con moretones también. Y bueno, otra vez en los baños cuando nos llevaron a ducharnos ahí pude ver que todos en la espalda tenían las mismas marcas de los golpes que nos daban con las cachiporras. Sobre todo cuando nos descubrían hablando entre los detenidos”, dice el testigo, y habla sobre otro compañero con el que los torturadores estaban empecinados: “A Ramón Puch, a los pocos días, asumo que algo así como el 17 de noviembre, lo trajeron de un interrogatorio muy mal y a la madrugada había fallecido. Los guardias lo retiraron a la mañana siguiente, cuando se estaba por producir el cambio de guardia. Sentí que uno de los guardias le decía a otro `está frío’ o algo así. Y vinieron con las llaves de los candados, le sacaron la cadena y lo arrastraron afuera. Hicieron un comentario como que ‘lo atamos acá y lo dejamos que se hagan cargo los que vienen’, o sea la guardia entrante”, rememora Cagnolo. A Puch lo habían detenido el 18 de octubre del ’76, a los 24 años de edad. Después agrega: “Él no estaba bien de salud. No sé si lo torturaban todos los días, pero sí muy seguido y quedaba muy mal”.
 Cagnolo también menciona a Susana Grynberg, una “mujer embarazada que se desmayó un día porque el mate cocido había venido sin azúcar esos días y ella tenía hipoglucemia”. A Grynberg la secuestraron el 20 de octubre de 1976 y llevaba 3 meses de embarazo. Su hijo o hija debió haber nacido entre marzo y abril de 1977.
El testigo recuerda haber visto o haberse enterado que por el centro clandestino pasaron María Adelaida Viñas, Roberto Ardito y Lidia Marina Malamud. Además, escuchó que el día de su liberación había caído Norma Arrostito: “Mientras se preparaban para soltarme, que me tenían parado, escuché a los guardias que hacían un comentario sobre que habían detenido a Norma Arrostito ese día o el día anterior”. Arrostito fue secuestrada el 2 de diciembre del ’76 y estuvo detenida en la ESMA a partir de enero del ’77. Permanece desaparecida.
El rol de la Gendarmería en Campo de Mayo
Gendarmería dependía del Ejército y tuvo un rol fundamental en lo que fue el plan sistemático de exterminio de personas en Campo de Mayo. Muchos y muchas testigos contaron que los gendarmes participaban de las torturas a los detenidos y cometían abusos sexuales contra las mujeres secuestradas. Los más “amateurs” estaban a cargo del control perimetral del centro clandestino: “Los gendarmes que tenían contacto con nosotros eran los que nos vigilaban. Eran una especie de celadores que estaban generalmente parados en la entrada del galpón. Cuidaban que no habláramos y nos llevaban al baño una vez por día. También, alguna vez, algunos oficiales de gendarmería estuvieron presentes”, cuenta Cagnolo y da un ejemplo de una situación en la que un coronel, Bozzo, y un oficial de servicio apodado El Puma, se llevaron a Domingo Mena a hablar con el ‘General’. En esa charla, supo después el testigo, le pidieron a Mena que colaborara con ellos, pero él se negó, “por lo menos yo nunca supe que les dijera nada”. 
“Una última reflexión”
Antes de concluir su testimonio, Eduardo Cagnolo pide que le permitan pronunciar unas últimas palabras. Reclama justicia para sus compañeros y compañeras y exige que se condene a los responsables: “Esperemos que se haga justicia para esas personas que fueron mis compañeros de ese lugar y que no recuperaron su libertad y no sabemos qué paso con ellos. La verdad que los años vividos a posteriori uno piensa esa situación vivida y mi único deseo es que haya justicia, que las personas han estado involucradas en eso tengan todas las garantías para un juicio justo y que se los condene porque fue una matanza planificada. No tiene que volver a ocurrir para que las generaciones futuras de argentinos puedan vivir sin ese riesgo”, concluye.

*Este diario del juicio por los Vuelos de la Muerte de Campo de Mayo, es una herramienta de difusión llevada adelante por  La Retaguardia medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores/as independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://vueloscampodemayo.blogspot.com/