Canción actual

Título

Artista


Cristina Zucker


La cantante Lidia Borda fue testigo en el juicio. Lo hizo porque su madre fue pareja durante un año y medio de un integrante de una de las patotas de Campo de Mayo, en fecha coincidente con una etapa de la Contraofensiva. Borda aportó sus recuerdos de adolescente, entre los que se encuentra haber tenido en su propia casa un cenicero y un medallón que, todo indica, pertenecieron a Ricardo Marcos Zucker y Verónica Cabilla, secuestrados en la Terminal de Ómnibus de Retiro y desaparecidos luego de haber pasado por Campo de Mayo. (Por El Diario del Juicio*)  📝 Texto 👉 Fernando Tebele   💻 Edición  👉 Martina Noailles 📷 Fotos  👉  Julieta ColomerColaboración  👉 Diana Zermoglio  Un rumor poco frecuente recorre la sala mientras Lidia Borda ingresa para dar su testimonio. Tal vez sea por el reconocimiento que tiene como cantante. Quizá tenga que ver con que no se relaciona su figura con haber sufrido un trauma personal durante el genocidio. “No sabía que tenía algún familiar desaparecido”, murmura alguien con poco bagaje informativo acerca del juicio. Borda, en realidad, no está aquí porque sea una figura pública. Ni por lo que el genocidio le llevó. Más bien por lo que le trajo. Y eso queda en evidencia apenas comienzan las preguntas, cuando promete decir la verdad. —¿Dejó sus datos por secretaría? —consulta el presidente del tribunal, Rodríguez Eggers, como cada vez.—Sí.—¿Su nombre? —pregunta, como parte del cuestionario inicial.—Lidia Elba Sciarelo —responde Borda, sorprendiendo a más de una persona. Se produce allí un silencio, porque la secretaria del juzgado la había anunciado por su nombre artístico, por lo que Pablo Llonto, abogado querellante, pide que se tenga en cuenta que se la citó con su nombre artístico, y que se deje constancia de que su nombre real es otro. Nunca se sabe dónde clavarán sus uñas los imputados en alguno de sus intentos desesperados por quedar prendidos al muro alto de la impunidad. Lidia tal vez sienta un nerviosismo incomparable con el de cualquier escenario. Le costó acomodarse en la silla. Acaba de mirar varias veces hacia el público buscando a su hijo, que la acompaña. El joven estaba en la primera fila, pero lejos de su madre. Tras esa búsqueda casi desesperada, no duda en reubicarse y queda exactamente a sus espaldas. Lidia tiene el pelo atado, pero se lo suelta, como si desanudara algo más que su cabello antes de comenzar a contar su historia, que no es de las que habitualmente se hayan podido escuchar en este juicio. Sólo es comparable con el histórico aporte realizado por Pablo Verna, el hijo del genocida Julio Verna, quien aportó datos relevantes sobre el accionar de su padre. Lidia va a hablar de su convivencia con un militar de Campo de Mayo, quien fuera pareja de su madre durante un año y medio, coincidiendo en tiempo y espacio con una de las etapas de la Contraofensiva de Montoneros. “Neri Roberto Madrid, se llamaba”, arranca tras el pie que le da la fiscal Sosti. “Era pareja de mi madre, Nora Lidia Borda. Ellos eran vecinos, porque él se había mudado con su familia al lado de mi casa. Comenzaron una relación sentimental con mi mamá. Al poco tiempo él se vino a vivir a mi casa, en Moine y Bufano, en Bella Vista, muy cerca de la puerta 4 de Campo de Mayo”. Entre los recuerdos que tiene por haber habitado la zona, destaca que “circulaban todo el tiempo camiones. Yo tenía 13 años. Él era Sargento pero lo ascendieron a Sargento Primero de Caballería. Él trabajaba en Campo de Mayo”. Él, dice reiteradamente, y tratará de no nombrarlo salvo que se lo pregunten. A partir de ese instante, comienza a relatar detalles de un calvario que podría ser el de cualquier familia con un hombre violento en el hogar, pero en este caso con el agregado que tuvo, además, que fuera parte integrante de una de las patotas que operaba en Campo de Mayo. “Él contaba distintas escenas referidas a su trabajo. Alardeaba de su machismo. Dormía con un revólver debajo de la almohada. Era golpeador. Golpeaba muchísimo a mi mamá. A mí también”, señala Lidia, probablemente reviviendo el dolor de aquella etapa. Objetos aparecidos Si uno de los objetivos de la desaparición de los cuerpos tal vez haya sido borrar los rastros no sólo corporales de las personas secuestradas, cada objeto que aparece es una manera de fijar sus historias personales en la historia colectiva. En este juicio ya se han vuelto visibles cartas, cintas grabadas, mensajes sonoros, fotografías, dibujos. Y en esos objetos aparecidos probablemente se juegue un contrapeso de la desaparición, que, por supuesto, nunca alcanzará para emparejar la balanza y mucho menos para mitigar el dolor. La importancia del testimonio de Lidia Borda está por surgir de la mano de esos objetos. Un cenicero y un medallón son los vínculos que conectan la sufrida historia familiar de la cantante con la desaparición de militantes de la Contraofensiva. “Un día mi mamá me llamó y me mostró una serie de objetos. Bajó de un estante del placard de su habitación un cenicero. En aquella época había unos ceniceros de madera de unos 10 o 12 centímetros de alto. Era rústico con tallas de estilo indígena, como de artesanías. Ese cenicero tenía un fondo desmontable. Mi mamá lo desmontó y me mostró unos papeles que había ahí adentro. Lo que había era un documento de identidad con el nombre de Zucker. No recuerdo su nombre. Conocí su apodo en aquel momento, le decían Pato“, suelta de entrada, en alusión a Ricardo Pato Zucker. Enseguida aporta más datos: “El relato que mi madre me hizo es que él le contó que lo habían secuestrado en Retiro junto a una chica de 16 años”. Se refiere a Verónica Cabilla; su mamá, Ana María Ávalos, dio testimonio en este juicio. “Había otros objetos en casa. Un medallón oval de plata con un centro oval más pequeño, calado. Lo entregué a las Madres de Plaza de Mayo a través de Elvio Vitali, un