La policía cordobesa golpeó brutalmente al hijo de Alicia Peressutti
Escrito por La Retaguardia el diciembre 7, 2013
![]() |
Bruno, el hijo de Peressuti que fue golpeado por la policía cordobesa |
(Por La Retaguardia) Los jóvenes están a merced de las fuerzas de seguridad. En general son anónimos y no pueden defenderse ni denunciar. Cuando le sucede a alguien reconocido, vale la pena alzar la voz por aquellos que no pueden hacerlo: la policía cordobesa golpeó salvajemente al hijo de Alicia Peresutti, de la ONG Vínculos en Red de Villa María, que lucha contra la trata de personas, y luego lo mantuvo detenido varias horas acusado de lesiones leves.
Además del audio, te dejamos, más abajo, el texto de una carta pública que Alicia le escribió a su hijo.
DESCARGAR
BRUNO
La noche del jueves Santo de 1995, estaba espesa. Una niebla de Hollywod, de las pelis de terror donde de la nada aparecen manos con vida propia.
El teléfono sonó a la madrugada. La voz de un hombre que apenas conocíamos me sorprendió, con su propuesta.
“Ha nacido un bebé, -obvió el sexo, a él le molestaba que la gente preguntara sexo- su madre a quién conozco demasiado está desesperada, lo quiere dar en adopción pero quiere mantener los vínculos, y saber bien a quién se lo va a entregar”. Yo no dije palabra alguna, es más creo no respiraba…
Al ver que no decía nada remató
“los derechos son los de ella, por su situación, Vos sabés como pienso y como me duele esto, las madres no deberían tener que entregar a sus hijos”.
Le respondí despacio, como temiendo decir lo equivocado.
“Estoy embarazada…” -y apuré lo que seguía-, pero vamos igual, por favor que la mamá nos conozca y ella decida, a mi también me duele esto”.
Antes de que pudiera decir algo más me cortó en seco y dijo “el bebé es desnutrido fetal , de bajo peso, para mi va a estar todo bien, pero sino quieren venir entiendo”.
Yo desde el otro lado sólo dije “a nosotros no nos importa ni que es , ni las condiciones , es un hijo no una cosa que es a pedido”.
Esa misma madrugada partimos. En un R-12 más viejo que Matusalén y atado con alambres por todos lados menos las gomas que nos las habían regalado y creo que no había una igual.
El R-12 se paró a mitad de camino, entendiendo que el camino era larguísimo y nos quedamos en un pueblo que quedaba justo en la mitad. En medio de la noche salimos a buscar un mecánico.
Cayo un tipo en bici, abrió el capot y le agregó el alambre número cuarenta , y el auto arrancó y no paró más hasta llegar a destino.
Llegamos con un sol que cocinaba las cabezas, los árboles y lo que encontrara a su paso… Hasta para cruzar las calles pavimentadas o al menos cementadas, las iguanas se echaban salivas en los dedos. No había un alma en el pueblo al menos que se pudiera apreciar. Las veredas desiertas, donde había vereda y no gramillita, denotaban que hacía mucho que no llovía y sus habitantes -como yo- súper ecologistas se sentaban a esperar que la lluvia las lavara.
Fuimos de inmediato a la casa del buen hombre que nos había llamado. Con el corazón en la boca y los intestinos silbando de tantas horas en vela, golpeamos la puerta.
El buen hombre nos recibió y de entrada nos llevó a un cuartito donde estaba una joven sentada esperando, era bastante obvio que nos esperaba a nosotros.
La saludamos como si nos conociéramos de años, y nos sentamos a tomar unos mates con peperina.
Hablamos de todo un poco, hasta que se hizo un silencio también de peli, y ella nos encaró con los ojos húmedos, “les voy a entregar a mi hijo, está internado porque no llega al peso”, terminó de hablar y lo miró al buen hombre pidiendo ayuda.
,Yo apurada por decir, opiné: “¿y si te ayudamos para que vos lo tengas?”.
Ella me miró con una mirada dulce pero distante, como necesitando poner distancia para seguir: “ustedes me van a ayudar un mes, y un hijo son muchos años, además he sufrido tanto con la muerte de su papá, hoy no puedo”.
Me callé, como correspondía, y en el fondo sentí que la admiraba. Nos iba a entregar lo que más amaba, porque lo amaba, se notaba que la decisión le estaba costando todo, y estaba recién parida y de pie, o mejor decir sentada, porque no podía ni sostenerse, delgada al extremo, denotaba que la desnutrición había hecho estragos en ella, sin dientes, pálida, sola.
Estuvimos cuatro días haciendo y firmando y no sé qué más papeles de todo tipo, como corresponde.
Siempre juntos, siempre al lado, y nosotros cada vez arrugando más, nos sentíamos unos viles miserables que le sacaban a su hijo, cada vez que se lo decíamos ella nos consolaba y nos agradecía que lo hiciéramos.
Vio que teníamos poco, en lo material, y se lo dijimos, pero nos predijo que jamás nos faltaría nada mientras amáramos a su niño. Cosas de la vida, nunca nos ha faltado, ni en las peores.
Y recuerdo que antes de despedirnos, con mi compañero, los dos llorábamos como si enterráramos a alguien , ella me llamó aparte, me pidió una foto de vez en cuando -que se la dejara al buen hombre- y que no la buscáramos, que era lo mejor para todos.
Me tomó la mano fuerte hasta hacerme doler y me dijo “cuidamelo por favor, hace que sea buena persona y que estudie para que no tenga la vida de mierda que yo tengo, decile que lo amé tanto pero tanto que lo di, para romper con la miseria donde vivo”.
Yo en medio de tanto llanto, sólo le dije: “te prometo cuidarlo y hacerlo estudiar y que va a saber que lo amás”.
Antes de irse nos miró a los dos, y dijo: “prometan que no me van a buscar, yo me voy tranquila y ustedes tienen que seguir, si nos ven juntos a mi me van a arruinar más la vida”.
Fue cinco veces a ratificar al juzgado que ella quería que Bruno estuviera con nosotros, los piojos nos llevaban a cococho y no nos daban los ingresos por eso tanto trámite.
Nunca preguntamos por ella, porque se lo prometimos, pero cada año hemos vuelto, como hemos podido, a dedo, a pedales, en cole, en auto,
Nos sentamos en la plaza del pueblo a ver llegar las palomas de los campos. Nos sentamos a ver morir la tarde y las palomas acomodarse en los árboles de la plaza para dormir el sueño de los ángeles, frente a la Iglesia.
Después nos levantamos y nos dirigimos a la casa de ese buen hombre que hoy es un hermano, -o más que un hermano- a comernos un asado con un buen vino para festejar el encuentro.
¿Por qué el ritual?, porque siempre esperamos que ella nos vea y lo vea a Bruno, aunque sea de lejos.
Bruno es de abril , Piero es de setiembre, -nació cinco meses después-. Gino les lleva tres años.
Y Yaco , bueno Yaco da para varias historias aparte.
Bruno reza, -ahora no pregunto mucho en esta etapa de su vida, pero sé que reza- y primero pide por su mamá de panza, después por el resto.
Falta poco para que se vuelvan a reunir, seguro iremos todos en patota a acompañarlo.
¿Qué esperamos ?, que él decida cuando, son sus tiempos, es su vida , es su historia, y le toca a él ahora escribirla en primera persona.
El lunes al mediodía cuando lo vi llegar tan mal. Fue la primera vez en dieciocho años que sentí que le había fallado a su otra mamá. Me senté en el patio, me preparé el mate, y medio en voz alta dije “Perdoname Blanquita, perdoname por dejar que lo reventaran a palos, te prometo donde quieras que estés que no voy a parar hasta que los atorrantes que le hicieron esto sean sancionados, te lo prometo desde el fondo de mi alma”.
Después me gasté cinco paquetes de pañuelos descartables. Terminé el termo completo y me levanté a ponerle el cuerpo a la vida, como siempre hice y como voy a hacer hasta el día que me muera.
“Dale a un ser humano una razón para luchar, sólo una y moverá montañas, ni te cuento si le das dos razones juntas”
Alicia Peressutti