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Cormillot y el negocio de la gordofobia

Escrito por el agosto 27, 2022


Alberto Cormillot no necesita presentación, lleva décadas en la televisión, en radio, diarios, revistas, en las estanterías de las librerías y en redes sociales, haciendo negocios no con la salud, sino con el gordoodio y la gordofobia. ¿O vamos a decir que un pesaje de eliminación como los de Cuestión de Peso, transmitido en vivo y con primeros planos de los rostros sufrientes de quienes debían pesarse, era realmente una instancia de fomento de los hábitos saludables y del amor propio?

Redacción: Chechu Rodríguez
Edición: Tamara Alfaro Moreno/Pedro Ramírez Otero
Ilustración: Chechu Rodríguez/La Retaguardia


El pasado martes, en el programa La Puta Ama, de Florencia Peña, volvió a tocar el tema en el que se especializa y decidió explicar cómo la pérdida de peso impacta en la relación con el propio cuerpo y en las reacciones de los demás, de la siguiente manera:

“El ejemplo que yo doy es la gordita de la oficina. Si sos una chica que pesa 120, 130 (kilos) en la oficina, muy posiblemente, tus amigos, si te ponen una mano encima, te la ponen como un buen compañero. Si vos bajás 30, 40 kilos, ya dejan de ponerte la mano encima como un buen compañero, y te ponen la mano encima con otra intención… ¿No? Eso puede parecer una discriminación, pero es así”. 

Un guiño a la misoginia, a la heteronorma, al gordoodio y al acoso laboral, coronado con una lavada de manos. 

Alberto Cormillot comienza su diatriba usando el término “gordita”. Y las personas gordas reconocemos cuándo el diminutivo responde al cariño y cuándo a la condescendencia, porque recibimos muchísima de ésta última: todos los días, en cualquier ámbito, alguien nos explica algo sobre nuestro cuerpo y el sobrepeso, como si fuéramos infantes que viven dentro de un termo: en un tono que puede variar entre el cariño, la pena e incluso el regaño, recibimos sugerencias sobre ejercicios, dietas, recetas y gimnasios. Se nos hace notar que tenemos sobrepeso o que éste ha aumentado. Nos enumeran todos los problemas de salud que podría provocar el sobrepeso y/o todos los beneficios de perderlo. Nos comentan cuánto más levante podríamos tener bajando de peso o se ponderan los aspectos más agradables de nuestra personalidad a modo de premio consuelo… 

“Gordita/o” funciona de la misma manera que términos como “muñeca”, “chiquita”, “nena” o “minita”: disminuyen a la persona a la que se están refiriendo. Y así como el mansplaining infantiliza a las mujeres, el thinsplaning, es decir, las explicaciones condescendientes que recibimos las personas gordas sobre nuestra salud, nuestros cuerpos y nuestros vínculos sexoafectivos, entre otros temas usuales, por parte de personas no-obesas, nos coloca en un lugar similar, nos infantiliza. 

Sorprendiendo a nadie, Cormillot añade al thinsplaining una pizca de misoginia y heteronorma: valida el acoso sexual en el ambiente laboral y la mirada masculina como indicadores de la belleza femenina, asocia la delgadez con la belleza, la gordura con la fealdad, cosifica a la mujer y asume la heterosexualidad de todas las personas involucradas en la situación. 

Y además, culpa a la gordita de la oficina por la falta de interés sexual que, supuestamente, sus compañeros de trabajo manifiestan hacia ella: sólo necesita perder 30 o 40 kilos (ni más ni menos que del 25% al 33% de su masa corporal) para que ellos comiencen a tocarla sexualmente.  

En el imaginario social, las personas delgadas son más exitosas económica y socialmente: se cree que gozan de mayor control de sus impulsos, que son emocionalmente más estables, más organizadas, más productivas, se asume que hacen un esfuerzo por mantenerse así, una suerte de meritocracia estética. Por el contrario, se asume que una persona es gorda porque carece de autocontrol, porque no tiene fuerza de voluntad, porque no es capaz de comprender en profundidad las consecuencias de sus decisiones, porque es perezosa y descuidada o porque no se ama (sin mucho esfuerzo, aquí también podríamos establecer un paralelismo entre el estereotipo delgado con el masculino y el estereotipo gordo con el femenino). Así, el sobrepeso sería el signo visible de la improductividad, algo completamente indeseable para el capitalismo. O de la resistencia a los cánones de belleza hegemónicos. O aún peor: a ambos, si se trata de una persona gorda que se siente feliz, orgullosa, cómoda consigo misma, deseable. 

De aquí (y no del peso o el tamaño) proviene el rechazo y la discriminación que sufren las personas gordas, la cual no se limita a los vínculos sexoafectivos: la vemos en las escuelas en forma de bullying, en los trabajos en que la “buena presencia” no incluye sobrepeso. También lo notamos en los uniformes escolares y laborales que debemos pagar aparte para que sean hechos a medida, en la ropa que no conseguimos o que pagamos mucho más cara. Ni hablar de los asientos de cualquier transporte en los que no cabemos y en la multitud de imágenes que vemos a diario en redes sociales, publicidades, TV, etcétera, en las cuales nuestros cuerpos sólo aparecen para vendernos algún producto de belleza, a modo de inclusión forzada y marketinera.  

Esto, todo esto, es gordofobia: “Acciones, discursos y prácticas que prejuzgan, burlan, rechazan, marginan y vulneran los derechos de las personas bajo el pretexto de la gordura” (Anybody Argentina). Y el resultado de la gordofobia es el gordoodio, el rechazo, la discriminación y la violencia que sufren las personas gordas, por el sólo hecho de ser gordas (Anybody Argentina). Y el resultado del gordoodio son el autoodio y los trastornos alimenticios. 

Cormillot cierra con “eso puede parecer una discriminación, pero es así”. Y sí: efectivamente todas las personas gordas hemos sufrido, al menos una vez, el rechazo o la invisibilización por nuestro sobrepeso, lo cual es discriminatorio. Pero lo dice a modo exculpatorio, como si no fuera él quien trae este discurso cargado de prejuicios a la televisión de aire. Con la frase final, Cormillot se corre del lugar de formador de opinión que efectivamente ocupa, se desliga de los prejuicios que él mismo ha ayudado a consolidar durante años y con los que se ha llenado los bolsillos. 

En unos pocos segundos en televisión abierta, Cormillot se las arregló con un “es así” para naturalizar y convertir en sentido común toda la discriminación, el maltrato, la humillación,el miedo, el aislamiento, toda la invisibilización que sufrimos las personas gordas. Y ninguna (¡ninguna!) de las personas que estaban en el programa dijo nada al respecto. Quedará para otro momento debatir qué responsabilidad tienen los medios de comunicación en la difusión de discursos de odio como éstos. 

La disculpa que publicó luego —grabada a las apuradas, sin pensarla demasiado, en el auto, camino al trabajo y ojalá no conduciendo— es más de lo mismo: que viene denunciando la discriminación que sufren las personas gordas desde hace 60 años y que lo seguirá haciendo, cual aliado de nuestro activismo gorde —activismo gordo que incluye a todas las identidades sexogenéricas—. 

Él, que ha hecho de la discriminación gordofóbica un negocio. 

Él, que en todo este ejemplo, ni en sus disculpas,  mencionó el concepto de salud. 


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