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La Retaguardia

Desaparecidos de La Tablada —Día 5— Los errores del pasado

Por LR oficial en Derechos Humanos, Justicia, La Tablada, Lesa Humanidad

La quinta audiencia en el juicio, realizada este viernes, reveló más contradicciones en la vapuleada historia oficial. Otro exmilitar se alejó de sus declaraciones de aquel momento. Si bien no ocurrió lo mismo que con César Ariel Quiroga, que directamente denunció la falsedad de su declaración de 1990, esta vez Orlando Enrique Carbel olvidó no sólo momentos clave de aquellas comparecencias, sino que directamente dijo que había declarado una sola vez y en un juicio oral y público, cuando en realidad lo hizo otras en otras dos ocasiones. Su testimonio contrastó con la tranquilidad de Luis Alberto Díaz, otro de los sobrevivientes, que cerró la jornada. (Por El Diario del Juicio*)

Foto: Alfredo Arrillaga junto al defensor oficial Hernán Silva (El Diario del Juicio)

El juicio por los desaparecidos de La Tablada recién empieza. Van cinco audiencias y faltan al menos el doble. Cada día se repite una constante: la mala memoria de los militares en sus declaraciones testimoniales y las contradicciones que exhiben en relación a las que hicieron en la instrucción de la causa. En esta quinta audiencia declararon solo dos testigos: Orlando Enrique Carbel, militar retirado hace dos años, que estuvo en el área sanitaria; y Luis Alberto Díaz, exintegrante del Movimiento Todos por la Patria (MTP). A diferencia de la claridad de Díaz en su relato y la coherencia con los testimonios de Roberto Felicetti y Carlos Motta (militantes del MTP que declararon en audiencias anteriores), Carbel pasó alrededor de una hora y media tropezando con su propio relato y recordando súbitamente lo que la fiscalía y el tribunal le señalaron de su declaración anterior.

—No recuerda haber declarado en otra instancia sin público? —le señaló a Carbel la querella a cargo de Ernesto Lombardi.
—Jamás, nunca.
—¿Nunca se trasladó a Morón a declarar?
—Que recuerde, no.

Orlando Enrique Carbel, un militar destinado al Hospital Maldonado, que en aquel momento funcionaba en el Regimiento de Infantería 1 Patricios, fue y vino  entre notorias contradicciones con las dos declaraciones que dio en instrucción: una, el 5 de mayo de 1989 ante el fiscal de San Martín, Raúl Pleé; la otra, que fue el 30 de agosto de 1989, lleva la firma del juez de Morón, Gerardo Larrambebere, y de uno de sus secretarios, que esta vez no fue Alberto Nisman sino Mariano Varela.
El diálogo citado, que refiere a hechos ocurridos 30 años atrás, podría ser normal por el efecto del paso del tiempo, aunque no deja de ser extraño que alguien poco habituado a declaraciones judiciales olvide dos de tres. Es que después de la declaración que brindó el 14 de diciembre el exmilitar César Ariel Quiroga, que admitió haber firmado una declaración con la descripción de hechos que no presenció, nada es igual, todo toma otra dimensión. Debe leerse en el marco del encubrimiento judicial de las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la represión que comandó el General Alfredo Arrillaga, el único imputado en este juicio que intenta determinar cómo fue asesinado (y desaparecido) José Díaz.
Durante años la historia oficial militar y judicial sostuvo que Ruiz y Díaz fueron detenidos al salir por la ventana de la Guardia de Prevención incendiada por el ataque militar. Que el oficial Naselli se los entregó a Stegman para que los lleve al puesto de comando. Hasta allí, todo constatado por videos y fotos que se ven en todas las audiencias de este juicio. Entonces se acaban las constataciones audiovisuales y el relato sigue solo con el aporte de los militares. Después, siempre según las versión oficial, Varando se los entregó al ambulanciero Quiroga para que los recibiera el Sargento Esquivel, que aparece muerto, y su caída atribuida a Ruiz y Díaz que se dan a la fuga. A Esquivel lo ven muerto el Mayor Garutti junto al testigo de hoy, Carbel.
Todo este relato queda interrumpido por la aparición del exmilitar José Almada, que asegura que vio a Ruiz y Díaz con signos de torturas y que se los llevaron fuera del cuartel en un Ford Falcon blanco.  También el ambulanciero Quiroga ya desestimó su rol cuando dijo que no tuvo contacto con “subversivos”. Y Almada agregó que vio caer a Esquivel en combate, delante suyo.
De los dos militares que podían dar cuenta de haber levantado el cuerpo de Esquivel, uno de ellos, Garutti, murió en 1995, por lo que queda eximido de contradicciones. Carbel, en cambio, hoy sudó de más ante cada pregunta.

—¿Asistió a alguna persona que estuviera muerta? —quiso corroborar Lombardi.
—No.
—¿A cuántos militares socorrió?
—Dos, Orué y Rolón, y algún herido individual, con heridas menores, fueron varios. —respondió el testigo.
—¿Y con Garutti socorrió a alguien? —le preguntaron.
—Con Garutti sólo a Rolón.
—¿Sabe quien es Esquivel?
—No recuerdo.
—¿Recuerda haber ido a ver algún herido con un tiro en la oreja? —le consultó el fiscal Cearras.
—Recuerdo a Orué, yo lo tomo de los brazos, vi que tenía una herida en la nuca, ese es el único que yo recuerdo con una herida en la nuca.

Ante las evidentes contradicciones, el tribunal le hizo reconocer las firmas de sus declaraciones del año 89, la de Morón y la de San Martín. Carbel aseveró que eran suyas. Ahí la historia del testigo parecía tener dos caminos posibles: o recorría el de Quiroga y decía que le obligaron a firmar algo que no vio, o le pegaba un par de cachetazos a su memoria para no caer en mayores contradicciones.
El juez Matías Mancini, presidente del tribunal, le releyó desde el expediente. En su declaración del 5 de mayo de 1989 ante el Fiscal Raúl Pleé, Carbel dijo: “Alrededor de las 17.00 o 18.00 horas del día 23 de enero, es llamado para socorrer a un herido, y junto con el mayor (Garutti) se dirigen con la ambulancia hasta la intersección de las calles internas Curupaytí y French y Berutti, donde dada la intensidad del combate, deciden seguir a pie y a la altura de la Compañía “B” y cercana a la calle Curupayti, encuentran al herido quien se hallaba en el suelo y con un disparo detrás de la oreja izquierda, sin signos vitales. Lo trasladan hasta la ambulancia, y finalmente hasta el puesto de socorro. En horas de la noche, y por comentarios de la gente que lo conocía, se enteró que dicho herido se trataba del sargento Esquivel”.

—No recordaba, honestamente no recordaba. Sí recordaba el juicio de San Martín, eso recuerdo patente —aseguró Carbel apenas escuchó la relectura.
—Usted dijo que lo encontró a Orué, y acá aparece que a las 18 hs. levantó a un tal Esquivel —le recordó el juez Mancini —¿Qué nos puede decir?
—Yo recordaba el apellido. Ahí recuerdo haber socorrido a Esquivel. Yo tenía 28 años, ahora tengo 58, son 30 años.
—Acá le fue preguntado si atendió a alguien con un disparo en la oreja y usted dijo que atendió a Orué —el juez volvió a mostrarle otra contradicción.
—Orué tenía un rebote de esquirla, yo no sabía el tipo de herida que tenía, eso dijeron los médicos después. Entonces ahora que me refresca la memoria, entonces, claro, ahí sí, realmente lo de Orué era esquirla, no era bala.
—Ahora que recuerda —intervino la querella—, diga cómo fue la situación con Esquivel.
—Cuando voy con Garutti confirma que estaba fallecido —sostuvo Carbel.
—¿Estaba muerto o no estaba muerto? —dudó el abogado Lombardi.
—Recuerdo que el mayor dijo ‘me parece que estaba sin vida’ y lo llevamos al puesto principal de socorro.
—Cuándo se entera de que es Esquivel? —preguntó el juez Esteban Rodríguez Eggers.
—Con el tiempo me entero que es Esquivel. Quizá por el mismo mayor o de las noticias. Mucho tiempo después me entero que había fallecido en el hospital militar central.

Ahí apareció otra contradicción, ya que en 1989 Carbel contó que lo supo esa misma noche.
El final de su declaración fue con algún escándalo. Cuando lo vio acorralado, el abogado Lombardi le tendió una suerte de trampa. Le preguntó si podía ubicar exactamente el lugar donde levantaron a Esquivel.
—No —respondió tajante el testigo.
—¿No lo sabe ahora o nunca lo supo?
—No lo pude saber en ese momento. Si hay que hacer una herida en ese momento, uno no se fija si está debajo de un arbolito o una antena.
—No lo pudo saber nunca —insistió Lombardi.
—Es imposible.
—Exacto, es imposible, pero en su declaración usted ubicó exactamente el lugar…
Este último pasaje sucedió con un Carbel exaltado y hasta golpeando la mesa, tanto que luego le pidió disculpas al abogado, que le respondió con cierta ironía: “No se preocupe, entiendo el momento”.

Sin embargo, lo más inverosímil de la declaración de este viernes por parte de Orlando Enrique Carbel había ocurrido antes. “Escuché que con un megáfono decían ‘Vamos a proceder como corresponde. Si el personal se rindió, hagamos las cosas como corresponde. No cometamos los errores del pasado’. Interpreto que era el Gral. Arrillaga”, sostuvo Carbel. El fiscal Cearras dudó y se lo hizo notar entonado:
—¿Pero usted conocía su voz?
—Bueno, a veces uno escuchaba la voz.
—¿Cómo sabía que era Arrillaga? —insistió el fiscal.
—Sabíamos que él estaba a cargo.
—¿Recuerda haber declarado esto antes?
—No me lo preguntaron —soltó Carbel.

Esta vez tampoco se lo habían preguntado. Cuesta creer que la misma persona que, según ratifican los sobrevivientes en todas las testimoniales, les dijo: “Señores, yo soy Dios. Yo decido quién vive y quién muere aquí”, le haya pedido a su tropa que no cometieran los “errores del pasado”. Cada día de juicio que se sucede, aparecen más evidencias de que se utilizaron todos los mecanismos del Terrorismo de Estado durante la represión en La Tablada. Tras la jornada de este viernes, uno de los sobrevivientes, Luis Alberto Díaz, lo expresó en charla con El Diario del Juicio: “En Tablada, estas personas cometieron las mismas atrocidades que durante la dictadura. Excepto el robo de bebés, porque nadie fue con bebés, después practicaron con nosotros todo tipo de atrocidades estando ya rendidos, encapuchados y atados de pies y manos”.

Arrillaga tuvo otro mal día. Quizá por eso, una vez finalizado el debate, se acercó al estrado y le pidió al juez Mancini que no les creyera a los testigos. “Eso se lo tiene que decir a su abogado para que lo utilice en el alegato. Yo no lo puedo canalizar por aquí”, le respondió el juez con algo de sorpresa. Quizá, a pesar de la situación en la que está, Arrillaga siga pensando que es Dios, aunque parece más cerca de una nueva condena, terrenal y tardía.

*Este diario del juicio por los desaparecidos de La Tablada es una herramienta llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva y Agencia Paco Urondo, con la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en http://desaparecidosdelatablada.blogspot.com