Canción actual

Título

Artista


La solidaridad tiene cara de madre

Escrito por el abril 18, 2020





(Por Equipo de Comunicación de Madres Víctimas de Trata para La Retaguardia)

De lunes a viernes, a la hora del almuerzo, largas filas de gente desfilan por el pasaje Ciudadela en el barrio de Constitución para recoger, por una ventana del número 1249, su ración de comida: “quinientas cincuenta raciones. Hay personas en situación de prostitución, con graves problemas de salud y con niños chiquitos, me piden leche desesperadamente. Tuberculosis, bajo peso, VIH, etc., etc. …”, revela Margarita Meira, la mujer que lleva adelante este comedor que resulta ser, también, su propia casa.

Y es que cuando las cosas se pusieron estructuralmente difíciles para el barrio y la sociedad argentina en general, también se pusieron difíciles para ella. En sus propias palabras, “hacia 1988 comenzó a desembarcar en la Argentina el neoliberalismo” (cuyas lógicas y políticas venían esbozándose desde los tiempos de los sucesivos golpes militares, pero se instalaron con especial y explícita fuerza en la década de los ’90 luego de la asunción de Carlos Menem). Entre otras cosas, la apertura de las importaciones llevó a Margarita a perder su trabajo como costurera y a ver su situación económica seriamente afectada. “Claro que lo mismo que me pasaba a mí les ocurría a mis vecinos. El hambre comenzó a ser un problema cotidiano, por lo que decidí organizar en mi casa un comedor comunitario que se llamó Madres de Constitución”. Actualmente el comedor dispone de un suministro provisto por el gobierno de la Ciudad, aunque lo que acaba sucediendo es que el mismo resulta insuficiente y Margarita y sus colaboradoras se ven verdaderamente desbordadas.

Poco o nada sospechaba Margarita que tan solo tres años después de la fundación del comedor, en 1991, su hija Susi (cuyo nombre hoy puede leerse tatuado en su brazo) sería secuestrada por una red de Trata para ser explotada sexualmente. Fue con la compañía y la colaboración de su hija que Margarita inauguró el comedor, y fue, a la vez, el secuestro y posterior asesinato de Susi lo que dio comienzo al  arduo camino de búsqueda y lucha que desembocó en la definitiva fundación de Madres Víctimas de Trata en 2015. Durante todos esos años de dolor por la falta de Susi el comedor siguió adelante, y así continúa en la actualidad.

Mucho dista la realidad social de ser una fiesta, y poco tiene que ver la solidaridad con una tarea armoniosa realizada alguna vez a la semana para luego sonreír delante de alguna cámara fotográfica. Bien lo sabe Margarita, que así describía la situación del barrio en su libro autobiográfico que vio la luz el año pasado: “Actualmente se vive pésimo porque tampoco hay trabajo. Quienes más sufren son los de menos edad. El otro día le estaba diciendo a un vecinito que estudie, ya que de otra manera nunca iba a tener un buen trabajo, y muy fresco me contestó que más plata iba a ganar en la esquina, arrebatando celulares o vendiendo droga. Y veo que las nenas, en cuanto se van haciendo señoritas, tienen a los proxenetas rondándoles. No estudian, no trabajan, no están bien en la casa, por lo que no les cuesta mucho a las redes de trata convencerlas”.

Experiencias como esta motivaron la decisión de establecer, en la casa del Pasaje Ciudadela, además del comedor, un centro cultural donde se brindara apoyo escolar y se realizaran diversas actividades artísticas para dar a las niñas y niños del barrio un espacio seguro, que contribuyera a su crecimiento en libertad y les alejara aunque sea un poco del acecho de lxs explotadorxs. Actualmente la situación del centro es complicada, esencialmente por falta de recursos y personal para brindar los talleres. Al parecer, Constitución es un barrio abandonado no sólo en los sentidos social y económico, sino también en el sentido cultural y artístico, tan fundamental para acompañar el crecimiento de lxs más pequeñxs en un contexto de extrema vulnerabilidad. A esto hay que agregar la situación actual, en la cual el apoyo escolar y las clases online con motivo de la cuarentena no llegan a la infancia que apenas si come.

Al hecho de combatir, como se puede, el hambre desde el barrio de lunes a viernes durante todo el año, con o sin emergencia sanitaria, a Margarita se le añade la dolorosa labor de acompañar a las otras Madres, sus compañeras, en la búsqueda de sus propias hijas, desaparecidas para ser prostituidas por las redes de proxenetas y explotadores. Las Madres no descansan. Ningún día del año, ni cinco minutos, ni treinta segundos. Cuando Margarita no se encuentra entregando viandas desde el comedor, está luchando con sus compañeras que buscan a sus hijas, o brindando asistencia y asilo a jóvenes en situación de prostitución que han sufrido desalojos o se encuentran en situación de calle. Todo en la más dolorosa de las soledades: con una escasez de recursos insostenible, casi sin atención mediática, por supuesto sin financiamiento alguno de parte de grupos de interés económico, y sin demasiado tiempo para andar enorgulleciéndose de sus acciones a través de las redes sociales. Así relataba, en los días previos a Semana Santa, la situación en el comedor: “Fue una odisea, la gente se pone en la cola y cuando llega no son los que están en la lista. Nos parte el corazón y ahí hacemos magia todos los días. Damos en viandas por la ventana y en bolsas descartables, no entramos nada de la calle. Nos tenemos que organizar para poder entregar 1500 viandas por el feriado”.

En su célebre obra “Patas Arriba”, Eduardo Galeano expresaba que “A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba a abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder (…) La caridad no perturba la injusticia. Sólo se propone disimularla”. Este es un principio que, consciente o inconscientemente, rige toda la actividad de la organización: el objetivo útlimo que Madres Víctimas de Trata se propone es el de desarmar una realidad de injusticia y opresión dirigiéndose a su misma raíz. Desarticular el entramado de proxenetas y prostituyentes que se benefician, cada uno desde su lugar, de la humillación, la violación, la tortura y la explotación sistemáticas de las mujeres en general, y de las pibas desaparecidas en particular. 

Es desde la solidaridad que cada día del año, con o sin pandemia, Margarita Meira saca  recursos de donde no tiene para contribuir a la alimentación de sus vecinos. Es desde la solidaridad, de igual a igual, en condición de víctima de las mismas garras patriarcales que le arrancaron a su hija, que Margarita asiste a las víctimas del Sistema Prostituyente, y no desde una caridad mentirosa que no se plantea ni por un segundo alterar las relaciones de poder vigentes y la situación de explotación de esas jóvenes, ayudarlas a salir del entramado que las exprime para transformar su salud en ganancias exorbitantes y restituirlas como sujetos de derecho. Es desde la solidaridad, también, que las voluntarias y los voluntarios que componen esta organización aportan su energía física e intelectual cargando con el conocimiento de las dimensiones y la bestialidad del enemigo que enfrentan, y con la constancia, en palabras de una de las voluntarias, de que “somos pocxs, que no damos abasto, porque colaborar contra la trata duele”. 

Ante la cara dolorosa, compleja y desgarradora de un neoliberalismo que castiga con
hambre a los vecinos de Constitución a la vez que se combina hábilmente con los fundamentos patriarcales de nuestra sociedad para extraer ganancias de la mercantilización de los cuerpos de nuestras pibas, la caridad de algunos grupos que se dicen feministas no puede parecernos más que una simple fachada. Las  Madres Víctimas de Trata saben, las Madres Víctimas de Trata entienden que la entrega de alimentos es fundamental, pero que sola y sin lucha contra las relaciones de poder se reduce a mera desviación del foco de la problemática. Las chicas a las que las madres buscan y las chicas a las que las madres asisten en su salida del Sistema Prostituyente se encuentran en situación de vulnerabilidad durante todo el año, en un confinamiento eterno y obligado, haya o no cuarentena obligatoria y su situación límite, de extrema vulneración no se agota, lamentablemente, con asistencia alimenticia, ni con algún vago dictado de frívolos consejos que parecen burlarse de ellas en la medida en que les sugieren modos irreales y ridículos de “acomodarse” en medio de la vulnerabilidad y la explotación.

Ante el carácter ineludiblemente doloroso y complejo de esta realidad que trasciende por lejos la actualidad pandémica, no puede parecernos algo más que hipócrita el acto de reservar el foco mediático a la labor caritativa coyuntural de algunos organismos, ignorando por completo el trabajo de organizaciones como la que trenzan las madres, que luchan durante todo el año y atentan contra las bases de la opresión social.

Surgen de esta reflexión algunas preguntas. ¿Por qué no mencionan jamás, estos organismos tan preocupados por las mujeres en situación de prostitución, a las chicas desaparecidas? ¿Por qué se dedican en cambio a actos simbólicos engañosos como el de heroizar ciertos hechos históricos durante los cuales la libertad de elegir de un grupo de mujeres en situación de prostitución no ha sido más que doblemente atropellada? ¿No es esta otra maniobra más para disfrazar de armoniosa y libre una realidad torturadora que exprime a sus víctimas y las castiga con un punitivismo del que dicen renegar? ¿No es ésta, en definitiva, la violencia simbólica de la que deberíamos hablar?

El feminismo y la confrontación de los problemas sociales que conlleva podrían parecer más fáciles de digerir si sólo hablásemos de falsos empoderamientos; si pudiéramos ser tan inocentes de considerar “actores políticos fundamentales” a quienes son en realidad víctimas de un sistema político opresor inacabablemente impune; si enalteciéramos como hechos heroicos ciertos episodios históricos que en verdad no hacen más que confirmar el continuo avasallamiento de nuestros deseos reales y de nuestra voluntad, y si nos contentáramos encargándonos de los asuntos de un modo más bien superficial y pasajero.

De disimular la injusticia con caridades efímeras y construir una fachada estéril que escamotea el carácter desgarrador y profundamente opresor de esta sociedad que explota mujeres mientras dice defenderlas ya se encargan muy bien los grupos poderosos, esos que disponen de dinero y de tiempo para descansar, y que reciben financiamiento y atención mediática a montones. Lo relevante, y también lo olvidado en la lucha de las Madres es el objetivo de destruir la injusticia a fuerza de solidaridad, y así seguirá siendo cuando la pandemia haya acabado y mucho después. Porque mientras existan la opresión y la explotación habrá madres, militantes y compañeras dispuestas a destruir sus bases y a construir juntas una realidad justa, de igual a igual.

Etiquetado como:

Opiniones

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos obligatorios están marcados con *