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María Inés Raverta


La tercera jornada del alegato de la fiscal Gabriela Sosti repasó entre otros casos de la represión, la serie de secuestros en la base de enlace que Montoneros había emplazado en Perú. Aquellos episodios dejaron en evidencia la impunidad mundial con la que se manejaba la Inteligencia del Ejército. De Campo de Mayo a Perú con un secuestrado (Federico Frías), de Perú a Campo de Mayo con otras 3 personas secuestradas en Lima (María Inés Raverta, Julio César Ramírez y Noemí Giannetti de Molfino). De Campo de Mayo a Madrid, para asesinar allí a Giannetti de Molfino. El montaje de ese crimen y el rol de los medios de comunicación. Las fotos de este informe pertenecen a Gustavo Molfino, sobreviviente de la represión en Lima y además hijo de Mima, como le decían a Noemí. (Por El Diario del Juicio*)  📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino📷 Selección de fotos 👉 Martina Noailles ✍️ Textos 👉 Fernando Tebele/Martina Noailles ☝ Foto de Portada: En un cuarto intermedio obligado por los inconvenientes del imputado Eduardo Ascheri para manejar el teléfono celular que lo conecta al juicio, Sosti intenta no perder la concentración. Sosti lee a paso sostenido. Toma agua cada tanto, como única pausa en una lectura de clima denso por el contenido pero no por el ritmo sostenido. Más de una vez, su voz tropieza con la emoción, que está lejos de pretender ocultar. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ “El 19 de marzo de 1980, en otra cita envenenada, lo secuestran a Jorge Oscar Benítez -relata Sosti-. Tenía 16 años. Le decían Jalil, Horacio o Raúl. Había viajado a España en 1978 con su madre y su hermano Daniel, porque allí se había exiliado su padre Oscar. Tiempo después llegó su tío Ángel Benítez y juntos decidieron participar de la Contraofensiva”. En la reconstrucción, la fiscal recupera el testimonio de la madre de Jorgito: “Nélida se desesperó cuando su hijo le comunicó su deseo de volver a Argentina. Pero fue honesta con los principios con los que educó a ese hijo, y respetó su decisión, libre y razonada. Al poco tiempo la quebraría el dolor ante la noticia de su desaparición. Jorgito la había animado prometiéndole encontrarse en la Argentina en la Plaza de Mayo. Ella fue durante años junto a otras madres, a buscarlo”.  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio El presidente del TOFC 4 de San Martín, Esteban Rodríguez Eggers, sigue el alegato con atención. En la oscuridad de la sala, con las luces apagadas casi por completo para que se puedan observar con nitidez las filminas proyectadas por la fiscal, el único juez presente en la sala de audiencias no pierde detalle de la recreación histórica de Sosti. El juez Matías Mancini y la jueza María Claudia Morgese Martín hacen lo mismo, pero desde sus casas. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ El apodo de Raúl Milberg era Ricardo. Su familia judía padeció el exterminio generación tras generación. Heredero de esa historia de persecución, militó desde los 12 años por los derechos del pueblo judío, pero también fue interpelado por los movimientos sociales en su país, y siguió esa militancia desde el ERP 22 y luego en la Juventud Peronista de la zona oeste, finalmente dentro de Montoneros. En informe de la CRI está plasmada a la perfección la faceta de su militancia, algo que solamente pudieron obtener a través de un interrogatorio directo de Raúl. Vivió con Ángel Carbajal y Matilde Rodríguez en una casa en Olivos, luego de entrar, también los tres juntos, por Mendoza. Miembro de una TEI, fue secuestrado el 28 de febrero de 1980.  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ La fiscal Sosti dio cuenta del secuestro de Horacio Campiglia. Lo hizo de la mano de los documentos de inteligencia, pero también de los testimonios en el juicio de Edy Binstock y Pilar Calveiro, que fue compañero de Campiglia: “Horacio le dice a Pilar que desde la conducción se había decidido su viaje a Brasil. El 7 de marzo de 1980, pasó por su trabajo a despedirse. Fue la última vez que lo vio. Pilar no se había reincorporado a la organización (luego de su secuestro en la ESMA y posterior exilio), por eso no conocía a los compañeros de Horacio, ni las estrategias, ni  las actividades. Horacio era sumamente reservado y extremadamente cuidadoso con la compartimentación de la información. Después, supo que salió de México con Mónica Pinus. El documento que usó, dijo Pilar, estaba a nombre de Jorge Pineda. Primero fueron a Panamá, después Caracas, y finalmente el 12 de marzo de 1980, Río de Janeiro”, donde Campiglia y Pinus fueron secuestrados y conducidos a Campo de Mayo. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio  ☝ Al tiempo que mostraba un registro fotográfico de Mónica Pinus en La Habana, Sosti desarrolló su historia a partir del testimonio de su compañero Edy Binstock, quien sobrevivió, y el de los dos hijos en común. Los tres testimonios se dieron en una misma audiencia, la 24. Dice a través de Binstock: “Instaló un departamento y a partir del 10 de marzo empezó a cubrir la cita (que tendría con Mónica y Horacio). Una, dos veces, a la tercera vez miró desde una cuadra. No estaban. Así supo lo peor. Tenía que irse urgente de Brasil. No tenía contactos y sabía que Mónica entraría a ese país con el apellido Prinsot. Volvió a México, contactó a (Rodolfo) Puiggrós y después a su padre –abogado en  la lucha por los derechos humanos- para hacer las denuncias”.  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ En otras de sus paradas históricas reconstruyendo las vidas militantes de quienes se integraron a la Contraofensiva, la fiscal se detiene en el Pato, Ricardo Zucker, el hijo del popular actor de aquellos años, Marcos Zucker. “Lo secuestraron el 29 de febrero en una cita envenenada con un compañero de la organización. Sin duda era una cita ya concertada desde el exterior. También surge el primer interrogatorio que le hicieron, donde le arrancaron datos que solo él les pudo haber dado como por ejemplo que ‘le falta una materia

En la segunda jornada del año, declararon cinco testigos. Por un lado estuvo Adela Segarra, militante de Montoneros y ex diputada nacional, que narró su historia militante antes del exilio, junto a quien fuera su pareja, Joaquín Areta, desaparecido en 1978. Los otros cuatro testigos estuvieron por videoconferencia desde Paso de los Libres y Dolores, todos por el mismo caso: el suicidio fraguado de Gervasio Martín Guadix, que en realidad fue secuestrado y desaparecido. La falsa muerte, actuada por un integrante de fuerzas de Inteligencia, luego fue utilizada como una fake news del genocidio, para dar cuenta de que, supuestamente, las personas desaparecidas estaban en realidad fuera del país. Entre olvidos y contradicciones, cada vez queda más expuesta la maniobra que contó con condimentos de manipulación, muerte y malas actuaciones.(Por El Diario del Juicio*) 📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino📷 Selección de fotos 👉 Martina Noailles ✍️ Textos 👉 Fernando Tebele 👆 Foto de Portada   Dolores Guadix, la hija de Gervasio Martín Guadix, lee viejas declaraciones de los testigos buscando alguna contradicción entre ambos momentos. En realidad, hubo varias en los cuatro testimonios que tuvieron que ver con el caso de su padre. 📷 Gustavo Molfino 👆 El único de los imputados detenidos en cárcel común, Marcelo Cinto Courtaux, es conducido por personal del Servicio Penitenciario Federal. Ciinto presenció un par de audiencias completas a fines del año pasado, pero ahora prefiere regresar al Penal. “Entiendo que les dé bronca que tengan permiso para irse, pero no creo que haya otro tribunal que al menos los haga venir a dar el presente”, dijo un asistente primerizo de este proceso. “No podemos naturalizar estos privilegios, porque además no se van a la cárcel, se van a sus casas, y eso es lo que más molesta”, le respondió una integrante habitual del público.📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 👆 De los cinco testimonios de la jornada, cuatro tuvieron que ver con el caso de Gervasio Martín Guadix, secuestrado y desaparecido, de quien se fraguó un supuesto suicidio en el cruce fronterizo de Paso de los Libres para realizar luego una campaña mediática en torno de la idea de que las personas desaparecidas estaban en realidad fuera del país intentado reingresar. El primer turno fue para Darío Genaro Goya, un empleado de la Aduana. En el sumario realizado en aquel momento por el gendarme Olari, que ya fue testigo en este juicio, Goya dijo que vio como “una persona se tomaba la garganta” y luego caía sin vida. Sin embargo, aquí dijo que vio la escena de lejos, cuando ya la persona estaba en el piso. En videoconferencia desde Corrientes, le mostraron un croquis que figura en el expediente, que indica con una cruz el lugar donde el -todo indica- falso Guadix cayó al piso.📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 👆 En la espera por el comienzo, en la primera fila y a plena sonrisa. A la derecha María Fernanda Raverta, que es la hija de María Inés Raverta, una de las secuestradas y desaparecidas en Perú, actualmente Ministra de Desarrollo de la Comunidad en la Provincia de Buenos Aires. En el centro, Laura Segarra, hija de Adela y media hermana de Raverta. A la izquierda, Virginia Croatto, asistente habitual al juicio además de querellante y una de las primeras testigos. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 👆 La segunda testigo y a la vez la más esperada de la jornada fue Adela Segarra. La ex diputada nacional recordó a Joaquín Areta, secuestrado y desaparecido en junio de 1978. Antes de salir del país rumbo a España, Segarra y Areta convivieron con Federico Frías. “Le decíamos El Dandy. Nuestra responsable era María Antonia Berger”, relató. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 👆 Entre otras cosas de la época previa al exilio, Segarra recordó la militancia durante el mundial de fútbol, con la consigna Argentina campeón, Videla al paredón. Ya en España luego de pasar por Brasil y Francia, se instalaron en una casa de Torrelodones, a unos 30 kilómetros de Madrid. De esa casa recuerda especialmente Magdalena Gagey y sus niños Fernando y Diego, y a Mariana Toti Guangiroli, con su pequeña hija Victoria. Guangiroli fue desaparecida durante la Contraofensiva. Victoria contó en este juicio cómo Segarra la recibió como una hija propia en Mar del Plata, muchos años después. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 👆 Al cierre de su testimonio, Adela se abraza con Raverta. Segarra tuvo una actitud muy maternal con varias de las hijas de sus compañeras desaparecidas. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 👆 Segarra leyó sobre el cierre, a pedido del abogado Pablo Llonto, una carta que conservó, firmada por Fermin, en realidad Ángel Servando Benítez. “Sabemos que la victoria llegará, creo en ustedes y en mí”, les dice a sus compañeras y compañeros. Desde la primera fila, la hija de Fermín, María Sol Benítez, se seca las lágrimas. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 👆 En esta jornada fue muy relevante el rol del abogado Rafael Flores, aquí realizando una pregunta. El de Guadix es el único caso con querella por fuera de la que representa Pablo Llonto. Flores es cuñado de Guadix. Su trabajo, junto al de la Fiscal Gabriela Sosti, fue indagar en las contradicciones permanentes de quienes participantes de aquel sumario de 1980 y que participaron de esta audiencia. Al lado de Flores, el abogado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Ciro Anicchiarico.📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 👆 Luego de Segarra siguieron las videoconferencias. Daniel Esteban Riquelme intentó esquivar las preguntas apelando al tiempo transcurrido. Con titubeos y otras dificultades, el gendarme que trabajó 38 años en el puente recordó que había una ventana con los vidrios polarizados. “Algunas personas que bajaban de los micros entraban ahí con personal de inteligencia”, recordó.  “Tiene la gambeta intacta, Riquelme”, se escuchó por lo bajo en alguna de sus contradicciones. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 👆 Las contradicciones de Riquelme resultaron tan evidentes, que el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, le recordó: “está declarando bajo juramento y la pena por el delito de falso testimonio es de 10 años”. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 👆 A través de las cámaras, una de las secretarias del juzgado les hizo reconocer fotos, croquis y

Con algunas rutinas alteradas, esta jornada del juicio sirvió para agregar tramos a varias historias ya abiertas en otros testimonios. Los cinco testigos del día agregaron datos acerca del operativo del Batallón de Inteligencia 601 en Perú, los secuestros en una casa de San Antonio de Padua y el contexto sindical en el que intentó operar Montoneros durante la Contraofensiva. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Fotos: Gustavo Molfino/DDJFoto de portada: Juan Carlos Villalba, después de su testimonio, junto a Gustavo Molfino (Paula Silva Testa)Colaboración: Diana Zermoglio  Esta mañana es diferente a las otras. Entre las rutinas de este juicio, la primera que ocurre cada martes es cuando los cinco imputados que están en Buenos Aires entran a la sala. Eduardo Ascheri, Jorge Bano, Jorge Apa, Raúl Muñoz, Roberto Dambrosi y Cinto Courtaux (escoltado por agentes del Servicio Penitenciario porque es el único que está preso), traspasan la puerta. Las pancartas con los rostros de los y las militantes que no están, se levantan bien alto. Los imputados miran al piso, indefectiblemente. Se entablan las comunicaciones por videoconferencia con Mar del Plata y Tucumán, donde están los otros dos imputados, Luis Firpo y Alberto Sotomayor, respectivamente. Los esfuerzos del sonidista nunca son suficientes para que los enlaces funcionen correctamente; el equipamiento de la sala es más precario de lo que el esfuerzo de todas las partes del juicio se merecen. En ocasiones parecen más eficientes las comunicaciones clandestinas que recuerdan los y las testigos -una carta guardada en un frasco en el hueco de un árbol del monte, por ejemplo- que una simple videoconferencia en la era digital. Antes de comenzar con los testimonios, el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, les dice: “los imputados están dispensados”. Los integrantes del Batallón de Inteligencia 601, acusados por los secuestros, desapariciones, asesinatos y todo tipo de vejaciones contra 94 personas, se levantan y comienzan a arrastrar sus pies hacia la puerta de salida. Otra vez se levantan las pancartas. Con cada mirada de los acusados que se clava en el piso, más se agigantan los rostros jóvenes que nunca envejecieron.Pero esta mañana es diferente a las demás. Los imputados todavía no salieron. Llega el permiso del tribunal y comienzan a andar. La escena transcurre como siempre, pero hay algo que altera la rutina. Gonzalo Cháves está sentado en la silla para dar su testimonio. Entonces se cruzan por primera vez los imputados con un testigo listo para declarar. Tienen casi la misma edad. Cháves está por decir que tiene 80 años. Le pasan por al lado. El testigo los mira. Las otras miradas nunca sueltan el suelo. Hay una fuerte victoria simbólica en esa imagen. *** Gonzalo Cháves parece más joven que lo que cuenta. El cuello de una camisa a cuadros se monta sobre el pulover azul. Es un testigo de la querella mayoritaria, razón que altera otra vez la rutina. No es la fiscal la que comienza con las preguntas, sino el abogado querellante, Pablo Llonto. —Gracias por venir a dar tu testimonio. Quería que le cuentes al tribunal, brevemente, si tuviste alguna actividad sindical en los años ’60 y ’70 y en los años de la Contraofensiva —da pie Llonto.—Voy a pedir permiso para usar un ayuda memoria porque tengo muchas fechas y nombres que no recuerdo —arranca Cháves y hace un punteo rápido de varias décadas de historia—. Nací el 14 de agosto de 1939. Tengo 80. En 1963 ingresé a la Juventud Peronista de La Plata y fui miembro de la conducción. En 1964, ingresé a la empresa nacional de teléfonos. Ahí comenzó mi actividad gremial: fui delegado y también miembro de la mesa de conducción de esa actividad. A fines de 1972, la JP de La Plata resolvió por unanimidad sumarse a la organización Montoneros. El 8 de agosto, en 1974, en un raid de muerte, la organización paramilitar Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) mató a 4 compañeros en La Plata. Gringo (Carlos) Pierini, dirigente petrolero; Luis Marcor, estudiante recién recibido de periodista; a mi padre Horacio Irineo Cháves, suboficial mayor del ejército (RE) y secretario general del PJ de La Plata, y a mi hermano Rolando Horacio (Cháves), que era técnico mecánico. Con esa crudeza inicia su relato Gonzálo Cháves. “La Triple A también me fue a buscar a mi casa en Los Hornos. Me había mudado hacía unos meses así que zafé en esa oportunidad”, dice. Recuerda que su padre participó de un intento de levantamiento militar contra la autodenominada Revolución Libertadora, por lo que fue condenado a fusilamiento aunque, a última hora, “la fusiladora”, como se la conoce popularmente, lo perdonó. “Después de la muerte de mi hermano y mi padre, viví 10 años en la clandestinidad, hasta que llegó la democracia en el ’83. En marzo de 1977 nos fuimos del país con mi familia. Estuvimos en Roma y en Madrid. Participamos del lanzamiento del Movimiento Peronista Montonero, el 22 de abril de 1977 en Roma. En Madrid se formó el Bloque Sindical del Peronismo Montonero. Ahí me volví a encontrar con Armando Croatto, que lo conocía de la militancia sindical y conocí a José Dalmaso López y Aldo Morán (sobreviviente de la redada del 601 en Perú durante la Contraofensiva)“. Cháves relató la gira que emprendieron para denunciar, donde se los escuchara, las atrocidades del genocidio en Argentina. Pasaron por España, Argelia, Cuba, Ecuador y México con sus disertaciones. También estuvieron ante la OIT (Organización Internacional del Trabajo) “donde entregamos por primera vez una lista de dirigentes sindicales, delegados y activistas presos, muertos y desaparecidos. Además de una lista de todos los sindicatos intervenidos. Pedíamos en ese dossier el levantamiento de la intervención a los gremios y la CGT. Traje una fotocopia de ese documento”, busca entre sus papeles y lo levanta. Intentos de asesinato en Europa Sin prisa y con precisión, Cháves habla de sí mismo en tercera persona para contar la persecución de la Triple A en Europa. “El 12 de octubre de 1979, se presentaron ante la

En la cuarta audiencia declaró Ana María Montoto Raverta. Lo hizo por el secuestro y desaparición de su mamá, María Inés Raverta. Su testimonio tuvo un nivel de alta emoción. Relató con crudeza las torturas a las que sometieron a su madre en Perú y leyó una carta que envió cuando ella y su hermana estaban en la guardería de La Habana. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de tapa: Montoto Raverta leyendo la carta de su madre, emocionada. La observa la fiscal Sosti (Gustavo Molfino) “Hay una frase que me gusta muchísimo, que me dijo una vez Alicia, una amiga de ella, que para mí la define. Me dijo: ‘Tu mamá no te daba lo que le sobraba, te daba lo que tenía’, y siempre me quedó grabada esa frase desde el momento en que me la dijo, porque justamente creo que es coherente y engloba todas estas cualidades que les fui contando de ella, porque dio su vida por lo que pensaba, lo que creía, por nosotras, sus hijas, sus compañeros, los que ya no estaban, los que seguían luchando, entonces me parece importante decírselos”.La que habla es Ana María Montoto Raverta. Se refiere a su mamá, María Inés Raverta, una de las cuatro víctimas de la operación de inteligencia del Ejército argentino en Lima, Perú. Ani, como le dice el mundo que la quiere, tiene siempre una sonrisa en el rostro. Seguramente sea su gesto más característico. Cuando cuente más tarde que es médica pediatra, será sencillo imaginar que el trato con los niños y niñas debe estar cargado de dulzura. Pero ahora está ahí, comentando cómo conoció a su madre a través del relato de sus compañeros y compañeras. Se dirige directamente al tribunal. El suéter gris juega de base para la rosa roja (ya una marca registrada de este juicio) tejida por la abuela de su amiga Virgina Croatto y para la foto de su madre. “¿Puedo tener esto acá?”, preguntó al comenzar. El juez obviamente le dijo que sí.Montoto Raverta recorre la historia de sus padres y rápidamente se mete en la propia, al narrar su paso por la guardería de La Habana, el lugar donde quedaron los hijos e hijas de quienes fueron parte de la Contraofensiva. Allí estuvieron a cargo de otros/as integrantes de Montoneros que también participaron de la acción, en este caso al cuidado de los niños/as. Luego retomará esa historia y les pondrá nombres, uno a uno, pero ahora vuelve a su mamá, María Inés (Juliana en la organización). Y va a dejar a un costado la sonrisa, casi al mismo tiempo en el que toma un papel y presenta el texto que va a leer. La guardería y la carta Emocionada, Ani se toma su tiempo para el anuncio. “Esto es una carta que les manda a sus compañeros de la guardería en donde estábamos nosotras, sus hijas, y otros hijos de compañeros que estaban en la Contraofensiva. Estábamos al cuidado de compañeros militantes que también estaban formando parte, yo después les voy a contar bien. La carta dice así —anticipa, dejando caer sus primeras lágrimas—. Esto me emociona, así que ténganme paciencia”. Y lee. La carta que María Inés Raverta les envió a sus compañeras/os a cargo de la guardería de La Habana. (Foto: El Diario del Juicio) Cómo están? Qué banda! Dios Mío! Parece mentira! Vos Estela, Cómo se alargaron los dos meses! Cuánto me alegro! Ya sé que estás trabajando muy bien y que recibís noticias de tu compañero. ¿Cómo se comportan mis hijas? ¿te dan mucho trabajo? ¿Y vos loca de mierda? (léase Nora) ¿Qué haces cuidando chicos? Me dijeron que estás hecha una profesional. Y que la vestís a Anina con puntillas y moños. Cuando me dijeron que estabas allí no podía creerlo, te imaginaba en cualquier lugar, incluso en Zimbawe pero menos allí. Me alegré mucho realmente. ¿Te sentís realizada? ¿Se te aclararon las ideas en cuanto a la canalla reformista? ¿Viste cómo terminaron? Y vos chantún (léase mi tocayo Julián) ¿Qué andás haciendo? Ya sé que como tía porota sos un avión. Que no te de vergüenza, tendrías que estar orgulloso, no te parece? Me alegro mucho que los tres estén allí. Me siento muy tranquila de que las nenas estén cuidadas por tres locos (¿??) como ustedes. Gracias. Pero tenía ganas de decírselos. Espero que no falte mucho para verlos y si pueden, escríbanme, que por alguna vía insólita quizás me llegue. Cuéntenme de las nenas y de ustedes. No dejen que mis hijas se olviden de mí. Léanle mis cartas y muéstrenle mis fotos. Yo se que lo deben hacer pero igual se los pido, porque las extraño mucho. Bueno, no quiero ponerme sentimental, así que la corto. Un fuerte (o mejor dicho tres) abrazos montoneros. Hasta pronto.Juliana Su voz se entrecorta en varios pasajes, pero consigue llegar al final. —Ana María, mencionaste a los compañeros de la guardería, a los que hace referencia tu mamá en la carta, ¿los querés mencionar? —retoma la fiscal Gabriela Sosti después de un silencio inevitable.—Sí: la tía Estela (Cereseto), que está acompañándome, Susana (Brardinelli) que está acá acompañando. Hugo (Fucek) que estuvo cuando se inició el juicio, que es el que le llama Julián, que se disfrazaba de la tía Porota para hacernos reír en momentos difíciles y Nora Patrich. Las tías, hasta la actualidad, siguen siendo las tías desde esa época en la guardería —enumera Ani, que recupera la sonrisa al girar su cabeza y cruzar con ellas miradas amorosas.—¿Te acordás cuántos hijos había en la guardería? —quiere saber la fiscal.—Mirá, la guardería fue en dos etapas así que no estuvimos todos juntos en su momento, pero aproximadamente 50 niños fuimos transcurriendo a lo largo de esos dos años que se formó la Contraofensiva. Varios de mis amiguitos de la guardería están acá acompañándome.—Una pregunta, de carácter aclaratorio. Vos hiciste referencia cuando empezaste a declarar y a hablar de la gente de la guardería que ellos formaban parte; es

Durante más de 3 horas, Gustavo Molfino relató la intensidad de los años ’70 y ’80 en su familia de militantes. Desde el horror del secuestro de su mamá, a metros suyo, hasta la desaparición de su hermana y su cuñado. Su rol como enlace clandestino entre Perdía y Firmenich y la aparición de un sobrino, el nieto recuperado 98. Parte de esa historia en esta crónica.  (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*)Foto de tapa: Molfino minutos antes de ingresar para su testimonio. (Luis Angió)Gustavo Molfino entra a la sala con paso tan firme como lento. Parece tener el peso de la ocasión en sus espaldas, pero está decidido y se nota que necesita estar allí. Tiene una carpeta con documentos, de la que sobresalen unas fotos familiares. Se sienta frente al tribunal. Promete decir la verdad. Le preguntan si tiene alguna animosidad especial contra los imputados: “impartir justicia”, remarca. Es fácil anticipar un testimonio angustiado y angustiante, pero sorprende que, apenas dice dos palabras, su voz se parte en mil pedazos. No importa la primera pregunta que da pie al comienzo de su relato que se extenderá durante tres horas. “Tengo que hacer un poco de historia familiar”, anuncia apenas puede retomar el hilo histórico que lo conduce a narrar el asesinato de su madre y las desapariciones de una de sus hermanas y su cuñado. Justamente ahí se encarna el dolor: en su familia diezmada por el genocidio. “La política en mi familia se inicia en los ‘70. Mi hermano mayor, Miguel Ángel, era militante del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Mi hermana Alejandra era simpatizante de la juventud guevarista del PRT. Mi hermana Marcela era militante del Peronismo de Base. Todavía mi madre -Noemí Esther Gianetti de Molfino, no la nombra aún-, que se había quedado viuda a los 36 años, era hasta ese momento un ama de casa que se dedicaba a todos nosotros”, enumera. Gustavo, el menor, apenas era un niño en tránsito hacia la adolescencia mientras la vida familiar transcurría en Resistencia, Chaco. Hablamos de una época en la que los y las jóvenes adolescían de muchas cosas, menos de una madurez prematura.Su hermana Marcela ya estaba de novia con Guillermo Amarilla y había dejado el Peronismo de Base para sumarse a la Juventud Peronista. “Ella me llevaba a las villas a ver cómo se peleaba para tener una canilla. Yo era muy chiquito”, recuerda con su voz a los tumbos. No hizo falta que llegara el golpe de Estado para que la violencia estatal golpeara la puerta de su casa. Más que golpearla, una patota derribó el acceso a la vivienda familiar de la familia Amarilla, en Mendoza 75. “Adentro de la casa estaban mi hermana, mi madre y la suegra de mi hermana, Ramona Amarilla. Mi hermana zafó por su cara divina, que la hacía pasar por adolescente aunque ya no lo fuera. Estaba en un camastro”. Después se enteraron de que un informe de la Policía Federal decía que no los habían encontrado y que en la casa había dos personas mayores y una niña enferma.Para ese tiempo, su hermano mayor, Miguel Ángel, era corresponsal del Diario El Mundo, la rica experiencia del PRT de contar con un periódico de alcance masivo. “Antes del golpe él se fue a vivir a la Capital, legalmente”. La familia recaló en el barrio porteño de Flores. Allí vivieron Marcela, Guillermo, Gustavo y Noemí, en una casa alquilada de Nazca 24, al filo de la Avenida Rivadavia y del peligro. “Vivíamos en un clima familiar. Felices, pero en una situación de clandestinidad que hacía que si alguno no llegaba estuviéramos alerta y siempre a punto de ‘levantar’ la casa”, lo que se recomendaba hacer cuando alguien caía, asumiendo que bajo tortura le arrancarían data.Poco después del golpe, en mayo de 1976, detuvieron a su hermana Alejandra “sospechosamente”, infiere Molfino, y anuncia que más tarde aclarará por qué lo dice. “Ella era un eje muy importante en mi familia. Tuvimos suerte. Fue a la cárcel de Devoto. No fue torturada y le dieron la opción de salir del país; se fue a mediados de 1977. Para diciembre de ese año nos fuimos a París con mi madre”. Noemí Esther Gianetti de Molfino se convertirá más tarde en una de las piezas de la Contraofensiva de Montoneros, y de la trama macabra e internacional de la inteligencia de la dictadura militar. Quedaron aquí, sufriendo el exilio interno, una hermana y un hermano, Liliana Estela y José Alberto, ambos integrantes de la Juventud Guevarista. El ingreso a Montoneros en París Gustavo tiene una camisa sobre la remera. Cuando alguna parte del relato lo incomoda, levanta el cuello de jean con sus manos y lo deja caer, como si volviera a acomodarse en ella. Los integrantes del tribunal, que durante el testimonio anterior, el de Víctor Hugo Beto Díaz, lo interrumpieron varias veces para que “puntualice en el objeto procesal”, ahora están en silencio y con atención completa. Los tres tienen el mismo gesto: se sostienen el rostro con una mano, con el pulgar sobre el pómulo y el índice cruzando los labios. Son de las pocas personas en la sala que no tienen los ojos humedecidos. Molfino va y viene en la línea de tiempo de su propia historia, pero nada de lo que dice carece de importancia. “En París nos sumamos al CAIS (Centro Argentino de Información y Solidaridad)”. Cuenta que allí, en marzo o abril de 1978, “fuimos testigos de la presencia del Capitán (Alfredo) Astiz, que se presentó con el mismo discurso de la Iglesia de la Santa Cruz, que era familiar de un desaparecido; se lo recibió como se recibía a todo el mundo: con los brazos abiertos. Tuvo contacto personal con mi hermana, periódicamente, hasta que el gobierno francés tomó conocimiento del testimonio de una secuestrada de la ESMA”, donde se lo identifica como parte de la patota.“En París, mi hermana Marcela me ofrece entrar a Montoneros y no

Durante más de 3 horas, Gustavo Molfino relató la intensidad de los años ’70 y ’80 en su familia de militantes. Desde el horror del secuestro de su mamá, a metros suyo, hasta la desaparición de su hermana y su cuñado. Su rol como enlace clandestino entre Perdía y Firmenich y la aparición de un sobrino, el nieto recuperado 98. Parte de esa historia en esta crónica.  (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*)Foto de tapa: Molfino minutos antes de ingresar para su testimonio. (Luis Angió)Gustavo Molfino entra a la sala con paso tan firme como lento. Parece tener el peso de la ocasión en sus espaldas, pero está decidido y se nota que necesita estar allí. Tiene una carpeta con documentos, de la que sobresalen unas fotos familiares. Se sienta frente al tribunal. Promete decir la verdad. Le preguntan si tiene alguna animosidad especial contra los imputados: “impartir justicia”, remarca. Es fácil anticipar un testimonio angustiado y angustiante, pero sorprende que, apenas dice dos palabras, su voz se parte en mil pedazos. No importa la primera pregunta que da pie al comienzo de su relato que se extenderá durante tres horas. “Tengo que hacer un poco de historia familiar”, anuncia apenas puede retomar el hilo histórico que lo conduce a narrar el asesinato de su madre y las desapariciones de una de sus hermanas y su cuñado. Justamente ahí se encarna el dolor: en su familia diezmada por el genocidio. “La política en mi familia se inicia en los ‘70. Mi hermano mayor, Miguel Ángel, era militante del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Mi hermana Alejandra era simpatizante de la juventud guevarista del PRT. Mi hermana Marcela era militante del Peronismo de Base. Todavía mi madre -Noemí Esther Gianetti de Molfino, no la nombra aún-, que se había quedado viuda a los 36 años, era hasta ese momento un ama de casa que se dedicaba a todos nosotros”, enumera. Gustavo, el menor, apenas era un niño en tránsito hacia la adolescencia mientras la vida familiar transcurría en Resistencia, Chaco. Hablamos de una época en la que los y las jóvenes adolescían de muchas cosas, menos de una madurez prematura.Su hermana Marcela ya estaba de novia con Guillermo Amarilla y había dejado el Peronismo de Base para sumarse a la Juventud Peronista. “Ella me llevaba a las villas a ver cómo se peleaba para tener una canilla. Yo era muy chiquito”, recuerda con su voz a los tumbos. No hizo falta que llegara el golpe de Estado para que la violencia estatal golpeara la puerta de su casa. Más que golpearla, una patota derribó el acceso a la vivienda familiar de la familia Amarilla, en Mendoza 75. “Adentro de la casa estaban mi hermana, mi madre y la suegra de mi hermana, Ramona Amarilla. Mi hermana zafó por su cara divina, que la hacía pasar por adolescente aunque ya no lo fuera. Estaba en un camastro”. Después se enteraron de que un informe de la Policía Federal decía que no los habían encontrado y que en la casa había dos personas mayores y una niña enferma.Para ese tiempo, su hermano mayor, Miguel Ángel, era corresponsal del Diario El Mundo, la rica experiencia del PRT de contar con un periódico de alcance masivo. “Antes del golpe él se fue a vivir a la Capital, legalmente”. La familia recaló en el barrio porteño de Flores. Allí vivieron Marcela, Guillermo, Gustavo y Noemí, en una casa alquilada de Nazca 24, al filo de la Avenida Rivadavia y del peligro. “Vivíamos en un clima familiar. Felices, pero en una situación de clandestinidad que hacía que si alguno no llegaba estuviéramos alerta y siempre a punto de ‘levantar’ la casa”, lo que se recomendaba hacer cuando alguien caía, asumiendo que bajo tortura le arrancarían data.Poco después del golpe, en mayo de 1976, detuvieron a su hermana Alejandra “sospechosamente”, infiere Molfino, y anuncia que más tarde aclarará por qué lo dice. “Ella era un eje muy importante en mi familia. Tuvimos suerte. Fue a la cárcel de Devoto. No fue torturada y le dieron la opción de salir del país; se fue a mediados de 1977. Para diciembre de ese año nos fuimos a París con mi madre”. Noemí Esther Gianetti de Molfino se convertirá más tarde en una de las piezas de la Contraofensiva de Montoneros, y de la trama macabra e internacional de la inteligencia de la dictadura militar. Quedaron aquí, sufriendo el exilio interno, una hermana y un hermano, Liliana Estela y José Alberto, ambos integrantes de la Juventud Guevarista. El ingreso a Montoneros en París Gustavo tiene una camisa sobre la remera. Cuando alguna parte del relato lo incomoda, levanta el cuello de jean con sus manos y lo deja caer, como si volviera a acomodarse en ella. Los integrantes del tribunal, que durante el testimonio anterior, el de Víctor Hugo Beto Díaz, lo interrumpieron varias veces para que “puntualice en el objeto procesal”, ahora están en silencio y con atención completa. Los tres tienen el mismo gesto: se sostienen el rostro con una mano, con el pulgar sobre el pómulo y el índice cruzando los labios. Son de las pocas personas en la sala que no tienen los ojos humedecidos. Molfino va y viene en la línea de tiempo de su propia historia, pero nada de lo que dice carece de importancia. “En París nos sumamos al CAIS (Centro Argentino de Información y Solidaridad)”. Cuenta que allí, en marzo o abril de 1978, “fuimos testigos de la presencia del Capitán (Alfredo) Astiz, que se presentó con el mismo discurso de la Iglesia de la Santa Cruz, que era familiar de un desaparecido; se lo recibió como se recibía a todo el mundo: con los brazos abiertos. Tuvo contacto personal con mi hermana, periódicamente, hasta que el gobierno francés tomó conocimiento del testimonio de una secuestrada de la ESMA”, donde se lo identifica como parte de la patota.“En París, mi hermana Marcela me ofrece entrar a Montoneros y no