Canción actual

Título

Artista


Campo de Mayo

Página: 10


La metodología de exterminio de personas que consistía en arrojarlas al río desde aviones, para mucha gente ocurrió solo en la ESMA, pero también fue sistemática en Campo de Mayo. Este primer juicio intentará probarlo. La mayoría de los testigos serán colimbas de aquellos años. Uno de los abogados defensores fue condenado a perpetua por crímenes de lesa humanidad, fallo revertido por Casación que ahora espera resolución en la Corte. Otro defensor viene de mostrar una imagen que decía “Dios juzgará a nuestros enemigos, nosotros arreglamos la cita”. (Por La Retaguardia) ✍️ Redacción: Paulo Giacobbe 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Foto de portada: Campo de Mayo en una imagen aérea El Tribunal Oral Federal en lo Criminal N°2 de San Martín inició por videoconferencia, que se pudo seguir en directo por YouTube , el juicio por los vuelos de la muerte en el área del Ejército, ocurridos en Campo de Mayo. Se acusa apenas a cinco militares: Santiago Riveros, ex jefe de Institutos Militares; Eduardo José María Lance, Luis del Valle Arce, Delsis Ángel Malacalza y Horacio Alberto Conditi, todos subordinados de Riveros. Otro de los acusados, Alberto Luis Devoto, quien en democracia fuera funcionario y asesor del fallecido gobernador cordobés José Manuel de la Sota, fue apartado del juicio por incapacidad. El testimonio de 400 conscriptos que cumplieron el Servicio Militar Obligatorio en la guarnición de Campo de Mayo, fue vital para conocer más detalles sobre la existencia de los vuelos de la muerte o vuelos fantasma.  Las  víctimas de este juicio son Rosa Eugenia Novillo Corvalán, Roberto Ramón Arancibia, Adrián Enrique Accrescimbeni y Juan Carlos Rosace. Alrededor de 5.000 personas fueron secuestradas en Campo de Mayo y muy pocas sobrevivieron. El predio continúa en poder del Ejército. Según el sitio Fiscales.gob.ar (https://www.fiscales.gob.ar/lesa-humanidad/san-martin-comenzo-el-juicio-por-cuatro-victimas-de-vuelos-de-la-muerte-que-partian-desde-campo-de-mayo/): “Los vuelos ocurrieron con mayor frecuencia en los años 1976 y 1977 y podría afirmarse que hubo tres modus operandis [modos de operar]. Ellos son: 1) las víctimas eran sedadas antes de ser subidas a las aeronaves y arrojadas con vida durante el vuelo; 2) las víctimas eran fusiladas o en algunos casos asesinadas a los golpes inmediatamente antes de ser subidas a las aeronaves; y 3) las víctimas llegaban al batallón, ya asesinadas y eran subidos sus cadáveres a las aeronaves, envueltas en bolsas de nylon, para ser arrojadas al agua durante los vuelos”.  Los cuerpos de las víctimas de este juicio “fueron inhumados como NN en cementerios de diferentes localidades costeras. Años después, tanto por la acción del Poder Judicial como por las averiguaciones y datos aportados por sus familiares, los restos fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense”. El debate oral y público Interrupciones varias prolongaron la lectura de los requerimientos de la elevación a juicio. Cuando Conditi se levantó de su asiento y se pudo ver como salía de la habitación por una puerta que la cámara captaba de fondo, dejando una pared blanca como prueba de su ausencia, el abogado querellante Pablo Llonto se lo hizo notar al presidente del tribunal. Era la segunda vez que Conditi salía del cuarto en el breve tiempo que llevaba la audiencia. No parecía estar asistiendo como imputado por delitos de lesa humanidad.  —A los señores imputados les pido por favor: mientras se efectúa la lectura de los requerimientos que se encuentren frente a su televisor, su pantalla, su teléfono, la idea es que se vean en esta videoconferencia, que estén conectados siempre en todo momento —tuvo la necesidad de explicar el presidente del tribunal, Walter Benditti.  Los problemas de conexión, de los más diversos con corte de luz incluido, fueron una constante. Malacalza, quien aparentemente había entrado a la sala virtual con otro nombre, tuvo dificultades para conectarse. Entró y volvió a salir. Eso generó un lamentable diálogo entre abogado e imputado, que se pudo escuchar porque el abogado no había silenciado su micrófono:  —Sí, se te fue, por eso ahí… me llama el tribunal porque dice que habías desaparecido… sí, ya sé… —le decía el doctor Alejo Pisani al acusado por desapariciones Malacalza, su defendido, que no había desaparecido, solo había perdido la conexión. Pero además, nadie del tribunal había utilizado la palabra desaparecido, solo habían pedido a sus abogados que informen por qué el acusado por desapareciones no estaba conectado.  “Se los imputa haber participado en el plan sistemático de represión ilegal practicado durante la última dictadura cívico militar. Para ello, conformaron junto con la plana mayor del Comando de Institutos Militares, la plana mayor del Comando de Aviación del Ejército, y demás miembros de Batallón de Aviación 601 de Campo de Mayo, una asociación ilícita destinada a la eliminación física de una porción importante de las víctimas del Terrorismo de Estado, privadas ilegítimamente de su libertad en ‘El Campito’ y/u otros centros clandestinos de detención cuyo destino final fue la muerte”, pudo leer el secretario del juzgado y la cosa parecía arrancar.  Domicilios Todos los acusados cumplen prisión domiciliaria desde hace varios años. Cuando a Santiago Riveros le preguntaron su domicilio, que es donde está cumpliendo la domiciliaria, dio su dirección exacta. En ese momento, el abogado defensor Eduardo San Emeterio, sintió por el espinazo el recorrido de un eco, una multitud que con petardos y bombos cantaba: “Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”. Entonces solicitó que no se diera la dirección exacta de ninguno de los imputados, “en orden de la protección de los asistidos, por privacidad y protección de la seguridad de ellos, que no den el informe de su domicilio actualmente”. Llonto se opuso al planteo de la defensa porque es obligación que las víctimas sepan dónde están cumpliendo la prisión domiciliaria y si efectivamente la están cumpliendo en el lugar que el tribunal estableció. La rueda de reconocimiento siguió pero no se volvió a decir una dirección exacta. Solo la localidad o el barrio.  El doctor Eduardo San Emeterio fue denunciado el 23 de septiembre por varias querellas en el juicio por los crímenes cometidos en la Brigada de San

Ramona Esther Gastiazoro y Carlos María Brontes tuvieron 4 hijas mujeres y 2 hijos varones. A Ramona la secuestraron el 9 de marzo de 1977 y Carlos falleció nueve meses después, el 24 de diciembre de ese año. Sus hijos e hijas brindaron testimonio de manera virtual frente al TOF 5 de San Martín, contaron sus historias y recordaron a su mamá y a su papá. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura en juicio 👉 Diego Adur💻 Edición  👉 Fernando Tebele 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti/Dibujos Urgentes En la audiencia del miércoles 16 declararon familiares de Ramona Esther Gastiazoro de Brontes, detenida-desaparecida el 9 de marzo de 1977 en su casa de Asunción 3320, Ciudadela, Provincia de Buenos Aires; y de Carlos María Brontes, que murió tiempo después del secuestro de su compañera. Dieron testimonio sus hijas, Adriana Delfina y María Esther Brontes, que estuvieron presentes en el momento del secuestro de su mamá; y sus hijos, Carlos Miguel y José Emilio Brontes, quien para marzo del ‘77 estaba preso en la Unidad Nº 9 de La Plata. A partir de sus declaraciones, sabemos que Ramona “era bajita, de tez blanca y ojos marrones. Tenía sobrepeso. Era enérgica, sargentona”. Del operativo participó “gente con pantalones verdes y botas negras”. Contó Adriana que despertaron a la familia a los gritos y entraron con sus armas. “Eran entre 10 y 15 personas”, dijo María Esther. En la casa, además de ellas dos y Ramona, había dos hermanas más, Nora y Graciela, y el tío de las testigos, Pedro José Brontes, quien también fue secuestrado y recuperó su libertad.  Los militares buscaban a su papá, Carlos María Brontes, que no había regresado esa noche a dormir a su casa porque sufrió un accidente y quedó internado. También preguntaban por Carlos Miguel. Durante el interrogatorio, a Adriana y a María Esther las acosaron y torturaron de formas horribles. Vendadas como estaban, las 4 hermanas pidieron, una a una, permiso para ir al baño. Así lograron identificar quiénes se encontraban en la casa. También se dieron cuenta que su mamá y su tío ya no estaban: “Una vecina vio coches Falcon, pero no vio cuando se llevaron a mi mamá y a mi tío. Ella después nos acobijó”, le contó Adriana al Tribunal. Los secuestradores pasaron todo el día en la casa de las testigos. Las obligaron a cocinarles, todo en un absoluto silencio: “No tienen que hablar ni respirar porque las vamos a matar a todas”, las amenazaron.  Más tarde llegó un primo del papá de las jóvenes, Santiago Esnel, que venía a avisarles sobre el accidente de Pedro. A él también lo golpearon. Cuando se fue de la casa, Esnel se encontró en el colectivo con Carlos Miguel, quien había pasado por la casa, pero al ver la persiana baja —un código que tenía con su madre para avisarle si podía entrar o si “en la casa había visitas raras”, contó Carlos— siguió de largo y se marchó sin ingresar al domicilio: “Me contó que en casa habían estado los militares y se habían llevado a mi mamá y a mi tío Pedro. Mis hermanas estaban en lo de una vecina. La persiana baja era una contraseña, había pasado algo”, declaró. Después de la liberación de su tío, las hijas y los hijos de Ramona pudieron concluir dónde estuvo secuestrada su mamá: “Él pensó que estuvo en Campo de Mayo. Por el olor a bosta era una caballeriza, nos dijo. Escuchaba un tren que pasaba a cada rato, un tren eléctrico. Escuchaba que hablaban de ‘la gorda’. Él presumía que hablaban de mi mamá. Estuvo todo el tiempo vendado y encapuchado. Lo liberaron cerca de Moreno. Se fue caminando y se tomó el tren para Ciudadela”, contó Carlos. El papá de las y los testigos falleció tiempo después de la desaparición de su esposa: “Yo estaba detenido en La Plata. A fines del ‘77 me visitó mi padre. Estaba desconsolado, muy triste —contó José Emilio en su declaración testimonial—.  Me pidió que me cuidara y cuidara a mis hermanas. Me comentó que había ido a la Iglesia Stella Maris (frente al edificio de la justicia federal en Comodoro Py) a preguntar por mi mamá. Le habían dicho que no buscara más porque iba a tener malas noticias. Se sintió muy mal e impotente. Vino a avisarme eso, me dijo que era un golpe muy fuerte para él. Al poco tiempo, en diciembre del ’77, tuvo un derrame cerebral y murió”. En el año 2000, gracias a la gestión de Juan Carlos ‘Cacho’ Scarpati, quien consiguió fugarse de Campo de Mayo, los hermanos Brontes se contactaron con Beatriz Castiglione de Covarrubias, quien también estuvo secuestrada allí junto a Ramona. Beatriz estuvo prisionera en ese centro clandestino desde su secuestro, el 17 de abril del ’77, hasta su liberación, el 3 de mayo de ese año. “Ella calculaba que para el 25 o 26 de abril hicieron un traslado en el que estaba mi mamá”, declaró Carlos Miguel. Traslado siempre fue el eufemismo más frecuente para maquillar a la muerte y la desaparición dentro de la burocracia del genocidio. Al finalizar la audiencia, el abogado defensor oficial de los genocidas, Juan Carlos Tripaldi, aceptó incorporar la prueba del libro ‘El Minuto’, de Pino Narducci, tal cual había solicitado la fiscal Gabriela Sosti, pero sí a la citación del autor para su declaración testimonial. El miércoles que viene el Tribunal deberá dar una respuesta.

En la audiencia del miércoles 9 de septiembre se escucharon testimonios por las desapariciones de Raúl Alberto Rossini y Hugo Luis Morante, desaparecidos en el verano de 1977. También declaró la hermana de Cristina y Fernando Escudero, detenidos-desaparecidos el 28 de septiembre de 1976. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura en juicio 👉 Diego Adur💻 Edición  👉 Fernando Tebele 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti/Dibujos Urgentes Juan Martín Rossini declaró por la desaparición de su padre, Raúl Alberto Rossini. Pedro, como lo conocía la mayoría de las personas o ‘Nariz con pelos’ como también lo llamaban, era militante montonero. Juan Martín era apenas un niño de dos años y medio cuando emboscaron a su padre y lo desaparecieron. Su mamá, Lidia Alicia Zunino, había sido secuestrada el 10 de diciembre de 1976 en la casa de la calle Thomas Edison, en Martínez, donde vivía la familia. En ese momento, el testigo se encontraba en el jardín de infantes y Raúl no estaba en la casa. Cuando regresó al barrio, llegó a ver que se estaba llevando a cabo un operativo y se imaginó lo peor para su compañera. Huyó junto a Juan Martín y lo refugió en la casa familiar de Hugo Luis Morante, un compañero de militancia. Cuando Morante fue secuestrado, el 12 de enero de 1977, Rossini decidió irse de la casa. Hacía visitas esporádicas para corroborar que su hijo se encontrara bien, pero ya no vivía allí con la familia de su amigo. La casa familiar de los Morante, en Boulogne, fue ocupada por personal del Ejército. Planearon la captura de Raúl, utilizando como carnada a su hijo, Juan Martín. La emboscada se concretó el 28 de enero de 1977. Raúl había ido a ver a su hijo porque le habían comunicado que estaba enfermo. Apenas llegó a la casa los militares lo secuestraron. El testigo averiguó que su papá estuvo privado de la libertad en Campo de Mayo. Fue por una conversación que mantuvo con Juan Carlos Scarpati, quien logró escaparse de ese centro clandestino. Scarpati contó al testigo que su papá lo había ayudado “espiritualmente” y también a sanar unas heridas de bala con las que había ingresado. “Me contó que había sobrevivido en Campo de Mayo gracias a la ayuda de mi padre”, relató. Raúl Rossini fue un importante cuadro dentro de la organización Montoneros. Fue jefe máximo de la Columna Norte de la Provincia de Buenos Aires hasta que se distanció de la conducción por algunas diferencias: “Pensó que la violencia estaba siendo extrema y que había muy pocas chances de lograr los objetivos que se habían propuesto. Era mucha la agresión con la que estaban siendo golpeados por las Fuerzas Armadas, sumadas a los organismos de Inteligencia y los centros de ayuda que tuvieron de los países dominantes. Le propuso a la Conducción General de la organización desarmar lo hecho porque las posibilidades de ganar eran muy bajas. Lo destituyeron y lo enviaron a sectores donde los militares iban con mayor énfasis”, contó.  También declaró en la audiencia Blanca Morante, hija de Hugo Luis Morante. Blanca contó qué sucedió a partir de que Pedro, como ella conocía a Raúl Rossini, le dejó a su familia el cuidado y la protección de Juan Martín, “Juancito”. El 12 de enero, Morante no regresó de trabajar. Ya había sido detenido. Algunos días después recibieron un llamado de Hugo. La casa de Blanca se llenó de gente. Estaban preparando la emboscada para Rossini. Uno de esos días, llevaron a la mamá de Blanca a ver a Hugo. “Estaba totalmente desnudo, en un camión cerrado, siendo torturado por un hombre con un perro. Tenía heridas en estado de putrefacción y olía a podrido”. A la mujer le preguntaron por Pedro. Ella les dijo que no lo veía casi nunca y no sabía dónde estaba. Cuando regresaron, se instalaron definitivamente a esperarlo. La tía de Blanca, Luisa, tenía órdenes de ser solo ella quien atendiera el teléfono y abriera la puerta. “Cuando llamó Pedro la obligaron a que le dijera que Juancito estaba enfermo. Así lo hizo”. Cuando Rossini llegó a la casa fue secuestrado. “No supe más nada ni de mi papá ni de Pedro”, atestiguó Blanca. Ella también estuvo reunida con Scarpati. Le contó que su papá había estado con él en Campo de Mayo y fue, junto a  Rossini, quien lo ayudó a sanar sus heridas. La testigo no preguntó más. No quiso saber los detalles de la vida en cautiverio de su padre. Luego de las desapariciones de Morante, primero, y de Rossini, después, medios como Clarín y La Nación publicaron falsas noticias en las que, supuestamente, ambos habían sido abatidos como guerrilleros en enfrentamientos con militares. “Yo pensé que mi papá y Pedro estaban muertos. Después me di cuenta de que la gente no se moría en un enfrentamiento. La gente estaba viva, en algún lado”, reflexionó Blanca, quien admitió que fue la primera vez que pudo hablar de lo sucedido en aquellos tiempos y compartió el recuerdo de su padre con el Tribunal Oral Federal Nº1 de San Martín: “Nunca conté lo que me había pasado. Nunca pude decir lo que le había pasado a mi papá, lo que habíamos pasado en esta casa. Yo necesito darle un cierre a esto. Mi papá era una persona súper solidaria. Les abrió las puertas de mi casa a Pedro y a su hijo porque tenía un corazón enorme. Era muy alegre y jovial. Hacía bromas permanentemente. Yo traté de nutrirme de eso. Él trató de inculcarnos la solidaridad y el ser justos. Creo que no le fallé. Siempre he tratado de ser la mejor persona, como él hubiese deseado que fuésemos sus hijas. Lo recuerdo con todo mi amor. Que sea justicia”, concluyó su testimonio. En la audiencia también declaró Elena Gilda Zunino, la hermana de Lidia y cuñada de Raúl Rossini. Elena se enteró, mediante el testimonio de Scarpati, que Raúl había estado en Campo de Mayo de abril hasta septiembre por lo menos. “Tuvo palabras de

Martín Toledo, hijo de Vicente, un trabajador del Astillero Agustín Cadenazzi detenido desaparecido el 25 de septiembre de 1976, planteó este interrogante al Tribunal Oral Federal en lo Criminal N° 1 de San Martín. Las audiencias que investigan los crímenes de lesa humanidad de la Megacausa Campo de Mayo se desarrollan todos los miércoles de manera virtual. Allí, familiares de las víctimas dan su testimonio en busca de justicia. (Por La Retaguardia) ✍️ Redacción y crónica de la audiencia: Diego Adur  💻 Edición: Pedro Ramírez Otero 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti/Eugenia Bekeris (Dibujos Urgentes) En la audiencia del miércoles 26 de agosto declararon familiares de Martín Vicente Toledo, detenido desaparecido el 25 de septiembre de 1976, en Rincón de Milberg, Tigre. Dieron testimonio su hijo, Martín Adrián Toledo; su esposa y su hija, cuyos nombres resguardaremos por pedido familiar. Relataron cómo fue el operativo esa madrugada, cuando las piedras lanzadas por los militares despertaron a la familia, y los gritos buscando a Vicente les inundaron los oídos. Al domicilio de la calle Gutiérrez y Segurola, partido de Tigre, subieron tres personas vestidas de civil. La esposa de Vicente recordó en detalle a dos de ellas: “El primero era un muchacho joven, de 40 años, pelito corto, pantalón marrón y chomba beige. El segundo era flaquito, no muy alto, vestía jean y camisa escocesa y tenía pelo con rulos”, describió. Luego, por medio de los vecinos y vecinas, se enteraron de que Toledo fue subido al baúl de un Ford Falcon. Al día de hoy continúa desaparecido. Marta también nombró al “Oficial Plaza”, quien la atendía cuando ella visitaba la Comisaría de Tigre para preguntar por Vicente. “Él me recomendó que me vaya a dormir a lo de algún familiar porque volvían y me llevaban un chico”, dijo. De la casa de Toledo se llevaron ropa de Vicente y suya, una plancha, una licuadora y “hasta una espadita de San Martín de la Revista Billiken se robaron esas ratas”, mencionó Martín en su declaración testimonial. Todos esos efectos personales aparecieron algunos días después. A la casa donde vivía la familia, llegó una citación de Prefectura para Toledo. La esposa de Toledo fue con su cuñado y la persona que la recibió le entregó una “bolsa de arpillera, con verdín” que tenía todo lo que se habían robado de su casa. Le dijeron que la habían encontrado en el Puente de Rocha, después de un llamado anónimo. También le afirmaron que la desaparición de Toledo debía ser obra de sus compañeros, algún tipo de venganza. Repasando los hechos, Martín, que al momento del secuestro de su padre tenía casi 8 años, argumentó: “En 10 días esa bolsa no pudo haber juntado verdín. Una bolsa con una licuadora y una plancha se hunde”. Martín Vicente Toledo trabajaba en el Astillero Agustín Cadenazzi. Era delegado gremial y junto a sus compañeros habían conseguido muchos derechos para los trabajadores de los Astilleros Astarsa (Astilleros Argentinos Río de la Plata S.A.). Habían conformado la Agrupación Alesia, de la que formaban parte decenas de trabajadores desaparecidos. La esposa de Vicente Toledo Cerca del final de la comparecencia de la esposa de la víctima, el abogado defensor oficial, Juan Carlos Tripaldi, intervino con intenciones de desacreditar la declaración de la testigo. Ante la pregunta de la fiscal Gabriela Sosti acerca de la edad de su marido al momento de su desaparición. Ella dijo estar convencida de que tenía 33 años, pero que “ayer alguien le había dicho que tenía 34”. Tripaldi inquirió a la testigo sobre quién era la persona con la que había hablado el día anterior a su declaración con intención de manifestar que su testimonio podría haber sido preparado. Pablo Llonto, querellante por familiares de las víctimas, intervino y le respondió al defensor que la testigo era una víctima y podía hablar con quien ella quisiera antes de la declaración. Sosti reforzó el mismo argumento ante el Tribunal. A pesar de que no tenía que continuar con su respuesta, la testigo aseguró que todo lo que ella estaba declarando era porque lo recordaba a la perfección, a excepción de algunas fechas precisas o direcciones.  El hija y la hija de Vicente y su esposa, relataron al Tribunal las consecuencias que ha tenido en sus vidas la desaparición de su papá y aseguraron que no buscan venganza sino justicia.  Marcela Alejandra Toledo, hija de Vicente Toledo “Al menos encontrar sus cuerpos” Es lo que pretendía Marcos Andrés Testa, que en la audiencia del 19 de agosto declaró por las desapariciones de su padre, Anibal Testa, apodado Marcos, quien trabajaba en los Tribunales de Córdoba; y su madre, Elena “la Gringa” Barberis, estudiante de medicina. El secuestro se produjo el 11 de septiembre de 1976. Tenían 21 y 22 años. Marcos no había cumplido los 2 años de vida. El hijo de Anibal Testa contó acerca de la búsqueda incansable de sus abuelos y las secuelas que dejaron en él la desaparición de su papá y de su mamá: “Mis dos abuelos están fallecidos. Cuando perdieron la esperanza de encontrarlos al menos pretendían encontrar sus cuerpos. Yo recurrí al alcohol para entender y pasar todo esto. Recién a los 40 años pude rearmar mi vida y hacer una familia. Tengo 2 hijos”, compartió con el Tribunal. “¿Usted no sabía en qué cosas andaba su hija?” Con esa pregunta, el militar que comandó el operativo de secuestro de María Teresa Álvarez increpó a la familia. Quien lo testimonió en la audiencia virtual del 19 de agosto fue María Aurora Álvarez, hermana de Teresa: “Éramos 5 hermanos. Teresa era la tercera. Éramos militantes activos de las parroquias y los grupos juveniles”, declaró. Tenía 21 años al momento de su secuestro, el 17 de noviembre de 1976. Estudiaba sociología y trabajaba en una fábrica textil. La búsqueda de la familia Álvarez dio en algún momento con el cura Emilio Grasselli, secretario del Vicariato Castrense de la dictadura. Como a todas las familias que iban en busca de su ayuda, el sacerdote los

El ex jefe de la Departamental de San Martín, Roberto Álvarez, fue detenido este lunes luego de haber sido reconocido por una sobreviviente como uno de los secuestradores que la trasladó del centro clandestino de Campo de Mayo a una comisaría de la Policía Federal. Aixa Bona lo identificó dos semanas atrás, en plena transmisión televisiva de la audiencia en la que el ex comisario declaró como testigo en el juicio oral que investiga la represión a la Contraofensiva Montonera. Álvarez ahora se negó a declarar. (Por El Diario del Juicio*)  📝 Textos 👉  Paulo Giacobbe/Martina Noailles 📷 Fotos 👉 Gustavo MolfinoLa detención de Álvarez, quien fue indagado ayer de manera virtual y se encuentra detenido en su casa de Villa del Parque, fue ordenada por la jueza federal N° 2 de San Martín, Alicia Vence, quien tiene a cargo la instrucción de la Megacausa que investiga los delitos de lesa humanidad cometidos en el circuito represivo del Ejército en Campo de Mayo. “Escuché lo que decía, no solo lo reconocí físicamente, sino la voz… No tengo ninguna duda, en esa situación uno no se olvida de la cara, pero además está igual, un poco más canoso”, dijo la sobreviviente en el programa de Oral y Público de radio La Retaguardia. Además contó que Álvarez la trasladó desde el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio a una comisaría de la Policía Federal de San Martín. En ese lugar, Aixa dijo que estuvo una semana sin comer, atada a una cama, hasta que fue llevada al Penal de Devoto.    Álvarez declaró ante el Tribunal Oral Federal N° 4 de San Martín el 6 de agosto pasado en la audiencia 44 de este juicio. Lo hizo como testigo, por lo que juró decir la verdad. Cuando el presidente del Tribunal le hizo la pregunta de rigor sobre si tenía algún interés en esta causa, el ex comisario respondió:  “Ignoro de qué se trata la causa, así que mal puedo hablar del interés”. Diez días después, su testimonio cambió a indagatoria y Álvarez pasó de testigo a imputado.  En la audiencia, el ex policía de la Federal dijo bajo juramento no recordar dónde quedaba exactamente la delegación donde prestó servicios en San Martín en los años 1979 y 1980. Esa afirmación fue parte de una serie de olvidos e inventos. Cuando la fiscal Gabriela Sosti le preguntó si en la delegación había personas detenidas provenientes de Campo de Mayo, se dio el siguiente diálogo:  —No… no, no.. yo provenientes de Campo de Mayo, no. Por lo menos enviados por Campo de Mayo, no. En una oportunidad creo recordar que se encontró una persona que decía que había estado en Campo de Mayo. Era una persona femenina. No recuerdo el nombre, no recuerdo nada de eso, pero se encontró. La encontré yo. Estaba circulando con el coche oficial, no individualizado, no identificable, y encontré en la calle a una persona. En la calle, en la ruta, no recuerdo, no preciso bien, son muchos años.  —Yo lo entiendo, pero a ver si lo entiendo… —No enviada, no mandada, no ordenada, no, no. La encontré, la encontré. —Caminando por la ruta – completó Sosti.  —Eso es. La encontré, aparentemente con signos de extravío, y demás. Entonces pregunté, como policía, aunque no era local mi función. Entonces la llevé a la delegación. —¿Y por qué lo vincula con Campo de Mayo? – preguntó la fiscal.  —Porque ella me dijo que debía haber estado en alguna dependencia, yo no sabía nada – se preocupó en aclarar su ignorancia Álvarez.  Durante su testimonio, Álvarez repetirá que andaba en un coche de civil porque para eso lo tenía, reconocerá la existencia de un chofer, aunque le será imposible recordar el nombre. Definirá al traslado como “un acto simple de auxilio a la sociedad o la comunidad” y cuando las preguntas lo incomoden, sacará a relucir la consabida carta comodín enunciada por tantos otros: “No recuerdo, no recuerdo, han pasado muchos años”.  Bona estaba viendo en vivo la audiencia cuando reconoció a su secuestrador. Rápidamente le avisó a su abogado Rafael Flores, quien intervino para informar al Tribunal. Enseguida llegó la reacción del abogado defensor de represores, Hernán Corigliano, quien a pesar de que no era un testigo pedido por la defensa pidió suspender la testimonial por riesgo a una autoincriminación. El Tribunal aceptó el planteo y dio por finalizado su testimonio.  Fue cuando el ex comisario pidió hablar: “¿Puedo decir algo?, escuché que la parte de la querella decía que yo había ido a buscar a Campo de Mayo, me parece que yo nunca dije eso”. Esas fueron las últimas palabras en la videoconferencia del ahora reo Álvarez. “Ya nos queda claro lo que usted dijo” fue la respuesta de Esteban Rodríguez Eggers, el presidente del TOF 4 de San Martín.   Días después, la fiscal y la querella solicitaron al Tribunal la “extracción de testimonios respecto de lo declarado por el testigo en atención a la posible comisión de un delito de acción pública”. El 11 de agosto, los jueces Rodríguez Eggers, Matías Mancini y María Claudia Morgese Martín, por unanimidad, aceptaron la solicitud y remitieron a la jueza federal Alicia Vence la grabación del testimonio de Álvarez como así también de la audiencia del 31 de octubre de 2019 en la que Aixa Bona declaró sobre su secuestro.  El Juzgado de instrucción deberá determinar ahora si procesa a Álvarez, quien durante la indagatoria de ayer se negó a declarar.   *Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

Roberto Iturrieta en su declaración  Lo contó Roberto Antonio Iturrieta, testigo en el tramo de la megacausa Campo de Mayo que se celebra los miércoles. Iturrieta fue secuestrado el 17 de agosto de 1976 y posteriormente liberado. En la audiencia también declararon Gabriel Reig, Silvia Di Segni e Hilda Calvo. También testificaron la hermana y la compañera de José Varela, un soldado desaparecido el 20 de julio de 1976. (Por La Retaguardia) ✏ Redacción y crónica de las audiencias: Diego Adur  💻 Edición: Pedro Ramírez Otero 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti (Dibujos Urgentes) A Roberto Iturrieta lo secuestraron hace exactamente 44 años, el 17 de agosto de 1976, en el departamento donde vivía con su esposa, ubicado en la intersección de las calles Sucre y Moldes, del barrio porteño de Belgrano. El testigo realizó su relato de manera cronológica. Contó a qué se dedicaba cuándo lo secuestraron. Los interrogatorios y torturas a las que fue sometido y su posterior liberación.  Antes del operativo, a Roberto lo echaron del colegio donde trabajaba como preceptor, la Escuela Técnica N° 12 DE 1 Libertador Gral. José de San Martín: “Fue por cuestiones políticas. Yo controlaba que las tomas del colegio sean pacíficas, que los chicos no fumaran, no se emborracharan ni quemaran nada. El director del ENET me pidió la lista de los delegados de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). No quise dársela y me despidieron”, relató. Cuando se produjo el secuestro, recordó,  le robaron la plata de la indemnización, además de unos dólares que tenía en la casa. También amenazaron con matar a su hijo: “le pusieron una pistola en la cabeza al bebé”. A partir de ese hecho, Iturrieta reconoció: “Me porté muy sumisamente”. Lo subieron a una camioneta, esposado, y lo llevaron a Campo de Mayo. Durante el interrogatorio lo golpearon y torturaron con picana eléctrica. Él trabajaba en un edificio que la Armada Argentina tenía en Av. Del Libertador y Laprida, en Vicente López. “Me preguntaban por Jorge Rubino, compañero de trabajo en la Armada y también por Carlos Gudano”. Jorge Rubino era oficial montonero de zona norte. “Carlos Alberto Gudano era el contacto con el ERP”, explicó. Fue secuestrado el mismo día que Roberto y permanece desaparecido. “Vos estás defendiendo gente que ya no existe”, le dijeron los torturadores dándole a entender que hablara porque otros ya habían hablado de él. Iturrieta no sabía nada. Sobre el lugar donde estuvo secuestrado durante dos o tres días, según sus recuerdos, —después supo que fue un día— dijo estar seguro que era un sitio “al campo abierto. Había aroma a pasto y el viento soplaba libremente” y tuvo muchísimo frío todo el tiempo: “Me habían avisado que íbamos a un lugar muy frío. Me llevé un abrigo que tenía y al subir a la camioneta me lo sacaron. Quedé en camisa. Temblaba de frío, como si tuviera hipotermia”, describió. También declaró haber escuchado ladridos de perros, aviones y camionetas. Cuando logró correrse la venda de los ojos pudo ver que el edificio que había en el lugar tenía techo de loza. Cuando la fiscal Gabriela Sosti le preguntó si había escuchado algún apodo, el testigo recordó una situación en la que, después de ser torturado, comenzó a rezar, orando en voz baja. Los secuestradores le gritaron “puteá más fuerte pelado, ahora vas a cantar”, a lo que el testigo respondió: “No estoy puteando muchachos, estoy rezando”. “Cómo le vas a decir muchacho, este es el Mayor”, le retrucaron los militares. Cuando lo picanearon después de eso, Iturrieta aseguró que no sintió nada: “Los torturadores estaban sorprendidos y pensaron que el aparato no andaba. Es más, uno se lo probó al otro y discutieron. Para mí fue un milagro”, expresó. A Roberto lo liberaron en José León Suarez. Casi sin ver, logró tomarse el 314 hacia su casa. “Cuando volví al trabajo, el capitán Aníbal Garbini, nuestro jefe, dijo que sabía lo que nos había pasado a mí y a otro compañero chupado. Me dieron licencia psiquiátrica. Yo pedí volver a trabajar. Garbini le había dicho a mis compañeros que no hablaran conmigo. Estaba aislado”, contó.  Gabriel Reig declaró por el secuestro de su madre, Flora Celia Pasatir, y el esposo de ella, Gastón Robles. El secuestro sucedió el 5 de abril de 1976 en City Bell, La Plata. Flora —quien al momento del secuestro estaba embarazada de 6 meses— y Gastón estuvieron en Campo de Mayo.  Gabriel Reig, hijo de Flora Celia Pasatir Reig estuvo exiliado en Venezuela. “Siempre signado por la ausencia inexplicable de mis seres más queridos. Mataron a mis padres y mataron un pedazo de nosotros”, dijo. Volvió a vivir a la Argentina después de 30 años para reconstruir la relación con su hermana Raquel y su hermano Mariano Robles, quienes estuvieron presentes durante el operativo de secuestro de sus padres. “Con la muerte de mi madre murió algo muy importante dentro mío”, aseguró. También declararon Silvia Di Segni e Hilda Calvo. Hilda Beatriz Calvo, esposa de Roberto Iturrieta En la audiencia siguiente, del miércoles 12 de agosto, declararon la hermana y la compañera de José Varela, ‘Manolo’, apodo que usaba su familia o ‘Chicho’, como le decían sus compañeros de militancia. Varela fue soldado conscripto en la Agrupación N° 2 del Batallón de Comunicaciones de Campo de Mayo y su desaparición se produjo el 20 de julio de 1976. En primer turno, declaró la hermana de José, Cristina Isabel Varela que compartió en la sala virtual la admiración que sentía por su hermano: “Era un alumno muy destacado, sobresaliente. Le encantaban las matemáticas, leía todo lo que caía en su mano, amaba escribir y jugaba muy bien al ajedrez”, comentó. Cristina Isabel Varela, hermana de José Varela José comenzó la conscripción militar el 28 de febrero de 1976. Militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), además de en el centro de estudiantes de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), donde estudiaba Ingeniería Electrónica.  El 10 julio de 1976 le dieron 10 días de licencia para estar en

Lo contó Ramón Bonato en su declaración testimonial del último miércoles en el marco del juicio que se está llevando a cabo de manera virtual por la megacausa Campo de Mayo. El testigo declaró por la desaparición de Lucía Rey, el 14 de abril de 1976, cuando secuestraron a trabajadoras/es de la fábrica Del Carlo. También declararon familiares de Lucía. (Por La Retaguardia) ✏ Redacción y crónica de la audiencia: Diego Adur  💻 Edición: Fernando Tebele Ramón Bonato trabajó con Lucía Rey en Del Carlo durante 5 años. La fábrica ubicada en la calle Andrés Rolón 1107, San Isidro, fue una de las subsidiarias más importantes de los monopolios de la industria automotriz, Ford entre ellos. Entre abril y mayo de 1976, desaparecieron 14 personas. El testigo habló sobre el contexto que se vivía en la empresa antes de producirse el Golpe de Estado y sus consecuencias: “En la fábrica había mucha explotación. Las condiciones de trabajo eran pesadas y duras. Hubo conflictos importantes que llevaron a paros y tomas de fábrica para conseguir mejores condiciones de trabajo. Los ritmos de producción eran altísimos. Nosotros pertenecíamos al sindicato de metalúrgicos. Se lograron conquistas importantes, pero después del 24 de marzo de 1976 se produjo una ofensiva de toda la fábrica. Cambió la relación de fuerza”. Ahí comenzó el horror: “Desaparecieron muchos compañeros que habían participado de las luchas y conquistas. No sabíamos de dónde los secuestraban. Lo sabía la empresa, que mandó a secuestrar a los compañeros. A los tres o cuatro días del golpe militar, desaparecieron entre 10 y 14 compañeros. Nosotros paramos la fábrica. La policía pasó con las Itacas amenazando a la gente. Andaban en Ford Falcon verdes. Hubo una ofensiva de la empresa contra los trabajadores. Ese día nos llegaron las noticias de todos los compañeros que habían ido a buscar a su casa. Algunos se escaparon”, contó el testigo, y también se refirió a la búsqueda que llevaron a cabo por Lucía Rey y los demás compañeros y compañeras desaparecidas de Del Carlo: “Todos los familiares se reunían en la fábrica para preguntar dónde estaban. Se formó una comisión. Ahí no nos podíamos reunir. Fuimos a una iglesia, ahí cerca. Había un cura bastante progresista que nos dio un lugar para reunirnos y organizar la búsqueda de los compañeros. Fuimos a la Iglesia de San Isidro, a la de San Miguel y a Campo de Mayo, pero nunca nos recibió nadie” dijo. Bonato recordó a Lucía Rey como una mujer luchadora: “Era una mujer activa que discutía todas las cosas. No se quedaba callada. Defendía sus derechos”, expresó el testigo de manera virtual frente al TOF 1 de San Martín. El camino de LucíaEn la misma audiencia del miércoles 15 de julio, Oscar Rey declaró por el secuestro y desaparición de su hermana, Lucía Rey, ocurrido el 14 de abril de 1976 a las 4:10 de la mañana en el domicilio Beltrán s/n, Barrio La Paloma, General Pacheco, partido de Tigre. En la casa, además, estaban Soledad e Irma, hermanas del testigo y de la víctima; Carlitos, un hermanito de 5 años; su padre, Mamerto Rey; y su madre, Elisa Godoy. Rey, que al momento del operativo tenía 22 años, contó que la gente que participó del secuestro “era de la Policía y del Ejército. Rompieron la puerta de una patada y tiraron tiros en el techo. Había vehículos Falcon esperando afuera”. Lucía tenía 26 años cuando la secuestraron. Oscar también era empleado de la fábrica Del Carlo: “Yo trabajaba en la sección de ensamblado y mi hermana en espumado. Se llevaron a varios compañeros. A algunos el 14 de abril del ’76 —misma fecha de la desaparición de Lucía—, desde sus domicilios; a otros, el 12 de mayo del ’76, desde la fábrica. En total fueron 14. Los conocía porque fueron delegados”, declaró Rey, y recordó algunos de esos nombres: Arturo Apaza, Eduardo Barrios, y Alberto Coconier, entre otros, permanecen desaparecidos. Nilda Delgado sobrevivió al Terrorismo de Estado. Después del secuestro, Oscar y su padre se presentaron en la fábrica para preguntar por la desaparición de Lucía: “Dijeron que no sabían nada. Se lavaron las manos”, contó. Si bien Lucía no tenía actividad sindical dentro de la fábrica, “ella colaboraba con los delegados por los derechos del trabajador, los salarios y el bienestar del obrero”. Una semana después del secuestro de Lucía, a Oscar lo obligaron a renunciar:“Te conviene renunciar por tu propio bien”, lo amenazó un tal Bertoli, gerente de la fábrica. Por comentarios de sobrevivientes, la familia pudo saber que Lucía Rey estuvo en Campo de Mayo. Ella “era flaquita, menudita y tenía el pelo corto. Le decíamos Lucy”.En la audiencia siguiente, del miércoles 22 de julio, además de Bonato también declararon las hermanas de Lucía Rey, Soledad e Irma. El relato de Soledad fue muy emotivo. Reconstruyó el momento del secuestro de su hermana y su desesperación ante el operativo: “Me agarró un ataque de nervios. No sabía qué pasaba. Yo quería ver a mi hermana. Era desesperante. Tiraron un tiro y lo primero que pensé fue a quién mataron. Me pegaron con una taza en la cabeza y nos tiraron una frazada encima. Nos encerraron en la habitación. No la vimos más a Lucía y nunca más supimos de ella”, declaró. Su papá, Mamerto Rey, y su mamá, Elisa Godoy, realizaron denuncias y habeas corpus por Lucía sin resultado alguno: “Mi mamá buscó mucho a Lucía. Marchaba todos los jueves en Plaza de Mayo. Iba con una tía, Rafaela, que tiene el nieto desaparecido”, contó Soledad. Cuando Mamerto quiso hablar con Nilda Delgado, la sobreviviente de Campo de Mayo que identificó a Lucía dentro del Centro Clandestino,  ella no pudo decirle nada. Lo que supieron fue tiempo después, tras la declaración testimonial de Delgado. Al terminar su declaración, Soledad, envuelta en lágrimas, reclamó memoria, verdad y justicia por su hermana: “Yo quiero saber dónde está Lucía, qué hicieron con Lucía. Yo quiero sus restos. Yo pido que nunca más vuelva

Sandra Missori tenía 13 años cuando fue secuestrada junto a parte de su familia. En Campo de Mayo, cuando le preguntaban su nombre y ella lo daba, le pegaban y le decían que debía responder con un número, el 513. Su relato fue conmovedor. En la audiencia del pasado miércoles en este tramo de la Megacausa Campo de Mayo, también declararon Mónica y Daniel Gambella por la desaparición de su papá Juan Antonio; Laura Patricia Parra, por las desapariciones de su padre Carlos Raúl Parra y su madre Georgina del Valle Acevedo de Parra. (Por La Retaguardia) ✏ Redacción y crónica de la audiencia: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele 🖍️ Ilustración: Lorenzo DibiaseCuando entraron en la casa donde Sandra Missori estaba junto a su mamá Ema Battistiol, las sacaron de la cama de los pelos. Sandra escuchó cómo hacían lo mismo con su tía, Juana Colayago. Estaban buscando a su tío, Egidio Colayago. Él todavía no estaba en la casa, así que los militares, “vestidos con ropa verde, unos;, y azul claro, otros, todos con uniformes”, se quedaron vigilando hasta que volviera Battistiol. “Cuando llegó mi tío ni lo vimos entrar. Solo escuchamos sus gritos de auxilio. Nos hicieron vestir a mí, a mi mamá y a mi tía. Nos pusieron vendas en los ojos y nos sacaron. Ya era de día”. A Sandra y a su mamá las subieron a un auto diferente al de Egidio y Juana. Las colocaron en el piso del vehículo. “Mi tío me pidió perdón y me dijo que me quedara tranquila, que no me iba a pasar nada, que el tema era con él”.Llegaron al lugar que después supieron era Campo de Mayo y separaron a Sandra del resto de su familia. “Me hicieron cambiar la ropa. Me dieron una ropa que me quedaba grande y estaba manchada con sangre. Me sacaron todas mis pertenencias, mi cadena de oro, mi documento y me sacaron mi nombre. Ya no era más Sandra. Me dieron el número 513. Me dijeron que me lo acordara. Me pusieron vendas y la capucha. Me arrastraron por un camino de tierra y viento. Escuchaba ramas, pájaros, como si fuera un bosque. Me metieron en un lugar y me tiraron a unos colchones finitos que había en el piso, sucios y con olor. Me encadenaron los pies al piso. Escuchaba los gritos de la gente, muriéndose”, declaró.El relato de Sandra Missori fue muy conmovedor y contó con un nivel de detalle y precisión tan crudo como concreto. Por este caso declararon en una audiencia anterior las hermanas Lorena y Flavia Battistiol, las primas de Missori, hijas de Egidio y de Juana.El tema del robo de su nombre fue para Sandra un hecho muy traumático que la acompañó durante el resto de su vida: “Cuando venían los celadores me preguntaban mi nombre. Yo respondía Sandra. Me golpeaban y me decían que yo no era más Sandra, era 513. Lo aprendí a los golpes. Esa fue mi primera tortura, me robaron mi identidad”, denunció.En algún momento de su cautiverio, visitó a Sandra un celador “menos violento”, al que llamaban ‘El Negro’. Según la testigo, este represor “se asombró por lo chica que yo era”. Le sacó las vendas de los ojos, que estaban infectados, y le puso la capucha. Le dijo que mientras no fuera vigilada podía levantársela para respirar mejor. A partir de ese momento, Sandra consiguió ver muchas de las cosas que ocurrieron durante su cautiverio: “Pude ver dónde estaba. Había más de 20 personas, algunas ni se movían. El piso era de tierra y el techo de chapa”, recordó.La testigo continuó relatando los episodios aterradores que pasó durante su cautiverio. “Tenía una rata comiendo la sangre de mis tobillos, que estaban dañados por las cadenas. Yo grité y alerté a uno de los celadores que estaba ahí. Le disparó a la rata y quedó muerta arriba mío. Como pude, la sacudí de mi cuerpo y quedó al lado mío”, contó.Luego llevaron a Sandra a un lugar donde vio a Juana Colayago: “Mi tía estaba embarazada, tenía una panzota de 8 meses. Estaba atada, con la boca tapada y sin pantalones”. En el lugar había un torturador al que le decían ‘El Doctor’ que hacía preguntas a Sandra mientras torturaba a su tía: “La torturaba con un aparato eléctrico, después supe que era una picana. Se lo pasaba por la panza y ella se retorcía y abría grandes los ojos. Me preguntaban si yo sabía todas las personas que mi tío había matado y las bombas que él ponía en los trenes. No pude responder nada. Yo era muy chica. De hecho, fui con mi muñeca y la prendieron fuego”. Sandra se esforzó por recordar cada detalle del horror sufrido en esa sala de tortura. A Juana Colayago la continuaron torturando frente a los ojos de su sobrina hasta su muerte.Para presenciar todo ese espanto le quitaron la capucha, y así pudo describir al torturador: “El Doctor tenía bigotes, era más bien alto y robusto”. También escuchó diversos apodos que la testigo recordó y mencionó en la audiencia, como Cepillo, El Negro, Alemán, Lanuse y Tigre.En otro momento, Sandra fue expuesta a la misma tortura, pero esta vez con Egidio Battistiol: “Me sacaron la capucha. Tenían a mi tío atado a un árbol. Estaba muy ensangrentado y con la cabeza caída. Lo golpeaban con un palo con una cadena en la punta. Me preguntaban si sabía cosas y cada vez que yo decía que no, le seguían pegando. Ellos eran así, aparte de las torturas físicas usaban mucho la tortura psicológica. Hasta el día de hoy yo sigo cargando con la culpa, que no tenía, por esas muertes”, compartió después la testigo, ilustrando la crueldad sin límites con la que se consumó el genocidio.Con la posibilidad de ver a través de la capucha que tenía puesta, Sandra memorizó la rutina que tenían sus captores. Antes de retirarse, un sacerdote los comulgaba “para que pudieran irse en paz”. A la noche,

Marcos Gómez declaró por su padre Enrique Horacio Gómez Pereyra y su madre Nilda Teresa Valentina Acosta; Isabel Parra por su papá, Carlos Parra, y su mamá, Georgina del Valle Acevedo. En este tramo de la Megacausa Campo de Mayo se están investigando las desapariciones de trabajadores ferroviarios y sus familias comprendidas entre el 31 de agosto y el 5 de septiembre de 1977. (Por La Retaguardia) ✏ Redacción: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Foto de portada: Julieta Colomer/Anccom El testigo Marcos Gómez, que al momento de los hechos tenía entre 6 y 7 años, declaró por el secuestro de su padre Enrique Horacio Gómez y su madre Nilda Teresa Valentina Acosta. En su relato describió la violencia con la que fue llevado a cabo el operativo y contó las posteriores torturas que sufrieron su papá y su mamá en el centro clandestino de detención. Nilda Acosta recuperó su libertad unos días después de su secuestro y Enrique Gómez continúa desaparecido. Las detenciones ocurrieron el 1 de septiembre de 1977 entre las 2:30 y 3:00 horas, en el domicilio del Barrio Los Perales, Boulogne, donde vivía la familia: “Irrumpieron en la casa gente que decía ser de la Policía. Entraron y nos apuntaron con ametralladoras. Nos amedrentaron y zamarrearon. Revolvieron y rompieron todo. A mis hermanas, a mi mamá y a mí nos metieron en el baño. Después la sacaron a mi mamá tironeándola. La tiraron al piso y le preguntaron por mi papá. Mi papá estaba trabajando. Trabajaba en una fábrica de San Martín, hacía muebles. Nosotros llorábamos y gritábamos. Nos amenazaron diciendo que nos callemos la boca porque nos iba a matar. Estuvieron alrededor de 40 minutos o 1 hora. Pusieron dos granadas arriba de la televisión. Estaban vestidos de ropa negra de fajina, encapuchados y con armas largas. Solo se les veía los ojos”, narró Gómez en detalle. “Dijeron que buscaban a mi papá, le decían el rebelde o algo por el estilo. Cuando llegó mi papá le apuntaron y le empezaron a pegar. Cuando la quisieron llevar a mi hermana, Nilda Gómez, yo me prendí a su pierna. Se llevaron cosas, se robaron cosas. (Afuera) había como siete, ocho camionetas”, contó. Durante el operativo, Marcos escuchó el apodo “León” y que “otros se llamaban por número”. Después, aportó que su madre escuchó el apodo de ”Tigre” durante su cautiverio en Campo de Mayo: “Mi mamá se dio cuenta de que estaba en Campo de Mayo. Escuchaba la barrera del tren. Era un lugar donde se escuchaba eco, hacía frio, era un campo grande. Había colchones en el piso. Era como un galpón gigante”, expresó el testigo. Tanto Enrique como Nilda fueron salvajemente torturados durante su estadía en el centro clandestino de detención. Los amenazan con dispararles y gatillaban los revólveres para atemorizarlos: “Mi mamá fue amenazada con perros. Le tiraron perros encima como para que la mordieran. La asustaron con perros dos o tres veces. Con armas también. Le decían que le iban a pegar un tiro en la cabeza. ‘Si el perro no le hace nada pegale un tiro´”, recordó Marcos. La liberación de Nilda Acosta y la búsqueda de Enrique Gómez El testigo recreó un diálogo que su mamá tuvo con los captores, antes de su liberación: -Preparate que te vas. Volás de acá-, le dijeron. -Por favor no me maten-, suplicó Nilda -Quedate tranquila que no vas a sentir nada cuando te matemos, le respondieron los secuestradores. La gatillaron varias veces, hacían como que la mataban. (Entre los militares) discutían dónde la iban a liberar: -“Vamos a dejarla en la ruta”. “No te des vuelta hasta que ya no sientas el ruido del vehículo”, ordenaron. Pasaron como 20 minutos porque mi mamá estaba paralizada. Estaba desorientada y enceguecida. La dejaron cerca de mi casa. Se venía arrastrando. Estábamos con mi abuela, escuchamos el grito de ella y salimos”, compartió. Sobre la desaparición de su padre, Marcos dijo: “Para nosotros es un golpe muy fuerte. Es una herida que nunca se va a cerrar, a pesar de que hayan pasado tantos años. Uno siempre lo está recordando. No tener un lugar donde llevarle una flor, no saber dónde está enterrado, nos afectó mucho a todos. Pareciera que no se termina nunca esto. A mí, como soy el más chico, me afectó mucho más. Yo la acompañaba a mi mamá a hacer todos los trámites. No la podía dejar sola. Hicimos Habeas Corpus, fuimos al juzgado, a Migraciones, comisarias, al Edificio Cóndor, a todos lados, a todos los organismos que pudimos. En el juzgado de San Isidro me quisieron dar partida de defunción de mi padre y yo no la acepté. Para mí no está muerto. Está desaparecido”, afirmó. Embarazada en Campo de Mayo En su relato, el testigo contó que su madre estuvo en cautiverio junto a una mujer embarazada. Recordemos que tanto Leonor Landaburu como Sandra Colayago, ambas víctimas en este juicio, estaban embarazadas al momento de su detención. Ellas continúan desaparecidas y sus familias siguen buscando a sus hijos o hijas: “Había una chica embarazada en el mismo lugar donde estaba mi mamá. Mi mamá hablaba con ella. Llegó a ver que la picaneaban. La estuvieron picaneando más de media hora y pararon porque decían que estaba a punto de tener al bebé. Después no la vio más. Tenía pelo largo, embarazada de 6 o 7 meses. Se comentaba que el bebé había nacido ahí. No sé si era varón o mujer. Sintió llorar chicos. Después no escuchó nada más Por último, Marcos exigió justicia y castigo para los genocidas: “Que se haga justicia y algún día pueda saber a dónde está mi padre. Que se castigue severamente a los culpables y paguen todo lo que hicieron. Hasta el día de mi muerte voy a llevar esta cruz encima. Que se haga justicia”, terminó su declaración Gómez. Antes del cuarto intermedio para dar lugar a la siguiente testigo, la secretaría del Tribunal informó que no fue aprobada la presentación

Continúan las audiencias en el tramo que investiga la desaparición de trabajadores ferroviarios dentro de la Megacausa Campo de Mayo. El juicio se reanudó la semana pasada y tendrá audiencias todos los miércoles de manera virtual y con testigos por teleconferencia. Declararon familiares de Juan Carlos Catnich y Enrique Montarcé, trabajadores de la Línea Mitre del ferrocarril, secuestrados en los talleres de José León Suarez el 31 de agosto de 1977. Ese mismo día, se llevaron de sus casas a sus compañeras, Leonor Landaburu y Beatriz Iris Pereyra.Adecuándose a su nueva rutina, el juicio por uno de los tramos de la Megacausa Campo de Mayo que había recomenzado la semana pasada, tuvo ayer una nueva audiencia. (Por La Retaguardia) ✏ Redacción y crónica de la audiencia: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Foto de portada: Así es la audiencia virtual Este miércoles declaró en primer turno Jorge Ricardo Catnich. Lo hizo por el secuestro y desaparición de su hermano Juan Carlos, ocurrido el 31 de agosto de 1977 en los talleres ferroviarios de José León Suárez donde trabajaba. La noticia de la desaparición de Juan Carlos llegó a la familia Catnich, que vivía en San Juan, a través de un trabajador  que estuvo en José León Suarez y regresó a la provincia: “Dispusimos viajar a Buenos Aires para averiguar algo. Nos encontramos con el padre de mi cuñada, Landaburu, y sus hijos. Vivimos un clima de absoluta hostilidad”, comenzó a contar Catnich.El testigo relató los hechos ocurridos en la mañana del 31 de agosto de 1977 que terminaron con la desaparición de Catnich: “Mi hermano estaba en horario de trabajo. Se presentaron dos personas de civil diciendo que necesitaban llevarlos a mi hermano y a un compañero suyo, de apellido Montarcé. Nada grave, le dijeron. Estimaban que en dos horas estaban de vuelta. Nunca más regresaron”, recordó con tristeza.Después de la desaparición de su hermano, Jorge visitó en varias oportunidades Buenos Aires para hacer averiguaciones sobre el paradero de Juan Carlos. “Regresé a Buenos Aires. Parecía una ciudad tomada. De las gestiones que yo hice di con un compañero de mi hermano. La persona que nos avisó de la desaparición de Juan Carlos me dio un nombre, Carlos Zamora. Era dirigente del gremio de la Fraternidad, el gremio de los conductores. Lo fui a ver a una casa en el Tigre. Me dijo que había estado con mi hermano unos días atrás. Tenían una militancia gremial juntos. Él pudo esconderse. Mi hermano militaba junto a Montarcé en la Unión Ferroviaria”, recordó. Luego de llevarse a Catnich, fueron por su compañera, Leonor Landaburu: “Con las llaves de mi hermano entraron a la casa de mi cuñada en la calle Carabobo, del barrio de Flores. María Ester Landaburu -su hermana-, llegó alrededor de las 20 horas y estaba todo desordenado. Faltaban algunas cosas. Una compañera de docencia de Leonor había estado antes con ella en esa casa”, relató. Sobre su destino, expresó que “todo indica que fueron llevados a Campo de Mayo. Hubo reconocimientos posteriores. El lugar donde estuvieron los ferroviarios lo llamaban El Campito”, dijo.Leonor Landaburu estaba embarazada de siete meses y medio. Sobre ese sobrino o sobrina que las familias siguen buscando, Jorge contó una historia de “una mujer, Virginia se llamaba”, que llevaba un niño en brazos. Era mediados de octubre, la probable fecha de parto de Leonor. Esta mujer, Virginia, había sido nombrada durante los testimonios de la semana pasada del hermano de Landaburu. Estuvo en Campo de Mayo, internada con lesiones por un accidente de moto. Allí estuvo con “una asistente social que vio al bebé.Le llamó la atención ver un bebé en ese lugar. Esa asistente le dijo que el bebé era de una presa. Ese bebé se llamaba Federico. Mi hermano y Leonor le iban a poner ese nombre a su hijo”, explicó Jorge.Catnich y Landaburu fueron vistos en Campo de Mayo por algunos sobrevivientes. Ema Battistiol fue una de ellas y describió a Leonor con las mismas ropas que la había visto la compañera docente que estuvo en su casa antes del secuestro: “Un gamulán, pantalón negro y botas de cuero negro”, contó Jorge.Otro de los intentos por dar con su hermano y su cuñada lo llevaron a un hombre, de alto rango de la Policía Federal: “Felipe Jalil. El tipo vivía en Caballito, cerca de la cancha de Ferrocarril Oeste. Supuestamente la mujer de él era prima de mi mamá. Le pedí ayuda a este hombre. Me dijo que volviera a la mañana siguiente. Fui al día siguiente. Vino un auto a buscarnos. Fuimos hacia el centro, no recuerdo dónde, pero era la parte céntrica de Buenos Aires. Él iba mofándose de todo el mundo, celebrando una victoria de Boca. Llegamos a una sala, donde me dijo que lo espere. Ahí estuve un buen rato. Desde allí yo veía un playón de estacionamiento, que era donde habíamos llegado nosotros. A ese lugar entraban camionetas, cargaban armas y salían. Imagínense el pánico mío. Me dijo que de mi hermano no sabían nada y me aconsejó irme a San Juan, que cualquier cosa me avisaba. Me fui de ahí llorando”, recordó Catnich. La reparación“En el año 2016 nos entregaron el legajo reparado de mi hermano. Fue en un acto en la Ex ESMA. En el legajo de mi hermano dice que como el 1 de septiembre Juan Carlos no se presentó a trabajar, lo cesanteaban. Fue importante que el Estado argentino reconociera que esos tipos no fueron a trabajar no porque se robaron una rueda o porque no se levantaron sino porque hubo una persecución sistemática de trabajadores ferroviarios por su actividad gremial. Mi mamá se murió esperando a mi hermano”, expresó Jorge. El hijo o hija del matrimonio Catnich-Landaburu Durante su relato, Jorge contó la incansable búsqueda -que continúa hasta hoy- de su sobrino o sobrina: “Nosotros hicimos la denuncia de ausencia forzada y la presunción del nacimiento de mi sobrino. Dejamos muestras de sangre en el banco de datos genéticos del Hospital Durán”.