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Crónicas del juicio -día 6- Todo sin un tiro

Escrito por el mayo 19, 2019


El segundo testimonio de la jornada fue el de El Quique Osvaldo Lovey. Repasó los 5 años de existencia de las Ligas Agrarias. Sus conquistas y también la persecución posterior. Lovey fue secretario general en aquellos años y en el exilio se integró a Montoneros. Formó parte del grupo que sobrevivió escondido 3 años en el monte. Luego habló Luis Piccoli, primo de Carlos Picolli, uno de los asesinados de la Ligas. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) 

Colaboración: Valentina Maccarone)
Foto de tapa: Lovey escuchando preguntas (Gustavo Molfino)

“Este es el Tribunal Oral número 4 de San Martín. Lo convocamos en carácter de testigo en la causa 3622-3623. El carácter de testigo le impone de declarar bajo juramento o bajo de promesa de decir verdad según sus creencias religiosas. Es decir que si no cumple con la verdad incurre un delito de falso testimonio que es afirmar, negar o callar la verdad en todo o en parte ¿Jura o promete decir la verdad?”. El juez Esteban Rodríguez Eggers cumple rigurosa pero amablemente con el protocolo. Quien recibe la información promete decir la verdad y da su nombre completo: Osvaldo Raúl Lovey. Para el mundo de la militancia es El Quique. La presentación casi que la hace la fiscal Gabriela Sosti, que tiene un rol central en las preguntas a quienes dieron testimonio hasta aquí, en su totalidad testigos de las querellas y la fiscalía.

—Buenos días señor Lovey. Yo tengo presente que usted fue uno de los principales referentes de las Ligas Agrarias y en ese sentido le voy a pedir si nos puede dar un relato, si nos puede contar qué fueron las Ligas Agrarias, qué desarrollo tuvieron, cuál fue el contexto político en el que surgieron, cuál fue la militancia y si en ese recorrido puede ir mencionando qué compañeros la integraron, cómo fue la persecución sufrida. A medida que usted va contando, le voy haciendo preguntas. —completa la representante del Ministerio Público Fiscal. Pelo corto. Generalmente con lentes. Delgada y retacona. El Quique Lovey se inclina hacia el micrófono y arranca.
—Yo fui secretario general de las Ligas Agrarias de la provincia de Chaco. Donde surgieron por primera vez las Ligas Agrarias, un movimiento rural que se expandió en los años siguientes a otras provincias de la región y del país, abarcando toda la región noreste, la provincia de Santiago del Estero, Buenos Aires y Córdoba. Esto fue en 1970. El 14 de noviembre, en el primer cabildo abierto agrario chaqueño se toma la decisión de armar las Ligas Agrarias, con el objeto de formar un agrupamiento gremial que represente a los agricultores familiares de la provincia de Chaco, que en ese momento estaban sufriendo la caída de los precios de sus producciones, la falta de crédito y en muchos casos también sufrían embargos de maquinarias o de sus predios rurales por imposibilidad de pago. Fue un movimiento de masas. Se caracterizó, en los casi 5 años de existencia, por una gran capacidad de movilización y por haber representado los intereses gremiales de los productores. Articulamos con las cooperativas agrarias que en ese momento, durante el período del gobierno de Onganía se le habían quitado los créditos del Banco Nacional con lo cual se reducía su actividad a menos del 20% de la producción por falta de apoyo crediticio. Esto implicaba que el sistema de mercado estaba manejado por empresas monopólicas que fijaban los precios.

Nombra entre ellas a Bunge y Born o Alpargatas. “Eran las que tenían desmontadoras de algodón y acopiaban la producción”. Con detalles precisos, Lovey habla del crecimiento: “A partir de la irrupción de las ligas en 1970, en la presidencia de Levingston, que tuvo una presidencia corta para dar lugar a la asunción de Alejandro Lanusse que, dicho sea de paso, concurre en el Chaco a una invitación de las Ligas Agrarias en donde se reunieron casi 5.000 agricultores para plantearle los problemas que teníamos en el campo. Fue un debate mano a mano, tuvo una repercusión muy importante en ese momento y nos permitió a nosotros recuperar la cartera crediticia para la cooperativa y, de esa manera, defender el precio de la producción de los productores familiares”.

Las publicaciones en las que se los mostraba como los peores delincuentes (Imagen: El Diario del Juicio)

Quedarse en el campo

Con un relato ordenado, Lovey va contando cómo esos 5 años de las Ligas contribuyeron a fortalecer el esquema cooperativo que ya existía. Pero además, va a uno de los nudos centrales de la distribución demográfica del país, con millones de personas arrumbadas alrededor de las grandes ciudades. “A partir de ahí comienza un proceso de reivindicaciones y de recuperación de esa actividad económica y la gente comenzaba a quedarse en el campo en los primeros ‘70 frenando el proceso migratorio de finales de los ‘60, consecuencia de la crisis económica. Fue un proceso muy fuerte de la provincia hacia Buenos Aires, eran pequeños productores que trabajaban en las chacras algodoneras en el Chaco. Pero la gente comenzó a incrementar su producción”.  Todavía le dura el orgullo por lo que implicó el crecimiento acelerado de los pequeños productores agrupados. Esa también sería, luego, la razón de la persecución. “En un año, de 1970 al ‘71, duplicamos la cantidad de socios en las cooperativas y empezamos un proceso de industrialización en el seno de las cooperativas agrarias. Instalamos fábricas de aceite, molino harinero para moler el trigo y hacer harina, hilandería y tejeduría para hacer algodón, una super usina desmontadora. En Santiago del Estero se instaló una fábrica de prendas de vestir para fabricar ropa de trabajo, destinada precisamente al mercado cooperativo”, enumera. Pero es no es todo. Casi sin respiro, continúa con el balance y explica cómo consiguieron dar vuelta la situación a la que estaban sometidos por las empresas monopólicas. “Llegamos a acopiar en el ’76, en el seno de las cooperativas, el 80% de fibras de algodón del país, mientras que antes era el 20%. Lo que nos permitió mejorar el precio de la fibra. Porque el productor entregaba su algodón, se lo desmontaba y la cooperativa vendía la fibra, lo que no elaboraba como hilado era una menor cantidad. Este fue el fenómeno de las Ligas Agrarias con una alianza férrea con las cooperativas chaqueñas que después se expandió al norte de Santa Fe, Corrientes, con otra realidad productiva, en donde eran principalmente los tabacaleros de la región de Goya como epicentro, también en Formosa. Cada provincia con su realidad productiva. Córdoba por ejemplo organiza las Ligas Tamberas con epicentro en Villa María, porque en ese momento era la región con la cuenca lechera más importante del país. Esta fue la militancia nuestra. Trabajar intensamente para generar conciencia cooperativa, agrupamiento de los pequeños productores que de por sí tienen una conciencia individual de producción y valorizar su producción por medio de estos sistemas asociativos”.

Osvaldo El Quique Lovey en pleno testimonio. (Foto: Gustavo Molfino/DDJ)

La persecución

El Quique tiene una elegante camisa rosa, que asoma debajo de un buzo verde de algodón, tal vez importado o cosido en algún taller clandestino de la gran ciudad. Signo de los tiempos. Parte del costo de la derrota. Al tiempo que se está por meter en la etapa de la represión, cuenta que tenían un perfil católico; de hecho él provenía de la vertiente juvenil de la Acción Católica. Que trabajaban codo a codo con la Iglesia. Sobre todo, destaca el rol de Monseñor Ítalo Di Stéfano. “Daba una homilía todos los domingos, que se transmitía por radio. Toda la gente lo escuchaba. Él denunciaba estas situaciones. Fue fundamental en la construcción de las Ligas Agrarias”. Pero es el momento de meterse en la oscuridad. “Todos sabemos el clima que se vivía en el país en los últimos meses del año ‘75 y a partir del golpe militar fueron perseguidos todos los movimientos sociales, gremiales y políticos que se opusieron al plan económico que venían a implementar”. Asegura que el golpe vino para arrasar con cualquier tipo de resistencia. En el caso del Chaco era claro el plan: quitarles poder a los pequeños productores para fortalecer nuevamente a las grandes corporaciones. De un día para el otro pasamos a ser el demonio en la provincia, ya que las Ligas Agrarias eran quienes podían oponer mayor resistencia. De ser referentes públicos que encabezábamos movilizaciones pasamos a ser terroristas, subversivos, el agente del comunismo internacional que venía a tomar el poder en la Argentina”.

El camión o el monte

La persecución se tornó insostenible. Decidieron, entonces, refugiarse en el terreno propio: se internaron en el monte. “A nosotros nos buscaban para matarnos. Los referentes nos tuvimos que esconder en el monte varios meses del ‘76 ayudados por los pequeños productores. Un día Monseñor Di Stéfano nos citó y nos preguntó qué pensábamos hacer. Él opinaba que así no podíamos continuar, que había que buscar una forma de encontrar una solución a nuestra situación. Nosotros le transmitimos lo que queríamos hacer. Y le dijimos que corrían peligro nuestras vidas. Él nos pidió autorización para entrevistarse con el Gobernador de la provincia, el General Serrano, y el Coronel Zucchoni que era el ministro de Gobierno. Le planteamos que estábamos de acuerdo y que estábamos dispuestos a presentarnos en detenciones públicas. Que la detención sea pública porque para ese momento los secuestros estaban a la orden del día. Garantías físicas, que no nos torturen. Y el derecho a la defensa. Esos tres requisitos”. La respuesta no se hizo esperar. “A los días nos dijo que le dijeron que ni abogados ni jueces tenían poder para defendernos. Que los únicos que podían garantizarnos algo eran los militares. Que para más comodidad nuestra fuéramos a un campo y nos iban a mandar un camión para buscarnos”. No es habitual escuchar risas durante el juicio. Y menos todas juntas. Pero toda la audiencia estalla en una sola carcajada colectiva. Nadie cree posible que ese camión condujera a un lugar justo. Ni en ese momento, ni mucho menos ahora con la historia expuesta.

—Se acuerdan quiénes eran sus compañeros? —interviene Rodríguez Eggers.
—Carlos Piccoli, Carlos Oriansky, Armando Molina, Remo Vénica, Irmina Kleiner, Hugo Vocouber, un abogado militante defensor de la libertad agraria; Hugo Fleitas, militante de la juventud peronista; Oscar Mathot que era un militante estudiantil de la provincia de Misiones. Este último estaba estudiando en Resistencia y se trasladó un tiempito con nosotros en el Monte. Ese tiempito en el monte duró unos tres años.

Lovey cuenta que se dividieron en dos grupos. El suyo se fue para el norte. Lo integraban además Molina, Piccoli y Mathot. Los demás se fueron para el sur. Si la comunicación es vital para la supervivencia en esas condiciones, se las ingeniaron para hacerlo. “Teníamos comunicación esporádica con buzones de frascos de vidrios que dejábamos en un tronco agujereado o en un poste de alambrado. Pasábamos y recogíamos. Nos encontrábamos muy esporádicamente”.

Los Operativo Toba, razzias indiscriminadas contra campesinos, según los
diarios de la época. (Imagen: El Diario del Juicio)

Los helicópteros, las mil y una 

—¿Cómo sobrevivieron en el monte? —consulta Sosti.
—Uh las mil y una. Hubo dos etapas claramente marcadas. En la primera etapa que fue del golpe militar hasta octubre del ‘76, donde las fuerzas no reprimían salvo algunas muy puntuales que iban a las casas de algunos colonos. Evaluamos nosotros que fue una etapa de inteligencia. El Ejército coordinaba las fuerzas conjuntas integradas por Gendarmería, Prefectura, Ejército y Policía. Estos últimos cumplían un rol importante porque eran los conocedores del terreno y la gente, los baqueanos de los militares. En esa primera etapa vivíamos en el monte pero en comunicación con casas de compañeros, en una situación más confortable. En la segunda etapa llegaron los helicópteros. Esos compañeros que nos ayudaban a nosotros ya no nos podían ayudar porque estaban marcados como militantes o dirigentes de las Ligas Agrarias.

Cuando Lovey se refiere a la segunda etapa, ya de cacería, da cuenta de lo que se conoció como los Operativos Toba. Verdaderas razias. Hubo cuatro. “En el primer Operativo Toba, en octubre del ‘76, detuvieron a más de 200 dirigentes campesinos que fueron torturados tratando de sacarles información nuestra. Se evaluaba que eran unos 2000 hombres entre las diferentes fuerzas. Los operativos tenían una tarea diversificada. Por un lado, a la acción militar que consistía en el control de caminos, puestos fijos, acompañaba, de tipo comando, los que actuaban de civil en camionetas civiles que eran los que llegaban a las casas, a apresar al dueño de casa, revolcaban todo, desparramarle los alimentos, la yerba, la harina en el medio del patio. En muchos casos pegarle a la familia y a él se lo llevaban. Los torturaban a golpes durante horas sin decirles nada. Y después les preguntaban por nosotros. Si evaluaban que no sabían nada, los tiraban por ahí, en los caminos. Si no, los metían presos. Mi hermano y mi padre estuvieron presos más de un año por el solo hecho de ser ellos y no haberme podido agarrar a mi. Estuvieron presos en la alcaldía de Resistencia”. El hilo histórico de Lovey se une aquí con el testimonio anterior que se escuchó en la audiencia: el de Olga Chamorro, una de las 200 personas que fueron presas en ese primer operativo.
“A partir de ahí la situación se puso más difícil para nosotros. Teníamos que generar una nueva red de apoyo con campesinos que no hayan tenido una destacada participación en las Ligas Agrarias para que no pudieran ser identificados. Ellos son los que nos ayudaron a nosotros a sobrevivir durante casi tres años en el monte. Nos manejábamos siempre de a dos. Teníamos nuestro territorio y tomábamos todas las medidas de seguridad que se nos ocurrieran para tratar de evitar el contacto con las fuerzas militares. Nosotros no teníamos ninguna intención de agresión hacia las fuerzas militares. Las armas que teníamos eran de uso civil para nuestra defensa personal. Sí tuvimos enfrentamientos producto de que ellos tomaban contacto con nosotros en el campamento del monte. Salió un compañero herido pero tuvimos suerte de salir con vida. Todo ese proceso transcurre hasta mediados de 1978. Después de varios intentos de tomar contacto, quedamos aislados del grupo que estaba en el sur, con los compañeros de la ciudades… no teníamos a quién recurrir. Tomamos la decisión de tomar nuevos contactos y a partir de ahí surgió la posibilidad de comunicarnos con Guillermo Amarilla que era Secretario General de la JP Seccional 4ta, con asiento en Resistencia”. Amarilla estaba obsesionado por ayudarles. Durante su testimonio de la segunda jornada, Gustavo Molfino, cuñado de Amarilla, contó cómo los fue a buscar, arriesgándose a ser atrapado. Lovey lo vuelca nuevamente a la causa. “Amarilla era un compañero muy conocido, que después nos enteramos de que siendo él una de las personas más buscadas en el Chaco, se fue dos veces en tren por la provincia a visitar a los compañeros para buscarnos a nosotros. Y no tuvo éxito porque habíamos cortado todas esas relaciones por razones de seguridad justamente. Nos comunicamos con él en Buenos Aires, dos veces en 1977”.

Las consecuencias

“Fíjense lo que pasó en términos económicos —analiza Lovey—. Les quitaron los créditos. Les embargaron los tractores a los pequeños y medianos productores a causa de la cláusula 1050 de Martínez de Hoz con la cual se ingresaban los créditos bancarios. Nadie sabía qué quería decir eso hasta que se dieron cuenta y fue tarde. Muchos productores perdieron sus campos. Una vez que les sacaron las herramientas, el gobernador Serrano implementó que se les perdonaban las deudas a cambio de la chacra. Toda esa gente se tuvo que ir del campo. Perdimos el motor económico del Chaco: el productor medio de 100/150 hectáreas.Teníamos 22.000 y quedaron 3.000. Muchos se suicidaron porque no soportaron ese proceso. Algunos se vinieron a Buenos Aires”. Allí Lovey tiene que frenar. Su voz necesita un breve respiro. Quienes conocen a El Quique, lo pintan como un gringo duro. Por eso se cruzan miradas. Sigue. “Resistencia multiplicó su población en 10 años producto de las migraciones internas de esa masa poblacional que abandona el campo, deja de producir y se convierte en desocupados marginales en la ciudad, demandando todo tipo de necesidades al Estado: el agua, la luz, los alimentos. Resistencia no tenía oferta de trabajo para todos ellos. Hasta hoy hombreamos esa pesada mochila. Si esa gente se hubiera quedado en el campo. Si hubiéramos seguido con la industrialización que nosotros iniciamos, el Gran Buenos Aires tampoco tendría la cantidad de chaqueños que tiene. Ya tenemos tres generaciones de gente sin trabajo. ¿Cómo vamos a hacer para recuperar eso?”, pregunta. Sin perder nunca la tranquilidad, sin levantar jamás la voz, no solo va contando la historia de la que fue protagonista, sino que va proponiendo políticas públicas. “Ahora hay que volver a generar las condiciones para que esa gente pueda volver al campo a producir, porque en provincias como el Chaco no podemos esperar el proceso de industrialización que le garantice trabajo para todos. El campo y la agricultura familiar es la que puede generar esos puestos de trabajo para quienes estén dispuestos. Habrá que hacerlo de alguna manera. Este fue el plan. La represión fue una pantalla inventada”.

La calle y las armas

En todos los juicios de lesa humanidad, y en este juicio en particular, los abogados defensores intentan, entre otras cosas, exponer la faceta armada de la militancia para poder enarbolar la teoría de los dos demonios. Nada nuevo. Aquí Lovey se anticipa, y antes de que intervengan los defensores, destaca la metodología de lucha que utilizaron. “Todo lo que acumulamos, las fábricas que creamos, lo hicimos siempre a la luz del día, con la movilización como única herramienta. Nunca tiramos un tiro, jamás. No había razón de ser. Después del exilio del monte y en el ‘83 presento un habeas corpus en el juzgado de Capital para ver si tenía causas, y el juzgado general del Chaco dice que no. O sea que los desaparecidos, los asesinados por la dictadura y los que estuvieron presos, fue por ningún motivo. Fue por el plan de poner la economía al servicio de las grandes multinacionales.Y para eso había que erradicar todo vestigio de resistencia”.

La salida

“A partir de la vinculación con Guillermo Amarilla planificamos nuestra salida del país”. Compara la situación que vivieron con el lejano oeste tan presenten en las películas de Hollywood. Carteles con sus caras, nombres y calificaciones temibles aparecieron pegados en las paredes de las oficinas públicas de la ciudad. “Solo faltaba la recompensa”, dice con ironía. Después retoma la línea de tiempo siempre ordenada, y da cuenta del encuentro con Amarilla, que fue en Buenos Aires. Lo contactó Carlos Piccoli, después de haber encontrado una persona que se le parecía. Eso le permitió utilizar sus documentos para no correr riesgos. “Ahí salimos del país. Salimos a México. Quedó el otro grupo en el monte. Nunca pudimos comunicarnos con ellos. Desde México teníamos mucha dificultad para comunicarnos con la Argentina. Unos compañeros nos dicen que hay una persona española que viaja a la Argentina que está dispuesta a tomar contacto. Les dimos unos nombres para contactarlos. Había curas también, nosotros con la iglesia siempre tuvimos buena relación porque ese era nuestro ámbito de militancia natural. Nos trajo buenas noticias y la persona con la que habló le dijo que estaba dispuesta a viajar a Madrid para charlar conmigo. Eso me dio la señal de que esta persona sabía. En enero viajamos a Madrid y establecimos la comunicación. A México fuimos Armando Molina, Carlos Piccoli, Oscar Mathot y yo. El Dr. Rodolfo Puiggrós me fue a buscar al aeropuerto. Había una colonia de exiliados políticos muy importante. Ahí me llevó a hablar con el ministro del Interior de México. Ellos estaban ahí con el respaldo y el apoyo del gobierno mexicano”.
Lovey hace una pausa allí para dar un dato interesante sobre la composición de las Ligas. “Éramos peronistas pero no teníamos militancia más allá de las Ligas Agrarias. Era muy diversa políticamente, ahí estaban radicales, peronistas, comunistas. Introducir ahí la cuestión partidaria no era conveniente”, explica. Luego ampliará, ante la pregunta de un abogado defensor, que la Ligas Agrarias no eran parte de Montoneros.
También detalla que pudieron retomar el contacto con el grupo que se había refugiado en los cañaverales del norte de Santa Fe. Y que consiguieron que salieran del país con el kit Molfino.

Peligro en España

Lovey repite la historia de Gustavo Molfino en cuanto a su incorporación a Montoneros. Ambos se suman en el exilio. En su caso poco después de la creación del Movimiento Peronista Montonero en Roma. En esa incorporación, lo alojan en una casa que compartía con dos compañeros argentinos, de los que no sabía nada más que uno era peronista y otro pertenencia al PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Esas personas, a su vez, tampoco sabía nada de El Quique. Un día la cuestión se complicó. “En España tuve un episodio que pudo haberme costado la vida. Una noche llegó un grupo militar argentino y españoles a buscarme al departamento que compartíamos argentinos y españoles, cinco personas, con armas largas y cortas. Yo no estaba. El compañero no sabía nada de mí. Se lo llevan a él. Lo maltratan y lo tiran semi muerto en la ruta a La Coruña. Si me hubieran encontrado no creo que fuera para darme regalos —dice, con gracia aplicada al dramático momento—. No estaban vestidos con uniforme militar, estaban de civil. No sabemos exactamente de qué fuerza eran. Al compañero no lo tuvieron secuestrado. Se lo llevaron, lo maltrataron y esa misma noche lo abandonaron. Lo maltrataban para ver si efectivamente sabía algo. Me buscaban a mí con nombre y apellido. Eran los argentinos que querían sacar esa información, los españoles hacían el apoyo logístico. Acudimos al gobierno, nos entrevistamos con el que era en ese momento ministro del Interior. Nos juraba que el gobierno no tenía nada que ver con esto. Me ofreció ir a vivir a su casa, cosa que no aceptamos. Hicieron operativos en la frontera pero nunca hicieron ninguna detención. Operativos similares ocurrieron en Italia, previamente, contra compañeros militantes peronistas que estaban exiliados ahí. No recuerdo quiénes. Después hubo un operativo militar importante en Perú en donde fue secuestrado y desaparecido el Negro Cacho (Julio César Ramírez) y la señora (Noemí Giannetti) de Molfino”, lo que ya fue contado en las audiencias anteriores y que luego retomará Aldo Morán al final de la jornada.

Su estadía en Europa

Lovey explicó por qué no fue parte de los grupos que reingresaron al país para la Contraofensiva. Destacó su rol en las finanzas a través del enlace con las ONGs europeas. En algún sentido, aportó una respuesta importante para la pregunta recurrente de la defensa: ¿cómo se financiaban los viajes por el mundo? No fue esta la excepción. Lo preguntó esta vez Hernán Cariglino. En realidad siempre lo pregunta Cariglino. En las audiencias anteriores, varios testimonios dieron cuenta de no saber exactamente, por no no tener roles en la tarea financiera. Sin embargo, en este caso, Lovey lo explicó. De paso, también aclaró que esa fue la razón por la que regresó al país recién en 1982, durante la guerra de Malvinas. “El viaje de México a París y luego a Madrid fue financiado por una organización de Canadá. Nos conocíamos ya porque ellos habían financiado proyectos de las Ligas Agrarias. A partir de allí financiamos nuestros movimientos con la solidaridad internacional de las ONGs. De esa manera también ayudábamos a las familias de los presos políticos en Argentina”. Cuenta que fue una tarea que llevaron adelante con Remo Vénica e Irmina Kleiner. “Tomamos contacto con numerosas organizaciones de beneficencia, organizaciones de Bélgica, Alemania, Francia, Canadá. También financiábamos proyectos productivos de los campesinos. Y empezamos a prever la situación de aquellos que iban a regresar con una mano atrás y otra adelante. Logramos reunir con esta campaña más de 300.000 dólares. Parte de estos fondos se transfirieron desde Europa a Goya apoyándonos en unos sacerdotes de ahí que fueron quienes implementaron los proyectos. Y otra parte del dinero lo traje yo cuando volví clandestino en el año ’82. Ese dinero lo destinamos a la ayuda de las familias de los presos y a la reubicación de los presos cuando salieron en libertad. Constituimos en Buenos Aires una fundación, apoyados en el gran dirigente del cooperativismo chaqueño: el ingeniero Oscar María Braceras. Él fue el que puso la cara, armó la fundación y se puso como presidente. Gracias a esa estructura legal, porque yo todavía estaba clandestino, pudimos implementar los fondos y reunir adecuadamente hasta el último peso con las organizaciones donantes. Fue un gran alivio y una gran ayuda”.

La caída del grupo de Piccoli

Lovey expresa que quienes habían integrado las Ligas Agrarias regresaron como parte de la Contraofensiva para retomar los contactos e intentar volver a reunir a los campesinos y pequeños productores que habían quedado a la deriva. Así ingresan, entre otros, Vocouber, Fleitas, Molina y Piccoli. “Vuelven a la Argentina. Yo también me quería volver cuando fue el episodio de España, pero los compañeros no me dejaron. Piccoli y Molina volvieron en marzo del ’79. para venir a militar a Chaco en el marco de las cooperativas. Para ayudar en algo a que este calvario termine. Porque nadie tenía la certeza de cuánto iba a durar esto. Viendo las cosas ahora mirando para atrás sería mucho más sencillo ahora tomar decisiones, pero queríamos que la dictadura se vaya, que termine. Habían cerrado más de 1.000 tambos. Carlos Piccoli se comunicaba acá en Buenos Aires con la UCAL (Unión de Cooperativas Algodoneras)”. Aclara que se enteró del crimen de Piccoli a través de los diarios de Chaco. “Nosotros en Europa leíamos los diarios argentinos. A Piccoli lo matan en las cercanías de la casa de su madre en un paraje rural en Roque Sáenz Peña, a 10 kilómetros de distancia. Aparentemente estaba yendo a visitar a su madre. Es más, hasta hay una versión de que habían dejado una consigna cerca de la casa de su madre y que desde ahí le dispararon. Después, con el trabajo de los antropólogos, le descubrieron un tiro en la cabeza a corta distancia. O sea que: o lo agarraron vivo y lo mataron, o lo remataron”.
Con Molina, en cambio, el conocimiento de su caída fue directo. “En el caso de Molina, lo secuestran. Él me llama estando yo en Madrid. Yo no tenía forma de comunicarme con ellos, pero ellos sí conmigo. Me llama y me dice unas cosas inverosímiles que me di cuenta de que me las estaba diciendo para que yo me enterara. Me decía que no tenía plata ni documentos, y nosotros sabíamos que lo primero que se ponía a resguardo era eso. Me dio otras señales más para indicarme que estaba con problemas de seguridad. Interpreté que estaba con una persona al lado. Le pedí que me llamara en dos días para consultar con los compañeros para ver si podíamos hacer algo o no. Tomar contacto con alguien de la Argentina no, porque si Molina estaba en manos del enemigo estábamos enviando a una persona al muere. Entonces le dimos una cita en Asunción, con un argentino casado con una mexicana que eran personal de la Embajada de México en Paraguay. Lo llevaron a Asunción. Cuando vieron que no aparecí yo ni nadie conocido que les pudiera interesar, se lo llevaron y nunca más apareció. Lo llevaron para ver si podían agarrar algo más”.

Lovey, al finalizar, saluda con alegría a Gustavo Molfino.

El mejor entrenamiento

—¿Recibió entrenamiento al salir al exterior? —pregunta Cariglino.
—El primer y mejor entrenamiento fueron los 3 años en el monte —respondió con velocidad Lovey, ya cerca del final de su testimonio de más de dos horas.

Más allá de esa primer respuesta, relató, como el resto de los testigos que pasaron hasta aquí por el juicio y fueron sobrevivientes, que pasó por Líbano. Explicó que Montoneros tenía un acuerdo de intercambio con la organización palestina Al Fatah, y parte de ese acuerdo era el entrenamiento de resistencia que no podían realizar en Europa o América.

Tras el cierre y los aplausos, deja la silla vacía para el ingreso de Luis Piccoli, primo de Carlos, que deja un testimonio con la emoción típica de quienes perdieron a sus familiares. Piccoli relata, entre otras cosas, cómo al caer asesinado su primo, les “sugirieron” velarlo por 9 días. Fue Pedro Millán, que estaba casado con una hermana de Carlos, entre otros familiares. Cuando lo van a buscar a la morgue de Resistencia a Pedro le llamó mucho la atención que tenía muy inflamado el bajo vientre y que estaba muy embarrado. Incluso tuvieron que lavarlo. Estaba con varios balazos en el cuerpo y en la cara. Lo reconocieron sobre todo por un lunar que tenía en la cara. Lo trajeron a Roque Sáenz Peña y el jefe del Ejército, un coronel cuyo nombre no recuerdo, le dijo “tenés que velarlo 9 noches”. Él le preguntó por qué y le respondió: ‘para que sirva de ejemplo’. Al tercer día ya no había nadie en el velorio, por lo que pudieron permiso para terminar con el velorio y les dijeron que al otro día podían llevarlo al cementerio. Ya habían cumplido con su objetivo”, dice con la voz apenas audible de tan quebrada.

Este martes seguirán los testimonios sobre la represión a la Ligas Agrarias. En paralelo, en Chaco, se realiza el primer juicio para intentar develar cómo asesinaron a Carlos Piccoli y a Raúl Gómez Estigarribia.

La sexta jornada volvió a ser extenuante, pero también reparadora para familiares y testigos. Apenas si fue un paso más en el largo camino de ripio hacia la justicia.

La verdad se escapó una vez más de la muerte, y anda rondando en las bocas de quienes sobrevivieron.

*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardiamedio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

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