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Javier Milei y la fuerzas del cielo

Escrito por el diciembre 9, 2023


¿Por qué jurará mañana el presidente al asumir su cargo? ¿Por la “libertad”? ¿Por Menem? ¿Acaso por el Rey David? Demasiadas preguntas. En esta nota, algunas certezas acerca de su vínculo con el judaísmo, tan poco claro como casi todo lo demás.

En el mundo existen tres grandes religiones monoteístas: judía, cristiana y musulmana. Las tres nacieron en Medio Oriente y, en las tres, fluyen diversas corrientes internas.

La que ahora me interesa, en virtud de la conversión del presidente electo, es la más antigua de este trío: la judaica. 

Existe un judaísmo que suele llamarse “cultural”. Lo componen personas y familias de escasa o ninguna participación religiosa pero que sostienen algunas de sus tradiciones más significativas: ritos, palabras, fiestas, comidas. Contiene a buena parte de la colectividad. Y en ciertas zonas, quizá a la mayoría.

Hay otros criterios de distinción. El étnico es uno de ellos. Por haberse desarrollado casi en veinte siglos, fuera de su territorio original, la “diáspora” (dispersión) configuró una significativa diversidad étnica: sefardíes en España; asquenazíes en Alemania; yemitas, sirios, bagdadis; y, en Argentina, hasta tenemos “gauchos judíos”.

Pero la división más importante y decisoria es la teológica; la que surge de las entrañas de sus creencias, la que conduce a prácticas y estilos culturales muy definidos.  Existen diferentes clasificaciones, las más comunes distinguen entre ortodoxos y ultraortodoxos, conservadores, reformistas y reconstruccionistas.

Los últimos tres, con diferentes formas y diversas motivaciones, intentan dialogar con la época y buscan su adaptación a los cambios de la sociedad moderna. Los primeros, en cambio, son inflexibles a cualquier reinterpretación de la Torá (cinco primeros libros de la Biblia) y se mantienen firmes en su lectura literal. Entre estos se encuentra la Jabad-Lubavitch, fracción a la que adscribe Javier Milei y cuyo máximo referente histórico es el rabino Menachem Mendel Schneerson, criado en la Ucrania soviética ―de la que su padre fue condenado al exilio― y fallecido en Nueva York el 12 de junio 1994. Para muchos, por su carácter de “milagroso”, se trata del mismísimo mesías prometido por Dios al pueblo hebreo.

La Lubavitch, fundada en el siglo XVIII en la población rusa que le da su nombre y que significa “Ciudad del amor”, es la organización judía que más ha crecido en los últimos años. Su objetivo principal es que el pueblo creyente cumpla, al pie de la letra, los preceptos contenidos en la Torá. Curiosamente, su crecimiento es análogo al producido en el cristianismo y en el islam. En el caso cristiano, conocemos bien a los evangélicos llamados “pentecostales” y a los católicos militantes del Opus Dei y organizaciones similares como los Milis Cristi. En ambos grupos, la literalidad de los textos bíblicos y la crítica a la modernidad son ejes fundamentales. Y en todos los casos, incluyendo a los islámicos, las divergencias sexogenéricas son absolutamente inaceptables. En este asunto, la Biblia no ofrece dudas, Dios le dijo a Moisés: “No te acostarás con un varón como si fuera una mujer: es una abominación” (Levítico 18, 22). Y después fue a fondo, sin vueltas: “Si un hombre se acuesta con otro hombre como si fuera una mujer, los dos cometen una cosa abominable; por eso serán castigados con la muerte y su sangre caerá sobre ellos” (Levítico 20,13). La literalidad no tiene concesiones, Adán y Eva fueron hechos de barro.

Hace apenas dos años el presidente electo, nacido en familia de tradición católica,  incursionó en el judaísmo. Sus mentores fueron Axel Wahnish y David Pinto Shlita, rabinos residentes en Argentina. Y según dicen sus biógrafos no autorizados, Milei afirma que Dios le habló con la misma claridad que lo hizo con Moisés. “Serás el próximo presidente”, le dijo.  “¿Pero cómo podré lograrlo sin aparato político?”, suponemos que le contestó. La respuesta divina fue inspiradora: “La victoria en el combate no depende de la cantidad de las tropas, sino de la fuerza que viene del Cielo” (Biblia, Macabeos 3,19). Y así se lo creyó. Y así lo reiteró en cuantas ocasiones lo consideró necesario. Y así habría ocurrido, según su más íntimo convencimiento. Creer o reventar, diría mi madre. En las brujas no creo, pero sus escobas parecen advertirse.

Antes de las PASO fue a visitar la tumba del mesías. Después del balotaje, volvió para agradecer. Es que Menachem Mendel Schneerson, el rabino milagroso, habría hecho lo suyo. 

El “Rebe” de Lubavitch, como también lo llaman, suele ser considerado “la más grandiosa personalidad judía” de estos tiempos; no sólo por su influencia religiosa sino también por su impacto en lo ideológico. Como furibundo anticomunista, por ejemplo, promovió la destrucción de toda política que pueda sospecharse cercana a cualquier tipo de socialismo.

Sus vínculos políticos fueron mucho más estrechos con Estados Unidos, donde vivió sus últimos 53 años, que con Israel. Es que mayoritariamente, los ortodoxos y los ultras rechazan al sionismo. Aunque algunos participaron (y participan) del Estado israelí, su preocupación central es religiosa, de allí el desinterés relativo por la constitución de un Estado. No obstante, igual que otros de esa corriente interna, el Rebe produjo un giro funcional de naturaleza teológica con gran impacto político. La necesidad de minimizar la pérdida de los códigos religiosos judíos le hizo justificar la militarización y la mano dura contra los palestinos.

Podemos imaginar que ese impacto, además, supo inspirar en su momento a Donald Trump, ―quien también acudió a los poderes milagrosos del Rebe para lograr su elección― y a Javier Milei en la actualidad, a trasladar las embajadas de Tel Aviv a la ciudad de Jerusalén, símbolo fundamental de derrotero judío. Allí se encuentran las ruinas del Templo de Salomón, principal santuario del pueblo israelita, paredes que albergaron ―según la Biblia― el Arca de la Alianza. Claro que también, en la misma ciudad, se conserva la historia germinal de los islámicos y los cristianos. Lo que convierte a Jerusalén en lugar de encuentro, aunque también de disputa. Pero eso no importaría. La supremacía hebraica estaría por encima de toda especulación  

La libertad religiosa es un valor consagrado en la Constitución Nacional. Pero, sobre todo, es un bien que merece ser cuidado, protegido e intensamente respetado. Será Milei, según parece, el primer presidente argentino que asuma como judío. No sabemos si ya fue circuncidado. No importa si el prepucio lo tiene entero. Lo que importa, es que conserve entera su voluntad por oír, sin retaceos, al Dios los judíos, el mismo de cristianos y musulmanes: 

“¡Ay de los que promulgan decretos injustos y redactan prescripciones onerosas para impedir que se haga justicia a los débiles y privar de su derecho a los pobres de mi pueblo, para hacer de las viudas su presa y expoliar a los huérfanos! ¿Qué harán ustedes el día del castigo, cuando llegue de lejos la tormenta? ¿Hacia quién huirán en busca de auxilio y dónde depositarán sus riquezas?” (Biblia, Isaías 10, 1-3)

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