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Circuito ABO

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Declaran Mario Oscar Garelik, Claudio Balaclav y Luis Facundo Guerra. Todos por el caso de la desaparición de Manuel Guerra.

Lo dijo el documentalista Gustavo Marangoni, quien realizó una investigación sobre el caso de Julio César Schwartz. El pasado miércoles declaró en la 15° audiencia del juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito de los ex Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”. Redacción: Camila Cataneo (La Retaguardia)/Alejandro Volkind (Radio Presente)Edición: Pedro Ramírez Otero (La Retaguardia)Foto de portada: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia Julio César Schwartz era trabajador del Banco Nación y militaba en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) “22 de Agosto”. Fue uno de los fundadores de la Cámara de Turismo de El Bolsón. El 1 de abril de 1978 fue secuestrado cuando se estaba mudando a una casa en esa localidad. Un grupo de personas vestidas de civil se identificaron como Policía Federal y lo subieron a un auto. Años más tarde se supo que estuvo en el Centro Clandestino de Detención “El Banco”. En la 15° audiencia del juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito de los ex Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo” declaró Gustavo Marangoni, quien manifestó que el documental que realizó “trata de la desaparición de Julio Cesar Schawartz ocurrida en El Bolsón, del silencio de todo un pueblo y el costo de una familia”. El documentalista se refirió a cómo fue la vida de Julio cuando llegó al sur del país. “Ellos en 1975 se van de Buenos Aires por razones de seguridad, luego de que le allanaran la casa. Él trabajaba en el Banco Nacional y cuando se instalaron en Bariloche pidió el traslado”, dijo. Y continuó: “En 1977 llega a El Bolsón, deja su trabajo en el banco y pasa a ser gerente durante un año en un hotel importante de la localidad. Allí vivió junto a su familia”. Gustavo contó: “Después de un año, Julio rompió el acuerdo con los dueños del hotel. Ahí compraron una casa en un barrio llamado ‘Villa Turismo’ en El Bolsón. El día que se estaban mudando, un grupo de personas vestidas de civil se identificaron como Policía Federal, y lo secuestraron. Esa noche, los hijos se fueron a la casa de unos amigos. Hubo un solo testigo de la situación, que ya murió, Jorge Gogna, quien relató lo sucedido”. También informó como la esposa de Julio se enteró de la desaparición. “Fueron a la casa donde estaba Ana, identificándose nuevamente como Policía Federal. Allí le dijeron que se lo llevan a Buenos Aires y que lo busquen ahí”, relató. Gustavo aseguró que “en El Bolsón hubo detenidos ilegales pero aparecieron. Julio fue el único caso de secuestro y desaparecido en la localidad”. En la audiencia se le consultó si hubo otros desaparecidos en las localidades cercanas a El Bolson. Gustavo comentó que no lo tomaron en la película pero que está el caso de Carlos Surraco, quien fue secuestrado el 4 de abril de 1978 en el taller mecánico de Sartor, en Jacobacci. Llegando al final de la audiencia se reprodujeron fragmentos de un cassette que contenían audios de Julio. Esos cassette formaban parte de la familia, quienes tenían la costumbre de grabarse y enviarselos a los padres de Julio y Ana para mantener contacto. Gustavo contó que en una de las grabaciones se escucha una conversación con Eduardo Guasco, quien formaba parte de la sociedad. Allí se escucha los proyectos de turismo que tenían. También recordó que, cuando estaban realizando el documental, le mostró estos audios a la esposa y se conmocionó mucho. A Julio no lo escuchaba desde que fue secuestrado. La próxima audiencia será el miércoles 8 de febrero de manera virtual, como vienen desarrollándose desde el primer día. Podés seguir la transmisión conjunta de La Retaguardia y Radio Presente en el canal de YouTube de La Retaguardia.

Declara el documentalista Gustavo Marangoni.

Lo dijo el sobreviviente Daniel Ricardo Mercogliano en la audiencia 14 del juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito de los ex Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”. Redacción: Camila Cataneo (La Retaguardia)/Alejandro Volkind (Radio Presente)Edición: Pedro Ramírez Otero (La Retaguardia)Foto de portada: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia Su relato fue crudo y duró aproximadamente dos horas. En ese tiempo dio información tanto de las diferentes torturas que se llevaban dentro de los centros clandestinos, como también violaciones a las mujeres que estaban en cautiverio. Contó cómo era aquel lugar donde estuvo encerrado, cuál era el trato de los represores. Recuperó escenas como el momento previo a uno de los Vuelos de la Muerte. Daniel Ricardo Mercogliano fue secuestrado el 19 de abril de 1977 y liberado el 6 de julio de ese mismo año. Estuvo en cautiverio en el Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio Puente 12, el Club Atletico, y luego fue trasladado a la Brigada de Investigaciones de Resistencia, Chaco y al Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa. Ese día llegó a la casa de su padres y un grupo de personas que portaban armas largas lo estaban esperando adentro. “Siento que la puerta estaba abierta, cosa que no me preocupó porque normalmente mi madre nos esperaba cuando llegábamos tarde”, relató Mercogliano. Al ingresar prendió la luz y alguien le puso algo en la cabeza. Comenzaron a golpearlo, luego lo esposaron y le empezaron a preguntar por su nombre de guerra y la organización de la que formaba parte. El sobreviviente se negó a responder. En ese momento, lo semidesnudaron y le pasaron un cuchillo por la garganta hasta los genitales. “Simularon que me iban a castrar”, comentó Daniel. Mucho tiempo después se enteró que su abuela estaba encerrada en el baño de plata baja y sus padres y hermanos junto a su cuñada y un sobrino de tres años estaban atados y amordazados en un dormitorio. También supo que minutos antes de que llegara a la vivienda, su hermano ingresó a la casa cuando regresaba de la facultad y comenzaron a dispararle, pero logró sobrevivir. Es el día de hoy que la escalera y los muebles de esa casa tienen las perforaciones. Luego de la golpiza que le dieron en el interior de la vivienda lo subieron a un Fiat 128. “Me sientan atrás con un tipo grandote y me hacen recostar en el asiento. Fue un viaje de aproximadamente 30 o 40 minutos”, dijo. Al llegar al Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio Puente 12, lo metieron en una celda que “era totalmente ciega, sin iluminación ni ventilación. Estaba completamente sucio y había sangre”. Esa noche se quedó en vela pero al día siguiente fue anotando los movimientos del techo. Al otro día lo torturaron durante muchas horas con la picana eléctrica, le preguntaban qué estaba haciendo en el aeropuerto de Formosa el 5 de octubre de 1975. “Yo en ese momento no tenía militancia política (…) ahí la dictadura mostró su verdadera cara”, dijo en referencia a la tortura. Daniel manifestó que en ese momento “no podía concebir que un ser humano pudiera hacer eso”. “Cuando llegué a la celda, una chica me dijo que no tome agua por 24 horas porque si no me iba a morir. Me pasó un trapito húmedo por las muñecas y por los tobillos para tratar de calmarme”, expresó Daniel sobre los momentos posteriores a la primera vez que lo torturaron. Y continuó: “Cada vez que escuchaba que se abría el cerrojo de las celdas temblaba porque tenía miedo de que me lleven de vuelta a la sala de tortura”. Su relato siguió: “Éramos tantos que nos ponían de a dos. A mí me toca con un compañero que después supe que se llamaba Eduardo Pena. En un momento se quedó dormido y empezó a hablar. Él pedía que su mamá atendiera el teléfono y yo, a modo de consuelo, le digo: ‘Espera, espera, que ya te va a atender’. De repente alguien me levanta de los pelos y me tira contra una pared y me golpea, me sube como a una tarima o un escalón y me hace tomar una posición, donde tenía que apoyar la punta de los dedos sobre la pared en un ángulo de 45 grados. Ahí me comenzaron a pegar en la espalda, en el pecho y en todo el cuerpo. Se me acalambraban las piernas y me caía. Cada vez que me movía me pegaban”. Tiempo después se enteró de que era una práctica habitual de un represor llamado “Kung fu”. “Allí dentro, todos los privados de la libertad estábamos en total indefensión general. No había posibilidad de nada. Estaba todo el mundo maniatado y engrillado. Todos la pasábamos mal. Las mujeres y los judios la pasaban peor. Ni hablar si éramos mujer y judía”, manifestó Daniel. El 2 de mayo sacaron a todos de la Leonera y los sentaron en un patio interno. Allí les dijeron que los iban a meter en los tubos. “Mi celda era la 22 y tenía los camastros separados”, contó. Su compañero se llamaba Alberto Tomas Aguirre era correntino y militaba en la Juventud Peronista. “Días y noches escuchando constantemente gritos, llantos, golpes, obscenidades. Hoy tengo grabado muchos de esos gritos. Había compañeros sometidos a trabajo esclavo”, contó Daniel y mencionó a Laura Perez Rey, una compañera que lo atendía en la enfermería. Ella estaba en cautiverio y la hacían trabajar de manera esclava. En ese entonces la conoció como “Soledad”, que era su nombre de guerra. Recuerda a Ofelia Alicia Cassano y a Elizabeth Kasselman, entre las secuestradas que lo cuidaron luego de la tortura. Tercerizar la violencia El sobreviviente recuerda que una noche lo llevaron a las celdas y en ese momento se encontraba hablando con una compañera que se llamaba Maria Ines Lopez Gomez y le decían “la Negrita”. Su celda daba a un pasillo y ella siempre

Lo dijo la abogada francesa Sophie Thonon, quien representó a nuestro país en el pedido de extradición contra el genocida condenado esta semana a 15 años de prisión por el caso de Hernán Abriata. Redacción: Ailín BullentiniEdición: Fernando TebeleFoto de portada: Captura Transmisión La Retaguardia/La Colectiva El teléfono de Carlos Loza sonó minutos después de que el juez Fernando Canero, en su rol de presidente del Tribunal Oral Federal N°5 de la Ciudad de Buenos Aires, diera por concluído el sexto debate que, en la historia del proceso de juzgamiento de los crímenes de la dictadura, revisó aquellos que tuvieron lugar especialmente en la ESMA y con el caso de Hernán Abriata. Atendió.  –Lo logramos, Carlos –le dijo Sophie Thonon desde París. Lloraron juntos.  Algunas horas después del veredicto del tribunal argentino que condenó a 15 años de prisión a Mario Sandoval por el secuestro de Hernán Abriata, en octubre de 1976, y las torturas que sufrió en el centro clandestino desde el que la Armada gestionó el terror durante la última dictadura en plena ciudad de Buenos Aires, a metros de la General Paz, la abogada Thonon dijo, otra vez al teléfono, ahora con La Retaguardia, que está “muy feliz”. “Para mí fueron 12 años de espera por un juicio que lo condenara, pero para la familia de la víctima y para quienes como Carlos lucharon para que este momento llegara, fueron 46. Y eso es muchísimo tiempo. Siento una gran satisfacción por el trabajo realizado”, reflexionó.   Es que el trabajo de Thonon tuvo mucho que ver con la condena que el miércoles recibió el inspector de la Policía Federal que comandó la patota de la ESMA durante el operativo de secuestro de Abriata, la madrugada del 30 de octubre de 1976. Fue la abogada que llevó a cabo el proceso judicial de extradición de Sandoval desde París, Francia, una vez que el juez que entonces estaba a cargo de la causa que investiga los crímenes de lesa humanidad de la ESMA, Sergio Torres, solicitó juzgarlo por más de 500 casos de secuestros y torturas contra gente que allí estuvo cautiva durante el genocidio argentino. Finalmente, solo se lo envió a Argentina por el caso de Abriata, pero se lo pudo juzgar y condenar.  Thonon celebró que el fallo definiera los hechos como crímenes de lesa humanidad, algo que la mantenía preocupada. “La decisión de extradición fue muy clara y precisa: a Sandoval se lo extraditó por imposición de torturas, privación ilegal de la libertad agravada, crímenes contra la humanidad, cometidos contra Hernán Abriata”, subrayó. Festejó, además, ya que el fallo “confirma que Argentina no claudica y que a pesar de algunas excepciones sigue en su camino de ser ejemplo del mundo en juzgar genocidas”.  La abogada insistió en aclarar que si bien en 2019 solo se refirió al caso Abriata, el proceso de extradición no clausura que el represor pueda ser investigado, procesado, juzgado y condenado por los alrededor de 500 sobre los que hay sospechas. “Francia decidió que en el caso de Abriata las pruebas eran contundentes, no así las que acompañaron los otros casos. No obstante, no hay ningún impedimento para que abogados de esas víctimas y otros actores del proceso pidan a jueces argentinos que soliciten extender la extradición de Sandoval por esos otros casos, pruebas nuevas mediante, pruebas con sustento más sólido”, explicó.  Los obstáculos superados Desde 2012, fueron casi 8 años de sortear instancias judiciales en las que el represor se metió en el expediente para evitar que lo subieran a un avión y así enfrentar a la Justicia argentina. Sandoval llegó a París en 1987 donde, sin negar su pasado de Policía Federal en Argentina, vivió libre y tranquilo la vida de profesor universitario y experto en Seguridad que se inventó, que le permitió dar conferencias, participar de negociaciones en conflictos internacionales, integrar la nómina de profesores de la exclusiva universidad parisina Sorbonne. Todo bien para él, hasta que un artículo publicado en Página/12 en 2008 reveló esa otra parte de su pasado tan experto él en ocultar: su participación en el plan sistemático de secuestros, torturas y exterminio que sucedió en Argentina.  La noticia fue recogida por varios medios locales y regionales a los que, por supuesto, Sandoval se encargó de querellar por difamación. Thonon fue la representante legal de uno de esos medios. “Entonces conocí a Sandoval, quién era, de qué se lo acusaba. Hasta entonces, no sabía quién era”, contó. Aquel juicio duró unos dos años y se resolvió en favor del medio digital al que representó la abogada, que recordó la última audiencia: “Era un tribunal provincial que no estaba para nada acostumbrado a resolver este tipo de casos. De repente, se encontró con una sala repleta por 200 personas con pancartas, con fotos de Hernán Abriata, y falló en contra de Sandoval”.   Al poco tiempo, el juez federal Torres solicitó a Interpol una orden para que lo capturaran y al gobierno francés un pedido para que lo enviaran a Argentina: Torres quería indagarlo por haber formado parte del grupo de tareas 3.3.2. de la ESMA. El secretario judicial que trabajó la vinculación de Sandoval con el centro clandestino que funcionó en el Casino de Oficiales del predio de Avenida del Libertador fue Pablo Yadarola, hoy juez en lo Penal Económico N°2 y parte del viajecito que Clarín les pagó a miembros del Poder Judicial hasta la estancia de Joe Lewis, en la Patagonia, all inclusive.  Se sabía: Sandoval no la haría fácil. Entonces, Argentina contactó a Sophie Thonon para que llevara el proceso de extradición por los vericuetos en donde el represor lo intentara llevar con el objetivo de echarlo por tierra. El juicio por difamación que Thonon le ganó a Sandoval no era el único elemento dentro del currículum de la abogada que la convertía en la letrada perfecta para llevar adelante la batalla por la extradición. En 1990 fue la querellante en el juicio en ausencia que en Francia se llevó a cabo contra

El sobreviviente Humberto Amaya y el testigo Federico Westerkamp lograron aportar datos clave acerca de qué sucedió con Manuel Guerra, el primer secretario de la Juventud Comunista Revolucionaria. Sucedió en la audiencia 13 del juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito de los ex Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”. Redacción: Camila Cataneo (La Retaguardia)Textuales: Alejandro Volkind (Radio Presente)Edición: Fernando Tebele / Pedro Ramírez Otero (La Retaguardia)Foto: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia A Manuel Guerra lo secuestraron el 1 de noviembre de 1977. Tenía 26 años cuando fue interceptado por hombres vestidos de civil en un bar de la Ciudad de Buenos Aires, según contó el testigo Federico Westerkamp. Tiempo después se supo que estuvo en “El Atlético”, gracias al testimonio del sobreviviente Humberto Amaya, quien lo reconoció estando en cautiverio. Manuel fue el primer secretario de la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR). En sus años de militancia participó del Cordobazo y fue responsable de la comisión juvenil del SMATA Córdoba, que lideraba René Salamanca. Crónica del secuestro Ese día Manuel entró al bar “Plazon”, que estaba ubicado en Avenida Pueyrredón a metros de la Avenida Las Heras. Eran las cinco y media de la tarde. Federico Westerkamp también se encontraba ahí y fue testigo de lo sucedido. “Entraron dos personas e intentaron sacarlo del bar. Él logra escaparse y se mete en la farmacia que había en la esquina”. Al ver esa situación, Federico salió del bar y observó cada detalle. Desde la calle vio que los hombres sacaban a Manuel del local y lo reducían para meterlo en un auto. En ese momento pasó un patrullero. Federico lo paró y le informó que estaban secuestrando a alguien. El testigo contó que se bajaron y se dirigieron hacia el auto parado que estaba sobre Pueyrredón mirando hacia Santa Fe. Ahí dijeron:soSon de la Brigada”, y se fueron. En ese momento, Federico se acercó a Manuel y le hizo una seña con las cejas. Manuel le gritó su nombre y entonces lo metieron en el auto. Era un Taunus color ladrillo. Chapa C 740920, según contó en su declaración durante la Instrucción de este juicio. Al ver que se iba el auto, anotó el número de la chapa y llamó a su casa donde estaba su madre. Su padre era miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) y fue miembro fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). “Llamé y conté todo lo que sucedió”, dijo Federico. El testigo comentó que no conocía a Manuel antes del secuestro, pero recordaba del instante en el bar que era de tez morena y muy fornido. En el momento del secuestro las personas que se llevaron a Manuel estaban vestidos de civil, pero tenían el arma reglamentaria. Federico agregó: “Eso lo sabía porque yo hice el Servicio Militar en la Policía. Cuando lo conocí Luego declaró el sobreviviente Humberto Amaya. Su relato estuvo cargado de dolor y de detalles que fueron de gran ayuda para reconstruir su historia y la de Manuel. Comenzó el relato contando sus orígenes. Su voz estaba quebrada y la mirada un tanto perdida. Los recuerdos comenzaron a salir de su boca: “Vengo de una provincia y de un pueblo olvidado, de una familia pobre, con siete hermanos, de Alvear, Mendoza (…) Cuando llegué a Córdoba, mientras hacía el secundario, trabajaba en fincas y empresas, como golondrina”. En ese contexto, Humberto hizo referencia a que lo “unió una amistad con un muchacho pobre, como yo; que venía de un pueblito, como yo. Ese muchacho se llamaba Manuel Guerra. Esas compatibilidades reforzaron una amistad profunda”. Humberto habló sobre su relación con Manuel y donde militaban: “Decidimos sumarnos a una militancia concreta, y ahí nos sumamos a organizaciones políticas: yo, a la Corriente de Izquierda Universitaria, y Manuel también”, al tiempo que señaló a Guerra como uno de los fundadores. Humberto fue delegado de la Federación Universitaria de Córdoba y de la UBA y pasaron a formar parte de un partido político: el Partido Comunista Revolucionario (PCR). “En Córdoba siguió tomando responsabilidades políticas y Manuel se instaló en Buenos Aires”, agregó. El sobreviviente recordó: “En Córdoba yo vivía con mi pareja Nora Gandini. Cuando se produjo el sangriento golpe de 1976 sabíamos lo terrible que iba a ser. Esa misma noche dejamos el lugar donde estábamos. Me expulsaron de la Universidad”. Y puntualizó: “Así las cosas, seguimos con la militancia. Perseguido, me fui a Mendoza. El día previo al cumpleaños de mi pareja, allanaron esa casa y se llevaron a Nora y a dos compañeros más. Y supimos que los habían llevado a La Perla, en Córdoba. Yo seguí viviendo como podía y donde podía. Finalmente me enteré de que Nora, tras un mes, había quedado en libertad, así que me trasladé a Buenos Aires para verme con ella”. Durante la madrugada del 8 de noviembre de 1977 rompieron la puerta de la casa que alquilaba su familia. Los tiraron al piso. “Abajo todos”, gritaba un grupo de civiles armados. Golpearon a todos los que estaban ahí. Humberto contó que “preguntaban dónde estaban las armas. Los chicos eran chiquitos, estaban llorando, y les preguntaban si habíamos hecho pozos”. Luego les vendaron los ojos a ambos. Los metieron en autos separados y los llevaron a un lugar que “era espacioso”. El sobreviviente hizo referencia al número que le asignaron para quebrarles la subjetividad: “X78 y X79. Nos pusieron candados en pies y manos. Sólo podíamos mirar hacia abajo, se escuchaba que jugaban al ping pong. Nos interrogaron, golpearon a mi mujer. Había que bajar escaleras”. Lo vi Humberto relató cómo fue su cautiverio. Su relato fue crudo y cada palabra expresó ese dolor que guarda en el cuerpo. “Nos pusieron separados pero en el mismo lugar. Era una penumbra, había muchas personas tiradas en el piso, pero había pequeños divisorios. Yo veía algo por debajo de la venda”, dijo, y agregó: “Todo el interrogatorio se basaba no solo

Declara Daniel Mercogliano.

Declaran Federico Westerkamps y Humberto Amaya.

La sobreviviente Ana Maria Careaga declaró en la audiencia 12 de ABO V. Su historia familiar esta vinculada al genocidio y atraviesa a tres generaciones: Es hija de una de las tres Madres de Plaza de Mayo desaparecidas, y su hija Anita sufre consecuencias por las torturas durante el embarazo. Recordó con detalles su cautiverio y una llamada entre la vida y la muerte. Redacción: Camila Cataneo (LR) / Fernando Tebele (LR)Textuales: Alejandro Volkind (RP)Edición: Pedro Ramírez Otero (LR)Foto: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia En 1977 se produjo un quiebre en la vida de la familia Careaga. El día 13 de junio de ese año secuestraron y desaparecieron a Ana Maria cuando tenía 16 años y estaba embarazada de tres meses. En el cautiverio, fue brutalmente torturada. Luego de tres meses recuperó su libertad y logró exiliarse. Allí tuvo a su hija pero ese mismo día se enteró por teléfono que su mamá había sido secuestrada y desaparecida. La historia de Ana Maria está marcada por diferentes tipos de violencias, que quedaron marcadas en su cuerpo.  Desde el Juicio a las Juntas, Ana María ha brindado su testimonio en diferentes instancias. 45 años después, la sobreviviente volvió a contar su historia. Esta vez en la audiencia 12 del quinto juicio por los crímenes cometidos en el Circuito Atlético Banco Olimpo. Antes de comenzar, el juez Gorini le recordó que su declaración en tramos anteriores ya están incorporadas en este juicio. Sin embargo, Careaga se esmera por no dejar afuera de este momento ningún hecho significativo. Mucho menos alguna compañera o compañero sin nombrar.  Era esperado su testimonio. Durante la audiencia se la notó firme. Su relato fue crudo y con gran cantidad de detalles. Ana María comenzó su testimonio contando cómo fue ese día cuando la interceptaron en Avenida Corrientes y Juan B. Justo. “Me agarraron por la fuerza, me metieron en la parte de atrás de un vehículo, me acostaron sobre el asiento y me vendaron los ojos”, dijo. Estuvo en cautiverio en el Centro Clandestino de Detención Club Atlético y comentó que la “bajaron por una escalera al sótano de un edificio de suministros de la Policía Federal”. Luego se refirió a cómo fueron los días en los que estuvo en cautiverio: “La tortura fue fundamentalmente con picana electrica. Me quemaban con cigarrillos y me tiraron kerosene y nafta en los ojos, en las orejas y en la nariz”,  y manifestó que “toda la vida en el centro clandestino de detención era una tortura permanente; además, las mujeres eramos sometidas a crimenes sexuales”. La sobreviviente expresó que entre las torturas, además de las violaciones a las que podían ser sometidas las mujeres (aunque no solamente, porque también hubo violaciones a varones, aclaró) otras maneras de delitos sexuales eran “introducir la picana eléctrica en la vagina y  manoseos cuando nos llevaban al baño”. Sus ojos brillaban mientras continuaba con su relato: “Me taparon la cara con un plástico y cuando yo ya no podía más me lo sacaban y me torturaban con picana. Como yo aguantaba la respiración, pensaban que era yoga, y me aumentaban los voltios”.  Ana Maria hizo referencia al día la llevaron a la enfermería porque le rompieron un tímpano. La sobreviviente recordó que fue atendida por un médico llamado Gerónimo (Rubén Raúl Medina), quien estaba secuestrado y al que hacían trabajar de manera esclava. Su esposa, Laura Graciela Pérez Rey, también embarazada, estaba en la misma situación. Mientras daba detalles acerca del lugar, contó que al principio no decía que estaba embarazada para proteger al bebé. “Cada vez que le tocaba la guardia al represor que estaba a cargo de mi caso (…) venía, me pegaba, me amenazaba, me decía: ‘¿por qué no dijiste que estabas embarazada? ¿Querés que te abra de piernas y te haga abortar?’ Me insultaba”, dijo. Además puntualizó que las condiciones de vida en cautiverio eran infrahumanas. “El hambre era desesperante, el frío insoportable. Estaba prohibida cualquier tipo de expresión humana, de sentimiento, de necesidad, no se podía hablar, no se podía reír, no se podía llorar, no se podía pedir, no se podía uno mover en la celda, no se podía pedir permiso para ir al baño. Cualquier tipo de interacción humana era castigada”, relató Careaga. Durante todo su secuestro permaneció en pequeñas celdas con los ojos vendados y los pies encadenados. Ana contó que “más o menos una vez por mes había traslados y cada vez que había iban como reacomodando a las personas que estaban ahí”. Los traslados eran, ya se sabe, un eufemismo de la muerte. Un llamado A Ana María la liberaron el 30 de septiembre de 1977. “Cuando salimos de acá mi mamá nos acompañó primero a Uruguay y de ahí nos fuimos a Brasil. De ahí nos refugiamos bajo la protección de la ACNUR, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. El primer país que nos dio asilo fue Suecia”, contó en la audiencia. El 11 de diciembre nació su hija y tuvo graves secuelas. Le tuvieron que extraer un ovario y parte del otro a raíz de la formación de teratoma, “que son tumores que se crean cuando el feto está en formación. La tortura más brutal fue cuando yo todavía no tenía tres meses de embarazo y los teratoma se forman con material genético”, explicó Careaga. Ese día logró hacer un llamado a la Argentina. Ana María contó que en ese entonces no era fácil comunicarse con otros países. Entonces eligieron con cuidado los momentos. El primer llamado fue para avisar que habían llegado bien a Suecia; el otro lo reservaron para cuando nació su hija. Pero ese llamado cargado de alegría se convirtió de un segundo a otro en una tristeza profunda: su madre había sido secuestrada, le devolvieron desde Buenos Aires.  La sobreviviente salió del infierno de su secuestro, pero la vida y los genocidas la sumergieron en otro. Su madre, Esther Ballestrino de Careaga, decidió volver a la Plaza de Mayo a

Declaran Ana María Careaga y Federico Tatter (hijo).