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Dictadura y Antisemitismo

Escrito por el junio 15, 2023


En un libro que es mucho más que lo que su título anuncia, Lautaro Brodsky analiza el rasgo antisemita de la dictadura, pero también el rol colaboracionista de las autoridades comunitarias. A modo de adelanto, compartimos el prólogo del licenciado en Historia Jorge Luis Brodsky.

Acicateado por la Guerra de los Seis Días (1967), el filósofo argentino León Rozitchner se planteó el dilema de si ser judío y reconocerse judío era incompatible con el hecho de ser de izquierda. Ya el enunciado mismo del problema se las trae, porque es inimaginable pensar la izquierda decimonónica y del siglo XX sin la presencia judía. En ese sentido, los genocidas de la última Dictadura cívico-eclesiástico-militar tenían las cosas por lo menos tan claras como  nuestro célebre paisano de Chivilcoy, porque para ellos, ser judío era sinónimo de subversivo, maximalista, comunista, revolucionario, apátrida, sinárquico. Es decir, la mirada del otro despeja el panorama y le da una respuesta contundente al dubitativo filósofo, que necesita razonar su respuesta porque se le aparece en el horizonte una entidad antaño inexistente y que, amparándose en la Shoah, justifica la Nakba.

Por supuesto, esa entidad es el Estado sionista, autoproclamado Estado “judío” pero cuya finalidad es liquidar la evolución de la cultura judía hacia un estado de gracia laico, siguiendo los pasos del gran pensador Baruch Spinoza. En ese sentido, el Estado de Israel es el resultado de la operación de expropiación más ambiciosa de la historia contemporánea, autojustificada en las Sagradas Escrituras, es decir, en textos de más de dos mil años. Una operación de expropiación en doble sentido: en perjuicio de la población autóctona, radicada hace siglos en Palestina, y en perjuicio del pueblo judío, que forjó una tradición de compromiso con todas las causas nobles de la humanidad.

Para concretar dicha expropiación era necesario –después del reparto colonial del mundo entre las superpotencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial– contar con el concurso imprescindible del imperialismo, que ya venía fogoneando, desde la Declaración Balfour, la “solución” al “problema judío” mediante la creación de un Estado títere en Medio Oriente. Como dice la canción de Los Arroyeños: “Que se vengan los chicos [judíos] de todas partes, que estén los de la Luna y los de Marte”. Del barrio gueto (oprimido) al Estado gueto (opresor) armado hasta los dientes y financiado, fundamentalmente, por los Estados Unidos de América.

De todos modos, hay que reconocer que Rozitchner, desde su judaísmo, entablaba un debate necesario contra la corriente autodenominada “sionista socialista” (todo un oximorón para un marxista), cuyo apoyo incondicional al Estado sionista le hacía preguntarse: “¿Qué pasa […] con algunos sectores de izquierda, y en particular con algunos judíos de izquierda, que parecerían ponerse al margen de esta línea fundamental del marxismo para considerar este conflicto [árabe-israelí] como una excepción política, que coincidiría con la excepcionalidad histórica que los judíos, sobrestimándose, reclaman para sí? Aquí está, se señalará entonces inequívocamente, el pinito preciso donde por fin se revela la no modificación revolucionaria en el hombre de izquierda judío, su permanencia en el pasado, el núcleo petrificado de la no innovación, su incapacidad tradicional de sacrificar lo propio e incluirse plenamente en el movimiento de la historia”.

Preciosa apreciación, rematada con esta otra observación: “Aquí aparece el acentuamiento de una particularidad divisoria, de una diferencia extraña que mostraría así la persistencia de un foco de derecha no extirpado aún, irreductible al análisis y al proceso de la liberación: un núcleo contrarrevolucionario en el seno del revolucionario mismo”. En el pensamiento dialéctico, esta contradicción es insostenible en el tiempo y en el espacio: o se rompe con el Estado sionista o se lo acompaña hasta el final en cada una de sus aventuras belicistas.

La evolución del sionismo ha sido inexorable en ese sentido: la fascistización del Estado no ha cesado de crecer, al punto que una masa creciente de sus propios ciudadanos se siente en la orfandad más absoluta respecto a las respuestas que viabilicen una salida pacífica a un conflicto que se vuelve cada vez más oneroso para la sociedad israelí en todos los aspectos. El sionismo no tiene otra respuesta que reforzar su industria armamentística, enfatizar en la seguridad como su primordial política de Estado y provocar continuamente masacres para mantener aceitada y a punto su maquinaria bélica, cuyo campo de pruebas es fundamentalmente la población civil de Gaza. Pero, además, es inevitable que la propaganda sionista termine generando una histeria colectiva, de la cual surgen los pogromos de los colonos sionistas dentro del propio territorio israelí y en Cisjordania, como lo reconoció el mismo Ejército israelí hace pocos días: “Cerca de 400 colonos judíos armados con cuchillos, palos, piedras e incluso con armas de fuego, asaltaron el domingo [26/2/2023] las localidades palestinas de Huwara, Burin, Zatara, Odala y Asira al Qabaliyya, dejando un muerto palestino, más de 300 heridos, y elevados daños materiales con al menos 75 casas y más de un centenar de coches quemados”.

“Se trata de ‘un pogromo perpetrado por bandidos’, indicó en la nota Yehuda Fuchs, militar israelí al mando de las tropas en Cisjordania ocupada”, para después disculparse, dando una clase magistral de hipocresía sionista: “No nos preparamos para esa cantidad de gente y la forma en que llegaron, para el alcance y la intensidad de la violencia que demostraron y la organización que llevaron a cabo. Se trata de un incidente grave que no tenía que haber ocurrido y que yo tenía que haber evitado”, añadió en forma curiosa el comandante de las tropas de ocupación de uno de los Ejércitos más preparados del mundo, con un servicio de inteligencia que cuenta con dispositivos sofisticadísimos de última generación. Como diría el Diego, al comandante Fuchs “se le escapó la tortuga…”. 

Lo interesante es que de los cientos de colonos que atacaron a las poblaciones palestinas, solamente “fueron detenidos 14, de los cuales cinco fueron puestos en libertad, tres se encuentran en arresto domiciliario y otros seis –entre ellos dos menores– están siendo interrogados, dijo a EFE una fuente de la Policía”.

Nos imaginamos el tenor de esos interrogatorios, comparándolos con los que deben soportar los menores palestinos encerrados en celdas de seguridad y consuetudinariamente  atormentados, ya que –como nos lo recordaba “Pajarito” Suárez Mason, en una entrevista a la revista Noticias, reproducida por los distintos medios gráficos nacionales, y en donde  aprovechaba para escupir su acendrado antisemitismo– la tortura fue legalizada en Israel, cosa que –según el ex comandante del I Cuerpo de Ejército– debió haber hecho también la Dictadura genocida en la Argentina. “Ni Hitler ni nosotros nos atrevimos”, aseguró en dicha oportunidad el militar ya fallecido.

¿Por qué, nos preguntamos nosotros, tanto odio a los judíos y tanta admiración, por parte de un personaje siniestro como Suárez Mason, por Israel, aun temiéndola en la trama de su paranoia irracional, alimentada por mitos como el del Plan Andinia?

Esa es la indagación latente que se esconde tras la tenaz investigación de Peisach Lautaro Brodsky –como le gusta que lo llamen, rescatando el nombre judío de su bisabuelo paterno, proveniente de Polonia–, la cual, basada fundamentalmente en fuentes secundarias, se erige en un original y exhaustivo trabajo de análisis e interpretación, cuyo resultado es un ensayo que va a dar que hablar, pese a la corta edad de su autor. Que haya elegido a su padre –a quien adjetiva frecuentemente, y con justa razón, con palabras irreproducibles– para prologar su libro, es para mí motivo de un intenso orgullo personal.

Además, le debo reconocer todo lo que me enseñó en su quehacer pesquisante.

“El ser judío es mi índice de la inhumanidad de lo humano, pero no solamente de la que se hace pesar sobre nosotros: hay una coherencia en el mal del mundo, hay un vínculo entre el dolor y el dolor, hay una internacional del sufrimiento que viene al hombre por mano del hombre. Así, ser judío sólo puede ser, coherentemente, el índice de un sentido que se mantiene vivo en la historia: destruir la inhumanidad en sus formas de relación. Por eso al judío que piensa que con tener a Israel está a salvo de las llamas lo espera otro infierno a la larga. Y no será ya el de los hornos crematorios, sin justificación, sino el de las luchas por liberarse de la inhumanidad capitalista, donde los méritos y los deméritos no son cosa del pasado; no serán los muchos sufrimientos los que ganaron la salvación de una vez para siempre, sino los de la historia actual, de la elección que se ha hecho de un lado u otro de la verdad del mundo”.

A los pueblos subyugados y a los proletarios del mundo, entonces: Lejaim! (¡Por la vida!)

Jorge Luis Brodsky


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