Canción actual

Título

Artista


Vuelos De La Muerte Campo De Mayo

Página: 5


    El testigo Ricardo Alberto Ojeda, exconscripto en Campo de Mayo, dio cuenta de cómo llegaban colectivos al Batallón con 30 personas aproximadamente y subían a los aviones Fiat: “Los dopaban para que obedecieran. Los tiraban a cangrejales y pirañales. Eran tantas personas, hombres y mujeres, que a veces salían dos aviones porque con uno no alcanzaba”. Ojeda relató que estas “maniobras”, ocurrían después de que los soldados eran relevados de sus funciones por personal de mayor jerarquía y eso sucedía “hasta incluso tres veces por semana”. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)    ✍️ Redacción: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele ✍️ Textuales: Noelia Laudisi De Sa/Agustina Sandoval Lerner/Valentina Maccarone 📷 Foto de portada: Captura Transmisión La Retaguardia En esta jornada, y después de muchas audiencias en las que se escucharon testigos propuestos por las partes defensoras que no aportaban datos relevantes, declaró el excolimba Ricardo Alberto Ojeda. Pudo reconstruir toda la siniestra operatoria que se producía con los Vuelos de la Muerte que partieron desde Campo de Mayo. El testigo relató la llegada de colectivos y camiones frigoríficos con personas detenidas al Batallón; el ascenso de estas personas, tanto hombres como mujeres, al Herculito, el avión Fiat G-222; el posterior despegue de la aeronave; e incluso las maniobras aéreas que los pilotos de la muerte hacían para arrojar a las personas a “cangrejales y pirañales”. Además, contó que vio como los bomberos de la Policía Federal manguereaban a los Herculitos cuando regresaban al Batallón: “Era lógico que había que lavarlos para no dejar evidencia”, afirmó Ojeda en un impactante testimonio. “Me lo comentaban los jerárquicos”   Ricardo Alberto Ojeda, al comienzo de su declaración, refiere que todo lo que cuenta respecto a los Vuelos de la Muerte lo sabía por los comentarios que le hacían sus superiores: “Los jerárquicos, Cabo primero, Sargento, o lo que sea, me comentaban en conversaciones que alzaban gente dopada y la largaban a los cangrejales y pirañales”, asevera. Después, casi al final de su testimonio, nos enteraremos de que él mismo pudo ver muchos de los pasos siniestros de esa operatoria desaparecedora. A lo largo de la declaración, nos iremos dando cuenta de que, por el nivel de detalle con el que Ojeda describe lo sucedido, efectivamente tiene que haberlo presenciado. El testigo menciona la cantidad de personas que llegaban al Batallón, discrimina a esas personas por su género y hasta recuerda el color de sus ropas, de tonos que las distinguían claramente del uniforme militar: “No era usual ver eso”, dirá. Cuando uno de los Vuelos de la Muerte estaba por partir, los soldados eran relevados de sus funciones y sus puestos de guardia, y los llevaban a la cuadrilla donde descansaban: “Venía una camioneta, esa guerrillera, verde, las Ford verdes. Venía el personal de jerarquía y hacía el relevado del puesto en la misma camioneta. A mí me alzaban arriba y me llevaban al puesto de guardia a confinarme hasta que la maniobra termine”, cuenta Ojeda. Esa anécdota coincide con varias que relatan lo mismo. Los militares intentaron que su accionar para desaparecer personas quedara impune y sin evidencias. No lo lograron, y por eso este juicio se está celebrando. Lo que sí aporta Ojeda es que estos relevos de soldados que eran reemplazados por oficiales y suboficiales sucedían muy seguido, lo que indica que los Vuelos de la Muerte partían también con mucha frecuencia. —¿Cuántas veces sucedió esto de que los relevaron del puesto de guardia? –pregunta el Fiscal General, Marcelo García Berro.  —Y… una, dos o tres veces por semana. Había semanas en que no se hacía nada, pero  había semanas en que salían tres veces. A veces salían los dos ‘Hérculitos’ porque con uno no alcanzaba -responde el testigo con firmeza.   Como tirar basura al campo Antes de iniciarse estos reemplazos de colimbas por personal del Ejército con mayor jerarquía, “el avión ya estaba como hace dos horas o una hora antes en maniobra, ahí, en prueba de motores, en prueba de todo”. Ojeda cuenta que las personas subían a los aviones de manera voluntaria: “No sé por qué o qué les decían, pero sí subían cada uno como personas… digamos”, y aclara: “Nos decían que los dopaban un poco, para que esas personas obedezcan; pero no mucho, para que se muevan por sus medios”.  En una de las primeras audiencias del juicio, el testigo Raúl Escobar Fernández, había contado el hallazgo de cientos de ampollas de Ketalar, una de las drogas utilizadas para sedar a las personas víctimas de los Vuelos de la Muerte. “Una vez cargado, el avión se iba en vuelo. Se los llevaban. Carreteaba y hacía vuelo. Tomaban vuelo hacia arriba, abrían las compuertas y los largaban. Como tirar basura al campo”, ejemplifica, burdamente, Ojeda el momento en que arrojaban a los y las detenidas vivas al mar o al río. Los comentarios que le llegaron al testigo eran por parte de “los suboficiales que hacían las guardias con nosotros”. Entre ellos, recuerda al Cabo Primero Busto, al Sargento Primero Rodríguez y al Cabo Primero Blanco, quien además era mecánico de aviones. Los aviones regresaban al Batallón al cabo de algunas horas. Algunas veces, cuenta Ojeda, no volvían. Para él, podían quedarse en el Aeropuerto de El Palomar. A la mañana siguiente, incluso después del mediodía, Ojeda menciona que “me parece que los vi a los Bomberos manguereando o lavando los Herculito. Yo suponía que era por limpieza, pero si hacían ese trabajo era lógico que hay que lavarlos para no dejar evidencia ni nada por el estilo”. La ratificación   Es habitual en este juicio que, cuando alguno de los testigos presenta contradicciones durante su declaración respecto a la que brindara años atrás en la etapa de Instrucción,  se le lea un fragmento de lo que dijo en aquella otra oportunidad. En este caso, el fiscal García Berro quiso certificar si los dichos de Ojeda, todo lo que él estuvo contando respecto a cómo se llevaban a cabo los Vuelos de la Muerte, lo había

Los testimonios de los ex conscriptos que realizaron el Servicio Militar Obligatorio en el Batallón de Aviación 601 del Ejército son fundamentales para recopilar la información necesaria para juzgar y condenar a los 5 imputados que tiene esta causa. Raúl Escobar Fernández observó envases de la droga Ketalar en uno de los extremos de la pista de Campo de Mayo. Eduardo Maidana vio como llevaban a ese lugar a las personas secuestradas. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele ✍️ Textuales: Valentina Maccarone/Noelia Laudisi De Sa/Agustina Sandoval Lerner 📷 Foto de portada: Captura Transmisión La Retaguardia Los testimonios de Eduardo Maidana y de Raúl Escobar Fernández, dos excolimbas que realizaron el Servicio Militar Obligatorio cumpliendo funciones en Campo de Mayo, arrojaron datos reveladores para el juicio También regresó, virtualmente, el testigo Félix Martín Obeso, quien declaró en la audiencia anterior. Aportó fotos de aquellos tiempos en el Batallón, que logró recuperar de sus redes sociales. Obeso era fotógrafo e integró la Compañía de Comandos. En la sala de audiencias virtual, se exhibieron fotos que había tomado de los distintos aviones pertenecientes al Batallón. Ante una de ellas, que muestra un desfile militar en uno de los playones de la pista de aviación y en la que se ven dos aviones Fiat G-222, se daba el siguiente diálogo entre el testigo y el fiscal, Marcelo García Berro: —Félix Obeso: Bueno, ahí hay un desfile de la fiesta del juramento a la bandera y ahí estoy en el grupo. El que está atrás es un avión Fiat G-222.  —Fiscal Marcelo García Berro: Seguramente, o a mi me parece, hay dos.  —FO: Sí, creo que eran dos nomas. —GB: ¿Recuerda para qué época es esto? —FO: El juramento creo que se hace para el 20 de junio. El 20 de junio de 1977. Entonces, para mediados de 1977, el Batallón de Aviación 601 del Ejército ya contaba con dos aviones Fiat G-222, conocidos también por los propios ex conscriptos que fueron declarando en esta causa como ‘Hércules chiquito’. Se está comprobando que este avión, junto al Twin Otter, era de los utilizados para llevar a cabo los vuelos de la muerte desde Campo de Mayo. “Si usted va hoy a Campo de Mayo, va a encontrar ampollas de Ketalar, seguro” Con esta seguridad le respondía el testigo Raúl Escobar Fernández a la doctora Verónica Bogliano, querellante por la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires. Escobar realizó la conscripción en Campo de Mayo desde enero de 1976 hasta aproximadamente julio de 1977. Entre sus tareas estaba la del mantenimiento de la pista, lo que incluía responsabilidades tales como cortar el césped de alrededor: “Nosotros, fuera de la cabecera de pista, encontrábamos unas montañas de ampollas de inyectables. Se llamaban algo así como ketalar, con k. Y bueno, en una oportunidad agarramos una y se la llevamos a un Teniente Primero médico, que no recuerdo el apellido. Y nos sacó carpiendo. Nos dijo que era un poderoso desinfectante, que dejáramos eso y nos sacó. Fue la única vez que lo vi enojado”, contó Escobar. El Ketalar es un clorhidrato de Ketamina, una potente droga que ataca el sistema nervioso central y es utilizada en medicina como sedante, calmante y anestésico. Las ampollas que Escobar encontraba en los alrededores de la pista de vuelo eran inyectadas a las personas antes de ser subidas a los aviones. “¿Eran ampollas utilizadas”, pregunta el fiscal. “Sí, sí, vacías ya”, responde el testigo. Ese médico al que le llevaron las ampollas de Ketalar era un “Teniente Primero, tenía la voz muy finita, bajito, casi tan bajo como (Luis Del Valle) Arce, de pelo morocho y tez blanca”. La relación que hizo Escobar de esas ampollas con los vuelos de la muerte fue casi instantánea. Al Batallón llegaba un Carrier que cargaba personas secuestradas. Se les inyectaba Ketalar, las subían a los aviones y las arrojaban al río o al mar: “Normalmente lo que pasaba era que una vez por semana venía el Carrier y salía de la pista y se llevaba un avión, no sé quien lo llevaba fuera de pista. Nosotros estábamos entre la quinta de Videla y la policía militar. El Carrier estaba siempre en la quinta de Videla, que estaba custodiada por gendarmes. Normalmente, fuera de la pista, había un caserío que ahí iba el Carrier. Esto según dicho por los chicos compañeros de helicópteros, porque ellos eran los que vivían arriba, en la parte de arriba. Nosotros dormíamos abajo. El Carrier hacía algunas operaciones que no estaban permitidas a los soldados fuera de la pista, en la zona donde se ingresaba cuando se salía hacer un vuelo”, contó Escobar. Cuando esos aviones regresaban de cometer los vuelos de la muerte debían ser lavados: “Los soldados de la compañía helicópteros nos transmitían que normalmente tenían que limpiar. Hacían la limpieza tanto de los helicópteros como de los aviones y nos decían que habían encontrado sangre, en el Twin (Otter) sobre todo, después de los vuelos esos nocturnos. L a gente que se cargaba en el Twin había sido torturada. Se cargaba en el Twin y se desaparecía” relató el testigo Fernández. “Yo trataba de darle la vuelta a lo que se comentaba” Eduardo Maidana contó ante el Tribunal que estuvo destinado a la División Instrucción de Vuelos. En el Batallón 601 estuvo desde el 6 de febrero del ’76 al 23 de junio del ’77. En algunas oportunidades, mientras hacía guardia, vio entrar a una camioneta civil que transportaba personas que “no tenían aspecto militar”. Eran personas de “aspecto desaliñado, pelo muy largo y barba…en esa época no era una característica común a los militares”. Una vez que ingresaban, las camionetas esperaban “a cincuenta metros más o menos de donde yo estaba y después ingresaban por el frente de los hangares. La vi dos veces: los miércoles y un sábado. Había comentarios de que esas camionetas iban atrás de una arboleda y ahí esperaban a un avión, pero yo nunca

Lo dijo Rodolfo Novillo, ex preso político y hermano de Rosa Novillo Corvalán, luego de la audiencia en la que declaró un sobreviviente que aportó datos sobre su hermana. Eduardo Cagnolo estuvo secuestrado en el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio ‘El Campito’ en la guarnición del Ejército Argentino en Campo de Mayo. En ese lugar, otro detenido le dijo que Rosa Eugenia Novillo Corvalán había estado secuestrada ahí. El cuerpo de Rosa fue identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense; había sido arrojada a la costa en un Vuelo de la Muerte que salió de Campo de Mayo. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  🎤 Entrevista: Fernando Tebele/Diego Adur ✍️ Redacción: Mónica Mexicano/Paulo Giacobbe 💻 Edición: Diego Adur 📷 Foto de portada: Transmisión La Retaguardia Al finalizar la audiencia número 28, Rodolfo Novillo, que siguió las transmisiones del juicio por el canal de La Retaguardia, explicó por ese mismo canal las sensaciones que lo recorrieron durante la jornada: “Uno siempre tiene un sabor agridulce. Es tanto el contraste entre los distintos testimonios que produce una reacción de alegría profunda por un lado y de mucha bronca por otro”, reflexionó.  Rodolfo se preguntó cómo puede ser que algunos testigos, pese a que realizaron el Servicio Militar Obligatorio en Campo de Mayo, no vieron nada: “Realmente uno termina pensando qué pasó entre medio para que haya una realidad tan contradictoria, porque son espacios y tiempos comunes, pero cada uno de estos actores lo han visto de un modo tan distinto… ¿qué ha pasado con estos ex colimbas que se olvidaron de todo, que no vieron nada? Pero bueno, ya estamos llegando al final de este juicio”, dijo. El hermano de Rosa remarcó la importancia del testimonio de Eduardo Cagnolo  , ya que gracias a él lograron situar a Rosa en Campo de Mayo: “En realidad hasta ese momento lo único que teníamos era el fin, cuando encontraron el cuerpo en las costas del Río de la Plata. Esa información la tuvimos a fines del ‘99, por el Equipo Argentino de Antropología Forense que se comunican con nosotros para informarnos de esta situación y el tema era cómo desenredar la madeja. Terminó allí, ¿cómo llegó allí? Esa era la pregunta”, repite.  Rodolfo Novillo trabajaba en un área de Derechos Humanos de la Municipalidad de Córdoba y pudo enterarse del testimonio de Eduardo, a quien contactó. Ambos residían en Córdoba y se juntaron en varias oportunidades a hablar. Ejercitar la memoria. Así fue como se enteró que su hermana había estado secuestrada en Campo de Mayo. Eso fue aproximadamente en el año 2010: “Esperaba con mucha ansiedad el testimonio de Eduardo, que ha sido muy concreto, muy claro, muy firme y contundente en cuanto a la existencia del Campito, en cuanto a la existencia del paso por el Campito de muchos compañeros y compañeras que luego han desaparecido o como el caso de Tota, que han aparecido en las costas del río”, analizó Novillo.   —La Retaguardia: Rodolfo, hablamos con vos más o menos por el comienzo del Juicio, en la visita ocular. Estamos llegando a la etapa final de Testimoniales, no quedan muchas jornadas de testimonios y ya vamos a entrar en los Alegatos, ¿qué balance podés hacer como familiar de lo que se está viendo cada jornada?  —Rodolfo Novillo: Por un lado, es inevitable que a uno le produzca una sensación fuerte. Yo lo tomo como un túnel, se avizora luz. Tengo esperanza, la expectativa y confianza de que va a haber un fallo favorable. En cualquier caso creo que ha sido un juicio medio inesperado. Tengo que hacer un reconocimiento muy particular y especial para Pablo Llonto, la verdad que un ejemplo de compromiso, de militancia, de seriedad. Más allá del resultado del juicio, creo que tenemos que tener un gran reconocimiento, los familiares y la militancia, hacia lo que han sido los Juicios de Lesa Humanidad, porque ha sido bastante excepcional a nivel mundial. Desde ese punto de vista es un logro inmenso, producto de las luchas y producto de la gran movida que promovieron los organismos de Derechos Humanos, desde las Abuelas en adelante. Creemos que es una causa, los Juicios de Lesa Humanidad, que finalmente echó raíces en nuestro pueblo. Quedó demostrado cuando se quiso aplicar el 2×1 (La corte suprema de Justicia en el año 2017). O sea, que por un lado es una alegría muy grande, una alegría solidaria, colectiva; y en lo personal y familiar un poco también, lo aclaro más a nivel anecdótico, los restos de mi hermana Tota (a Rosa le decían Tota), los trajimos de Buenos Aires y los enterramos acá donde yo vivo en este pueblo, en la Ciudad de Villa Allende, una ciudad periférica de la ciudad de Córdoba. Ya estamos pensando con mi hija y con mis sobrinos que vamos a hacerle un homenaje definitivo, un cierre, a Tota cuando se haga justicia, cuando condenen a sus asesinos. Poder ver la sonrisa definitiva de Tota en un homenaje merecido y que sin duda va a ser homenaje a todos, a los 30mil desaparecidos.  El encubrimiento Tota era la octava de diez hermanos, comenzó la militancia en Córdoba a fin de la década del ‘60. Militaba en el PRT-ERP. Después de pasar un tiempo clandestina cayó detenida en 1974. Al poco tiempo protagonizará una de las mayores fugas que recuerda la Provincia de Córdoba. El diario Córdoba sacará en su primera plana la leyenda: “Fotos de 23 de las 26 evadidas de las que no hay novedad”. Y en dos hileras de fotos, 11 arriba y 12 abajo, las caras de las reclusas que se escaparon de la cárcel del Buen Pastor. La cuarta en la hilera de arriba es Rosa.  Tota estaba en pareja con otro militante del ERP, Guillermo Pucheta. Su familia piensa que podría haber estado embarazada al momento de su secuestro. Es una hipótesis. Su cuerpo apareció en la costa de Magdalena y fue enterrado como “NN” en el cementerio de ese partido, pese a que a los

Declaran los exconscriptos Avelino Alberto Van Mechelen, Mario Luis Salvatore y Héctor Osvaldo Acosta.

Eduardo Cagnolo es un excolimba pero además es sobreviviente del genocidio. Estuvo secuestrado en El Campito, el centro clandestino de detención, tortura y exterminio que funcionó en Campo de Mayo. Allí supo que estuvo detenida Rosa Eugenia Novillo Corvalán, 1 de las 4 víctimas en este juicio que investiga los Vuelos de la Muerte que partieron desde ese lugar. En su declaración, también reconoció haber presenciado un ‘traslado’ de prisioneros, entre los que se encontraba Domingo Mena, miembro de la conducción del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo). Traslado era, en realidad, el eufemismo con el que se llamaba a la metodología de la desaparición forzada. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Foto de portada: Captura de pantalla Transmisión La Retaguardia ✍️ Textuales: Agustina Sandoval Lerner/ Valentina Maccarone/ Noelia Laudisi De Sa/ Mónica Mexicano Algunos problemas de conexión dificultan el inicio de la declaración del primer testigo de la jornada. Unos minutos después se resuelven. Eduardo Cagnolo tiene mucho por decir y no se lo va a impedir ninguna computadora. Una de esas revelaciones es la que permite comprobar la presencia de Rosa Eugenia Novillo Corvalán en El Campito. Tota, como la conocían, es una de las 4 víctimas de este juicio por los Vuelos de la Muerte que partieron de Campo de Mayo. “Gracias al testimonio de Cagnolo, logramos ubicar a mi hermana en un centro clandestino”, nos contará después Rodolfo Novillo, hermano de Rosa. Como él, son varias personas las que supieron a través de Cagnolo que sus familiares desaparecidos/as pasaron por Campo de Mayo.  Quien inicia el cuestionario durante la declaración es Pablo Llonto, abogado que representa a las familias de las víctimas. Para él también será determinante el dato que aporta Cagnolo sobre la presencia de Tota en El Campito en el año 1976. En el 75, Novillo Corvalán se había fugado junto a 25 mujeres de la cárcel del Buen Pastor, en Córdoba. Ese hecho memorable fue el que le permitió ser reconocida por Cagnolo en Campo de Mayo. Durante su cautiverio, el testigo entabló una conversación con otro prisionero, Eduardo Merbilhaa —quien permanece desaparecido—, con la intención de saber si allí había alguna otra persona cordobesa como él: “En algún momento también conversamos sobre otras cosas; si había habido algún cordobés ahí que se hubiese enterado que hubiese estado y me dijo que sí. Me nombró a una chica que era una de las fugadas del Instituto del Buen Pastor de Córdoba. Ese fue un hecho bastante conocido en Córdoba porque se fugaron como 20 presas. Y el apellido que él me dijo en ese momento yo después traté de corroborarlo con el advenimiento de la democracia, que pude acceder a algunos diarios de la época en la biblioteca mayor de la universidad, y no figuraba el apellido Pucheta. Pero alguna vez conversando con compañeros, con amigos, Rodolfo Novillo me dijo que podía ser la hermana porque ese era el apellido de casada de ella: Novillo de Pucheta, Rosa”, explica Cagnolo. Rosa Eugenia estaba en pareja con Guillermo Abel Pucheta, quien continúa desaparecido, y por eso el testigo no logró identificarla inmediatamente. Luego, agrega que “pude haberla visto, pero como estábamos todos encapuchados, no”. Cagnolo llegó a El Campito en noviembre del 76. Las fechas coinciden con las que estuvo detenida Rosa en ese lugar, posiblemente a partir de mayo de ese año. Cagnolo contó que tuvo contactos con la familia de Tota. “Hablamos varias veces. Él andaba buscando datos de su hermana y ahí me dijo que su hermana estaba casada con un Pucheta, que está desaparecido”. El cuerpo de Rosa Eugenia Novillo Corvalán fue hallado el 6 de diciembre de 1976 en las costas de Magdalena y enterrado como NN en un cementerio municipal. La identificación de sus restos fue a fines de 1999, gracias al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). “Yo viví uno de los traslados” Eduardo Cagnolo realizó el Servicio Militar Obligatorio en 1976, en el Batallón 601 de “la intendencia de El Palomar”. A los pocos días de comenzada su conscripción, “me detuvieron sin explicarme por qué y me metieron en un calabozo”. Cuando lo soltaron, le explicaron que había sido un error y que le darían “unos días de franco en compensación por haberme tenido preso”. Esa compensación fue, en realidad, el escenario planificado para el secuestro de Cagnolo: “Cuando salí a la calle del Batallón, en la estación de tren, me abordaron unas personas que dijeron ser policías o algo así, me colocaron esposas y me subieron a un Ford Falcon color blanco con techo negro. Después de un viaje de unos 15/20 minutos, me bajaron en un lugar que, luego supe, era Campo de Mayo, un lugar que denominaban El Campito. Era un lugar del Ejército, me di cuenta enseguida porque cuando llegó a ese lugar, el vehículo se detuvo en la entrada e hizo sonar la sirena. Se ve que ahí hablaron con algún centinela o algo que los dejó pasar y bueno, así llegué a Campo de Mayo”, resume. El secuestro de Cagnolo ocurrió el 3 de noviembre de 1976, el día posterior a las elecciones en Estados Unidos en las que resultó presidente el demócrata Jimmy Carter —“había escuchado una conversación de un oficial en el teléfono de la Guardia que se comunicaba con otro y le hacía un comentario acerca de quién había ganado las elecciones”, señaló.. Ocho días pasó Cagnolo en “ese primer galpón”, hasta el 11 de noviembre, en el que el testigo presenció uno de los traslados de personas detenidas en El Campito hacia los aviones de la muerte: “Ese día había mucho movimiento desde la mañana temprano donde se producía el cambio de guardia y nos tomaban asistencia, nombrándonos por el número que cada uno tenía. Se escuchaban ruidos de vehículos con los motores que permanecían encendidos, no sé si eran camiones u otro tipo de vehículos. Vino un guardia y dijo: ´bueno, los que nombro se ponen de

Declaran los exconscriptos Juan Carlos Torales, Carlos Osvaldo Zocola y Guillermo Héctor Siviero.

Declaran los exconscriptos Eduardo Cagnolo Ángel Alejandro Aguirre, Luis Alberto Magen y Hugo Daniel Maestre.

En una nueva audiencia frente al Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°2 de San Martín , declararon tres ex conscriptos: Luis Orlando Galván y Genaro Bernal, propuestos por la querella; y Mario Ramón Domínguez, convocado por la defensa. El testimonio de Bernal fue más contundente que el de Galván. Vio personas engrilladas bajando de camiones que habían llegado a la pista del aeródromo acompañados de un fuerte operativo. Los esperaba un avión con los motores encendidos. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Paulo Giacobbe 💻 Edición: Diego Adur 📷 Foto de portada: Captura de pantalla transmisión de La Retaguardia   Entre Marzo de 1978 y julio de 1979, Genaro Bernal dejó de ser Genaro Bernal a secas y se convirtió en “el soldado clase 59 Genaro Bernal”, tal como él se definió para ese periodo. “Hice el Servicio Militar (Obligatorio) en el Batallón 601 de Campo de Mayo”.  Genaro era parte de la compañía de Servicios y en la etapa de Instrucción, o sea en los primeros meses, hubo un evento que le llamó la atención. Durante una práctica nocturna, un suboficial le ordenó al pelotón que Bernal integraba que se tiraran cuerpo a tierra y no miraran nada. Estaban cercanos al camino que conduce al aeródromo.      Tirarse al suelo y no mirar “era una orden”. Pero contradecirla fue “producto de la curiosidad que todo el mundo tiene; ¿qué está pasando que uno no quiere que vea? Entonces uno mira y espía”, explicó Bernal su razonamiento esa noche. Por el rabillo del ojo vio una “caravana de vehículos: varios autos adelante, vehículos de carga en el medio, furgones, camionetas, algunos particulares, autos de policía” que se dirigían hacia la pista. Tiempo después, cumplida la Instrucción, le ocurrirá otra situación extraña, que sumada a la anterior le hará entender la dinámica de los Vuelos de la Muerte en Campo de Mayo.  Con el diario del lunes Dijo Genaro Bernal que en el aeródromo había cuatro puestos de guardia, que a la entrada del aeródromo había una barrera y a cincuenta metros estaba la torre de control. Y los hangares. En esa barrera que tenía puesto de control realizó una guardia nocturna normal hasta la llegada de un suboficial que le dio una orden atípica. En cualquier momento iba a llegar una caravana de vehículos. La iba a ver venir por la calle interna. “Una fila de luces que venía hacia el aeródromo”, relató Bernal. “Cuando viera esa caravana tenía que levantar la barrera, correrme unos diez, quince metros para el lado del campo y mirar en sentido opuesto”. Así, se repetía el método rústico para que los conscriptos no vieran lo que ocurría. La orden era que mirarann para otro lado. Por si hiciera falta, Bernal aclaró lo extraño del hecho: “Lo normal era levantar la barrera una vez que uno identifique quién iba a entrar. Era un sector interno de Campo de Mayo, no hay personal civil, ni nada por el estilo; siempre personal militar o afectado a la unidad”, aseguró. Como pasó antes, Bernal espió y vio la caravana de patrulleros, Falcón de civil y vehículos de carga tipo camiones que ingresaban al Batallón. “Minutos antes de la orden del suboficial se había puesto en marcha un avión. Y había un movimiento inusual”. Además, declaró que de la caravana bajó gente. Escuchó murmullos y quejidos. “En ese momento no tenía información, con la información de hoy uno sabe lo que pasó, en ese momento era raro”.  Los secuestrados Genaro Bernal dijo que daba la impresión de que estaban todos con grilletes. “Como bajaban uno atrás de otro y pegaditos, daba la impresión que estaban atados entre sí”.  Escuchaba quejidos Bernal, pero dice que todo en esa noche era muy borroso. Poca iluminación, campo. Se ubicaba a cincuenta metros de la torre de control del aeródromo.  “Uno se imagina… en ese momento una cosa muy confusa, hay que diferenciar lo que uno entiende hoy y lo que uno entiende en ese momento. En ese momento era todo confusión, porque uno no sabía. Sabía que algo raro había. Después con el diario del lunes uno dice: mirá… A mí me parece que estaban todos encadenados, todos atados y los que estaban más sanos, más enteros, ayudaban a los que estaban destrozados. Pero uno no lo vio, lo imagina, se lo puede imaginar ahora, pero en ese momento era muy confuso todo”, insistió. Bernal aclaró que a los 18 años no tenía mucha información y la poca que le llegaba no era muy acertada. Todos subversivos Como si se tratara de una historia de ciencia ficción de los 60, ya sea Usurpadores de cuerpos o Los Invasores, el ex conscripto Bernal, de la clase 59, recibió precisa educación en el cuartel.  —Los rumores eran que había muchos subversivos, pero era toda la información que uno recibía. Adentro más todavía. Subversivo podía ser cualquiera. Mi mamá, mi papá, mi hermano, mi tío, cualquiera podía ser subversivo. El abogado querellante Pablo Llonto le preguntó sobre ese tema y Bernal dijo que en la etapa inicial de su conscripción les bajaron una línea muy precisa sobre ese tema.  —Durante la Instrucción más que nada, los suboficiales  nos instruían como soldados. Una vez que es soldado preparado, instruido, en mi caso fui derivado a la compañía de Servicios. Durante la instrucción había una especie de bajada de línea donde nos advertían que había un movimiento subversivo muy fuerte en el país. Y donde cualquier persona podía ser subversivo y teníamos que tener cuidado de no hablar de más. De no decir lo que uno ve dentro del Batallón, de cómo es el Batallón, de quiénes están dentro del Batallón, de todo lo que hay dentro del Batallón. “Afuera no hay que decir nada, no hay que contar nada, ni siquiera a su padre, ni a su madre, ni a su tío, ni a su novia. Porque cualquiera puede ser subversivo, su hermano puede ser subversivo, su novia puede ser subversiva, su papá puede

Declaran los exconscriptos Luis Alberto Cabral, Mauricio Ricardo Villalba y Mario Ángel Ventura.

En el juicio que investiga los vuelos de la muerte que partieron desde Campo de Mayo hubo una nueva sorpresa, esta vez a partir de la declaración de uno de los testigos propuestos por la defensa oficial: Alejandro Héctor Astudiano admitió haber visto cómo subían a una persona a uno de los aviones del Batallón de Aviación 601 del Ejército. Además contó que un soldado lo llamó porque escuchaba gritos que venían “del campo”. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Cobertura del juicio: Fernando Tebele/ Diego Adur ✍️ Redacción: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele Durante lo que aparentaba ser un testimonio acorde a lo pretendido por la defensa de Horacio Conditi, que lo había convocado, Alejandro Héctor Astudiano, un exconscripto, dijo que podía “contar un episodio que a mí me llamó la atención”. Aseguró que se acordaba muy bien del hecho por el nivel de sorpresa que se llevó. Era un día soleado, en septiembre del ’76, entre las 9 y las 10 de la mañana. El testigo volvía de entregar el parte diario y le sorprendió la quietud y soledad que había en el Aeródromo. Un tal Sargento Palacios, le indicó que él no debía estar afuera y lo hizo ingresar a su propia oficina en la Torre de Control, frente a la pista. Desde allí, Astudiano vio cómo subían a una persona civil a uno de los aviones del Batallón: “En un regreso de llevar ese papel, recuerdo que volví y vi un silencio raro en la pista. No se escuchaba ni se veía ningún soldado. Me llamó mucho la atención porque normalmente los soldados caminaban y ayudaban a los oficiales a arreglar los helicópteros. Cuando me dirigía a la oficina, recuerdo que no vi a ninguno y vi las puertas de la cuadra cerradas. En ese momento, me llama un sargento. El apellido era Palacios, era muy amable por eso lo recuerdo. Me pregunta qué hago afuera de la cuadra. Le respondí que venía de traer el parte diario. Me dijo que me metiera en una oficina. Me coloca en la oficina donde él estaba, que era la Torre de Control, donde él veía todos los movimientos de los aviones. Era el controlador en ese momento. ‘Tenés que estar acá adentro’, me dijo. En ese momento, veo que suben a una persona a un avión. ‘Ahora ya está’, me dice, ‘volvé a tu cuadra’. Nadie sabía qué pasaba, lo único que subieron a una persona a un avión. Ese hecho, a mí, me llamó la atención”, relató el testigo ante la atenta y sorprendida escucha del defensor oficial Sergio Moreno, quien después le preguntó si tenía algo más para aportar de esa situación puntual: “Vi que subían a alguien a un avión y nada más. Lo llevaban de los brazos. No sé quién es ni le alcancé a ver la cara. Estaba lejos del avión”, explicó.  Los testigos que proponen las defensas en el juicio que investiga los Vuelos de la Muerte de Campo de Mayo suelen brindar, por lo general, declaraciones cortas y con poca información relevante a la causa. La  estrategia de quienes defienden a los imputados parece ser convocar a exconscriptos que hayan desempeñado tareas más que nada administrativas en el Batallón de Aviación 601 del Ejército y, sobre todo, que no pasaran allí la noche, el momento en el que según varios relatos, se encendían las luces de la pista para los Vuelos de la Muerte o Vuelos fantasma. La mayoría de estos testigos que son llamados a declarar por las defensas no realizaron guardias y tampoco estuvieron en el Batallón en horas de la noche.. Entonces, solemos escuchar la misma respuesta negativa ante las preguntas de las partes sobre si habían escuchado, visto o presenciado algo raro en la zona del aeródromo, como el ingreso de algún camión civil a la pista, el traslado de personas detenidas hacia las aeronaves y el despegue de los vuelos de la muerte, cuestiones que venimos escuchando reiteradamente en el relato de la mayoría de los testigos.  Diferente fue el caso de uno de los tres testigos de la audiencia de este lunes. La defensa oficial de Sergio Moreno, que representa a Horacio Conditi, citó a declarar a Alejandro Héctor Astudiano, quien realizó el Servicio Militar Obligatorio en Campo de Mayo y era el encargado de controlar que los soldados cumplieran con sus guardias.  Resignificar lo vivido Astudiano tardó en relacionar el episodio que involuntariamente presenció con los Vuelos de la Muerte: “Después, con el tiempo, cuando empiezo a entender lo que ocurría en ese momento, supuse que pudo haber sido una de las personas desaparecidas. Yo vi que llevaban a alguien de los brazos y lo subían a un avión. Recuerdo que la persona estaba de civil. Los otros no estaban de civil. Ahí eran todos verdes, todos estábamos de verde. Por eso, destacamos a alguien que estaba de otro color. Estas personas ingresaron al avión con él. Después, posiblemente el sargento me haya hablado y yo me di vuelta. Cuando volví a mirar, el avión ya se iba”, contó. Si bien no logró precisar qué tipo de avión era, afirmó que pertenecía al Batallón: “Era un avión que los chicos limpiaban y cuidaban. Estaba siempre ahí”, describió. No era un avión grande, “calculo que entrarían 10 personas ahí. Twin Otter me suena, probablemente sea ese el avión”, señaló cuando le pidieron precisiones. Los gritos A continuación, Astudiano relató “otro hecho que me llamó la atención”. Durante su paso por Campo de Mayo, el testigo fue soldado dragoniante, un cargo con algo de jerarquía dentro de los colimbas. “Teníamos el beneficio de no hacer guardias de pie, sino que teníamos el control de las guardias”, dijo. Una noche en la que estaba a cargo de una guardia, “me llama un soldado por radio y me dice que escuchaba gritos en el campo. Le avisé a un teniente y fuimos. Cruzamos la pista. Era una noche cerrada. Fuimos con este soldado, preguntándole qué escuchaba. ‘Yo escuché