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Juicio Campo de Mayo

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Se trata de Carlos Francisco Villanova, alias “Capitán Federico”, uno de los torturadores más brutales de Campo de Mayo. Fue durante la declaración que brindó Patricia Escofet por la desaparición de su compañero, Raúl Osvaldo Plaul. La testigo contó que, a través de una foto de Gustavo Molfino en un diario, logró identificar a Villanova como el militar que comandó el operativo del secuestro de su marido. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura del juicio: Diego Adur 💻 Edición: Pedro Ramírez Otero 📷 Foto de portada: Gustavo Molfino 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti (Dibujos Urgentes) El 4 de enero de 1977, Patricia Escofet y Raúl Osvaldo Plaul fueron a la casa de Rosa Murno y Rodolfo Merediz, en Remedios de Escalada, partido bonaerense de Lanús. Cuando llegaron, Patricia recordó que les llamó la atención la gran cantidad de autos que había y que “sobre la vereda estaba subida una camioneta convertida en ambulancia”. Antes de que pudieran hacer nada, entre 25 y 30 “efectivos fuertemente armados” salieron de los vehículos y los detuvieron. También a Rosa Murno y a Rodolfo Merediz. Patricia estaba con su hijo, Matías. “Me pateaban los tobillos y me querían sacar al nene. Tenían a Osvaldo atado a una silla y con un repasador en la cabeza”, contó. En esas circunstancias, escuchó que al jefe del operativo lo llamaban “Capitán” y “Capitán Federico”. Era “un hombre de 1,78, muy ágil, morocho, con el pelo tirado para atrás, peinado a la gomina, con bigotes y un signo muy característico en su cara de marcas de acné”. Ese hombre era Carlos Francisco Villanova: “Me interrogó muy de cerca, no tengo ninguna duda. Lo reconocí hace unos años en una foto en Página 12”, declaró la testigo.  Luego, en el turno de preguntas por parte de las defensas, el abogado defensor público, Juan Carlos Tripaldi, buscó la nota a la que hacía referencia la testigo, y la mostró ante el Tribunal y el resto de las partes. Efectivamente, Patricia volvió a identificar que esa persona, Villanova, fue el responsable del secuestro de Plaul, Murno y Merediz aquel 4 de enero de 1977. El genocida y brutal torturador dentro de Campo de Mayo estuvo en el anonimato hasta el 2014, cuando fue descubierto como quien realizaba los interrogatorios a las personas secuestradas que pertenecían a la columna Zona Norte de Montoneros. Patricia precisó también que supo que Plaul fue llevado a Campo de Mayo.  Antes de culminar su declaración, Escofet rogó que se rompieran los pactos de silencio: “La verdad siempre va a ser menos lacerante que la incertidumbre. No hay vuelta atrás, pero para nosotros puede ser una oportunidad de cierre. No quiere decir que olvidemos. Yo recuerdo para no olvidar. Si no rompemos con estos pactos de silencio vamos a dejar a la sociedad con fantasmas que van a seguir dando vueltas entre nosotros”, finalizó. Ese día también dio su testimonio Hugo Grande, el hermano de Carlos Grande, “herido, detenido, secuestrado, asesinado y desaparecido” el 17 de noviembre de 1976, a orillas del arroyo Pavón, al sur de la provincia de Santa Fe. Grande era un cuadro importante en Montoneros Zona Norte. Ese día, aunque sabía que lo buscaban, decidió asistir a una reunión de militancia junto a otros compañeros que lo tenían como referente. Allí fueron emboscados y asesinados Alfredo Fernando Mancuso, Osvaldo César Abbagnato y Uriel Rieznik. Grande, ensangrentado como estaba, fue secuestrado, y Ricardo Jorge Arrighi logró huir y contar lo sucedido. En ese momento, los diarios publicaron que los subversivos habían sido abatidos en un enfrentamiento, por lo que los familiares de Grande no sabían que seguía con vida. Gracias a “Cacho” Scarpati, quien estuvo con él en Campo de Mayo, se enteraron cuál fue su destino: “Dormía al lado de Scarpati. Hacían tareas de mantenimiento, trabajo esclavo. Eso le permitió no usar capucha. Las condiciones eran terribles. No le tenía miedo a la muerte sino al dolor”, atestiguó Hugo Grande. Y terminó: “El desaparecido es una figura que no termina de desaparecer nunca. Tenemos la certeza que está muerto, pero en cualquier momento nos puede tocar la puerta. Nunca más esto”, pidió. “Es un horror no poder hacer un duelo” Adriana Moyano declaró por la desaparición de su papá, Carlos Alberto Moyano, el 10 de marzo de 1977 en Munro, en el partido bonaerense de Vicente López; y de su suegro, Miguel Lizazo, el 14 de septiembre de 1976 en Martínez, en la localidad de San Isidro. A su papá lo sacaron del local que tenía en Baigorria 2489 y “lo metieron en la parte de atrás de un auto”. Adriana viajó a Córdoba, donde tenía familia por parte de su mamá: “Yo sabía que había bebés de compañeras que habían desaparecido. Le dejé mi hijo pequeño al cuidado de familiares y me fui a vivir a una pensión. Tenía mucho miedo. Dormí unos días en la plaza. Recién me pude juntar con mi bebe cuando él tenía 4 años”, relató. En Campo de Mayo, su papá fue visto por Scarpati y por Beatriz Castiglione de Covarrubias. Sus últimas palabras fueron para pedir justicia: “Ya son 45 años y no tenemos idea de qué les pasó a nuestros seres queridos. Es un horror no poder hacer un duelo”, cerró su testimonio En la audiencia del último miércoles declararon los hijos y la hija de Elsa Lidia Lazarte, detenida-desaparecida el 7 de septiembre de 1977, entre las 12.30 y la 1 de la madrugada, en su departamento de Malvinas 1342, en Boulogne, San Isidro. En primer lugar, María Elsa Zanni, contó que sintieron una fuerte explosión en el domicilio y vieron entrar personas armadas: “Golpearon a mis hermanos y a mi papá y se llevaron a mi mamá”, recordó. Desde ese momento no volvieron a saber nada de Elsa Lidia. Los secuestradores “estaban todos con la cabeza tapada y tenían armas”. En la casa se encontraba toda la familia Zanni: el padre, Armando Tomás; los hermanos, Carlos Ernesto, Armando Tomás y Osvaldo Javier; ella, María Elsa;

Elsa Oshiro es la hermana de Jorge, detenido desaparecido el 10 de noviembre de 1976 mientras dormía en su casa. La testigo exigió saber qué hicieron con su hermano, quien al momento del secuestro tenía 18 años. Además del reclamo de justicia, pidió que se abrieran los archivos de la dictadura. Por el caso de Oshiro también declararon sus otras hermanas y su hermano de manera virtual frente al TOF N° 1 de San Martín. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura del juicio: Diego Adur 💻 Edición: Pedro Ramírez Otero 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti (Dibujos Urgentes) Este tramo de la Megacausa Campo de Mayo que se reinició el 24 de mayo de este año, está en etapa de testimoniales. En la audiencia del último miércoles declararon familiares de Jorge Oshiro, detenido-desaparecido el 10 de noviembre de 1976. Por su caso brindaron testimonio sus tres hermanas, Elsa, Silvia y Marta Alejandra; y uno de sus dos hermanos varones, Juan Oshiro.  Jorge fue secuestrado en su casa, en General Lamadrid 1555, Villa Ballester, en el partido bonaerense de San Martín. El operativo se realizó en horas de la madrugada. Tocaron el timbre y atendió su mamá, María Takara. Le dijeron que traían a una persona accidentada. Ella pensó que podría tratarse del tío de sus hijos e hijas, así que abrió la puerta. Entraron varios hombres “con ropa oscura, usaban borceguíes y portaban armas largas, fusiles o metrallas”, contó Silvia, quien compartía la habitación con Jorge. Otro hombre ingresó al dormitorio que habitaban los otros dos hermanos varones. “Prendieron la luz, miraron hacia adentro y se fueron enseguida”, agregó. La familia está convencida que los secuestradores conocían muy bien la disposición de la casa y sabían en qué habitación dormía Jorge. “Mis hermanos eran muy parecidos, podrían haberlos confundido con Jorge”, dijo después Elsa, que fue la única de la familia que no presenció el secuestro porque vivía en otra casa. Y añadió: “Fueron muy silenciosos. No rompieron nada ni se robaron nada. Conocían muy bien los movimientos y lo conocían muy bien a él”. Respecto a esta presunción que mantiene la familia, Juan, el hermano de Jorge que declaró en esta audiencia, llegó a la conclusión de que quien entregó información respecto a la casa de la familia Oshiro: “Podría ser un muchacho grande, que hablaba como un erudito. Una vez se quedó a dormir a casa. Posiblemente este muchacho haya sido quien, presionado, pueda haber dado esos datos”, dijo. Antes de irse, los secuestradores fueron hacia al fondo de la casa e incautaron “periódicos de la Avanzada Socialista, que Jorge repartía durante sus tareas militantes”, atestiguó Marta durante su declaración. Jorge Oshiro militaba en el Partido Socialista de los Trabajadores. “Se había separado del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) porque no estaban de acuerdo con la lucha armada”, relató Elsa, y manifestó que eso le había dado tranquilidad: “Nos metieron tanto la teoría de los dos demonios que pensaba que si no estaba en la lucha armada no le iba a pasar nada. Graso error”. Sus hermanas hablaron de sus intereses y de cómo era él: “Le gustaba escribir, le gustaba la literatura y leía mucho. Le gustaba la música. Escuchaba a Violeta Parra, a (Luis Alberto) Spinetta. Tocaba la guitarra, tenía un grupo musical y jugaba al ajedrez”, recordaron. Juan iba al mismo colegio secundario que su hermano, la Escuela Técnica Nº 2 “Alemania”, de donde Jorge se había escapado en varias oportunidades al ver que estacionaban camiones militares en esa cuadra. Oshiro tenía 18 años cuando lo desaparecieron de manera forzosa. Había sido seleccionado para hacer el Servicio Militar Obligatorio. “A los pocos días de su secuestro, llegó una nota reclamando que no se había presentado. Nosotros respondimos que estaba secuestrado. No volvieron a reclamar. Deben haber comprobado que lo que decíamos era cierto”, mencionó Elsa en su testimonio. La familia Oshiro logró saber que Jorge estuvo en Campo de Mayo gracias al testimonio de Eduardo Cagnolo, sobreviviente del terrorismo de Estado, quien en una de sus declaraciones afirmó haber visto a un chico con rasgos orientales. En el año 2005, la Secretaría de Derechos Humanos se comunicó con Elsa. Ella envió una foto de su hermano a Eduardo. Él recordaba a un chico con el pelo más corto que el de la foto y, efectivamente, Oshiro tenía el pelo más corto cuando fue secuestrado. Antes de concluir su testimonio, Elsa Oshiro pidió que haya justicia por su hermano, que se condene a los genocidas y se abran los archivos de la dictadura para saber qué hicieron con él: “El de Jorge no fue un caso aislado. No fue una equivocación. Había muchas familias amigas que estaban pasando por lo mismo. Se llevaron a madres, jóvenes, embarazadas, y se robaron a sus hijos. Todo esto no puede quedar impune. Tiene que salir a la luz. Tiene que ser juzgado y condenado para que no vuelva a pasar. Si esto no es juzgado la impunidad sigue. Yo les pido que con estos mismos argumentos se haga justicia. Que se abran los archivos. En algún lado tienen que figurar las listas. Con un plan sistemático de esta envergadura en algún lado tienen que figurar las listas de los desaparecidos, los testimonios que les sacaron bajo tortura y los hijos de las madres. Pido justicia por mi hermano. La desaparición forzada es un crimen de lesa humanidad. Quisiera saber qué hicieron con mi hermano, dónde está su cuerpo y que todo esto pueda tener un cierre. Quiero justicia”, finalizó. La búsqueda no es solo por la Verdad y la Justicia En la audiencia anterior, Ernesto Victor Grynberg declaró por el secuestro y desaparición de su hermana, Susana Flora Grynberg. Detalló que ella “era bajita, medía 1,63 , tenía el pelo corto, la carita redonda y los ojos marrones”. Militaba en Montoneros Zona Oeste. Le decían “Gorra” o “Nita”.  Tenía 29 años cuando la secuestraron, el 20 de octubre de 1976, y estaba embarazada de tres meses. Trabajaba como física nuclear en

La metodología de exterminio de personas que consistía en arrojarlas al río desde aviones, para mucha gente ocurrió solo en la ESMA, pero también fue sistemática en Campo de Mayo. Este primer juicio intentará probarlo. La mayoría de los testigos serán colimbas de aquellos años. Uno de los abogados defensores fue condenado a perpetua por crímenes de lesa humanidad, fallo revertido por Casación que ahora espera resolución en la Corte. Otro defensor viene de mostrar una imagen que decía “Dios juzgará a nuestros enemigos, nosotros arreglamos la cita”. (Por La Retaguardia) ✍️ Redacción: Paulo Giacobbe 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Foto de portada: Campo de Mayo en una imagen aérea El Tribunal Oral Federal en lo Criminal N°2 de San Martín inició por videoconferencia, que se pudo seguir en directo por YouTube , el juicio por los vuelos de la muerte en el área del Ejército, ocurridos en Campo de Mayo. Se acusa apenas a cinco militares: Santiago Riveros, ex jefe de Institutos Militares; Eduardo José María Lance, Luis del Valle Arce, Delsis Ángel Malacalza y Horacio Alberto Conditi, todos subordinados de Riveros. Otro de los acusados, Alberto Luis Devoto, quien en democracia fuera funcionario y asesor del fallecido gobernador cordobés José Manuel de la Sota, fue apartado del juicio por incapacidad. El testimonio de 400 conscriptos que cumplieron el Servicio Militar Obligatorio en la guarnición de Campo de Mayo, fue vital para conocer más detalles sobre la existencia de los vuelos de la muerte o vuelos fantasma.  Las  víctimas de este juicio son Rosa Eugenia Novillo Corvalán, Roberto Ramón Arancibia, Adrián Enrique Accrescimbeni y Juan Carlos Rosace. Alrededor de 5.000 personas fueron secuestradas en Campo de Mayo y muy pocas sobrevivieron. El predio continúa en poder del Ejército. Según el sitio Fiscales.gob.ar (https://www.fiscales.gob.ar/lesa-humanidad/san-martin-comenzo-el-juicio-por-cuatro-victimas-de-vuelos-de-la-muerte-que-partian-desde-campo-de-mayo/): “Los vuelos ocurrieron con mayor frecuencia en los años 1976 y 1977 y podría afirmarse que hubo tres modus operandis [modos de operar]. Ellos son: 1) las víctimas eran sedadas antes de ser subidas a las aeronaves y arrojadas con vida durante el vuelo; 2) las víctimas eran fusiladas o en algunos casos asesinadas a los golpes inmediatamente antes de ser subidas a las aeronaves; y 3) las víctimas llegaban al batallón, ya asesinadas y eran subidos sus cadáveres a las aeronaves, envueltas en bolsas de nylon, para ser arrojadas al agua durante los vuelos”.  Los cuerpos de las víctimas de este juicio “fueron inhumados como NN en cementerios de diferentes localidades costeras. Años después, tanto por la acción del Poder Judicial como por las averiguaciones y datos aportados por sus familiares, los restos fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense”. El debate oral y público Interrupciones varias prolongaron la lectura de los requerimientos de la elevación a juicio. Cuando Conditi se levantó de su asiento y se pudo ver como salía de la habitación por una puerta que la cámara captaba de fondo, dejando una pared blanca como prueba de su ausencia, el abogado querellante Pablo Llonto se lo hizo notar al presidente del tribunal. Era la segunda vez que Conditi salía del cuarto en el breve tiempo que llevaba la audiencia. No parecía estar asistiendo como imputado por delitos de lesa humanidad.  —A los señores imputados les pido por favor: mientras se efectúa la lectura de los requerimientos que se encuentren frente a su televisor, su pantalla, su teléfono, la idea es que se vean en esta videoconferencia, que estén conectados siempre en todo momento —tuvo la necesidad de explicar el presidente del tribunal, Walter Benditti.  Los problemas de conexión, de los más diversos con corte de luz incluido, fueron una constante. Malacalza, quien aparentemente había entrado a la sala virtual con otro nombre, tuvo dificultades para conectarse. Entró y volvió a salir. Eso generó un lamentable diálogo entre abogado e imputado, que se pudo escuchar porque el abogado no había silenciado su micrófono:  —Sí, se te fue, por eso ahí… me llama el tribunal porque dice que habías desaparecido… sí, ya sé… —le decía el doctor Alejo Pisani al acusado por desapariciones Malacalza, su defendido, que no había desaparecido, solo había perdido la conexión. Pero además, nadie del tribunal había utilizado la palabra desaparecido, solo habían pedido a sus abogados que informen por qué el acusado por desapareciones no estaba conectado.  “Se los imputa haber participado en el plan sistemático de represión ilegal practicado durante la última dictadura cívico militar. Para ello, conformaron junto con la plana mayor del Comando de Institutos Militares, la plana mayor del Comando de Aviación del Ejército, y demás miembros de Batallón de Aviación 601 de Campo de Mayo, una asociación ilícita destinada a la eliminación física de una porción importante de las víctimas del Terrorismo de Estado, privadas ilegítimamente de su libertad en ‘El Campito’ y/u otros centros clandestinos de detención cuyo destino final fue la muerte”, pudo leer el secretario del juzgado y la cosa parecía arrancar.  Domicilios Todos los acusados cumplen prisión domiciliaria desde hace varios años. Cuando a Santiago Riveros le preguntaron su domicilio, que es donde está cumpliendo la domiciliaria, dio su dirección exacta. En ese momento, el abogado defensor Eduardo San Emeterio, sintió por el espinazo el recorrido de un eco, una multitud que con petardos y bombos cantaba: “Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”. Entonces solicitó que no se diera la dirección exacta de ninguno de los imputados, “en orden de la protección de los asistidos, por privacidad y protección de la seguridad de ellos, que no den el informe de su domicilio actualmente”. Llonto se opuso al planteo de la defensa porque es obligación que las víctimas sepan dónde están cumpliendo la prisión domiciliaria y si efectivamente la están cumpliendo en el lugar que el tribunal estableció. La rueda de reconocimiento siguió pero no se volvió a decir una dirección exacta. Solo la localidad o el barrio.  El doctor Eduardo San Emeterio fue denunciado el 23 de septiembre por varias querellas en el juicio por los crímenes cometidos en la Brigada de San

Ramona Esther Gastiazoro y Carlos María Brontes tuvieron 4 hijas mujeres y 2 hijos varones. A Ramona la secuestraron el 9 de marzo de 1977 y Carlos falleció nueve meses después, el 24 de diciembre de ese año. Sus hijos e hijas brindaron testimonio de manera virtual frente al TOF 5 de San Martín, contaron sus historias y recordaron a su mamá y a su papá. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura en juicio 👉 Diego Adur💻 Edición  👉 Fernando Tebele 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti/Dibujos Urgentes En la audiencia del miércoles 16 declararon familiares de Ramona Esther Gastiazoro de Brontes, detenida-desaparecida el 9 de marzo de 1977 en su casa de Asunción 3320, Ciudadela, Provincia de Buenos Aires; y de Carlos María Brontes, que murió tiempo después del secuestro de su compañera. Dieron testimonio sus hijas, Adriana Delfina y María Esther Brontes, que estuvieron presentes en el momento del secuestro de su mamá; y sus hijos, Carlos Miguel y José Emilio Brontes, quien para marzo del ‘77 estaba preso en la Unidad Nº 9 de La Plata. A partir de sus declaraciones, sabemos que Ramona “era bajita, de tez blanca y ojos marrones. Tenía sobrepeso. Era enérgica, sargentona”. Del operativo participó “gente con pantalones verdes y botas negras”. Contó Adriana que despertaron a la familia a los gritos y entraron con sus armas. “Eran entre 10 y 15 personas”, dijo María Esther. En la casa, además de ellas dos y Ramona, había dos hermanas más, Nora y Graciela, y el tío de las testigos, Pedro José Brontes, quien también fue secuestrado y recuperó su libertad.  Los militares buscaban a su papá, Carlos María Brontes, que no había regresado esa noche a dormir a su casa porque sufrió un accidente y quedó internado. También preguntaban por Carlos Miguel. Durante el interrogatorio, a Adriana y a María Esther las acosaron y torturaron de formas horribles. Vendadas como estaban, las 4 hermanas pidieron, una a una, permiso para ir al baño. Así lograron identificar quiénes se encontraban en la casa. También se dieron cuenta que su mamá y su tío ya no estaban: “Una vecina vio coches Falcon, pero no vio cuando se llevaron a mi mamá y a mi tío. Ella después nos acobijó”, le contó Adriana al Tribunal. Los secuestradores pasaron todo el día en la casa de las testigos. Las obligaron a cocinarles, todo en un absoluto silencio: “No tienen que hablar ni respirar porque las vamos a matar a todas”, las amenazaron.  Más tarde llegó un primo del papá de las jóvenes, Santiago Esnel, que venía a avisarles sobre el accidente de Pedro. A él también lo golpearon. Cuando se fue de la casa, Esnel se encontró en el colectivo con Carlos Miguel, quien había pasado por la casa, pero al ver la persiana baja —un código que tenía con su madre para avisarle si podía entrar o si “en la casa había visitas raras”, contó Carlos— siguió de largo y se marchó sin ingresar al domicilio: “Me contó que en casa habían estado los militares y se habían llevado a mi mamá y a mi tío Pedro. Mis hermanas estaban en lo de una vecina. La persiana baja era una contraseña, había pasado algo”, declaró. Después de la liberación de su tío, las hijas y los hijos de Ramona pudieron concluir dónde estuvo secuestrada su mamá: “Él pensó que estuvo en Campo de Mayo. Por el olor a bosta era una caballeriza, nos dijo. Escuchaba un tren que pasaba a cada rato, un tren eléctrico. Escuchaba que hablaban de ‘la gorda’. Él presumía que hablaban de mi mamá. Estuvo todo el tiempo vendado y encapuchado. Lo liberaron cerca de Moreno. Se fue caminando y se tomó el tren para Ciudadela”, contó Carlos. El papá de las y los testigos falleció tiempo después de la desaparición de su esposa: “Yo estaba detenido en La Plata. A fines del ‘77 me visitó mi padre. Estaba desconsolado, muy triste —contó José Emilio en su declaración testimonial—.  Me pidió que me cuidara y cuidara a mis hermanas. Me comentó que había ido a la Iglesia Stella Maris (frente al edificio de la justicia federal en Comodoro Py) a preguntar por mi mamá. Le habían dicho que no buscara más porque iba a tener malas noticias. Se sintió muy mal e impotente. Vino a avisarme eso, me dijo que era un golpe muy fuerte para él. Al poco tiempo, en diciembre del ’77, tuvo un derrame cerebral y murió”. En el año 2000, gracias a la gestión de Juan Carlos ‘Cacho’ Scarpati, quien consiguió fugarse de Campo de Mayo, los hermanos Brontes se contactaron con Beatriz Castiglione de Covarrubias, quien también estuvo secuestrada allí junto a Ramona. Beatriz estuvo prisionera en ese centro clandestino desde su secuestro, el 17 de abril del ’77, hasta su liberación, el 3 de mayo de ese año. “Ella calculaba que para el 25 o 26 de abril hicieron un traslado en el que estaba mi mamá”, declaró Carlos Miguel. Traslado siempre fue el eufemismo más frecuente para maquillar a la muerte y la desaparición dentro de la burocracia del genocidio. Al finalizar la audiencia, el abogado defensor oficial de los genocidas, Juan Carlos Tripaldi, aceptó incorporar la prueba del libro ‘El Minuto’, de Pino Narducci, tal cual había solicitado la fiscal Gabriela Sosti, pero sí a la citación del autor para su declaración testimonial. El miércoles que viene el Tribunal deberá dar una respuesta.

En la audiencia del miércoles 9 de septiembre se escucharon testimonios por las desapariciones de Raúl Alberto Rossini y Hugo Luis Morante, desaparecidos en el verano de 1977. También declaró la hermana de Cristina y Fernando Escudero, detenidos-desaparecidos el 28 de septiembre de 1976. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura en juicio 👉 Diego Adur💻 Edición  👉 Fernando Tebele 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti/Dibujos Urgentes Juan Martín Rossini declaró por la desaparición de su padre, Raúl Alberto Rossini. Pedro, como lo conocía la mayoría de las personas o ‘Nariz con pelos’ como también lo llamaban, era militante montonero. Juan Martín era apenas un niño de dos años y medio cuando emboscaron a su padre y lo desaparecieron. Su mamá, Lidia Alicia Zunino, había sido secuestrada el 10 de diciembre de 1976 en la casa de la calle Thomas Edison, en Martínez, donde vivía la familia. En ese momento, el testigo se encontraba en el jardín de infantes y Raúl no estaba en la casa. Cuando regresó al barrio, llegó a ver que se estaba llevando a cabo un operativo y se imaginó lo peor para su compañera. Huyó junto a Juan Martín y lo refugió en la casa familiar de Hugo Luis Morante, un compañero de militancia. Cuando Morante fue secuestrado, el 12 de enero de 1977, Rossini decidió irse de la casa. Hacía visitas esporádicas para corroborar que su hijo se encontrara bien, pero ya no vivía allí con la familia de su amigo. La casa familiar de los Morante, en Boulogne, fue ocupada por personal del Ejército. Planearon la captura de Raúl, utilizando como carnada a su hijo, Juan Martín. La emboscada se concretó el 28 de enero de 1977. Raúl había ido a ver a su hijo porque le habían comunicado que estaba enfermo. Apenas llegó a la casa los militares lo secuestraron. El testigo averiguó que su papá estuvo privado de la libertad en Campo de Mayo. Fue por una conversación que mantuvo con Juan Carlos Scarpati, quien logró escaparse de ese centro clandestino. Scarpati contó al testigo que su papá lo había ayudado “espiritualmente” y también a sanar unas heridas de bala con las que había ingresado. “Me contó que había sobrevivido en Campo de Mayo gracias a la ayuda de mi padre”, relató. Raúl Rossini fue un importante cuadro dentro de la organización Montoneros. Fue jefe máximo de la Columna Norte de la Provincia de Buenos Aires hasta que se distanció de la conducción por algunas diferencias: “Pensó que la violencia estaba siendo extrema y que había muy pocas chances de lograr los objetivos que se habían propuesto. Era mucha la agresión con la que estaban siendo golpeados por las Fuerzas Armadas, sumadas a los organismos de Inteligencia y los centros de ayuda que tuvieron de los países dominantes. Le propuso a la Conducción General de la organización desarmar lo hecho porque las posibilidades de ganar eran muy bajas. Lo destituyeron y lo enviaron a sectores donde los militares iban con mayor énfasis”, contó.  También declaró en la audiencia Blanca Morante, hija de Hugo Luis Morante. Blanca contó qué sucedió a partir de que Pedro, como ella conocía a Raúl Rossini, le dejó a su familia el cuidado y la protección de Juan Martín, “Juancito”. El 12 de enero, Morante no regresó de trabajar. Ya había sido detenido. Algunos días después recibieron un llamado de Hugo. La casa de Blanca se llenó de gente. Estaban preparando la emboscada para Rossini. Uno de esos días, llevaron a la mamá de Blanca a ver a Hugo. “Estaba totalmente desnudo, en un camión cerrado, siendo torturado por un hombre con un perro. Tenía heridas en estado de putrefacción y olía a podrido”. A la mujer le preguntaron por Pedro. Ella les dijo que no lo veía casi nunca y no sabía dónde estaba. Cuando regresaron, se instalaron definitivamente a esperarlo. La tía de Blanca, Luisa, tenía órdenes de ser solo ella quien atendiera el teléfono y abriera la puerta. “Cuando llamó Pedro la obligaron a que le dijera que Juancito estaba enfermo. Así lo hizo”. Cuando Rossini llegó a la casa fue secuestrado. “No supe más nada ni de mi papá ni de Pedro”, atestiguó Blanca. Ella también estuvo reunida con Scarpati. Le contó que su papá había estado con él en Campo de Mayo y fue, junto a  Rossini, quien lo ayudó a sanar sus heridas. La testigo no preguntó más. No quiso saber los detalles de la vida en cautiverio de su padre. Luego de las desapariciones de Morante, primero, y de Rossini, después, medios como Clarín y La Nación publicaron falsas noticias en las que, supuestamente, ambos habían sido abatidos como guerrilleros en enfrentamientos con militares. “Yo pensé que mi papá y Pedro estaban muertos. Después me di cuenta de que la gente no se moría en un enfrentamiento. La gente estaba viva, en algún lado”, reflexionó Blanca, quien admitió que fue la primera vez que pudo hablar de lo sucedido en aquellos tiempos y compartió el recuerdo de su padre con el Tribunal Oral Federal Nº1 de San Martín: “Nunca conté lo que me había pasado. Nunca pude decir lo que le había pasado a mi papá, lo que habíamos pasado en esta casa. Yo necesito darle un cierre a esto. Mi papá era una persona súper solidaria. Les abrió las puertas de mi casa a Pedro y a su hijo porque tenía un corazón enorme. Era muy alegre y jovial. Hacía bromas permanentemente. Yo traté de nutrirme de eso. Él trató de inculcarnos la solidaridad y el ser justos. Creo que no le fallé. Siempre he tratado de ser la mejor persona, como él hubiese deseado que fuésemos sus hijas. Lo recuerdo con todo mi amor. Que sea justicia”, concluyó su testimonio. En la audiencia también declaró Elena Gilda Zunino, la hermana de Lidia y cuñada de Raúl Rossini. Elena se enteró, mediante el testimonio de Scarpati, que Raúl había estado en Campo de Mayo de abril hasta septiembre por lo menos. “Tuvo palabras de

El testigo fue citado por las desapariciones de su madre, Alba Noemí Garófalo, y de su padre, Eduardo Daniel Placci. Los secuestros ocurrieron el 8 de diciembre de 1976 en la casa de la calle Quintana 208, San Martín, Provincia de Buenos Aires. Algunos meses después del operativo, la casa fue ocupada por el policía Rolando Ríos y su familia. Al día de hoy, continúan usurpando la casa que por herencia le corresponde a Nicolás. El inmueble fue allanado en el 2009 y se le encontró al ex policía un verdadero arsenal de guerra que incluía metralletas, granadas y todo tipo de armamento y municiones. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura en juicio 👉 Diego Adur💻 Edición  👉 Fernando Tebele 🖍️ Ilustración: Lorenzo Dibiase  Las descripciones de Nicolás Placci son precisas y detalladas: Alba Noemí Garófalo tenía 22 años al momento de su secuestro. Era delgada, medía 1,75 m., tenía la tez blanca y los ojos marrones. Su papá, Eduardo Daniel Placci, era un año menor que Alba y medía 3 cm menos. Tenía el pelo ondulado, también era de tez blanca y compartía el color de ojos con su compañera. La mamá de Nicolás estaba embarazada cuando se la llevaron. Por eso, la intención de Placci no es solo saber la verdad y conseguir justicia, sino también encontrar a su hermana o hermano que, presuntamente, nació en cautiverio “entre abril y mayo del ’77”.  Alba y Eduardo se casaron el 2 de julio de 1975. Nicolás nació el 26 de mayo de 1976. Después de vivir un tiempo en la casa de los abuelos maternos de Nicolás, en el barrio porteño de La Boca, la joven pareja compró una casa en Quintana 208, en San Martín, y se mudaron allí con su hijo. Fueron secuestrados el 8 de diciembre de 1976, pocos meses después de mudarse a la casa. Un grupo vestido de civil y fuertemente armado ingresó a la casa. Habían ocupado toda la zona, incluso colándose en los techos de casas vecinas. Alba, antes de que se consumara el operativo, llegó a cruzar la calle para dejar a su bebé Nicolás al cuidado de una vecina, la señora Lucía de Ego: “Mis papás sabían que los estaban buscando. Me dejaron en la casa de la familia Ego para salvarme la vida”, relató Nicolás. Lo último que supo de su mamá fue que la encapucharon y la metieron dentro de un auto. Los secuestradores, “gente de la comisaría de San Martín y de la Brigada de San Martín”, regresaron al día siguiente y le reclamaron a Lucía que entregara al niño, pero la señora consiguió que le permitieran quedarse con Nicolás. “A ella también le debo mi vida”, le agradeció en su testimonio. Después de eso, su familia fue a buscarlo a la casa de Ego. Algún tiempo después, la casa de Garófalo y Placci fue ocupada por el policía de la Bonaerense Rolando Ríos junto a su esposa Julia Granados y tres hijos. En 2007, cuando Nicolás hizo las averiguaciones en el Registro de la Propiedad Inmueble de la Provincia de Buenos Aires, le informaron que seguía estando a nombre de Alba y de Eduardo. Ahí se enteró de que la casa estaba siendo usurpada por un ex policía que no poseía documentación que certificara su compra. Dos años después, en 2009, se realizó un allanamiento en Quintana, y descubrieron que Ríos tenía en la casa un verdadero arsenal militar: pistolas, revólveres, metralletas, cargadores, escopetas, municiones, balas, granadas, entre más armamento: “Al día de la fecha, todavía no pude recuperar la casa de mis padres. Está siendo habitada por un policía retirado, Ríos, y su esposa, Granados. No tenían escritura ni boleto de compraventa, ningún tipo de documentación respecto a la compra de ese bien. Lo único que mostró fue una boleta de teléfono. Esa casa está siendo usurpada de manera ilegal. No es una ironía, es una cínica metodología. Me puse al frente de las acciones que fueran necesarias para recuperar la casa que sigue a nombre de mis padres. Cuando allanaron la casa encontraron una cantidad enorme de armas de guerra y sus complementos y municiones. Se le hizo una causa a Ríos por la tenencia de armas de guerra. No entiendo como, después de 44 años, esa casa sigue usurpada y no se ha restituido a su único heredero, que soy yo”, expresó. La decisión de conocer su historia La investigación artesanal de Nicolás, como él la llama, para conocer la historia de Alba y de Eduardo, comenzó hace varios años. Antes, admitió, le esquivaba al tema: “Miraba para otro lado”. De niño, vivió envuelto en un gran silencio. Pensaba que su abuela materna era su madre y que su abuelo era su padre. Una mañana, que el testigo dijo recordar “como si hubiese sido esta mañana”, le preguntó a su abuela por qué las mamás y los papás de sus compañeros del colegio eran más jóvenes que ella. Ahí fue cuando le contaron que, hacía unos años, a sus papás se los habían llevado los militares y que, en algún tiempo, los iban a soltar e iban a regresar a buscarlo. Desde allí, Nicolás dejó de jugar, “de revolcarme en el piso, de patear la pelota. Me sentaba en el escalón del zaguán que da a la calle, día tras día, a esperar a que volvieran mis padres”. Cuando el joven Nicolás comenzó a percatarse de que no iban a volver empezó a reprimir todo lo que le pasaba al respecto. Dejó de tener amigos y amigas y no hablaba con nadie sobre el tema. Hasta que en el año 2003 fue invitado por unas personas que conocieron a Alba y a Eduardo a dar una charla a un grupo de jóvenes cristianos, “para contar la historia de mis padres. Me di cuenta de que no sabía nada de ellos, qué hacían, qué pensaban, por qué militaban. A partir de ahí comencé mi investigación… Cuando Néstor Kirchner pidió perdón en nombre del Estado por las

Martín Toledo, hijo de Vicente, un trabajador del Astillero Agustín Cadenazzi detenido desaparecido el 25 de septiembre de 1976, planteó este interrogante al Tribunal Oral Federal en lo Criminal N° 1 de San Martín. Las audiencias que investigan los crímenes de lesa humanidad de la Megacausa Campo de Mayo se desarrollan todos los miércoles de manera virtual. Allí, familiares de las víctimas dan su testimonio en busca de justicia. (Por La Retaguardia) ✍️ Redacción y crónica de la audiencia: Diego Adur  💻 Edición: Pedro Ramírez Otero 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti/Eugenia Bekeris (Dibujos Urgentes) En la audiencia del miércoles 26 de agosto declararon familiares de Martín Vicente Toledo, detenido desaparecido el 25 de septiembre de 1976, en Rincón de Milberg, Tigre. Dieron testimonio su hijo, Martín Adrián Toledo; su esposa y su hija, cuyos nombres resguardaremos por pedido familiar. Relataron cómo fue el operativo esa madrugada, cuando las piedras lanzadas por los militares despertaron a la familia, y los gritos buscando a Vicente les inundaron los oídos. Al domicilio de la calle Gutiérrez y Segurola, partido de Tigre, subieron tres personas vestidas de civil. La esposa de Vicente recordó en detalle a dos de ellas: “El primero era un muchacho joven, de 40 años, pelito corto, pantalón marrón y chomba beige. El segundo era flaquito, no muy alto, vestía jean y camisa escocesa y tenía pelo con rulos”, describió. Luego, por medio de los vecinos y vecinas, se enteraron de que Toledo fue subido al baúl de un Ford Falcon. Al día de hoy continúa desaparecido. Marta también nombró al “Oficial Plaza”, quien la atendía cuando ella visitaba la Comisaría de Tigre para preguntar por Vicente. “Él me recomendó que me vaya a dormir a lo de algún familiar porque volvían y me llevaban un chico”, dijo. De la casa de Toledo se llevaron ropa de Vicente y suya, una plancha, una licuadora y “hasta una espadita de San Martín de la Revista Billiken se robaron esas ratas”, mencionó Martín en su declaración testimonial. Todos esos efectos personales aparecieron algunos días después. A la casa donde vivía la familia, llegó una citación de Prefectura para Toledo. La esposa de Toledo fue con su cuñado y la persona que la recibió le entregó una “bolsa de arpillera, con verdín” que tenía todo lo que se habían robado de su casa. Le dijeron que la habían encontrado en el Puente de Rocha, después de un llamado anónimo. También le afirmaron que la desaparición de Toledo debía ser obra de sus compañeros, algún tipo de venganza. Repasando los hechos, Martín, que al momento del secuestro de su padre tenía casi 8 años, argumentó: “En 10 días esa bolsa no pudo haber juntado verdín. Una bolsa con una licuadora y una plancha se hunde”. Martín Vicente Toledo trabajaba en el Astillero Agustín Cadenazzi. Era delegado gremial y junto a sus compañeros habían conseguido muchos derechos para los trabajadores de los Astilleros Astarsa (Astilleros Argentinos Río de la Plata S.A.). Habían conformado la Agrupación Alesia, de la que formaban parte decenas de trabajadores desaparecidos. La esposa de Vicente Toledo Cerca del final de la comparecencia de la esposa de la víctima, el abogado defensor oficial, Juan Carlos Tripaldi, intervino con intenciones de desacreditar la declaración de la testigo. Ante la pregunta de la fiscal Gabriela Sosti acerca de la edad de su marido al momento de su desaparición. Ella dijo estar convencida de que tenía 33 años, pero que “ayer alguien le había dicho que tenía 34”. Tripaldi inquirió a la testigo sobre quién era la persona con la que había hablado el día anterior a su declaración con intención de manifestar que su testimonio podría haber sido preparado. Pablo Llonto, querellante por familiares de las víctimas, intervino y le respondió al defensor que la testigo era una víctima y podía hablar con quien ella quisiera antes de la declaración. Sosti reforzó el mismo argumento ante el Tribunal. A pesar de que no tenía que continuar con su respuesta, la testigo aseguró que todo lo que ella estaba declarando era porque lo recordaba a la perfección, a excepción de algunas fechas precisas o direcciones.  El hija y la hija de Vicente y su esposa, relataron al Tribunal las consecuencias que ha tenido en sus vidas la desaparición de su papá y aseguraron que no buscan venganza sino justicia.  Marcela Alejandra Toledo, hija de Vicente Toledo “Al menos encontrar sus cuerpos” Es lo que pretendía Marcos Andrés Testa, que en la audiencia del 19 de agosto declaró por las desapariciones de su padre, Anibal Testa, apodado Marcos, quien trabajaba en los Tribunales de Córdoba; y su madre, Elena “la Gringa” Barberis, estudiante de medicina. El secuestro se produjo el 11 de septiembre de 1976. Tenían 21 y 22 años. Marcos no había cumplido los 2 años de vida. El hijo de Anibal Testa contó acerca de la búsqueda incansable de sus abuelos y las secuelas que dejaron en él la desaparición de su papá y de su mamá: “Mis dos abuelos están fallecidos. Cuando perdieron la esperanza de encontrarlos al menos pretendían encontrar sus cuerpos. Yo recurrí al alcohol para entender y pasar todo esto. Recién a los 40 años pude rearmar mi vida y hacer una familia. Tengo 2 hijos”, compartió con el Tribunal. “¿Usted no sabía en qué cosas andaba su hija?” Con esa pregunta, el militar que comandó el operativo de secuestro de María Teresa Álvarez increpó a la familia. Quien lo testimonió en la audiencia virtual del 19 de agosto fue María Aurora Álvarez, hermana de Teresa: “Éramos 5 hermanos. Teresa era la tercera. Éramos militantes activos de las parroquias y los grupos juveniles”, declaró. Tenía 21 años al momento de su secuestro, el 17 de noviembre de 1976. Estudiaba sociología y trabajaba en una fábrica textil. La búsqueda de la familia Álvarez dio en algún momento con el cura Emilio Grasselli, secretario del Vicariato Castrense de la dictadura. Como a todas las familias que iban en busca de su ayuda, el sacerdote los

Lo contó Ramón Bonato en su declaración testimonial del último miércoles en el marco del juicio que se está llevando a cabo de manera virtual por la megacausa Campo de Mayo. El testigo declaró por la desaparición de Lucía Rey, el 14 de abril de 1976, cuando secuestraron a trabajadoras/es de la fábrica Del Carlo. También declararon familiares de Lucía. (Por La Retaguardia) ✏ Redacción y crónica de la audiencia: Diego Adur  💻 Edición: Fernando Tebele Ramón Bonato trabajó con Lucía Rey en Del Carlo durante 5 años. La fábrica ubicada en la calle Andrés Rolón 1107, San Isidro, fue una de las subsidiarias más importantes de los monopolios de la industria automotriz, Ford entre ellos. Entre abril y mayo de 1976, desaparecieron 14 personas. El testigo habló sobre el contexto que se vivía en la empresa antes de producirse el Golpe de Estado y sus consecuencias: “En la fábrica había mucha explotación. Las condiciones de trabajo eran pesadas y duras. Hubo conflictos importantes que llevaron a paros y tomas de fábrica para conseguir mejores condiciones de trabajo. Los ritmos de producción eran altísimos. Nosotros pertenecíamos al sindicato de metalúrgicos. Se lograron conquistas importantes, pero después del 24 de marzo de 1976 se produjo una ofensiva de toda la fábrica. Cambió la relación de fuerza”. Ahí comenzó el horror: “Desaparecieron muchos compañeros que habían participado de las luchas y conquistas. No sabíamos de dónde los secuestraban. Lo sabía la empresa, que mandó a secuestrar a los compañeros. A los tres o cuatro días del golpe militar, desaparecieron entre 10 y 14 compañeros. Nosotros paramos la fábrica. La policía pasó con las Itacas amenazando a la gente. Andaban en Ford Falcon verdes. Hubo una ofensiva de la empresa contra los trabajadores. Ese día nos llegaron las noticias de todos los compañeros que habían ido a buscar a su casa. Algunos se escaparon”, contó el testigo, y también se refirió a la búsqueda que llevaron a cabo por Lucía Rey y los demás compañeros y compañeras desaparecidas de Del Carlo: “Todos los familiares se reunían en la fábrica para preguntar dónde estaban. Se formó una comisión. Ahí no nos podíamos reunir. Fuimos a una iglesia, ahí cerca. Había un cura bastante progresista que nos dio un lugar para reunirnos y organizar la búsqueda de los compañeros. Fuimos a la Iglesia de San Isidro, a la de San Miguel y a Campo de Mayo, pero nunca nos recibió nadie” dijo. Bonato recordó a Lucía Rey como una mujer luchadora: “Era una mujer activa que discutía todas las cosas. No se quedaba callada. Defendía sus derechos”, expresó el testigo de manera virtual frente al TOF 1 de San Martín. El camino de LucíaEn la misma audiencia del miércoles 15 de julio, Oscar Rey declaró por el secuestro y desaparición de su hermana, Lucía Rey, ocurrido el 14 de abril de 1976 a las 4:10 de la mañana en el domicilio Beltrán s/n, Barrio La Paloma, General Pacheco, partido de Tigre. En la casa, además, estaban Soledad e Irma, hermanas del testigo y de la víctima; Carlitos, un hermanito de 5 años; su padre, Mamerto Rey; y su madre, Elisa Godoy. Rey, que al momento del operativo tenía 22 años, contó que la gente que participó del secuestro “era de la Policía y del Ejército. Rompieron la puerta de una patada y tiraron tiros en el techo. Había vehículos Falcon esperando afuera”. Lucía tenía 26 años cuando la secuestraron. Oscar también era empleado de la fábrica Del Carlo: “Yo trabajaba en la sección de ensamblado y mi hermana en espumado. Se llevaron a varios compañeros. A algunos el 14 de abril del ’76 —misma fecha de la desaparición de Lucía—, desde sus domicilios; a otros, el 12 de mayo del ’76, desde la fábrica. En total fueron 14. Los conocía porque fueron delegados”, declaró Rey, y recordó algunos de esos nombres: Arturo Apaza, Eduardo Barrios, y Alberto Coconier, entre otros, permanecen desaparecidos. Nilda Delgado sobrevivió al Terrorismo de Estado. Después del secuestro, Oscar y su padre se presentaron en la fábrica para preguntar por la desaparición de Lucía: “Dijeron que no sabían nada. Se lavaron las manos”, contó. Si bien Lucía no tenía actividad sindical dentro de la fábrica, “ella colaboraba con los delegados por los derechos del trabajador, los salarios y el bienestar del obrero”. Una semana después del secuestro de Lucía, a Oscar lo obligaron a renunciar:“Te conviene renunciar por tu propio bien”, lo amenazó un tal Bertoli, gerente de la fábrica. Por comentarios de sobrevivientes, la familia pudo saber que Lucía Rey estuvo en Campo de Mayo. Ella “era flaquita, menudita y tenía el pelo corto. Le decíamos Lucy”.En la audiencia siguiente, del miércoles 22 de julio, además de Bonato también declararon las hermanas de Lucía Rey, Soledad e Irma. El relato de Soledad fue muy emotivo. Reconstruyó el momento del secuestro de su hermana y su desesperación ante el operativo: “Me agarró un ataque de nervios. No sabía qué pasaba. Yo quería ver a mi hermana. Era desesperante. Tiraron un tiro y lo primero que pensé fue a quién mataron. Me pegaron con una taza en la cabeza y nos tiraron una frazada encima. Nos encerraron en la habitación. No la vimos más a Lucía y nunca más supimos de ella”, declaró. Su papá, Mamerto Rey, y su mamá, Elisa Godoy, realizaron denuncias y habeas corpus por Lucía sin resultado alguno: “Mi mamá buscó mucho a Lucía. Marchaba todos los jueves en Plaza de Mayo. Iba con una tía, Rafaela, que tiene el nieto desaparecido”, contó Soledad. Cuando Mamerto quiso hablar con Nilda Delgado, la sobreviviente de Campo de Mayo que identificó a Lucía dentro del Centro Clandestino,  ella no pudo decirle nada. Lo que supieron fue tiempo después, tras la declaración testimonial de Delgado. Al terminar su declaración, Soledad, envuelta en lágrimas, reclamó memoria, verdad y justicia por su hermana: “Yo quiero saber dónde está Lucía, qué hicieron con Lucía. Yo quiero sus restos. Yo pido que nunca más vuelva

Sandra Missori tenía 13 años cuando fue secuestrada junto a parte de su familia. En Campo de Mayo, cuando le preguntaban su nombre y ella lo daba, le pegaban y le decían que debía responder con un número, el 513. Su relato fue conmovedor. En la audiencia del pasado miércoles en este tramo de la Megacausa Campo de Mayo, también declararon Mónica y Daniel Gambella por la desaparición de su papá Juan Antonio; Laura Patricia Parra, por las desapariciones de su padre Carlos Raúl Parra y su madre Georgina del Valle Acevedo de Parra. (Por La Retaguardia) ✏ Redacción y crónica de la audiencia: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele 🖍️ Ilustración: Lorenzo DibiaseCuando entraron en la casa donde Sandra Missori estaba junto a su mamá Ema Battistiol, las sacaron de la cama de los pelos. Sandra escuchó cómo hacían lo mismo con su tía, Juana Colayago. Estaban buscando a su tío, Egidio Colayago. Él todavía no estaba en la casa, así que los militares, “vestidos con ropa verde, unos;, y azul claro, otros, todos con uniformes”, se quedaron vigilando hasta que volviera Battistiol. “Cuando llegó mi tío ni lo vimos entrar. Solo escuchamos sus gritos de auxilio. Nos hicieron vestir a mí, a mi mamá y a mi tía. Nos pusieron vendas en los ojos y nos sacaron. Ya era de día”. A Sandra y a su mamá las subieron a un auto diferente al de Egidio y Juana. Las colocaron en el piso del vehículo. “Mi tío me pidió perdón y me dijo que me quedara tranquila, que no me iba a pasar nada, que el tema era con él”.Llegaron al lugar que después supieron era Campo de Mayo y separaron a Sandra del resto de su familia. “Me hicieron cambiar la ropa. Me dieron una ropa que me quedaba grande y estaba manchada con sangre. Me sacaron todas mis pertenencias, mi cadena de oro, mi documento y me sacaron mi nombre. Ya no era más Sandra. Me dieron el número 513. Me dijeron que me lo acordara. Me pusieron vendas y la capucha. Me arrastraron por un camino de tierra y viento. Escuchaba ramas, pájaros, como si fuera un bosque. Me metieron en un lugar y me tiraron a unos colchones finitos que había en el piso, sucios y con olor. Me encadenaron los pies al piso. Escuchaba los gritos de la gente, muriéndose”, declaró.El relato de Sandra Missori fue muy conmovedor y contó con un nivel de detalle y precisión tan crudo como concreto. Por este caso declararon en una audiencia anterior las hermanas Lorena y Flavia Battistiol, las primas de Missori, hijas de Egidio y de Juana.El tema del robo de su nombre fue para Sandra un hecho muy traumático que la acompañó durante el resto de su vida: “Cuando venían los celadores me preguntaban mi nombre. Yo respondía Sandra. Me golpeaban y me decían que yo no era más Sandra, era 513. Lo aprendí a los golpes. Esa fue mi primera tortura, me robaron mi identidad”, denunció.En algún momento de su cautiverio, visitó a Sandra un celador “menos violento”, al que llamaban ‘El Negro’. Según la testigo, este represor “se asombró por lo chica que yo era”. Le sacó las vendas de los ojos, que estaban infectados, y le puso la capucha. Le dijo que mientras no fuera vigilada podía levantársela para respirar mejor. A partir de ese momento, Sandra consiguió ver muchas de las cosas que ocurrieron durante su cautiverio: “Pude ver dónde estaba. Había más de 20 personas, algunas ni se movían. El piso era de tierra y el techo de chapa”, recordó.La testigo continuó relatando los episodios aterradores que pasó durante su cautiverio. “Tenía una rata comiendo la sangre de mis tobillos, que estaban dañados por las cadenas. Yo grité y alerté a uno de los celadores que estaba ahí. Le disparó a la rata y quedó muerta arriba mío. Como pude, la sacudí de mi cuerpo y quedó al lado mío”, contó.Luego llevaron a Sandra a un lugar donde vio a Juana Colayago: “Mi tía estaba embarazada, tenía una panzota de 8 meses. Estaba atada, con la boca tapada y sin pantalones”. En el lugar había un torturador al que le decían ‘El Doctor’ que hacía preguntas a Sandra mientras torturaba a su tía: “La torturaba con un aparato eléctrico, después supe que era una picana. Se lo pasaba por la panza y ella se retorcía y abría grandes los ojos. Me preguntaban si yo sabía todas las personas que mi tío había matado y las bombas que él ponía en los trenes. No pude responder nada. Yo era muy chica. De hecho, fui con mi muñeca y la prendieron fuego”. Sandra se esforzó por recordar cada detalle del horror sufrido en esa sala de tortura. A Juana Colayago la continuaron torturando frente a los ojos de su sobrina hasta su muerte.Para presenciar todo ese espanto le quitaron la capucha, y así pudo describir al torturador: “El Doctor tenía bigotes, era más bien alto y robusto”. También escuchó diversos apodos que la testigo recordó y mencionó en la audiencia, como Cepillo, El Negro, Alemán, Lanuse y Tigre.En otro momento, Sandra fue expuesta a la misma tortura, pero esta vez con Egidio Battistiol: “Me sacaron la capucha. Tenían a mi tío atado a un árbol. Estaba muy ensangrentado y con la cabeza caída. Lo golpeaban con un palo con una cadena en la punta. Me preguntaban si sabía cosas y cada vez que yo decía que no, le seguían pegando. Ellos eran así, aparte de las torturas físicas usaban mucho la tortura psicológica. Hasta el día de hoy yo sigo cargando con la culpa, que no tenía, por esas muertes”, compartió después la testigo, ilustrando la crueldad sin límites con la que se consumó el genocidio.Con la posibilidad de ver a través de la capucha que tenía puesta, Sandra memorizó la rutina que tenían sus captores. Antes de retirarse, un sacerdote los comulgaba “para que pudieran irse en paz”. A la noche,

Continúa uno de los tramos de la Megacausa Campo de Mayo. En la audiencia del miércoles pasado declararon familiares de Valeria Dixon y Esteban Francisco Garat, detenidos-desaparecidos el 27 de diciembre de 1977. Valeria y Esteban estaban casados y vivían en Vicente López, provincia de Buenos Aires. Se conocieron en la Facultad de Agronomía de la UBA y militaban en la agrupación católica “Cristianos para la Liberación”. (Por La Retaguardia)✏ Redacción y crónica de la audiencia: Diego Adur💻 Edición: Fernando TebeleJuana María y Mariana Garat, hermanas de Esteban, y Pedro Miguel Santiago Vader, el marido de Mariana, contaron cómo fueron secuestradas y trasladadas a Campo de Mayo días después de la desaparición de Valeria y Esteban. En la madrugada del 28 de diciembre de 1977 unas personas que dijeron ser de la Policía Federal ingresaron violentamente al domicilio de la familia Garat, en Olivos, donde se encontraban pasando las fiestas. Los hombres dijeron que buscaban a María Teresa Garat, Maite, otra hermana de Esteban, quien atestiguó más tarde en la misma audiencia. De la casa se llevaron secuestrados/as a Pedro, a Mariana, a Juana María y a una amiga suya, Paula Gaona. Robaron dinero en efectivo, los relojes de Pedro y de Paula, y la alianza de Mariana. Improvisadamente, con pañuelos o sábanas que encontraron en la casa les vendaron los ojos y les subieron a una camioneta. Tanto las hermanas Garat como Vader coincidieron en que se dirigieron a Campo de Mayo. Estuvieron en un gran galpón junto a muchas otras personas secuestradas y allí escucharon a Valeria, que se quejaba por un problema con sus lentes de contacto, y a Esteban, quien gritaba dolorido: “Mi cuñada Valeria tenía una voz muy característica. Estoy segura que era ella. Esteban pedía agua. Yo pedí agua y cuando me la trajeron les dije que enfrente, donde lo escuché a él, había un muchacho pidiendo agua desde antes que yo.  Se quejaba por dolores en la nariz. También les dije que le dieran calmantes a Esteban”, relató Mariana. Los interrogatorios fueron por separado. A Pedro le preguntaron por Esteban, sobre qué hacía y cómo lo había conocido. “Era como dar un examen en la Facultad”, recordó. A Juana María y a Mariana Garat las interrogaron por un tal Luis: “Yo pensé que por el marido de mi cuñada que está fallecido, pero después supe que era por Luis Khun”, dijo Juana. Mariana sí lo conocía: “Yo había estado en grupo misionero con Luis. No sabía dónde vivía ni tenía contacto con él. También me preguntaron por Maite. No podían creer que yo no supiera el nombre de la religiosa donde estaba Maite ni la dirección”, declaró. Durante el interrogatorio, Mariana le consultó a uno de sus captores si le iban a robar el reloj que llevaba puesto, como le habían robado la alianza de matrimonio al momento del secuestro: “El hombre se enojó mucho. Puteó y me dijo que si alguien me quería sacar el reloj dijera que el Sargento Pato, o Coronel Pato, dio la orden de que no me lo robaran. Este señor Pato me dijo que fuera muy cuidadosa con la capucha, que mi vida dependía de que no se me cayera la capucha”, agregó. Pedro, Juana María y Mariana recordaron que los guardias utilizaban nombres de animales para llamarse. Además de Pato, Mariana recordaba haber escuchado el sobrenombre Sapo.Mientras tanto, en la casa de Olivos había quedado la mamá de las hermanas Garat con su nieta, la hija de Mariana y Pedro. Esa misma tarde del 28 de diciembre, los militares regresaron al domicilio y se llevaron un álbum de fotos, que utilizaron durante el interrogatorio, y otros efectos personales de gran valor sentimental para las testigos. “Un paseo que no se van a olvidar nunca en su vida” Así definió uno de los secuestradores de Campo de Mayo lo que fue la liberación de las Garat y de Vader. Después de pasar todo el día en ese galpón, con capuchas y grilletes enganchados al suelo, fueron sacados/as en un camión del Ejército junto a una pareja. Bajaron a las 6 personas en medio de la ruta y les dijeron que caminaran para adelante porque si miraban para atrás iban a ser boleta. Ya era de noche y no sabían dónde estaban. Preguntando a la gente de la zona llegaron hasta Camino de Cintura y tomaron un colectivo que las dejó en Márquez y Panamericana. Ahí, se metieron en un bar donde pudieron llamar a un familiar para que fuera a buscarlas. De esa pareja, Juana María pudo reconstruir que “ella comentó que estaba embarazada. No tomaron el colectivo con nosotros. Eran petisos los dos. Ella estaba medio gordita. Me parece que era rubia. No sé si la gordura era del embarazo o no”. Las hermanas Garat vieron a su hermano por última vez el 24 de diciembre de 1977, en la Parroquia La Redonda, del barrio Belgrano de la CABA: “Él no quiso venir a pasar navidad con nosotros porque estaba preocupado porque había caído un compañero suyo. Fuimos todos a la misma iglesia para poder vernos”, expresó Juana. Mariana tenía conocidos en Agronomía y sabía que habían desaparecido personas de la Facultad. Ella contó que a Esteban le quedaba una sola materia para recibirse. También relató que junto a Pedro “el 27 íbamos a volver a Monte, donde vivíamos, pero por un problema debimos quedarnos en lo de mi mamá”. Por último, el TOF 1 de San Martín también escuchó el testimonio de María Teresa Garat. Ella fue presa política y en su declaración recordó su propia militancia política, la de su hermano Esteban y su cuñada Valeria.