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El día que Nora Cortiñas se metió en un centro clandestino de la dictadura

Escrito por el junio 9, 2024


En la búsqueda desesperada de su hijo Gustavo, Norita ingresó en el Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio Mansión Seré. Carlos Alberto García, El Gallego, quien estaba secuestrado allí, la escuchó. En ese diálogo entre ellos a través de 47 años está basada esta crónica, que se construyó con los relatos de Norita sobre aquella incursión, una entrevista realizada esta semana por LR y algo —muy poco— de ficción. 

Redacción: Fernando Tebele
Edición: Eugenia Otero / Pedro Ramírez Otero
Textuales: Valentina Maccarone / Nicolás Rosales
Foto: Archivo Natalia Bernades / La Retaguardia

1977

Es difícil saber cómo, pero Norita ya está frente a la vieja casona, un palacio de estilo francés construido por Leocadia Seré a pedido de su padre, Jean, en un gran predio de Castelar.
La escena es de una película de terror a la que solo le falta un relámpago cayendo sobre la construcción; pero no es una película. Nora Cortiñas ingresa al predio y se acerca a la casona. Sus pasos se tornan veloces por el movimiento acompasado de sus piernas tan cortas como incansables. El viento no consigue despeinarle su prolija cabellera sellada con spray. Los anteojos de sol ocultan tenuemente su mirada desesperada de madre. Golpea tres veces las palmas:

—Hola, ¿hay alguien?

La pregunta es una formalidad. No solo está segura de que sí; cree que su hijo Gustavo, secuestrado meses atrás, el 15 de abril de 1977, podría estar en ese lugar.
Su percepción de Madre tiene un primer acierto. Efectivamente eso es lo que ella cree que es: un Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio. Aunque faltan años todavía para que se lo conozca con esa denominación.

La casona tiene 9 habitaciones. La Fuerza Aérea Argentina la utiliza como parte de su circuito de campos de concentración. En una de esas habitaciones, Carlos Alberto García, el Gallego, ya no sabe dónde hallar algo de esperanza. Odia esa palabra, pero la necesita. Y en ese festival del horror su cuerpo grita basta. Está flaquísimo. Piensa en que si pudiera verse frente a un espejo, no se reconocería. Está secuestrado desde el 4 de octubre de 1977.

—¿Hay alguien? —repite Nora alzando un poco más la voz. Respira agitada por los nervios. Siente que el corazón le estalla. Se sobresalta al escuchar el ruido de la persiana que se levanta.
—¿Qué pasa señora? —responde alguien al fin.

Tiene el pelo recién mojado, peinado para atrás. Camisa celeste de mangas cortas. Por supuesto su tono es castrense.

—¡Señor! —dice Norita simulando alegría en la respuesta. En realidad tiene miedo. Mucho miedo. Pero, ¿qué más puede perder?
—Señora, ¿qué hace acá? Este es un lugar privado.
—Sí, ya lo sé. Pero me mandaron de la Municipalidad. Estoy buscando un lugar para poner un asilo para ancianos. ¡Y esta casa es preciosa!

Su tono de voz es fuerte. Está gritando. No está tan lejos de quien no sabe qué hacer con su presencia y se ruboriza cada vez más. Pero ella no está hablando con él. Su conversación es con el silencio por detrás. Son dos gestos desesperados que se sientan a dialogar: el suyo, de Madre que ya no sabe adonde ir para encontrar a Gustavo; del otro lado del muro también hay desesperación. Carlos quisiera responderle, pero sabe que si lo hace es el final. Además siente que su debilitada voz no podría llegar muy lejos. Sí está seguro de que ese tono agudo, gritón, que sube por la ventana y se mete en el primer piso en el que el hedor de la carne abandonada se torna insoportable, es de alguien que los está buscando. Afuera hay un grito que se pega de bruces con el silencio al pasar el muro. Aunque ella no lo sepa todavía, su mensaje llegó, aunque no sean los oídos de Gustavo.

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2015

No hace tanto que Carlos García regresó de su exilio en España. La fuga de la Mansión Seré junto a otros 3 compañeros fue a través de aquella misma ventana por la que entró la voz de Norita. Ya fue libro (Pase Libre, de Claudio Tamburrini, uno de los protagonistas de la huída), también película (Crónica de una fuga, de Israel Adrián Caetano). Aún así había preferido no volver. Hasta que un día, manejando su auto en las afueras de Barcelona, rompió en llanto y decidió que era el momento del regreso. Lo esperanzaba el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, aunque todavía odiaba esa palabra.
Ahora ingresa al Gorki Grana, el extenso polideportivo que el Municipio de Morón construyó en el predio de la Mansión Seré. La casa fue demolida luego de la fuga, cuando cayeron en la cuenta de que no iban a recuperar a la idea de lugar inexpugnable.
Hace calor cuando Carlos ingresa al lugar, como cada 24 de marzo, para participar de una actividad por la memoria. Está junto a Guillermo Fernández, compañero de fuga, que vive en Francia pero está de paso por el país. Los convocan en tanto sobrevivientes a la radio abierta en manos de FM en Tránsito, la radio comunitaria de Castelar. Lo que desconoce, hasta que la ve, es que va a compartir aire con Nora Cortiñas. Casi 40 años después, el Gallego no tarda en contarle que ellos la escucharon en aquella excursión a las puertas del infierno.

—Nosotros te escuchamos Norita. Y nos dimos cuenta de que no eras una compradora ingenua —le dijeron casi a dúo. Norita dibujó su mejor sonrisa. La misma que la hacía ser una hermosa mujer a sus ochenta y tantos.
—¡Mirá vos! —les dijo con inocultable alegría. —Yo sabía que ahí había gente. Por lo menos me escuchó alguien.

Se entiende el “por lo menos” como un “no me escuchó Gustavo, que era lo que yo quería”, pero igualmente celebra la noticia que tardó décadas en llegar. Desde ese momento, cada vez que vuelvan a cruzarse, sucederá el mismo diálogo:

—Vos fuiste uno de los que estaban ahí, pero no me acuerdo tu nombre —dirá soltando una dulce carcajada mientras lo tome del brazo.
—García, yo soy García, Norita —le responderá.

Pasarán algunos años más hasta que se vuelvan a cruzar y, ya ganando una vez más su pulseada contra el olvido, lo saludará con un: “Vos sos García”, con esa cercanía que regaló a cada paso.

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2024

¿Quién soporta la tristeza de que Norita ya no esté? Miles y miles de personas la despiden con congoja en ese lugar al que se metió a buscar a Gustavo. Todavía no sabemos si su percepción de Madre funcionó al 100% aquella vez, porque no sabemos nada de Gustavo desde su secuestro. Quizá llegue el momento en el algún archivo aporte luz en esa oscuridad que no alcanzó a ensombrecerla del todo.

Entre las personas que van y vienen para despedirse está El Gallego. Se para frente al cuerpito inerte que supo sobreponerse al peor de los dolores. Es obvio que ya no suena su voz, pero dentro de su cabeza, García la vuelve oír:

—¿Hay alguien? —otra vez Norita.
—Acá estamos Norita, acá estamos… —dice García en voz alta, casi gritando.

Y se fue sin saber si ella lo escuchaba. Cómo ella se fue sin saber si sus gritos habían llegado a buen destino. Mientras sale del predio, entre la tristeza, García siente esperanza, otra vez, aunque nunca vaya a reconciliarse con esa palabra.


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