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«Nos quedamos cortos tirando gente de los aviones, a vos también tendríamos que haberte tirado»

Por LR oficial en Campo de Mayo, Derechos Humanos, historias desobedientes, Juicio Campo de Mayo, Lesa Humanidad, Sergio Triaca

Eso le decían en su familia a Sergio Triaca, hijo de Numa Osvaldo Triaca y de Olga Elvira Chistoph. Su padre fue juez militar hasta su muerte en 1977, atribuída falsamente a Montoneros. Ambos llevaban a su hijo adolescente a Campo de Mayo, donde Sergio asegura haber visto a por los menos 3 secuestrados. Dice que podría reconocer a una víctima de los Vuelos de la muerte con la que cruzó miradas. El nuevo integrante de Historias Desobedientes de Argentina declaró el 3 de noviembre ante la jueza Alicia Vence, a cargo de la Instrucción de la Megacausa. Su testimonio, como todos los anteriores de hijos e hijas de genocidas, es un golpe de nocaut contra los discursos neonegacionistas y un nuevo aporte a la Memoria, la Verdad y la Justicia. (Por La Retaguardia)



🎤 Entrevista y ✍️ Redacción: Fernando Tebele

💻 Edición: Pedro Ramírez Otero

📷 Foto de portada: Captura de imagen del YouTube de La Retaguadia

—Hola, quería felicitarlos por el trabajo que hacen con los juicios.
Es la noche del jueves 18 de noviembre en el Auditorio de ATE Capital. Acaba de finalizar el acto de cierre del año de la Comisión Vesubio y Puente 12. Su saludo se confunde con el de tantas otras personas que nos colman de cariño. Pero rápidamente se advierte algo que lo distingue del resto: Sergio Triaca comienza a tirar algunos datos de su historia. Le decimos que nos cuente más cuando quiera y que quedamos a disposición. Semanas después se lo empieza a ver activo en el chat de las transmisiones de TV que La Retaguardia realiza en el Canal de los Juicios en YouTube. Entonces volvemos a contactarlo, y nos dice que quiere hacer pública su historia.
Otra vez es jueves. De prolija camisa celeste, Sergio está ansioso. Se le nota. También nosotros lo estamos. Después de haber leído la declaración que dio el 3 de noviembre en el juzgado de la Dra. Alicia Vence, que instruye la Megacausa Campo de Mayo, queda claro que su testimonio da un paso más entre los que han entregado hijas e hijos de genocidas: él no solo va a contar lo que vivió en el seno familiar. También va a emocionarse hasta la angustia narrando lo que vio en Campo de Mayo en 1977, cuando tenía 14 años.
En este momento en que los discursos neonegacionistas tienen incluso hasta representación parlamentaria, cada vez que aparece alguien que ha sido criado en esos entramados militares que se pueden imaginar rígidos, duros y monolíticos en lo ideológico, y que rompe con todo eso para cruzarse a la vereda de enfrente, el impacto es notable. Y despierta otras historias. Siempre despierta otras historias que conoceremos más pronto que tarde. Lo presentamos como un testimonio valiente, pero Sergio duda. «Estoy participando de Historias Desobedientes Argentina, que también me da mucha fuerza, pero no sé si lo mío es valentía. Yo simplemente quiero aportar un granito de arena para el histórico informe del Nunca Más. Y mi humilde pretensión es aportar lo que he vivido, lo que he escuchado, lo que he visto, y rendir homenaje con este simple testimonio que empecé, pero que voy a continuar. Hice un testimonio hace poquito en el Tribunal este de la Dra. Vence y bueno, es el puntapié», comienza.

—¿Quiénes eran tu papá, que está fallecido; y tu mamá, que tiene 93 años, y qué hacían en Campo de Mayo?
—Mi padre, Numa Osvaldo Triaca, coronel de Ejército de Infantería. Su último destino fue en Campo de Mayo, en el Comando de Institutos Militares. Y mamá, Olga Elvira Christof de Triaca, trabajó junto a mi padre los últimos seis años. Mi padre falleció en el año 77, así que calculo que del 71 en adelante mi madre viajaba todos los días con papá a Campo de Mayo. Doy fe porque se iban temprano juntos a trabajar y eso fue así durante cinco o seis años. Ese fue el último destino de mis padres. Han habido otros destinos, pero ese fue el que ha marcado mi vida. En el año 77 era más conciente, yo tenía 14 años, nací en 1963. Lo que ha marcado mi vida fue ese último año, en especial 1977. Esos son mis padres y dónde trabajaron y ahí estoy situado yo con esa edad, en esos momentos. 
—¿Vos ibas frecuentemente a Campo de Mayo? te llevaban frecuentemente? 
—Sí, iba frecuentemente, porque los hijos de militares… o como cualquier padre o madre que lleva a sus hijos al trabajo, a veces inocentemente. Quizá por casualidad, quizá yo no tenía que ir al colegio ese día, o tenía que ir quizás al Hospital Militar de Campo de Mayo, porque esa era mi obra social. Me hacían atender con un clínico o con el odontólogo. Recuerdo muchísimo haber ido a Campo de Mayo y entonces también iba a la puerta de entrada del Comando de Institutos Militares y mi padre me dejaba en el Casino de Oficiales. Yo fui muchas veces, respondiendo a tu pregunta, a Campo de Mayo, por estos motivos de ir a mi obra social o de quedarme en el Casino.

—En tu declaración judicial vos decías que una de las cosas que más te llamaba la atención cuando ibas al hospital era que veías como un movimiento fuera de lo común o que ahora asumís como fuera de lo común: muchas personas civiles ensangrentadas en los pasillos. 
—Sí… imagínate que… para un chico de 14 años que solamente vivía esa educación tradicional, hermética, un colegio alemán, todo muy estricto, pero siempre con la disciplina, que se decía: «ustedes no tienen que pensar» o en inglés, cuando teníamos esa materia lo decían también: «You don’t have to think»… Significaría: ustedes no tienen que pensar. Esa era mi formación. Pero eso no quitaba  que a pesar de que eso me inculcaban, de que no tenía que pensar, que cuando yo salía a la vida o iba a acompañar a mi padre, uno está como una esponja y esa esponja absorbe, absorbe lo que ve, absorbe lo que escucha. Y entonces, cuando yo llegaba, incrédulo, veía soldados que traían en camilla a alguien ensangrentado, y un médico con guardapolvo blanco que en vez de tratar bien al que estaba en la camilla ensangrentado, por ahí le daba un golpe. Si el brazo se le caía de la camilla, se lo golpeaba. Una cosa que uno si ve a un médico, tiene que ver al médico que trata bien a alguien. Veía de todo ahí adentro y veía a esta gente con manchas de sangre. Y bueno, eso es lo que yo humildemente digo que como una esponja, un chico… lo absorbí, y uno no se olvida del maltrato a los que iban en camillas. No me olvido, porque un médico no tiene que hacer eso.  

—¿Eso fue en 1977? 
—Ese es el último año, digamos, un año muy duro. Bueno, tantas cosas estaban ocurriendo en ese momento en el país, tanto oscurantismo. Y esas cosas, toda esa página triste de la Argentina pasaba mucho por Campo de Mayo. Como bien se dice, era «el Auschwitz» de Argentina, un lugar con muchos centros clandestinos. Tengo que aclarar que la oficina de mi padre estaba a 300 metros a tres o cuatro cuadras de la pista de Campo de Mayo. Es decir, cuando yo iba a Campo de Mayo y me escapaba del Casino, cruzaba un par de cuadras, iba intempestivamente a la oficina de mi padre, yo no sabía que a poca distancia había una pista de vuelos de Campo de Mayo. Un dato que no es menor: los jueces militares actuaban dentro del Campo de Mayo y a pocos metros de la pista de Campo de Mayo. Algo tremendo.
—Le contaste a la jueza Vence hace poco más de un mes en el Juzgado de Instrucción de la Megacausa Campo de Mayo, que vos viste en ese Casino de Oficiales, en una de las oficinas, a tres personas que claramente eran secuestradas. No sé si recordás qué sensaciones tenías, pero hoy podemos decir abiertamente que estaban secuestradas, seguramente en El Campito, que quedaba a pocos metros. 
—Sí, creo que podemos hacer esa deducción. ¿Por qué? Porque primero fui un testigo involuntario de lo que vi. Cuando yo estaba sin entrar en la oficina de mi padre, estaba a unos cinco o seis metros retirado. Mi padre estaba detrás de su escritorio con un secretario. Cómo en cualquier juzgado, se tiene un secretario, tiene una mano derecha que asiste al juez. Pero evidentemente podemos decir que eran secuestrados. Yo puedo decir que no era personal militar, porque no estaban uniformados. Se veía que estaban maltratados, una vestimenta sucia, que no estaban bien, prolijos. Si la función de un juez militar es, dentro de sus códigos, juzgar a personal militar, sea soldado, suboficial u oficial hasta su mismo rango, se supone que deben respetarse códigos de que el militar se presenta bien prolijo. Lo que yo vi era desprolijidad, esa gente que vi… No los tres juntos. Lo vi en circunstancias y en días distintos. A 2 personas solamente las vi de espalda y a un tercer caso, yo sí vi un 3/4 de perfil. Y tengo que decir que esas personas que no estaban prolijas y que tenían el pelo un poco largo y que no estaban esposados. Eso es lo que yo digo también, que como esponja hay ciertas cosas que me quedaron: no estaban esposados, sino que estaban a maniatados. No puedo ahora decir con claridad si era una soga, si era un cable, pero no eran esposas. Estaban atados atrás y los empujaban y los maltrataban. Entonces a dos que vi de espalda y a un tercero, que es el que más me impactó, fue alguien que en un momento los dos custodias que esta persona tenía atrás no se habían percatado de que yo estaba afuera de la oficina, en ese pasillo largo. Esos dos militares no se había percatado de que estaba el hijo del coronel ahí afuera. Por eso digo que fui un testigo involuntario. Entonces, de repente, este testigo (dice, en referencia a la persona secuestrada) se dio vuelta, sintiendo mi presencia y me miró… Me miró y yo lo miré. Habrán sido cuatro segundos, pero fue una mirada que yo la llevo como una herida en mi corazón, porque fue una mirada de tanta tristeza, de tanta tristeza, que fue realmente una mirada de despedida a ese chico. Yo lo viví así como como algo terrible. Recién ahora me doy cuenta, recién ahora me doy cuenta. Pero después de esa mirada, también algo que realmente me impactó fue que uno de los custodios de este preso, pongámosle el título que queramos, pero que no era bien tratado, que estaba en un juzgado y que no se estaba actuando como tiene que actuar un juzgado, entonces uno de estos, este, uno de estos custodios le dice al otro: «Este sube al avión y sale volando». Fue una frase también que me quedó… en ese momento, ¿yo qué podía entender? «Sube al avión y sale volando» —repite—. Son siete palabras —vuelve a pronunciarlas y las cuenta—: «Sube al avión y sale volando», siete palabras que yo en ese momento no podía darle el contexto que podemos darle hoy con los testimonios que vos bien dijiste están pasando en los juicios. Bueno, eso es lo que vi y escuché con mis propios ojos. Y eso no se olvida. Como, te voy a ser sincero, tampoco se olvida ese rostro. El juzgado me preguntó y de hecho hay una descripción. Hay una descripción porque no se olvida eso. No olvido el rostro de tristeza. No olvido esa frase de esos custodios y no olvido el rostro. El rostro yo lo vi. Trato de buscarlo en fotos. 
—¿Hacés el ejercicio de buscar en fotos para ver si lo ubicás?  
—Sí, hago ese ejercicio. Cuando van los familiares, que a mí me da mucha tristeza por los familiares, que buscan a alguien y los que llevan colgado esas fotos, yo trato de buscarlo ahí. Obviamente quizás hay un archivo, pero sería innumerable. Yo trato de hacer ese ejercicio, simplemente, como te dije, para tratar de dejar un homenaje y de aportar algo. Entonces hice ese testimonio. Y sí, si yo veo una foto y lo veo, yo puedo decir que es esa la persona, yo estoy en condiciones de hacerlo. 

—¿Conocías a las personas que se dieron ese mensaje de que esa persona iba a ser víctima de un vuelo de la muerte, las había visto antes? 

—No, no, no, no, no, no, son quizás militares que traían a alguien del Campito, ¿entendés? No lo recordaba. No, no.

—¿No quedaron fijados como te quedó el de la víctima? 

—Claro, no, porque quizá los que actuaban ahí adentro, en El Campito o en los centros clandestinos que existían ahí, era gente que actuaba ahí, quizá sacaban a alguien y lo volvían a llevar y no estaban destinados exclusivamente a ese lugar. No era gente que yo veía que trabajara en la oficina de mi padre, digamos. No fue como te decía un secretario o un fiscal, o alguien del entorno de la oficina, del juez que iba a buscarlo. No, seguramente fue personal que actuaba ahí, en El Campito o en alguno de estos lugares. No, no, no los conozco.  


—Tu padre Numa Osvaldo Triaca, juez militar de Campo de Mayo, murió en 1977. Hay un tweet publicado por Afavita (Asociación de Familiares de Víctimas del Terrorismo en Argentina), que es uno de estos grupos que defienden genocidas y que dicen que en realidad buscan una suerte de memoria completa, que dice que tu padre muere por «las heridas provocadas por Montoneros en emboscada, realizada el 19 de diciembre al ingresar a su domicilio en Olivos, Provincia de Buenos Aires». ¿Vos estabas ahí?  
—Sí, sí, yo estaba ahí justamente, volvía de la calle de hacer un trámite con mi padre. La maniobra es que mi padre se queda en el coche esperando que yo abra el portón. Yo abro el portón, él ingresa el coche en el garaje. El garaje todavía sigue semiabierto, son maniobras que se demoran dos, tres minutos. Pero en el momento que él baja del coche, ahí aparecen dos personas, que yo puedo ver bien. Intentan ingresar a la casa. La apariencia era una apariencia bien, digamos: bien peinado, bigotes típicos de esa época, bien prolijos, de saco y corbata, bien presentados, sabían muy bien cómo actuar. Intentaron ingresar a la casa, ya lo tenían apuntado a mi padre. Primero se presentaron: «somos policías», pero mi padre ya percatándose de la situación, les dice: «tranquilo, soy coronel». Pero inmediatamente mi padre efectúa una maniobra donde cierra una segunda puerta para ingresar a la casa. Evita que estas personas ingresen y ahí le efectúan un disparo que le atraviesa todo el abdomen. Cuando ven que ya no pueden ingresar porque del otro lado no había un picaporte para abrir la puerta, se dan a la fuga. Mi padre pudo cargar su arma 9 milímetros y sale a la calle y hay un intercambio de disparos porque en la esquina había un Peugeot 504 que estaba con otra persona esperando a esta gente. Después de esto del 19 de diciembre, él es llevado al Hospital de Vicente López y después es trasladado al Hospital Militar y fallece el 25 a las dos de la mañana. Interviene un Juzgado de San Isidro y se dan todas las actuaciones. Interviene el Ejército. Obviamente fue una conmoción: «un atentado de Montoneros contra un coronel del Ejército», como vos decís, así se publicaba en todos lados. ¿Y qué dijo la evidencia finalmente? Finalmente dijo que fue una tentativa de robo simple y así entonces lo informa también la SIDE. El Ejército Argentino informa en todos lados que este fue un robo simple y así termina la carátula del expediente. Pero lo que vos decís y este tweet, por ejemplo (muestra un recorte del Diario La Nación).
—»Víctimas de 10 años de terrorismo» 

—Esto es del diario La Nación del jueves 8 de mayo de 1980. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos pide un informe muy estricto al gobierno argentino, el gobierno de facto, sobre sobre determinadas situaciones. Y el gobierno argentino le responde en forma muy enérgica. A ese pedido de informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le responde que hay 10 años de víctimas del terrorismo y le envía un listado de todos los militares que cayeron por el terrorismo. Y en ese listado está el nombre de mi padre, cuando ya se sabía, porque este es el año 1980, por la SIDE, por el juez, por la policía, por todos los organismos de militares que hacen su informe, que mi padre murió por un atentado de robo civil (SIC), pero sí se utilizó su nombre para decir que cayó por la subversión. Entonces el Círculo Militar también pone una placa y mi padre nunca ascendió postmortem a general. Es decir que todo fue una gran mentira. Todo fue utilizar. Todo era culpa del terrorismo… Y lo que vos decías, había un solo demonio, y cualquier persona quizá que era muerta en la calle o lo que sea, engrosaba ya esta lista para decir que todos fueron muertos por el terrorismo. No, mentira, mentira. Mi padre ni siquiera ascendió a general postmortem. Si hubiese sido así, entonces automáticamente se tiene que dar el ascenso postmortem, cuando vos morís en un acto de guerra. Pero evidentemente, del lado del Ejército hay tanto oscurantismo y tanto deshonor, que a mí me da una gran vergüenza haber sido partícipe de una familia militar. Porque no es, como se dice, el honor y la familia bien formada y los hijos al colegio. No, no fue así. Yo doy fe que no fue así. Todo fue un gran deshonor y toda una gran mentira para la sociedad, para perpetrar, perpetrar lo que ya se sabe que se hizo. Y lo tengo que decir con vergüenza, porque después de haber trabajado 10 años honrosamente en organismos del Estado para la CONEA, después trabajé 25 años para Mercedes Benz Argentina. Y así como tengo vergüenza de mi familia, también tengo vergüenza de Mercedes Benz Argentina. Esa fábrica también fue cómplice. Mi familia fue cómplice. Mi padre fue cómplice, porque un juez que tiene una oficina a pocos metros de la pista de los vuelos de la muerte, tiene que saber que está pasando por ahí. Mi madre, que trabajaba en la oficina de personal de cada uno de los mayores cerebros que se dice, Omar Echeverría y tantos otros, para hacer toda la lista de los desaparecidos, todo tenía que pasar por el Comando de Institutos Militares, todo se tenía que hacer en la oficina de personal o en inteligencia. A mí me gustaría que mi madre tuviera un acto de humanidad y me diera algún dato, pero no sé si lo voy a lograr. Yo estoy haciendo mi humilde parte con toda la humildad y todo el perdón que tengo que pedir, porque yo no sabía lo que pasaba. Te soy sincero, yo no sabía lo que pasaba.  
—Eras un adolescente, no cargas con ninguna culpa ni responsabilidad… 

—Mirá… eso lo decís vos, pero no sé si es así…
—Nosotros hacemos aquí el programa de radio Oral Y Público, en el que también se está escuchando esta entrevista, y lo hicimos durante muchos años hasta su fallecimiento el año pasado con Víctor Basterra, sobreviviente de la ESMA. Recuerdo que cuando entrevistamos por primera vez a Pablo Verna, hijo de Julio Verna, médico que participó de los Vuelos de la muerte, antes de ponerlo al aire hablé con Basterra y le dije: «Mirá, Víctor, vamos a entrevistar al hijo de un genocida. No quiero exponerte a que vos te cruces al aire con él». «No, quiero hablar con él», me respondió. Y cuando lo sacamos al aire, categóricamente y con esa lucidez tan grande que tenía, le dijo: «La maldad no se hereda». Si estuviera Víctor hoy aquí con nosotros te estaría diciendo eso mismo a vos. No podés tener responsabilidad por los hechos de llevados adelante por tu papá o por tu mamá. Al contrario de eso, estás poniendo el esfuerzo en poder dar algo de información a los y las familiares, cosa que tampoco es tu responsabilidad. Es responsabilidad de los genocidas en primer lugar, y del Estado en segundo lugar. No de alguien que creció en el seno de una familia militar porque eso fue lo que le tocó en la vida. 

—Pero me da vergüenza… Porque viste esa frase: «la familia, la sangre es lo que tira». Yo aprendí en la vida a que la familia de sangre no es la más importante, no es lo único. Yo aprendí a tener otra familia, que no es justamente la de sangre. Eso es lo que me enseñó la vida y agradezco esto que decís de Verna. Te agradezco, me hace bien, pero igual siento vergüenza. Porque en mi familia yo siempre seguía tratando de acercarme y mi madre o mi hermana Diana Patricia Triaca, que es esposa también del coronel Darío Raffo Calderón, me decían: «A vos te tendríamos que haber tirado también de los aviones. Nos quedamos cortos tirando gente de los aviones». Entonces yo, en mis sentimientos, siempre queriendo acercarme a la familia, pero siempre me sentí distinto, esa eran las respuestas que yo tenía: «Nos quedamos cortos tirando gente de los aviones. A vos también te tendríamos que haber tirado». Entonces era un cachetazo detrás del otro, pero que yo no me daba cuenta, no me daba cuenta. Uno no se quiere dar cuenta de lo que es la familia. Eso es algo muy duro.
—¿En qué circunstancias se daba esa violencia tremenda que acabas de contar, eran discusiones familiares o interpelaciones de tu parte?  
—Sí, sí, yo siempre me sentí distinto y cuando quería entablar una conversación, siempre el negacionismo, siempre esas respuestas violentas. Esa y tantas otras más que puedo mencionar y tantas otras más. Ahora menciono esa y está en mi testimonio también. Pero era para decir: si sos distinto, acá en esta familia no tenés cabida. Y de hecho eso fue lo que sucedió. De alguna forma me apartaron y mientras estaba haciendo el servicio militar en plena guerra de Malvinas, 1982, que solamente me tocó tener que hacer guardias en acá en el Puerto de Buenos Aires, aprovechó mi madre para para hacerme a un lado porque yo era molesto y nunca más pude entrar en mi casa y me encontré viviendo solo y saliendo a sobrevivir en la vida y la pasé mal. La pasé realmente muy mal en muchos momentos, sin tener nada, porque uno en esa época todavía era muy, muy inocente, muy inocente. 
—Cuando hablás en referencia a tu mamá, hablás en tiempo presente. Tu madre vive…  
—Mi mamá vive. Sí, la asiste mi hermana Diana que mencioné. Y bueno, mamá, cuando puedo hablar con ella, es esto de negar todo continuamente. Pero yo estoy tratando de hacer un trabajo porque ella ya tiene 93 años. Está muy lúcida, pero abrigo esa esperanza de que me pueda aportar algo, de que me pueda decir algo, de que me pueda decir que al menos fue muy triste todo lo que se vivió. Pero quizá tenga algún documento en la casa en Olivos donde vivimos toda la familia, quizá tenga ella algún documento y abrigo esa esperanza de que pueda uno de estos días recibirme y preguntarle, humildemente. Y después les contaré si obtuve algo o no. Que no es por mí y no es por vos. Es por lo que dijimos, es por el Nunca Más, es por aportar algo. La verdad que agradezco tanto a La Retaguardia todo lo bien que hacen por tanta gente, ¿no? Y bueno, esperemos seguir luchando. Yo estoy hoy ahora en esa lucha de ver si mi madre me puede dar algo. De mi hermana espero poco porque es esposa de un militar y es recontranegacionista. Si la comparo, la comparo con Cecilia Pando y creo que mi hermana es peor que Cecilia Pando. Pero bueno, imaginate la frase que te dije… de una de las pocas frases que te dije. Este es el tipo de charla, ¿viste? Pero quiero encontrar el momento, pero para eso tengo que hacer un trabajito. No es que yo tengo contacto ahora todos los días con ella.  
—Sos frecuente televidente de los juicios. Incluso en el chat del Canal de YouTube de La Retaguardia venís participando.Venía siguiendo tus mensajes. No le veníamos contando a la gente todavía tu historia, porque queríamos llegar a este momento en el que vos decidieras hacerlo. Pero además ibas presencialmente al juicio de Campo de Mayo, que está ahora en instancias de alegatos, cuando era presencial. 

—Sí, sí, sí, sería el año 2019. Era presencial antes de la pandemia y ahí me impactaban los testimonios de la Megacausa de Campo de Mayo, que se inició con los testimonios de los familiares de los desaparecidos de Mercedes Benz. Entonces en un momento me acerco a la fiscal (Gabriela) Sosti y a Pablo Llonto con una placa donde estaban los 14 desaparecidos de Mercedes Benz que estaban en Puerto Madero, justo delante de donde en ese momento trabajaba yo en Puerto Madero. Estaban ahí las oficinas. Yo dejo Mercedes Benz en el año 2017. Ya con el cambio de gobierno de (Mauricio) Macri, la empresa era otra, empezó a ser otra empresa, ya se sentían otras presiones y yo no me sentía bien dentro de Mercedes Benz, pero viví esos 25 años en una burbuja. Tasselkraut (Juan Ronaldo, gerente de la empresa y nexo con el Ejército), el creador que es uno de los responsables de haber perseguido y de haber entregado a gente a la dictadura y de haber sido el verdugo que los entregó y a veces uno se los cruza en un pasillo, en la oficina central, y estaba como si nada Tasselkraut, el hijo también, y trabajé en una empresa negacionista. Obviamente estas multinacionales te tapan todo, y yo me encuentro como un baldazo y todo esto que yo he relatado me ha explotado quizás ahora, lo digo con un poco de vergüenza. ¿Por qué no dije todo esto antes? Pero bueno, me explotó ahora, yo no sé por qué, pero vi esto de Mercedes Benz, estos testimonios y yo iba, los presenciaba y vi el sufrimiento de la familia de Nuñez (Diego, uno de los trabajadores de la empresa que fueron desaparecidos), de la hija. Me da mucha vergüenza, mucha vergüenza.
—Sergio, te agradecemos esta esta primera versión pública de este testimonio, seguramente la vamos a seguir. Ojalá que puedas encontrar más información, pero insisto en que esto no es una responsabilidad tuya, sino del Estado y de quienes perpetraron el genocidio, no de quienes intentan recorrer el camino inverso, como vos. Muchísimas gracias y te agradecemos también por haber elegido La Retaguardia para contar tu historia por primera vez.
—No, te agradezco a vos, disculpá la emoción. Quiero romper en llanto, pero hay que ser fuerte. La verdad que es un orgullo el trabajo que hacen todos ustedes. Y bueno, que se sigan sumando más, que sigamos luchando por una sociedad mejor, justa, con memoria, con futuro y bueno, por la verdad, la memoria y la justicia. Gracias La Retaguardia.