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La Retaguardia

Miriam Lewin: «Hubo una suerte de injusticia dentro del proceso de justicia»

Por LR oficial en Derechos Humanos, ESMA, Justicia, Lesa Humanidad

Así se refirió la periodista y ex detenida-desaparecida a la sentencia por los delitos cometidos en el ex Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio conocido como Virrey Cevallos. Tres represores fueron condenados: le dieron 15 años al excomandante de la Fuerza, Aérea Omar Rubens Graffigna, quien intentó hacerse pasar por senil. Jorge Monteverde, civil de Inteligencia de la Fuerza Aérea fue condenado a 13 años y Enrique Monteverde, su hermano, también civil y agente de inteligencia, fue absuelto. En el programa Oral y Público, Fernando Tebele comentó el fallo con Lewin, quien pasó por Virrey Cevallos y luego fue llevada a la ESMA. (Por La Retaguardia)

«Hubo una suerte de injusticia dentro del proceso de justicia. Es como si en la megacausa ESMA hubieran sido juzgados un par de guardias, un par de verdes y Massera, y hubieran quedado afuera El Tigre Acosta, Astiz, Pernías, Donda, etc. Eran solamente tres los acusados: Graffigna, que no era en ese momento todavía miembro de la Junta, sino que estaba allí por su posición en la cadena de mandos, y dos agentes civiles de inteligencia, hermanos, en ese momento muy jóvenes (21 y 25 años), miembros de la patota, el grupo de tareas», recordó la periodista. «A uno le decían Sota, a otro Quique, y yo los conocía porque eran guardias del lugar mientras yo estaba detenida-desaparecida en ese centro clandestino de detención y torturas. Estaba en pleno centro de la Capital Federal, era una casa operativa del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. Por supuesto, ellos no me decían mientras yo estaba ahí a qué Fuerza pertenecían. Yo lo fui deduciendo por ciertos indicios, pero además me fue confirmado cuando llegué a la ESMA, porque mis compañeros conocían los enlaces entre la Fuerza Aérea y la Marina», explicó. «De hecho, no fui la única que pasó de una Fuerza a otra, también ocurrió con Patricia Roisinblit que fue a dar a luz a su hijo Rodolfo (Guillermo Rodolfo Pérez Roisinblit, nieto recuperado) en los sótanos de la ESMA. El sabor amargo es la absolución de Quique. Supongo que esto tiene que ver con que mientras El Sota (Jorge Luis) Monteverde permaneció activo como agente de inteligencia civil en la Fuerza Aérea hasta 2007, su hermano dejó de pertenecer en septiembre de 1977. Pocos meses después de que se fugara de Virrey Cevallos Osvaldo López, otro sobreviviente», advirtió sobre el represor absuelto. «Nosotros no conocemos los fundamentos, recién se conocerán en febrero, pero todos los hechos juzgados fueron cometidos antes de septiembre de 1977. No se entiende bien por qué, habiendo dejado de pertenecer a la patota en septiembre de 1977 este hombre resulta absuelto. Con respecto a El Sota y la duda de cómo llegó estando en la Fuerza hasta 2007 sin que lo identificaran, eso es lo que yo me pregunto. Nosotros no lo habíamos podido reconocer. Este es un juicio tardío. Con Osvaldo López le pedimos insistentemente al juez Rafecas que acelerara esta causa, pero venía a la cola, era un centro clandestino pequeño, con pocos sobrevivientes y nosotros veníamos reclamando que se nos mostraran las fotografías de los integrantes del Cuerpo de Inteligencia de la Fuerza Aérea desde hacía años», aclaró Lewin. «Primero, nos mostraron las de Mansión Seré, y allí había una gran cantidad de policías bonaerenses y muy pocos integrantes de la Fuerza Aérea, así que casi no hubo reconocimientos positivos. Cuando, después de un tiempo, llegó el momento de dar empuje y acelerar la instrucción, no es culpa de Rafecas, sino de que el juzgado está absolutamente desbordado», señaló.
«Cuando pudimos acceder a las fotografías, todos los sobrevivientes por separado, pudimos reconocer a varios integrantes de la patota del grupo represivo que funcionaba en Virrey Cevallos. Entre ellos estaban los hermanos Monteverde, pero hubo muchos otros reconocimientos positivos que por alguna razón que no alcanzamos a entender no fueron incluidos en esta causa», planteó. «El que sí fue detenido hace algunos meses es un oficial de la Fuerza Aérea de apellido Espina (Jorge Alberto) pero no fue incluido en esta etapa del juicio y va a ser juzgado por separado. Vamos a hacer toda la fuerza posible para que, al menos, algunos de los otros reconocidos en las fotografías sean sumados a este nuevo juicio», contó Lewin.

La impunidad en nuestras narices

«Virrey Cevallos era una casa operativa de la Fuerza Aérea, tenían varias en la Capital Federal. El Tribunal dio instrucciones para que se investigue la existencia de una casa en la calle Franklin, cerca del Cid Campeador, de donde se escapó un compañero de apellido Bufano. Inmediatamente, esa casa fue desactivada, pero funcionó allí un Centro Clandestino de Detención y Tortura. La mayor parte de la gente que pasó por Virrey Cevallos fue después derivada a otros Centros Clandestinos de Detención. Fue secuestrado Osvaldo Lanzillotti hacia fines de mayo de 1977 y después fue visto en la Comisaría de Castelar y Mansión Seré, que eran otros Centros Clandestinos de Detención del circuito represivo de la Fuerza Aérea», contó. Lewin agregó: «Yo no había podido ubicar la casa geográficamente dentro de la ciudad, lo único que sabía por los comentarios que escuchaba del otro lado de la puerta de la celda es que estaba a pocas cuadras del Departamento Central de Policía porque ellos a veces decían ‘no hay lugar en el garage, andá a estacionar en el playón del departamento’ y además porque me traían comida que tenían los logos de las pizzerías o restaurantes donde la compraban y todo indicaba que estaba en el barrio de Monserrat. No sabía exactamente dónde, además cuando me trasladaron a la ESMA me dijeron que la casa iba a ser demolida por el ensanchamiento de la 9 de Julio. Entonces, cuando fui a la CONADEP en 1984, fui a recorrer la zona con Eduardo Lázara -hijo de Simón Lázara, diputado socialista- y detectamos una casa demolida al lado del teatro Margarita Xirgu. Pensé que era eso, pero no era», reconstruyó. «Se pudo detectar porque el hermano de un secuestrado reconoció a uno de los participantes del secuestro de su hermano en el colectivo, lo siguió y lo vio entrar a esta casa, sacó una foto y la llevó al CELS. La encargada de documentación del CELS, en ese momento, habiendo leído mi testimonio, se imaginó que podía ser el lugar donde me habían tenido secuestrada», recordó. «Yo lo reconocí, no porque el frente me resultara familiar porque nunca lo había visto y era distinto de cómo lo había imaginado. Era más rectilíneo, yo me había imaginado por la decoración de la casa que tenía volutas. Pero en un edificio de al lado había unos toldos de lona rallados, eran muy comunes en una época. Eran verdes y blancos. Yo los había podido ver con el rabillo del ojo una vez que el médico recomendó, y fue la única vez, que me llevaran a tomar sol a la terraza. Me llevaron encapuchada pero me dijeron que levantara la capucha o el antifaz y pude ver hacia la izquierda del edificio donde estábamos, este toldo. Eso me sirvió para corroborar que era esa casa», detalló Lewin.

Conviviendo con vidas domésticas

«El hecho de que fuera una casa particular nos hace pensar que los vecinos pudieron haber escuchado cosas. Nosotros escuchábamos los ruidos, la vida doméstica de las familias que vivían alrededor, pared de por medio con nuestras celdas: canciones de feliz cumpleaños, el ruido de televisores, de platos lavándose, juegos de chicos, todo eso se escuchaba porque estábamos en medio de la manzana. Donde estábamos es un piso bandeja sobre un patio trasero donde hay dos celdas, una en cada extremo, y están comunicadas por una suerte de corredor», recordó. «Esas celdas tenían puertas ciegas, no rejas, de manera que no podíamos ver al exterior ni vernos el uno al otro. Yo compartí una semana o diez días de cautiverio con Osvaldo, pero lo único que pude fue escuchar su voz, nunca le vi la cara. Osvaldo, cuando se escapó, me quiso liberar a mí y no pudo porque el mecanismo por el cual la puerta estaba asegurada era inviolable, al contrario del de él, que estaba encadenado por una pierna y esposado, pero la puerta era mucho más fácil de violar porque tenía un barral suspendido de dos ganchos. Él se liberó de la cadena que estaba mal asegurada y de las esposas que le quedaban flojas y rompió la puerta», contó Lewin.
Por último, la periodista se refirió a su cautiverio en la ESMA, que operaba con casaquintas a las que eventualmente se trasladaba a los detenidos desaparecidos: «Durante mi secuestro en la ESMA me llevaron a una casaquinta en Del Viso, que era la casa de la familia del torturador Antonio Pernías. Varias veces quisimos ubicar esa casa y no tuvimos suerte».