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Norita, la imprescindible

Escrito por el junio 9, 2024


Hay mujeres que luchan un día y son buenas. Otras luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenas. Pero las que luchan toda la vida son las imprescindibles. La versión, en femenino, de la cita de Bertolt Brecht, podría haber estado inspirada en la vida y la lucha de Nora Cortiñas. Sería un acto de plena justicia. Este jueves 6 de junio, en la Plaza de Mayo, Norita, como era de esperar, recibió el abrazo del adiós y el hasta siempre que merecen las personas imprescindibles. 

Redacción: Carlos Rodríguez
Edición: Fernando Tebele
Fotos: Bárbara Barros / La Retaguardia

De Norita se dijo, se dice, porque seguirá presente en nosotros, que es la Madre de todas las batallas, pero también es la Madre de todas las ternuras. Los jueves en la plaza por los 30 mil, cualquier día, cualquier mes, cualquier año, en las marchas por el Ni una menos, por Palestina, por la Educación Pública, por los trabajadores/as, por las víctimas del Gatillo Fácil. 

“Norita, si vos no estás se suspenden las marchas, los actos, las protestas, los testejos”, solía decirle cada que ve nos encontrábamos en algún lugar donde se necesitara su presencia, su compromiso, su solidaridad, su palabra y su sonrisa. Porque Norita era presencia, reclamo, optimismo y esperanza.  Eso la convirtió en un emblema de amor y de lucha. Esto, dicho en presente, porque las personas como ella viven para siempre y seguirán presentes en la eterna ronda de la Plaza de Mayo. 

Fue la primera Madre de la plaza que conocí. Fue en 1980, cuando empecé a trabajar en la agencia Noticias Argentinas (N.A.). Ella era la que llevaba los comunicados reclamando la aparición con vida de los desaparecidos. N.A. era uno de los pocos medios que publicaba información sobre secuestros y desapariciones. Los cables salían por la teletipo, pero algunos pocos medios abonados –y dueños de la agencia– publicaban las notas. Solo, a veces, La Arena de La Pampa o el diario Río Negro. A pesar del silencio y la complicidad de muchos medios, Norita hacía la recorrida buscando alguna mano amiga. 

Del brazo de Norita llegué por primera vez a la casa de las Madres, en Uruguay casi esquina Viamonte, y luego en Hipólito Yrigoyen al 1400. Las Madres estaban todavía juntas, a pesar de las diferencias. De la mano de Norita conocí a Hebe, María del Rosario, María Adela, Renée, Tota, Cota, Juanita, Elvira, Taty, Porota, todas. 

Ser amigo de Norita fue tarea fácil y muy grata. En diciembre de 1981 se hizo la primera Marcha de la Resistencia, de 24 horas, que comenzó a oscuras en la Plaza de Mayo porque el gobierno militar ordenó un estratégico corte de luz en un par de manzanas aledañas a la Casa de Gobierno. Igual, estábamos bajo el manto de amparo de las Madres. Se reunían militantes políticos, familiares de presos y desaparecidos, trabajadores, gremialistas de base, miembros de las primeras organizaciones sociales que luchaban por la igualdad de género y por el respeto a la diversidad sexual. La Plaza de Mayo era un refugio para quienes padecían el exilio dentro de la Argentina. 

En una de las tantas marchas que realizaron las Madres y los organismos de DDHH en los últimos años de la dictadura, caminamos con Nora y miles de personas hasta la plaza del Congreso. En esos días se había conocido el caso de Cecilia Viñas, quien había dado a luz durante su cautiverio en la ESMA. Se dijo entonces que Cecilia estaba viva y que se había comunicado ocho veces con su familia desde el lugar donde estaba secuestrada. La nota publicada en una revista de entonces decía que ella pedía que buscaran a su hijo, quien recuperó su identidad muchos años después, gracias a la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo. 

En esos días, Norita estaba muy ilusionada, confiaba en la posibilidad de que su hijo estuviese vivo. Estaba próxima la asunción de Raúl Alfonsín y se reavivaba la esperanza de la aparición con vida. Carlos Gustavo Cortiñas había sido secuestrado el 15 de abril de 1977. Era militante de la J.P. en la Villa 31, acompañando a Carlos Mugica.

En esa marcha, al llegar al Congreso, con Norita nos abrazamos, lloramos y ella repetía: “Tiene que estar vivo Carlitos, tiene que aparecer, tienen que aparecer”. A los 94 años, Norita se nos fue sin saber nada sobre el destino final de su hijo mayor. Nunca dejó de buscarlo, nunca dejó de luchar, siempre acompañó otros dolores, siempre acompañó el reclamo por otras desapariciones, por otras luchas contra otras injusticias. 

Durante todos estos años, desde aquella lejana década de los 80, con Norita nos vimos centenares, tal vez miles de veces, sobre todo en la calle, acompañando las luchas, como hizo siempre. Sin banderas partidarias, sin alinearse detrás de ningún gobierno, acompañando siempre los reclamos populares. Acompañar la lucha del pueblo era su bandera, su ideología, su política, su compromiso inalienable. 

De todo eso se habló este jueves en la plaza. Todos dejaron caer una lágrima por Norita, pero hubo más sonrisas que lágrimas porque, como se dijo también: “Ella era pícara, risueña, comprometida, amorosa, solidaria, luchadora, fiel a sus principios, independiente del poder, lúcida en su pensamiento, en su palabra y en cada una de sus acciones”. Nunca pegada a ningún gobierno, siempre dispuesta a poner el cuerpo por el otro, siempre sonriente, caminando o en silla de ruedas. Por eso forma parte de las imprescindibles, de las que nunca mueren. En todas las marchas, en todas las luchas, vamos a sentir su presencia y vamos a poder verla, siempre, con los ojos del alma. 


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