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Docentes antárticos: una vocación sin límites

Escrito por el junio 21, 2022


La escuela más austral del mundo volvió a abrir sus puertas luego de permanecer cerrada por la pandemia de Covid-19. ¿Cómo es vivir en familia en la Antártida? El proceso del matrimonio fueguino que dirige la escuela.

Redacción: Camila Pierre
Edición: Pedro Ramírez Otero
Fotos: Fundación Marambio

Son las 19:15. En la Antártida ya se hizo de noche. La comunicación se corta por la mala señal. Hubo temporal y se cayó una de las antenas principales. Soledad Otaola, una docente jujeña, está pintando discos viejos que encontró para transformarlos en escarapelas para el próximo acto. Es la directora de la institución más austral del mundo: la Escuela N°38 “Presidente Raúl Ricardo Alfonsín”, ubicada en la Base Esperanza. 

Para los y las estudiantes y sus familias, llegar al establecimiento es una aventura diferente todos los días. Los hijos de Soledad asisten a la escuela al igual que Denis, su esposo, quien también es profesor. En el caserío, su casa es la que está más alejada. Son alrededor de 50 metros que se sienten el doble por las condiciones climáticas. A veces, la nieve les llega hasta las rodillas. La temperatura media en la zona es de cinco grados bajo cero. En la institución tienen un espacio que llaman “hall frío”, aunque de frío solo tiene el nombre. Allí es donde se sacan la ropa térmica y se visten más cómodos para entrar a clase. 

El establecimiento forma parte del sistema educativo de Tierra del Fuego. Durante todo 2021 permaneció cerrado por la pandemia de Covid-19. “Cuando abrí la puerta tuve una mezcla muy grande de sentimientos. Sentí olor a escuela. Fue muy emotivo pensar que este año iba a estar abierta y nosotros íbamos a ser parte”, cuenta Otaola. En total son quince estudiantes. Siete entre primaria y nivel inicial, y ocho en secundaria. Los y las más grandes estudian con el Sistema de Educación a Distancia del Ejército Argentino (SEADE), pero comparten las tardes y mañanas en el lugar. Reciben todo el material de estudio a desarrollar a lo largo del año en CD. Es un colegio de jornada completa. Las clases son de lunes a viernes de 8 a 12 y de 15 a 18. Cuentan con sala de computación, biblioteca, y gimnasio. 

Todos los contenidos son contextualizados para destacar el valor del lugar. El eje transversal es la Antártida. Dentro del proyecto pedagógico planificaron salir y conocerla en profundidad. Pero desde que llegaron, el 29 de marzo pasado, comenzaron los días fríos con mucho viento. Los trabajos de excursión y visita los realizarán en septiembre, cuando el clima acompañe. 

En la mayoría de las instituciones del país se trabaja muy poco sobre este continente y acá buscan que no pase desapercibido. Soledad resalta que “no se ama lo que no se conoce”. Quienes van a la escuela son hijos e hijas de militares que trabajan cumpliendo logística y asistencia, ya que los científicos sólo están durante la campaña de verano. Cuando los chicos y chicas regresen a su lugar de origen, busca que sean transmisores y tengan amor por el espacio que habitaron durante un año. Ese es uno de sus mayores desafíos. 

Amor por la profesión

Cuando era pequeña jugaba a ser docente. La puerta de su habitación funcionaba como pizarrón y sus estudiantes eran los vecinos. Las ganas de enseñar están desde que tiene uso de razón. Y casualmente, su cumpleaños es el 11 de septiembre, Día del Maestro. Mientras vivía en Jujuy no sabía que existía la posibilidad de trabajar en la Antártida. Al mudarse a Tierra del Fuego conoció a Denis, su compañero y profesor de Educación Física. “En 2010 vimos por televisión que habían vuelto los maestros antárticos y en ese momento dijimos que queríamos ir”, recuerda. Por distintas razones lo fueron postergando, pero el concurso tiene una edad límite. Tomaron la decisión de participar junto a otras nueve parejas y salieron seleccionados.  

Tuvieron tres encuentros con psicólogos y dos con el comité antártico. Siempre de manera virtual. Posteriormente, presentaron y defendieron el proyecto que llevarían a cabo a lo largo del ciclo lectivo. Una vez seleccionados, en octubre viajaron hacia Buenos Aires para realizar un chequeo completo de salud. Si había algún problema, no podían continuar.

—¿Cómo fue el camino hasta llegar a la Antártida?

—Lo primero que tuvimos que hacer fue preparar nuestra carga. Esto significa dejar listo todo lo que considerábamos que íbamos a usar o necesitar durante el año. Las cosas se ponen en unos barriles azules que tienen una tapa hermética. Acá nos proveen de todo, pero tuvimos que estar en cada detalle. Fue hacer una proyección a doce meses. Lo mismo con el crecimiento de mis hijos en cuanto a ropa y calzado. También trajimos las medallas para entregar el día de la promesa de la bandera. Todo esto tenía que estar listo para diciembre y llegó a la Antártida el mes de enero, antes que nosotros. 

—¿Cuándo viajaron ustedes?

—Nosotros viajamos desde Río Grande hasta Ushuaia el 7 de marzo porque el 9 comenzaba un aislamiento por protocolos sanitarios. Tuvimos quince días de cuarentena, dos hisopados, y el último era excluyente. De ahí nos llevaron hasta El Palomar y viajamos en el Hércules hasta Río Gallegos. Luego otro Hércules hasta Marambio. Fue fabuloso. Podíamos ver los icebergs desde arriba. Ahí estuvimos un rato, y en helicóptero cruzamos hasta el Rompehielos Almirante Irizar. Teníamos ocho horas para llegar a Base Esperanza. Pero fueron tres días navegando porque el clima no permitía que bajáramos. Finalmente, llegamos el 29 de marzo. Todo fue una aventura. En 41 años, jamás imaginé vivir esta experiencia junto a mi familia. Sé que mis hijos se llevarán estos recuerdos de por vida. 

—¿Cómo tomaron ellos esta decisión?

—Mi hijo, Nicolás, se quedó en Río Grande. Y la hija de mi esposo que tiene veinte años también. Ya son mayores de edad y tomaron su decisión. Danilo tiene siete y lo vivió con mucho entusiasmo desde el principio. Miraba videos y le contaba todo a sus compañeros. Después está Paula, que este año egresa del secundario y para ella fue difícil. Pero estuvo y ayudó en todo el proyecto. Investigó con nosotros, se quedaba acompañándonos hasta tarde y proponía cosas. Le hizo bien venir. La veo feliz y me llena el corazón de alegría verla así. Compartir esto me emociona.

Una gran familia antártica

Cuando llegaron a destino, lo primero que hicieron fue dejar las cosas en la casa e ir a la escuela. Al abrir las puertas, se dieron cuenta de todo el trabajo que tenían por delante. Tuvieron que poner el lugar en condiciones. Afortunadamente, contaron con la ayuda de las madres y padres. “Si tengo algún problema en la escuela, sé que agarro el teléfono y hay alguien para dar una mano”, resalta. En equipo las cosas se hacen más fáciles. 

Todos los años se renuevan las dotaciones en la Base. Actualmente viven 64 personas. Y, entre todos, comparten momentos más allá de las responsabilidades que deben cumplir durante la semana. Los sábados se reúnen en el casino a comer pizza y escuchar música.

La aventura antártica termina junto al ciclo lectivo. Cada año, un matrimonio diferente cumple su labor docente en la escuela. “Nosotros calculamos que cerramos a mediados de diciembre. Después dependemos de la logística del ejército”, dice. Pasar las fiestas en la Antártida también es una posibilidad.


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