Canción actual

Título

Artista


Lesa Humanidad

Página: 4


El de Margarita Sánchez Hernández fue uno de los más extensos y dramáticos testimonios del juicio Puente 12 III. La sobreviviente declaró, por primera vez en un juicio oral, que fue secuestrada en mayo de 1976 por tres hombres que actuaron a cara descubierta. En el centro clandestino fue torturada y sufrió delitos en contra de su integridad sexual. Dos de los hombres eran miembros de la Policía Montada de la Bonaerense. Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez OteroFoto: Transmisión de La Retaguardia Después de recuperar su libertad, Margarita Sánchez Hernández fue acosada y perseguida durante mucho tiempo por esos dos secuestradores. Era empleada del Ferrocarril Belgrano Sur y el trauma producido por sus vivencias en Puente 12 hizo que se ausentara muchas veces de su trabajo y fue despedida. Fue secuestrada en forma casi simultánea con tres compañeros de trabajo: Carlos Fernández, Ana Rosa Nussbaum y Jorge La Cioppa. La sobreviviente fue liberada junto con Ana Rosa, quien volvió a ser secuestrada y está desaparecida, igual que Fernández y La Cioppa.  En el cierre de la audiencia 11 dio su testimonio Margarita Sánchez Hernández. Como era la primera vez que la testiga declaraba en un juicio oral, la fiscal adjunta Viviana Sánchez pidió cambiar la modalidad impuesta por el Tribunal Oral 6. Como hubo acuerdo, la fiscal Sánchez fue la que condujo la declaración testimonial, en lugar del presidente del tribunal, Daniel Obligado.  Margarita Sánchez Hernández dijo que en mayo de 1976 tenía 23 años y trabajaba en el Ferrocarril Belgrano Sur, en las oficinas de la Estación Buenos Aires, cabecera de esa línea, ubicada en el barrio porteño de Barracas, a metros del cruce de la avenida Vélez Sarsfield con la calle Suárez.  En mayo de 1976, Margarita fue secuestrada en un raid que involucró a otros compañeros de trabajo, como Carlos Fernández, jefe de Personal, Ana Rosa Nussbaum y Jorge La Cioppa, quien era vecino de la testiga en la localidad de Villa de Mayo, en lo que hoy es el partido de Malvinas Argentinas, en el norte del conurbano.  La testiga dijo que ella estaba en la Juventud Peronista y tenía militancia en las villas, desde la época de la escuela secundaria. Jorge La Cioppa había sido integrante del centro de estudiantes de la secundaria, en la localidad de San Miguel. En mayo de 1976 él tenía 19 años. El viernes 14 de mayo de ese año, ella y Jorge volvíeron juntos del trabajo, pero ninguno de los dos fue ese día hacia sus casas en Villa de Mayo.  Margarita tenía que pasar por Boulogne Sur Mer, para buscar a su hijo Esteban, de 18 meses, que había quedado al cuidado de una de sus abuelas.  Después tenía una reunión con unas amigas que vivían en Boulogne. Jorge, por su parte, bajó en la estación Carapachay, porque iba a casa de unas tías y de sus abuelos para invitarlos a una reunión familiar que se haría en su casa el domingo 16.  “Él se bajó en Carapachay y nos quedamos hablando un rato ahí, él en el andén y yo desde la  ventanilla del tren (…) muchos años después entendí que esa fue nuestra despedida”, dijo la sobreviviente. Jorge “nunca llegó a la casa” de ninguno de sus familiares.  El lunes 17 de mayo, cuando ella regresó a su casa desde el  trabajo,  la estaban esperando sus padres y su hermana menor, todos “con cara de preocupación”. Su madre le dijo que fuera a su habitación y cuando entró vio que todo estaba revuelto “hasta los colchones de la cuna de Esteban, habían vaciado el placard, habían vaciado todo”.  Con posterioridad pudo reconstruir lo sucedido en esos días: “A Jorge lo secuestran el 14, y en la madrugada del 15 llegaron a mi casa”. Ese fin de semana, ella y su hijo estuvieron en Boulogne. El allanamiento fue “a las 2 o 3 de la mañana, entraron a los golpes, mucha gente, rompieron los vidrios de la ventana, y derribaron una puerta que estaba al costado de la cocina, que daba a una galería cubierta”.  El ruido hizo que su padre se despertara, junto con un primo suyo que estaba esa noche en el lugar. A ellos dos “los golpearon, los encapucharon a todos, excepto a mi hermana, que la dejaron libre para que los llevara hasta mi habitación”. Los represores portaban armas de guerra y a su hermana la hicieron sentar en un puff, al pie de la cama, y “le pusieron en las manos una granada para amedrentarla”.   Abrieron hasta la heladera y en un mueble encontraron un ejemplar de El Diario del Che en Bolivia, que le había prestado un amigo. Mientras revolvían todo, murmuraban: “Esta se escapó”, en referencia a ella. La casa allanada estaba en Copérnico 693 de Villa de Mayo. Antes o después de allanar su casa, fueron a buscar a Carlos Fernández, que tenía “35 años o 36 años”. Margarita explicó que “lo que decían es que lo habían sacado herido o muerto de su casa, habían acribillado la puerta de entrada”.  En el caso de Jorge La Cioppa, un vecino dijo que vio cuando lo obligaban a subir a un auto. Otro vecino, que volvía de su trabajo, al ver el operativo, les dijo a los represores que estaban allanando la casa de “una familia muy buena”. La respuesta de uno de los de la patota fue: “Eso es lo que usted cree”.  Según la reconstrucción que hizo la testiga, “Jorge ya estaba en un auto (secuestrado), cuando fueron a mi casa”, que estaba a unas tres cuadras del domicilio de su amigo. Luego fueron a la casa de una abuela de Jorge donde “suponían que había armas”. Hicieron disparos contra la casa, pero no encontraron nada. Los balazos perforaron la puerta.  A pesar de lo sucedido, el martes 18 de mayo Margarita concurrió a su trabajo. Ella se preguntó a sí misma “cómo fui a trabajar” tan pronto después de lo que había ocurrido en su casa. “Honestamente, no lo

En la décima audiencia del juicio declararon el sobreviviente Leonardo Blanco, quien fue secuestrado con su hermano Néstor; y Mariano di Gangi, por el secuestro y asesinato de su hermano Julio Omar. Además, el testigo Rodolfo Nusbaum habló de la desaparición y el secuestro de su hermana Rosa Ana, y brindó testimonio Claudio Nicolás Grad, quien estuvo una semana en Puente 12 y perdió dos dedos de la mano en las torturas.  Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez Otero Los hermanos Leonardo y Néstor Eduardo Blanco, el primero militante peronista y el segundo del ERP, fueron secuestrados y llevados a Puente 12 en noviembre de 1975. La historia la contó Leonardo, porque su hermano falleció hace diez años. Estuvo seis años preso, pero en Puente 12 “sólo torturaron a mi hermano, porque me salvó diciendo que él era a quien estaban buscando”. En la tortura, Néstor  “perdió un testículo y quedó estéril”.  El sobreviviente definió a Puente 12 como “un lugar de interrogatorio y tortura de personas”. En la décima jornada del juicio Puente 12 III, también dio su testimonio Rodolfo Nusbaum, quien se refirió al secuestro y desaparición de su hermana Rosa Ana Nusbaum, en mayo de 1976. Oriunda de Chaco, vivía en Buenos Aires, era militante de la Juventud Peronista y estaba embarazada. Había sufrido un secuestro anterior, pero esa vez la salvó un militar que le gustaba cómo cantaba tangos.  Por su parte, Mariano di Gangi prestó declaración por el secuestro de su hermano Julio Omar di Gangi en octubre de 1976 en Pergamino. Lo buscaron intensamente, sin dar con su paradero, hasta que sus restos fueron hallados en el cementerio de Avellaneda. Lo habían asesinado “de cinco tiros por la espalda, porque los huesos estaban rotos de atrás hacia adelante”.  El último caso de la décima audiencia fue el de Claudio Nicolás Grad, secuestrado en abril de 1976 en su casa de Temperley. Estuvo una semana secuestrado en Puente 12, sufrió tres sesiones de tortura y perdió dos dedos de su mano derecha. Luego de pasar por todo eso, le dijeron que había sido un error, “una falsa denuncia”. Lo dejaron ir y, como única justificación, le dijeron: “Lo que pasa pibe es que estamos en guerra con la subversión”.  Los hermanos Blanco El sobreviviente Leonardo Blanco, militante de la Juventud Peronista, fue secuestrado el 8 de noviembre de 1975 junto con su hermano, Néstor Eduardo Blanco, quien falleció en 2013. El hecho ocurrió en Lanús Este, en la calle Las Piedras 3229. Fue un operativo conjunto del Ejército y la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Su hermano era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Primero los llevaron a la comisaría segunda de Lanús. Toda esta primera parte del testimonio estuvo signada por las preguntas en serie del presidente del Tribunal Oral 6, Daniel Obligado.  Estuvieron solo un par de horas en la comisaría, hasta que les pusieron una cinta cubriéndole los ojos, los subieron a un vehículo y los llevaron al centro de tortura y exterminio de Puente 12. El testigo dijo que estuvo unas dos semanas en ese lugar, luego de recibir una nueva andanada de preguntas de Obligado, que cortaban la fluidez del relato del testigo.   Blanco aseguró que se perdía la noción del tiempo al estar con los ojos tapados “tirados en el piso y hacinados”. Describió que estuvieron en “un lugar de interrogatorio y de tortura de personas”. Se salvó de la tortura porque cuando lo iban a llevar, su hermano se interpuso diciéndole a los represores que era él la persona que buscaban. En la tortura, su hermano “perdió un testículo y quedó estéril”. De ese lugar los trasladaron luego al Pozo de Banfield, con los ojos tapados y las manos atadas a la espalda. En su caso se las habían amarrado “con una corbata”. Con posterioridad los llevaron al Pozo de Quilmes. Estuvo seis años preso, en Devoto y en otras cárceles.  En los lugares donde estuvo secuestrado pudo reconocer a algunos vecinos de su barrio como Antonio Garrido y Julián Garrido. Ante preguntas de la fiscal adjunta Viviana Sánchez, precisó que el eje de su militancia en la Juventud Peronista fue la agitación por el regreso al país de Juan Domingo Perón, en 1972. Su apodo era “Raúl”.  Al momento de su secuestro trabajaba en ENTEL y tenía 28 años. En la casa de donde se lo llevaron, vivía con su esposa, su hijo, y con sus padres. El hermano estaba de manera “circunstancial” en la casa, porque lo estaban persiguiendo por su vínculo con el PRT. Estaba “casi clandestino” y “lo vinieron a buscar a él, más que a mí”. Su apodo era “Tetu”.  Supo de algunos compañeros de militancia de su hermano: “A uno le decían Barba, Microcini de apellido, y a una chica que se llamaba Griselda  y le decían Cachorra, que había caído en un enfrentamiento y por eso lo vinieron a buscar a él”. También conocía el nombre de Julio Mogordoy, pero dijo no saber si militaba con su hermano. También recuerda a Ricardo Maeda, a quien conoció en la cárcel.  Cuando los secuestraron, uno de los represores los amenazó cuando subieron al vehículo en el que los trasladaban: “Los vamos a hacer mierda”, les dijo y los hizo callar. Su esposa le contó después que un oficial, cuando él ya estaba fuera de la casa, “lo levantó a mi hijo que estaba en la cuna, lo miró y después lo tiró de nuevo en la cuna; esa fue una parte violenta”. Antes de que se lo llevaran, su esposa pudo alcanzarle un pullover “porque estaba un poquito fresco”. En Puente 12 estuvo siempre en el suelo y recién a los dos días le dieron algo de comer “en la boca siempre, con las manos atadas” hacia la espalda.  “En forma constante” se escuchaban “gritos de otras personas, hombres y mujeres” que estaban siendo torturadas. Siempre estuvieron juntos con su hermano “salvo cuando se lo llevaron para operarlo por

Los jueces Jorge Gorini, Rodríguez Giménez Uriburu y Nicolás Toselli rechazaron el pedido de ampliación de casos y cargos contra quienes están imputados en el juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad ocurridos en el circuito de los ex Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”. 200 hijos e hijas deberán seguir esperando ser tomadas como víctimas directas. Redacción: Camila Cataneo / Fernando TebeleEdición: Pedro Ramírez OteroFoto: Transmisión de La Retaguardia Hace algunas semanas, el Ministerio Publico Fiscal pidió al TOF N°2 de la Ciudad de Buenos Aires sumar más de 200 nuevos casos de niños y niñas que estuvieron en los centros clandestinos “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”, o que fueron afectados por la desaparición de sus padres o madres. Por otro lado, pidieron incorporar los delitos sexuales cometidos contra mujeres en sus cautiverios.  Tras darse a conocer la decisión de los jueces, tres imputados ampliaron sus indagatorias en la instancia final antes de los alegatos. Comenzó Miguel Pablo Lugo, quien se victimizó y afirmó que no cometió ningún delito. También exigió “que se haga justicia con quienes son los responsables”, aunque se ubicó realizando “cinco guardias” en El Olimpo. Al comenzar su declaración expresó que no iba a responder preguntas.  Continuó Miguel Victor Pepe, quien declaró que no había presenciado ni visto nada. Luego dijo que alguna vez señaló “al subversivo como el enemigo, quizás por rencor”. Finalizó Sergio Raúl Nazario, quien aseguró: “No estuve jamás en ese destino y no conozco a las personas que han sido nombradas en este sumario”. Luego, el abogado defensor Nicolás Armando le consultó sobre los cargos que tuvo en el período de tiempo que se toma en este quinto tramo.  Al finalizar la audiencia, Berenice Timpanaro, fiscala auxiliar, se sumó a la transmisión conjunta de La Retaguardia y Radio Presente. Allí habló sobre la decisión del tribunal frente al perdido de sumar nuevos delitos. “No son casos aislados”, planteó y comentó que el tribunal argumentó que los casos de violencia contra mujeres en cautiverio ya formaban parte de la causa. Además, advirtió a las defensas que las partes acusadoras podrían acusar por delitos diferentes a cómo llegó la causa desde la Instrucción. En el caso de los niños y niñas que fueron víctimas en aquella época, los jueces rechazaron la incorporación en este juicio que se realiza, porque no fueron casos tomados durante el período de Instrucción tramitado en el juzgado de Daniel Rafecas. Los niñas y niñas fueron víctimas de la dictadura El 12 de octubre de 1978, Iván Troitero tenía 15 años. Vivía junto a sus padres y sus hermanos en un departamento en Lugano I y II.   Una patota de aproximadamente 35 personas allanó su casa. Solo estaban los hermanos. Cada uno fue llevado a una habitación diferente. Sufrieron violencia física y psicológica mientras esperaban la llegada de los padres. Uno de sus hermanos intentó escapar y fue asesinado. Luego de dos horas, llegaron Alfredo Troitero y Martha Tilger a su domicilio. Allí fueron secuestrados. Los niños fueron amenazados por la patota. “Si bajan, los matamos”, les aseguró uno de ellos. Al llevarse a sus padres, Ivan le pidió a uno de sus hermanos que bajaran por las escaleras. “Pasamos uno por uno a los chicos y llegamos a la casa de un compañero a las siete de la mañana. Luego estuvimos en la casa de mi abuela”, contó Iván durante la transmisión del juicio a través del canal de YouTube de La Retaguardia.  La historia de Ivan es una de las miless de historias de hijos e hijas de personas que fueron secuestradas en la época de la dictadura. En 2019 comenzaron a organizarse quienes habían estado en el Circuito ABO para visibilizar sus casos. “A nosotros nos convocan como testigos, pero somos víctimas”, aseguró Ivan Troitero. Tambiénn dijo: “Nuestras vidas fueron invisibilizadas por el Poder Judicial”.  Durante la dictadura, los niños y niñas han sido violentados desde el momento que secuestraron a sus padres. Muchas y muchos fueron llevados a centros clandestinos. “Solo estar ahí tendría que ser considerado un tortura”, dijo Ivan. También hubo hijos e hijas que sufrieron violencia física y psicológica cuando entraban a las casas. . Además de los bebés robados que recuperaron sus identidades, o aquellos a quienes se continúa buscando. Todas y todos fueron víctimas.  La deuda de la Instrucción  Iván interpeló al juez Daniel Rafecas, a cargo de la Instrucción de la Megacausa Primer Cuerpo de Ejército: “Tuvimos en la Ciudad de Buenos Aires un Juzgado Federal que fue vanguardia en esta política en  las presentaciones sobre el terrorismo de Estado. Los colectivos de H.I.J.O.S en Mendoza ya hicieron presentación y fueron aprobadas, en Córdoba y Santa Fe también. En Tucumán ya se presentaron”. Y agregó: “¿Qué pasó con quien en algún momento fue vanguardia y todavía no lo está haciendo?”. Rafecas tiene en su juzgado la voluminosa Instrucción, que en varias ocasiones ha sido señalada por víctimas y sobrevivientes como defectuosa. Las críticas se hicieron habituales en los últimos años, ya que en los primeros, tras la caída de las leyes de impunidad, se lo tomaba como un buen ejemplo de avance de las causas.

La historia de Luis Gambella es una de las más conmovedoras de las que se escucharon en el juicio. Cuando era muy pequeño una patota secuestró a su padre, Antonio Juan Gambella. Quedó al cuidado de su madre de 15 años. De chico, pensaba que su mamá era su hermana, el padrastro abusó de él y en la adolescencia supo la verdad. Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez OteroFoto: Transmisión de La Retaguardia Por decisiones familiares, Luis Gambella fue alejado de sus cuatro hermanos, hijos de un primer matrimonio de su padre. En el colegio secundario fue marginado cuando se supo que su padre había sido militante del PRT-ERP. A los 18, cuando le tocó hacer el servicio militar, en el cuartel se enteraron de quién era hijo. Le dijeron que iba a dormir separado del resto, en un calabozo, y que no iba a recibir instrucción militar porque “tenían miedo que un día me despertara y los matara a todos”.   Luis era muy pequeño, de meses, cuando el 17 de mayo de 1976 “una patota” secuestró a su padre Antonio Juan Gambella, luego de ingresar a la casa en la que vivían en la calle Chacabuco 61, de Villa Ballester. Su mamá, desde la cama, en su habitación, con un hombre armado custodiándola, vio a su marido atado en una silla, en la cocina de la casa, mientras sus captores comían.  “La persona que estaba con mi mamá le dijo ‘vos te salvás porque sos chica’, porque ella tenía 15 años”, contó Gambella. Su madre “de un momento a otro ya no lo vio más a mi papá y se lo llevaron”. Durante un tiempo no supieron nada sobre su paradero “hasta que por relatos de otros detenidos supimos que mi papá había estado en Puente 12”. El testigo dijo que su papá era empleado bancario en la sucursal Garín del Banco de la Provincia de Buenos Aires y era militante del PRT-ERP. Su militancia era en la localidad de Maquinista Savio, en el partido de Escobar.  Su padre ya había sido secuestrado antes, en dos oportunidades. La primera vez fue en un operativo en la Unidad Básica donde militaba, cuando era del Partido Justicialista.  La segunda fue en la noche del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Eso ocurrió en Maquinista Savio. Estaban en la casa que vivían, con su abuela y con sus “cuatro hermanos por parte de mi padre”. Los represores entraron a la casa luego de romper una ventana. Se lo llevaron y su papá regresó al otro día “descalzo, golpeado”. Lo que le dijo a su mamá fue que “lo llevaron hasta el cruce de las rutas 26 y 8, donde lo largaron”.  Lo llevaron hasta allí en un auto y le dijeron que se bajara porque “se habían equivocado de persona”. A los tres días se fueron a vivir a Ballester, a la casa de un tío.   El testigo dijo que también fue secuestrado un empleado bancario, compañero de su papá, de apellido Martínez, que está desaparecido.  Sobre las consecuencias que tuvo en su vida por lo ocurrido con su padre, dijo que se quedó a vivir con su mamá, mientras que sus cuatro hermanos se fueron con su abuela paterna. “Yo vivía con mi abuela (materna) y hasta los seis años me crié pensando que mi mamá era mi hermana”, declaró.  Una tía suya fue la que le dijo la verdad y la que, a los 13 años, le contó quién era su papá. Cuando tenía ocho años, sufrió abuso sexual por parte de su padrastro y él quería saber quién era su papá, para contarle lo que le estaba pasando. Nadie le había dicho, hasta los 13 años, que su papá estaba desaparecido.  En algún momento “hasta dudé si mi mamá era mi mamá”. La suya fue “una infancia dura, en la que pasé hambre”. Cuando estaba en el secundario “se enteraron de quién era hijo, y ya no pude ir más a la casa de mis compañeros, me cerraban las puertas” de sus casas.   A los 18 le tocó hacer el Servicio Militar Obligatorio. Se presentó en el cuartel de San Nicolás, donde vivió otra experiencia dolorosa. “Mi mamá tenía mucho miedo, porque pensaba que yo no iba a volver vivo”, contó. Sin llegar a ese extremo, su experiencia fue traumática.  Cuando pasaron lista en el cuartel y él dijo su número de sorteo, 904, y el del documento, “la persona que tomaba los datos me hizo repetir los números”. Luego le dijo que diera un paso al costado y llamó a dos soldados. Le dijeron que fuera con esos dos soldados hasta el centro del regimiento, donde fue interrogado por tres personas. “Me preguntaron por qué quería hacer el servicio militar y luego me propusieron enseñarme comunicación y primeros auxilios, nada de tácticas de guerra ni de uso de armas, y que durante el año de servicio tenía que dormir en un calabozo”, recordó.  Se quejó y les dijo que no había cometido “ningún crimen” como para que lo hicieran dormir en un calabozo. Como habían saltado los datos sobre la militancia de su padre, intentaron justificar su propuesta: “Me dijeron qué hacían ellos si yo me levantaba a la noche para tomar represalia y los mataba a todos”. Insistieron en que la propuesta era “la única opción que tenía para hacer el servicio militar y les dije que no aceptaba”.  La respuesta de los militares fue: “Se puede retirar, usted nunca estuvo acá, nunca nos vio a nosotros y nosotros nunca lo vimos a usted”. Le ordenaron a los dos soldados que lo acompañaran hasta la puerta del cuartel y que comprobaran que él se fuera del regimiento.  “Esas son parte de las secuelas que me dejó la desaparición de mi papá, ser una persona marcada para algunos sectores”, dijo. Como cierre, Luis Gambella señaló: “Lo único que pido es justicia”. 

Lo dijo Serafín “Popi” Mendizábal, quien fue secuestrado el 6 de junio 1976 de la Universidad Tecnológica Nacional de Tucumán donde estudiaba Ingeniería Electrónica. Estuvo alojado en la Jefatura de Policía y, por primera vez, a 47 años de su secuestro, declaró en el juicio Jefatura III. El miembro del comité provincial del Partido Comunista retomó sus estudios universitarios 28 años después del secuestro y se recibió a los 78 años.  Redacción: Andrea Romero (La Nota – Tucumán)Edición: Pedro Ramírez Otero Con el puño en alto, Serafín “Popi” Mendizábal se retira al calor del aplauso sostenido de la sala de audiencia del Tribunal Oral Federal de Tucumán. Es 6 de junio y se cumplen 47 años de su secuestro, ocurrido en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) de Tucumán donde estudiaba Ingeniería Electrónica.  En la declaración lo acompaña Florencia González, psicóloga del equipo de acompañamiento a testigos en los juicios por delitos de lesa humanidad. Serafín sufre una disminución auditiva que le impide escuchar con claridad y, para poder sortear esta dificultad, la fiscal Valentina GarcíaSalemi confeccionó una lista de preguntas que Florencia lee para que él pueda relatar lo sufrido durante su secuestro.  Militancia y golpe  Sus primeros pasos en la militancia de la Juventud Comunista nacieron en la facultad donde, años después, se convertiría en presidente del centro de estudiantes. El ámbito académico le dio la posibilidad de adherir a un proyecto transformador de la estructura social junto a otros compañeros y compañeras  que tenían las mismas convicciones políticas. Su padre, Pedro Mendizábal, anarquista anticlerical que vino a Tucumán desde Bolivia, fue sembrando las semillas de una conciencia social y de clase. “Él me enseñó a no creer en mentiras”, explica. A su vez, otra gran influencia fue su madre María Serrano, santiagueña de nacimiento, campesina y analfabeta, pero inteligente y generosa. La organización del centro de estudiantes era similar a las comisiones internas de las fábricas, estructurada por una comisión directiva y el cuerpo de delegados con dos representantes por aula. “Teníamos una estructura con la que no nos iban a borrar del mapa así nomás”, dice Popi con orgullo.  El 6 de junio de 1976 Serafín se encontraba en una de las aulas del primer piso de la facultad, llegó unos minutos antes del horario del inicio de la clase de Circuito Electrónico II. Debía enchufar el grabador que registraría la exposición del profesor porque era una materia complicada y la bibliografía solo estaba disponible en inglés. Faltaban cinco minutos para que el reloj marcara las 19, pero la clase nunca empezó. Una bomba detonada en la vereda de la facultad a 10 o 15 metros de un transformador hizo temblar el edificio de la UTN.  Mientras estban en el aula sin saber qué hacer, algún compañero que no logró reconocer, desde un pasillo adviertió “ahí viene el ejército”. Por una ventana pudo divisar que una fila de hombres uniformados corría por Laprida y otra por España “en un operativo pinza, en tres minutos rodearon la manzana”, cuenta con precisión. Y de esa manera entraron a la facultad.  Tres horas después de la explosión, a las 22 aproximadamente, bajó del primer piso y se ubicó en la fila donde había 15 estudiantes antes de llegar a un escritorio. En ese instante, se acercó un oficial a cara descubierta junto a dos soldados armados. “Me pregunta si soy Mendizábal. Respondo que sí. Se enoja el milico por la respuesta, tendría que haberle dicho ‘Sí, señor’. No estaba en condiciones de discutir ahí y le respondo ‘Sí señor, soy Mendizábal’”, relata. El integrante de la fuerza le pidió que lo siga.  Lo siguió, escoltado por los dos gendarmes que encañonaban fusiles. Al entrar al departamento de Energía Eléctrica le atinaron un golpe en la nuca. Cayó. Quiso levantarse, pero lo frenó otro golpe en la espalda. Se arrastró por el piso y le dijeron que se quede quieto con las manos y los pies extendidos mirando hacia la pared. Otro gendarme le pidió que se saque el abrigo, un sobretodo que le regaló un compañero de militancia que lo trajo de la URSS. “Aguantaba 40 grados bajo cero”, comenta. A partir de ahí empezó el interrogatorio en alternancia con diversos golpes que tenían como destino en la zona hepática. Hilda, Rafael, Juan eran algunos de los nombres por los que preguntaban.  Le vendaron los ojos con una bufanda, lo levantaron de los brazos, lo hicieron caminar cinco metros y lo empujaron. “Me doy cuenta de que había gente porque me tropiezo con personas que estaban en el suelo”, recuerda. “Mamita querida, viene el milico y nos dice que nos agarremos las manos y salgamos. ¡Lo que era eso! había chicos que lloraban”, cuenta con congoja. Además, recibían amenazas de todo tipo por parte de los miembros de las fuerzas. “En el momento en que nos sacan de la facultad con los ojos vendados éramos 15 aproximadamente. Había un chico que estaba a mi lado apellido Aguirre, temblaba como una hoja. Era jugador de San Martín”, relata. Lo subieron en un camión del ejército junto a otros estudiantes, el vehículo dio una vuelta y estacionó sobre la calle Sarmiento. Los secuestradores les pidieron que se saquen las vendas, salten y entren ahí. Estaban en la actual Jefatura de Policía de Tucumán. El lugar tenía una suciedad espantosa: la puerta de lo que sería “la celda” solamente tenía la abertura. Había un ventiluz añejo ubicado a gran altura que no podía cerrarse por la herrumbre. No tenían abrigo y el frío era implacable con temperaturas que rondaban el bajo cero. El baño estaba a 30 metros del habitáculo y había una canilla de agua a 60 cetímetros del piso. Así lo describe Serafín con puntillosa precisión.  Durante la madrugada varios de sus compañeros de celda comenzaron a salir en libertad. A cada uno Popi le daba el teléfono de su novia y de un compañero de militancia para que sepan en donde se encontraba. En la mañana siguiente llegaron provisiones

Al declarar como sobreviviente, María Claudia Fote reclamó justicia para su “familia diezmada” por el genocidio y para “los 30 mil desaparecidos”. Su padre, Fortunato Leandro Fote, fue uno de los fundadores del PRT-ERP junto con Mario Roberto Santucho. Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez OteroFoto: Captura transmisión de La Retaguardia María Claudia Fote declaró en el juicio Puente 12 III en nombre de su padre, Fortunato Leandro Fote, uno de los fundadores del PRT-ERP y exsecretario general del gremio de los obreros de los ingenios azucareros de Tucumán. Su padre fue secuestrado en Buenos Aires, en diciembre de 1976, y fue torturado en Puente 12, entre otros centros clandestinos de secuestro y exterminio.  “Hace más de 40 años que estamos exigiendo justicia (pero no) las penas irrisorias” que se aplicaron en Tucumán “por crímenes triplemente calificados” en casos de “torturas seguidas de muerte”. Reclamó justicia por los asesinatos de su padre, su madre, sus hermanos, y otras 20 víctimas más de una familia que “fue diezmada” por el genocidio.  “Se ensañaron con toda mi familia, porque mi padre era un gran dirigente y un gran militante por los derechos de los trabajadores”, aseguró.   María Claudia Fote tenía seis años cuando el 2 de diciembre de 1976 secuestraron a su papá, Fortunato Leandro Fote. Era una familia numerosa, perseguida como pocas por su compromiso gremial, político y social. Una familia atrincherada entonces en su casa de José León Suárez, bastión popular en la zona norte del conurbano bonaerense.  Ese 2 de diciembre, como era habitual, Fortunato salió de la casa a las siete de la mañana. Lo acompañaba Ana Díaz, prima de María Claudia. La joven y su tío se dirigían hacia la estación de trenes, cada uno rumbo a sus respectivos trabajos. En un momento, Ana perdió de vista a Fortunato, quien se había adelantado porque tenía que encontrarse con una persona. Con posterioridad, María Claudia supo que su padre tenía cita con un hombre de apellido Maldonado. Nadie sabe si ese día se encontraron en la estación.  En su declaración en esta tercera etapa del juicio por los crímenes de lesa humanidad en Puente 12, María Claudia recordó sus seis años y el golpe que produjo el secuestro de su padre.  “Yo la vi a mi mamá llorando porque decían que lo habían secuestrado a mi papá”, dijo. La noticia provocó una conmoción en la casa, fue una puñalada por la espalda que impactó sobre esa solidaria “familia numerosa”, que describió la testiga. Ella dijo ante los jueces que el grupo familiar estaba compuesto, hasta ese día, por su papá Fortunato, su mamá María Luisa Pacheco y sus hermanos José Leandro y Enrique Rafael Fote. Pero en la casa refugio vivían también su tía, Juana Angela Fote, con sus tres hijas: Ana, Angélica y Teresa Díaz. También tenían allí su hogar una señora a la que llamaban la Coca García y Mónica García, en ese momento la novia de uno de sus hermanos. Estaban Fredelinda Ferrer de García y su mamá, el Gringo Mena, Ani Lancelotto y su hijo Ramiro. Todos juntos bajo el mismo techo.  Años después del secuestro, María Claudia supo que su madre presentó un hábeas corpus y realizó incansables gestiones para dar con el paradero de su esposo.  La familia Fote, oriunda de Tucumán, venía sufriendo persecuciones desde la década del 60. Se habían mudado a la Provincia de Buenos Aires porque el clima tucumano era irrespirable para ellos. María Claudia le contó al presidente del Tribunal Oral 6, Daniel Obligado, que su padre había sido “un gran dirigente, un gran militante por los derechos de los trabajadores” explotados por los dueños de los ingenios azucareros de Tucumán y el norte argentino. Por eso sufrió una persecución permanente.  (Entrevista en mayo de 1975 a Fortunato Leandro Fote en el periódico El Combatiente. Publicación del PRT-ERP) “Eso pasó porque mi papá fue un gran dirigente”, insistió María Claudia ante preguntas del juez Obligado. Su padre, Fortunato Leandro Fote, en Tucumán fue trabajador del Ingenio San José, en 1961 delegado gremial del ingenio, en 1964 secretario general de la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (FOTIA), y uno de los máximos dirigentes del PRT-ERP. En 1965 fue diputado provincial del bloque obrero del partido Acción Provinciana. Su gestión legislativa fue breve, porque el golpe militar de 1966, con Juan Carlos Onganía a la cabeza, cerró los fueros parlamentarios.  María Claudia le aclaró al juez Obligado que la persecución a su padre y a su familia, se intensificó en 1965 y no en 1975, como había señalado el presidente del Tribunal Oral 6. Ella desplegó emocionada los antecedentes de su padre como obrero, dirigente y revolucionario.  Sobre lo ocurrido con su padre después del secuestro, Fote dijo que se enteró que “él estuvo en Puente 12” por la información que aportó Eva Arroyo, de la Agrupación H.I.J.O.S. de Jujuy. Eva es hija de Juan Carlos “El Negro” Arroyo, quien fue secuestrado y asesinado en Puente 12. María Claudia recordó que Eva Arroyo declaró que “su papá estuvo con mi papá en ese lugar”, en referencia al centro clandestino de tortura y exterminio Puente 12.  En su declaración, señaló que también supo que su padre estuvo en otros centros clandestinos de detención: “La Escuelita de Famaillá, la Jefatura de Policía de San Miguel de Tucumán, en Nueva Baviera y su final fue en el Arsenal Miguel de Azcuénaga”.  La testiga recalcó que su padre “siempre estuvo trabajando por los derechos” y precisó que en 1965 su lucha se enfocó “en acompañar a los trabajadores que quedaron en la calle por el cierre de 11 ingenios en Tucumán”. La situación se agravó aún más con el golpe de Onganía: “Mi papá luchó para que los ingenios se volvieran a abrir”, contó.  Sobre Maldonado, la persona con la que su padre se tenía que encontrar el día de su secuestro, dijo que sabe que “eran compañeros y todos estaban luchando por la justicia social”. Aclaró que no sabe si

Silvia Nieves Negro fue secuestrada junto con su esposo Roberto Omar Leonardo y otras tres personas, el 15 de noviembre de 1974. Por el testimonio de Dalmiro Suárez, secuestrado un día antes, se sabe que Leonardo estuvo y fue torturado en Puente 12. También fue visto en ese centro de exterminio Carlos Tachella, secuestrado junto con Leonardo, militante del PRT-ERP. Narró el nacimiento de su hijo en pésimas condiciones. Redacción: Carlos RodríguezEdición: Fernando TebeleFoto: Captura Transmisión de La Retaguardia Silvia Negro, al declarar en el Juicio oral Puente 12 III, sostuvo que el grupo de tareas que los secuestró era comandado por el general Ramón Camps, jefe de la Policía Bonaerense tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.   Médica de profesión, Negro es una sobreviviente, ya que estuvo privada de su libertad en el Pozo de Banfield, cuando estaba embarazada de tres meses. A los 23 años, tuvo a su hijo mientras seguía presa en la cárcel de Olmos, “en un parto distócico” que dejó secuelas graves en su salud que siguen presentes hoy, 50 años después.    El secuestro  La testigo fue secuestrada junto con su pareja en la casa de la familia Manachian, en la localidad bonaerense de Lanús. Era una “charla política” de la que participaban ella y su pareja, el matrimonio dueño de casa y un compañero llamado Carlos Tachella. Ella llegó primero y luego lo hizo su esposo. A los pocos minutos llegó un grupo “muy grande” de hombres armados con Itakas y vestidos de civil, que dijeron ser miembros de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A). El jefe era un hombre mayor, de unos 50 años, algo obeso, pelado. Las dos mujeres, ella y Nélida Ramos de Manachian, fueron maniatadas en las sillas donde estaban sentadas. A los hombres (Leonardo, Tachella y Alfredo Manachian) los amordazaron y se los llevaron. El que daba las órdenes dijo que no secuestraran a las mujeres, a las que también les pusieron vendas en los ojos. Al rato llegó otro grupo armado provisto de una máquina de escribir. A ellas dos les tomaron los datos y luego las subieron a un camión celular. Las llevaron a la Comisaría Primera de Lanús. Cuando se le corrió la venda, pudo ver un cuadro con la imagen del general San Martín.  Fue interrogada por un jefe policial y luego pidió que le tomaran  declaración, porque quería dejar sentado el secuestro de los tres hombres que estaban en la casa de Lanús. En ese momento, la testiga estaba en el tercer mes de embarazo.  A las cinco de la tarde del día siguiente a la detención, le dijeron que “por razones de seguridad” las iban a llevar a otro lugar. De allí las trasladaron al Pozo de Banfield, donde estuvieron “veinte días o más”. En los días previos a la Navidad de ese año las trasladaron a la cárcel de Olmos.  La fiscal auxiliar Viviana Sánchez le pidió que relatara lo que supo sobre lo ocurrido con su esposo. Leonardo era estudiante de medicina —igual que ella—, trabajaba en el Hospital de Ezeiza, había sido militante de Montoneros y en el momento de su secuestro formaba parte del PRT-ERP.  El 30 de octubre de 1974, el padre de Leonardo le había advertido que lo habían ido a buscar al Hospital de Ezeiza, motivo por el cuál había dejado de ir a su lugar de trabajo desde fines de octubre. Ante una pregunta, Silvia dijo que ella sólo era “simpatizante” de la organización en la que militaba su esposo y que se dedicaba a realizar “tareas de propaganda”.  Con el tiempo, la testiga se dio cuenta de que el secuestro de su esposo estuvo relacionado con los que sufrieron el 14 de noviembre de 1974 Dalmiro Suárez, Nelfa Suárez y su marido Víctor Taboada, un día antes de lo ocurrido en Lanús. Negro se encontró con ellos tres en el Pozo de Banfield. Años más tarde, cuando declaró ante la CONADEP, se enteró de que su esposo y los otros dos hombres secuestrados forman parte “de las 1.000 desapariciones ocurridas durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón”. En charlas posteriores con Dalmiro Suárez, se enteró que a él lo habían secuestrado en Bernal, luego lo llevaron a la Brigada de Quilmes, de allí a Puente 12 y más tarde al Pozo de Banfield. “El me comentó que en Puente 12 lo torturaron y al lado de él había una persona que se estaba quejando, que le dijo que se llamaba Carlos Tachella y que le dolía mucho una costilla”,  Como médica, estimó que Tachella murió porque la costilla le perforó el pulmón. Esa persona no llegó a Pozo de Banfield. Tampoco llegaron al lugar ni su esposo, ni Tachella, ni Alfredo Manachian. Su conclusión es que “los tres fueron torturados ahí”, en Puente 12, luego fallecieron, y por eso no llegaron al Pozo de Banfield. En este punto insistió en la importancia del testimonio de Dalmiro Suárez.  También supo que los dos operativos se produjeron por la infiltración en el PRT-ERP de Jesús “El Oso” Ranier.  Negro comentó que Taboada estaba en el Pozo de Banfield en muy malas condiciones y que lo sacaron antes del 19 de abril de 1975. Ese día salió publicada la noticia en el diario Clarín de que a Taboada lo habían matado en un presunto enfrentamiento.  En ese mismo momento, ella y Nélida Ramos fueron “legalizadas” y en la nota de Clarín se dijo que habían sido detenidas “en una casa llena de armas”, algo que ella desconoce porque “nunca supe que la casa (de Lanús) estuviera llena de armas” como dijo la versión oficial. La fiscal le aclaró que ya está incorporada en esta causa su declaración en el juicio Brigadas, donde habló sobre los padecimientos sufridos en el Pozo de Banfield. Allí estuvo más de veinte días, con un embarazo de tres meses.  Por la información reunida en todos estos años, la testiga afirmó que “el Terrorismo de Estado comenzó

Lo dijo desde Italia el sobreviviente Osvaldo Carmelo Mollo. Pidió que se tengan en cuenta las torturas psicológicas. En tanto, María Elena Hernández detalló su paso por el centro clandestino y se refirió al exilio: “Fueron siete años muy difíciles”, señaló. Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez OteroFotos: Captura transmisión de La Retaguardia En Puente 12 “las sesiones de tortura con picana eléctrica eran cotidianas”, aseguró el sobreviviente Osvaldo Carmelo Mollo. En cuanto al trato diario que recibían de los guardias en general “era algo intermedio entre los vejámenes de los que nos torturaban y el maltrato de siempre, porque nos golpeaban, nos quemaban”. Aseguró que “el sistema de maldad era generalizado”.  Recordó el caso de una chica paraguaya que fue “torturada y violada varias veces”. Subrayó que “los actos de terrorismo” eran mucho peor contra las mujeres.  También dio su testimonio María Elena Hernández, secuestrada en San Justo con tres compañeros y torturada en Puente 12. Ella trabajaba en la filial del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en Castelar, donde el 24 de marzo de 1976 el Ejército secuestró cerca de 200 trabajadores. Perseguida, estuvo exiliada siete años en Brasil y Suiza.  El sobreviviente Osvaldo Carmelo Mollo relató que el 28 de marzo de 1976 estaba en la zona de Monte Grande, con dos compañeros, cuando fueron secuestrados por personas armadas, de civil y sin identificación alguna. Les ordenaron que se detuvieran y realizaron algunos disparos, situación ante la cual comenzaron a correr para tratar de ponerse a salvo. El intento fue en vano, porque los detuvieron y los llevaron a una comisaría de la zona. “Nos encapucharon y nos pusieron dentro de un automóvil Ford Falcon”. Los compañeros que iban con él eran Alberto Pastor y su esposa María del Carmen Cantaro, cuyo caso fue analizado en la segunda jornada del juicio oral.  Los tres estuvieron en la comisaría hasta el anochecer y luego los llevaron a un lugar más grande. Como le habían cubierto la cabeza con su remera, pudo ver que los que los llevaban tenían ropas con las letras PM en las mangas. Las iniciales indicarían que eran de la Policía Militar, una fuerza de seguridad interior, en el área de la Defensa Nacional que actúa en apoyo a la política exterior.  En el nuevo lugar de detención al que fueron trasladados había calabozos, de donde los sacaban para llevarlos “a la sala de interrogatorios y a la de tortura con picana eléctrica” sobre el esqueleto de hierro de una cama. “Una persona era la que nos torturaba y había otra con un delantal blanco que podría ser un médico que controlaba el estado” de las personas que eran torturadas. Agregó que “las sesiones de tortura eran cotidianas” y también los “golpeaban, quemaban con cigarrillos y nos aplicaban la picana; distintos tipos de torturas físicas y psicológicas”. Escuchó que a uno de los represores lo llamaban “Coronel”, que parecía ser el que establecía las reglas dentro del campo de concentración. Después supo que el lugar era “la Brigada Güemes, porque me lo dijo uno de los detenidos, Ricardo Arias, a quien yo conocía”. Arias “no llevaba puestas las vendas y por eso me reconoció. Me dijo que se las habían quitado porque lo iban a matar”.  En esos años, la Brigada Güemes de la Policía Bonaerense tenía su asiento en Puente 12.  Ante una pregunta del presidente del Tribunal Oral 6, Daniel Obligado, el sobreviviente dijo que supo que María del Carmen Cantaro, la mujer secuestrada con él, “había sido brutalmente torturada, como todos nosotros, pero de Pastor no tuve más noticias”. Después supo que está en la lista de desaparecidos. Confirmó que los tres fueron llevados a lo que después supo que era Puente 12 y que “escuchó a María del Carmen cuando era torturada”.   Al momento de su detención, Mollo tenía 21 años y aunque no tenía “una militancia plena, conocía al grupo del PRT”, sobre todo a “las personas con las que habíamos compartido momentos en la organización”. Precisó que esas personas eran Arias y la pareja que fue detenida junto con él.  Ante una pregunta del fiscal auxiliar Esteban Bendersky, el testigo dijo que luego supo que “uno de los policías que había llevado a cabo el operativo” que terminó con su detención vivía en la zona de Monte Grande.  Aportó una serie de datos sobre las características del lugar, que concuerdan con la información aportada por otros sobrevivientes, ya expuesta en la instrucción y en el juicio oral. De manera especial, mencionó el ruido metálico de la tranquera de acceso al campo de concentración.  Dijo que al ingresar a Puente 12 le hicieron firmar una declaración que “supuestamente justificaba la detención”, pero aclaró que no puede informar sobre lo que decía porque nunca se la leyeron. Sólo le dijeron que esa declaración era “la única manera de salir vivos de esa situación” de encierro y tortura.  Sobre el “Coronel” dijo que “no era una persona muy alta, era morrudo y tenía un tono de voz muy autoritario”. Respecto de la distancia entre los calabozos y el lugar donde los torturaban, señaló que “no era muy largo el trayecto, pero en determinadas condiciones, después de sufrir una tortura por horas, el tiempo y la distancia son difíciles de cuantificar”. Sostuvo que eran “varios” los lugares donde se torturaba a las personas secuestradas.  Preguntado acerca del trato que recibían de los guardias que los trasladaban desde el calabozo a la sala de tortura, dijo que “era algo intermedio entre los vejámenes de los que nos torturaban, pero había maltrato siempre, injustificado, por cualquier motivo” y a veces eran “golpeados, quemados” o los hacían caminar con los ojos vendados “derecho hacia una pared para que nos golpeáramos y después se burlaban de la manera más absurda”. Agregó que “el sistema de maldad, si lo podemos llamar así, era generalizado”. Las condiciones de vida “eran inhumanas completamente” en materia de higiene, en cuanto a la comida y hasta en los permisos para poder

María Esther Alonso estuvo secuestrada en Puente 12. Relató las torturas, el crimen de su novio y otros padecimientos. En uno de los varios simulacros de fusilamientos, ante la opción de pedir algo antes de que la mataran, pronunció el mensaje del título de esta crónica.  Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez OteroFoto: Captura transmisión de La Retaguardia Un mes después del asesinato de su novio, Arístides Benjamín Suárez, militante del PRT-ERP, la sobreviviente María Esther Alonso fue secuestrada y torturada en el centro clandestino de Puente 12. Durante tres días la torturaron con picana eléctrica, la sometieron a simulacros de fusilamiento y también fue objeto de abuso sexual.  En Puente 12, María Esther Alonso supo de la muerte en la tortura de Víctor Manuel Taboada, con quien había sido secuestrada en noviembre de 1974. Dio testimonio también sobre las torturas recibidas por sus cuñados, Delfa Suárez —pareja de Taboada— y Dalmiro Suárez. De Puente 12 la llevaron al Pozo de Banfield y luego a la cárcel de Olmos, donde recuperó su libertad en marzo de 1975. Su cuñada Delfa y Delfina Morales, otra de las víctimas, estaban embarazadas al momento de su secuestro.  En la octava jornada del juicio Puente 12 III, Alonso relató que fue secuestrada el 13 de noviembre de 1974, junto con Víctor Manuel Taboada. Explicó que tenía una relación familiar con Taboada, porque era el esposo de Nelfa Suárez, cuñada de la testigo. Nelfa era “la hermana de Arístides Benjamín Suárez, quien había sido mi novio y que en ese momento ya había fallecido”. Precisó luego que había muerto “en una acción militar del PRT”.  La sobreviviente dijo que también conocía a Dalmiro Ismael Suárez, “hermano de Nelfa y de Arístides que era un poco mayor que nosotros”.  Ante una pregunta del presidente del Tribunal Oral 6, Daniel Obligado, relató que en la tarde-noche del 13 de noviembre de 1974, fue secuestrada junto con Taboada “cuando entramos al pasillo de una casa” ubicada en las calles San Martín y Lamadrid, de la localidad bonaerense de Bernal. En ese momento “apareció un agente y otros hombres vestidos de civil con armas largas”, que por lo visto los habían estado esperando.  Los obligaron a subir a un auto Falcon blanco y los hicieron acostar en el piso, en la parte de atrás. Los trasladaron a la comisaría de Bernal. Le preguntaron a ella cuál era su relación con Taboada, dijo que era circunstancial, no le creyeron y la dejaron encerrada en una celda cerca de dos días. Estuvo sola, recostada en el piso, con la única compañía de un policía que la vigilaba.  El segundo día apareció en el lugar un hombre que se identificaba como “el coronel” y que “ingresó brutalmente y me golpeó”. Dijo estar muy enojado porque “lo habían llamado un sábado para que venga a matar a unos subversivos”. A ella le ataron las manos y le sacaron el reloj que llevaba porque ya no lo iba “a necesitar más”. La sacaron de la celda a empujones y la subieron a la parte de atrás de una camioneta. En el vehículo había otras cuatro o cinco personas. En ese momento escuchó que una de esas personas le preguntaba: “Gallega, sos vos?”.  Ella reconoció la voz de su cuñado Dalmiro Suárez y le preguntó: “Dalmi, ¿dónde estás?”. Apenas dijo esas palabras le dieron “un golpe terrible para que me calle y yo me asusté muchísimo”.  Por la noche llegaron a un lugar que no pudo reconocer en ese momento. Ella estaba “vendada y atada así que no me podía mover”. Al bajar de la camioneta la llevaron a lo que suponía era un galpón “grandísimo y precario”. En ese lugar sufrió “una nueva etapa de maltrato y tortura”. Precisó que le “pasaban corriente, eso que se llama la picana, estaba sin ropa, me la pasaban por los pies, por todo el cuerpo, por los pechos, en los dientes”.  Advirtió la presencia de otras personas y dos de ellas eran “Víctor y Dalmiro”. En ese lugar la torturaron muchas veces y le preguntaban “por personas,  pero concretamente por nada, muy incoherente todo, me preguntaban sobre reuniones, nada concreto y yo no tenía conocimiento de nada”. Cuando el juez Daniel Obligado le preguntó sobre su militancia, respondió: “Yo no me considero militante, trabajaba y estudiaba, tenía una participación en los talleres por la agremiación en la Federación Gráfica Bonaerense y tenía simpatía política por ideas de izquierda”. Sobre el final dijo que repartía volantes y hacía pintadas.  El fiscal Esteban Bendersky le preguntó con quién vivía en la casa de Bernal y ella dijo que hacía un mes les habían “prestado esa casita”. Allí estaba con Dalmiro, Nelfa Suárez, Delfina Morales y con Víctor Taboada, a quien ella conocía como “Toto”.  En el momento de los hechos ella tenía 28 años y mucho miedo. “Cuando murió mi compañero, Ari, en una acción militar del PRT, pensamos que nos iban a venir a buscar” a todos los integrantes del grupo familiar y por eso se mudaron a esa casa. Sobre la muerte de su compañero, dijo que ocurrió en octubre de 1974, menos de un mes antes de la detención de ella. La testigo estaba visiblemente nerviosa, dijo que no quería “entorpecer” la audiencia y pidió disculpas. El fiscal le dijo que se quedara tranquila y le preguntó si Nelfa y Delfina también habían sido llevadas al mismo lugar. María Esther explicó que cree que a ellas las dejaron en la misma comisaría de Bernal y que sufrieron torturas. “Las chicas estaban con la panza, Nelfa estaba esperando el bebé y Delfi a las mellis”, contó. Dijo creer que a ellas las amenazaron con “sacarles las nenas”.  Cuando le preguntaron si había podido identificar cómo se llamaba el lugar donde ella fue torturada, respondió: “Yo identifiqué mucho después (cuando retornó la democracia) que eso era la zona de Puente 12 o Proto Banco”, como se conoce al centro clandestino de tortura y exterminio. Aclaró que ella nunca volvió

Las hermanas María Laura y Silvina Stirnemann dieron testimonio por el crimen de su papá, Mario. De las dudas al hallazgo de sus restos. De los padecimientos a las esperanzas de Justicia. Redacción: Carlos RodríguezEdición: Fernando TebeleFotos: Captura transmisión de La Retaguardia “Mi padre fue ejecutado, están todas las pruebas. El Estado argentino es responsable y es necesario que se haga justicia”. En el cierre de su testimonio, Silvina Stirnemann pidió condenas para los asesinos de su padre, Mario Alfredo Stirnemann, secuestrado y torturado en el centro de exterminio de Puente 12. Antes de Silvina, igual reclamo hizo su hermana, María Laura. Las hermanas Stirnemann tenían ocho meses (Silvina) y menos de 5 años (Laura) cuando su padre fue secuestrado el 4 de noviembre de 1975. Un año antes, el 24 de noviembre de 1974, María Laura y su madre, Laura Rosa Franchi, embarazada de Silvina, fueron detenidas y torturadas en una comisaría de Quilmes. Desde ese momento, la mamá estuvo presa muchos años en Olmos, donde nació Silvina, y en Devoto. A consecuencia de esa detención, la niña María Laura sufrió “una pérdida de la memoria postraumática” y otros problemas graves. Silvina, por su parte, vivió desde la infancia con la duda si su padre, militante del PRT-ERP, la había tenido en brazos alguna vez. Ella estaba con su madre, en Olmos, y el padre en la clandestinidad. A los 40 años pudo saber, por el testimonio de otra víctima, que su padre la conoció y jugó con ella, poco antes de ser ejecutado. La investigación realizada por las hermanas hizo posible encontrar los restos del papá y demostrar que lo habían asesinado en una ejecución sumaria. En su momento, el Ejército dijo que había muerto “en un enfrentamiento”. María Laura Stirnemann es la hija mayor de Mario Alfredo Stirnemann, secuestrado el 4 de noviembre de 1975 y asesinado el 18 de ese mes y año en el Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio Puente 12. María Laura todavía no había cumplido 5 años cuando perdió a su padre. En el inicio de la audiencia, el presidente del Tribunal Oral N°6, Daniel Obligado, sugirió la posibilidad de que el extenso testimonio aportado por la testigo en la Instrucción fuera incorporado por lectura al debate, pero la alternativa fue rechazada por las defensas de los seis imputados que tiene la causa.María Laura recordó que el 24 de noviembre de 1974, un año antes del secuestro de su padre, su mamá “estaba embarazada de mi hermana Silvina”. Ese día fueron arrestadas “cuando regresábamos de un pic-nic con unos amigos” de sus padres. Relató que su padre vio pasar una camioneta de la policía y les dijo que “aparentemente estaban buscando a alguien y era mejor que nos separáramos porque a lo mejor lo estaban buscando a él”. En esa situación “nos arrestan a nosotras, a mi mamá, a una compañera que se llamaba Mercedes, un hijo chico de ella y a mi tío Juan José Stirnemann, y nos llevan a una comisaría de Quilmes donde estuvimos diez días, sufrimos torturas y yo quedé con una pérdida de memoria post traumática”. Ella pudo ser rescatada por su abuela materna, que la llevó a su casa de Olavarría, pero su madre quedó detenida en Quilmes y luego la llevaron al Pozo de Banfield, donde estuvo dos meses “hasta que la legalizaron y la llevaron a la cárcel de Olmos”. Su hermana nació y vivió un tiempo con su mamá en ese lugar de detención. Mientras tanto, su padre estaba en la clandestinidad. María Laura dijo que él había militado en las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), pero en ese momento estaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) de Zona Sur. Su papá vivía en una casa de la calle Honduras, en Palermo, junto “con otros militantes como Julio Mogordoy, Norberto Rey, y otros compañeros”. El secuestro de su padre se produjo el 4 de noviembre de 1975 en Temperley, cuando iba a una cita relacionada con su militancia. La casa de la calle Honduras cae ese mismo día, cerca de las 12 de la noche. En ese operativo “fue fusilada María Teresa Barvich”, en un hecho calificado falsamente de “enfrentamiento”. La testigo explicó que Barvich militaba junto con su padre, los dos estaban en la clandestinidad y simulaban ser “una pareja ficticia” para tratar de pasar desapercibidos. Barvich visitaba a su mamá en la cárcel de Olmos, para darle noticias de su papá. Su madre supo que lo habían matado “cuando dejó de tener noticias sobre él y supo que María Teresa había sido asesinada”. Ante preguntas de la fiscala auxiliar Viviana Sánchez, amplió la información sobre el secuestro de su padre en Temperley: “Él tenía cita en una panadería cerca de la estación” de trenes de esa localidad. Ella pudo reconstruir lo sucedido con su padre en el año 1994. Sobre su mamá, dijo que ella estuvo presa hasta el año 1981. María Laura y su hermana Silvina recién vivieron juntas en Olavarría, con su abuela materna, cuando a su mamá la trasladaron a la cárcel de Devoto, donde no permitían la presencia de niños viviendo con sus madres. Durante la infancia, las hermanas creían que su padre se había ido a vivir a Brasil con María Teresa Barvich, pero cuando su mamá recuperó la libertad y pudieron salir del país para radicarse en Francia, donde viven en la actualidad, supieron la verdad: que su padre y María Teresa habían sido asesinados. Como su madre había estado presa y perdió contacto con su padre, la testigo pudo reconstruir toda la historia consultando los archivos de diarios de la época. Eso ocurrió en 1994, al regresar a la Argentina, cuando ella empezó a estudiar antropología. Ella encontró recortes de diarios donde se hablaba del “supuesto enfrentamiento” en el cual fue asesinado su padre. Julio Mogordoy le confirmó que el apodo de su papá era Carlos Rodolfo Luidwid y que la información sobre el supuesto enfrentamiento había sido publicada el 24