La Contraofensiva de Montoneros y los viejos mitos derribados en el juicio
Por LR oficial en Contraofensiva montonera, Derechos Humanos, Gustavo Molfino
El cruce de opiniones entre Alejandro Bercovich y Tomás Rebord reabrió el debate sobre la Contraofensiva de Montoneros. Aportamos aquí testimonios de sobrevivientes y familiares que durante el juicio contribuyeron a desmantelar la teoría de la complicidad de sus dirigentes con la represión genocida.
Redacción: Fernando Tebele
Edición: María Eugenia Otero / Pedro Ramírez Otero
Foto: Gustavo Molfino/La Retaguardia
Todo comenzó en “El Método Rebord”, una serie de charlas/entrevistas televisadas por YouTube. Tomás Rebord dialogó allí con Fernando Vaca Narvaja, uno de los pocos integrantes de la conducción de Montoneros que sobrevivieron a la dictadura. Vaca Narvaja calificó a la Contraofensiva como un éxito. Profundizó lo que pudo en un diálogo que iba por otro lado.
Luego, el periodista Alejandro Bercovich, en medio de un editorial de su programa de radio “Pasaron Cosas”, reflexionando acerca de por qué el periodismo ha perdido credibilidad social, con la intención de criticar la tarea de Rebord, expresó:
La Retaguardia realizó una cobertura especial de los juicios por la represión a la operación político/militar lanzada por los montoneros en 1979 y 1980. Primero en formato de Diario de Juicio y luego con las transmisiones en vivo de las audiencias que llegaron con la pandemia. Allí hemos podido observar de primera mano cómo se fueron desmontando algunos de los mitos que acompañaron a la acción. La Contraofensiva permanecía hasta entonces bajo el cono del silencio, que solo se desvanecía cuando se alzaban voces para demonizarla, ya sea desde la derecha siempre entusiasmada con levantar la Teoría de los dos demonios, como por diversos sectores del campo popular que se sumaban a una crítica cerrada, muchas veces dejando de lado la represión, o directamente otorgándole a la conducción guerrillera responsabilidad en ella. En paralelo, el puñado de militantes que sobrevivieron y las familias de las numerosas víctimas de una represión bestial, se vieron, en general, en la obligación de callar para no ser sometidos/as al despellejamiento público. Ya bastante tenían con sus propios dolores y angustias.
Pero algo cambió el 9 de abril de 2021 con el comienzo del juicio Contraofensiva I. Ya unos días antes, en una entrevista radial, el sobreviviente Daniel Cabezas nos había comentado la pretensión del grupo querellante de poner en debate el “derecho a la resistencia”. Durante el juicio desarrollado ante el TOF N°4 de San Martín se fue clarificando la historia y la mayor parte de aquellos estigmas fueron cayendo estruendosamente.
Interferencias
La operación de la Contraofensiva fue muy compleja. Uno de los mitos que perduran es que se trató solo de una operación militar. Sin embargo, tuvo varias patas más. Desarrollamos algunas. La primera es su componente comunicacional, realizado por las Tropas Especiales de Agitación (TEA). A través de interferencias a los canales de TV abierta, que se llevaron a cabo con equipos de fabricación casera que fueron ingresados de manera clandestina al país por militantes que regresaron desde el exterior, se divulgaron proclamas instando a la población a rebelarse contra la dictadura. También hubo militantes que estaban en el país que se sumaron a esta y otras tareas; es falso que todas las personas que participaron retornaron del exilio.
La convicción
Otra mentira convertida en verdad por repetición durante años es que ser parte de la Contraofensiva tuvo carácter de obligación. Hubo militantes que expusieron públicamente sus diferencias y se fueron, Juan Gelman y Rodolfo Galimberti, entre los más notorios; y quienes hicieron notar más íntimamente que no la veían. En el juicio declaró Pilar Calveiro, la politóloga que se atrevió a revisitar críticamente la militancia de los 70 en varios de sus trabajos con enorme lucidez. Calveiro relató en su testimonio que cuando su esposo Horacio Campiglia, alias Petrus, le comentó el plan, ella le expresó su opinión en contra. Calveiro, quien había sobrevivido a la ESMA, estaba en desacuerdo con la misión: “No veía demasiada posibilidad en este proyecto de Montoneros, y a mí me parecía que era importante esperar; o sea, esperar, salvar las vidas posibles, esperar y luego tomar otras decisiones. Podríamos decir, barajar y volver a tirar”. Campiglia era miembro de la Conducción Nacional, y militaba la idea de retornar al país para horadar la base de miedo y plata dulce en la que se sostenía la dictadura. En su declaración judicial desde México, Calveiro dejó en claro que nadie imponía la participación:
Por si pudiera pensarse que el debate político se debiera en ese caso solo a que eran pareja, Calveiro se refirió a la voluntad de quienes no pensaron como ella: “Creo que es importante marcar que quienes retornaron en la Contraofensiva estaban convencidos de que tenían la posibilidad… Estaban convencidos de que, de esa manera, sostenían una lucha que, para ellos, era relevante, y lo hicieron de manera voluntaria”. Suena contundente en la voz de alguien que no se sumó. Campiglia intentó reingresar al país, pero las largas garras del Batallón de Inteligencia 601 lo secuestraron en Río de Janeiro junto a Mónica Pinus. La desaparición de Petrus es una de las pruebas de que no es verdad que la Conducción haya permanecido a resguardo mientras el resto de la militancia se exponía.
La pata político/sindical
Además de la comunicacional, la Contraofensiva tuvo otra herramienta política fuerte: varios de sus cuadros tuvieron la tarea de retomar contactos políticos, y otros la de reinsertarse en fábricas para poder fogonear la resistencia entre los trabajadores que sufrían el ahogo de las políticas económicas de la dictadura. Varios cuadros altos de la organización volvieron y se sumaron a otras personas que permanecían en una suerte de exilio interno con la finalidad de reinsertarse en fábricas para provocar huelgas.
Las armas
De la que más se ha hablado es de la pata militar de la Contraofensiva. No ha sido por casualidad. Si bien las Tropas Especiales de Infantería (TEI) realizaron una serie de atentados que tenían como objetivo al equipo económico del gobierno de facto, que se hablara de la Contraofensiva durante 40 años exclusivamente como una operación militar fue parte de uno de los objetivos clave de la dictadura. Mientras aniquilaba de manera sistemática con secuestros, torturas, desapariciones y robos de bebés, también había una tarea que corría en paralelo: la etapa de demonización. Que por cierto fue muy efectiva. Observando la época con anteojos del momento, no parecía muy posible pensar en otras formas de lucha desvinculadas de las armas, aunque hoy pueda parecer inapropiado.
Entrar para rescatar
Otra historia reveladora de este juicio contribuye a desmontar el mito de que los y las militantes entraban para quedarse. El rol de Gustavo Molfino fue bien diferente: reingresó al país para rescatar a dirigentes de las Ligas Agrarias, la rama campesina de Montoneros, que estaban cercados por la represión. Así fue que el hoy fotógrafo entró al país. Lo contó durante el juicio:
El caso de la familia Molfino también es prueba tanto del alcance planetario de la represión como de que la campaña de demonización fue tan dura que evidentemente todavía mantiene impregnados en las ropas sociales varios aromas de rancios estigmas. Montoneros había instalado una base operativa en Lima, Perú. Tenían el convencimiento de que podía ser un buen punto de enlace antes de entrar o al salir. de Argentina. Nunca imaginaron que la Inteligencia del 601 pudiera operar ahí, incluso llevando consigo a Federico Frías Alverga, quien ya estaba secuestrado de Campo Mayo y al que usaron de carnada para atrapar a más militantes. En Perú, entre otras personas, estaban Molfino y su madre, Noemí Esther Gianetti de Molfino. También la responsable del grupo de comunicaciones y enlaces, María Inés Raverta, la mamá de Fernanda, hoy a cargo de la ANSES. En la “cita envenenada” entre Frías y Raverta, más allá del intento del prisionero por engañar a la patota, secuestraron a María Inés. Unas horas después cercarían la casa operativa. Ante la mirada de Gustavo Molfino, que permanecía alerta en la calle en alerta por la demora en regrasar de Raverta, vio como llegaban a “reventar la casa” en la que solo permanecía su mamá. Alcanzó a avisarle a través de un teléfono público. Ella le dijo: “Salvate vos, que tenés toda vida por delante”. A pesar de que fue secuestrada en Lima, el cuerpo de Mima, como le decían, apareció sin vida en la habitación de un hotel de Madrid, previo paso por Campo de Mayo. La operación de prensa consistió en negar las desapariciones. “Ven, están de joda en Europa”, podía leerse no tan entre líneas. Los efectos de aquella campaña llegan hasta nuestros días.
El éxito
Cuando Vaca Narvaja, invitado en plan larga charla de café por Rebord, se refirió a la Contraofensiva y la calificó como un éxito aun cuando intentó profundizar, seguramente no reparó en la repercusión recortada que tendría tal definición. Tampoco parece haber pensado en las familias de las personas que sufrieron la represión en carne propia. Que continúan desconociendo qué sucedió con sus seres queridos. Que solo saben que fueron ferozmente torturadas, pero no qué hicieron después con sus cuerpos. Para esas familias, la Contraofensiva fue bastante más compleja que una simple definición en términos de éxito o de fracaso. Sin embargo, el dirigente montonero cayó en esa falsa dicotomía. Es posible pensar que la Contraofensiva, con toda su complejidad, tal vez cargue en su cuenta con parte de ambas. Lo que menos conviene a la hora de analizarla en toda su dimensión es reducirla a una sola palabra, sea cual fuere. Porque de esa manera se la simplifica. Y a ese reduccionismo solo se le pueden sumar debates que confunden más que lo que clarifican.
Puede suponerse que Vaca Narvaja tal vez haya intentado mostrar la línea que otro integrante de la comandancia, Roberto Cirilo Perdía, desarrolló con más tiempo y solvencia durante su testimonio en el juicio: que la dictadura cayó erosionada también por la Contraofensiva. “En Uruguay duró 12 años. En Chile, con Pinochet, 17. En Bolivia 18 y en Brasil 24 años”. Remarcó Perdía para señalar que el promedio de las dictaduras del cono sur fue de 17 años. “No incluyo a Paraguay porque, bueno… con Stroessner el promedio se iría mucho más alto”, aclaró. “En Argentina duró 7 años. Eso no fue casualidad. Eso se debe al sacrificio del pueblo argentino y sus organizaciones. Por eso duró 10 años menos. Fueron 10 años más de libertad. Ese es el fruto alcanzado, aunque el objetivo era mayor”.
Las caídas
Los juicios Contraofensiva I y II demostraron que las denuncias de una posible complicidad de dirigentes montoneros con la dictadura no existieron. No había contexto mejor para probarlo. Pero ni siquiera las defensas de los 6 condenados recorrieron ese camino. La abultada documentación de Inteligencia desclasificada por el gobierno de Estados Unidos, y la que se halló de la Inteligencia argentina simplificaron el asunto: la masacre se fundó en tareas de Inteligencia del 601 reforzadas con los datos que salieron de las torturas a las personas secuestradas. Lo dicen los propios victimarios. Lo dejaron escrito. Todo eso hubiera sido innecesario de haber existido aquel acuerdo de cúpulas.
Avances y retrocesos
Susana Brardinelli fue siempre de las primeras en llegar a la sala de audiencias mientras el juicio se realizó de manera presencial. Cuando se iban completando las sillas, ella se acercaba a cada una de las personas asistentes. Con un candor especial, les repartía una sonrisa y una flor roja tejida por Irma, su mamá de 93 años. Susana participó de la Contraofensiva de dos modos: primero regresando junto a su esposo Armando Croatto, quien había sido diputado nacional en 1973 y fue asesinado durante la Contraofensiva en un operativo en Munro. Una cita tramposa en la que también cayó Horacio Mendizábal, otro miembro de la Conducción cuyo rol fue asumir otros riesgos. Tras la caída de Croatto, Brardinelli salió del país y asumió un rol más activo como parte de la Guardería de La Habana en la que quedaban los niños y niñas de quienes regresaban. Su hija Virginia, una de aquellas niñas, le dio formato documental audiovisual a aquella experiencia. Con la misma simpleza con la que convidaba las rosas, Brardinelli culminó su testimonio con una serie de consideraciones pertinentes para cerrar este aporte al debate: